1990–1999
En memoria de Jesús
Octubre 1997


En memoria de Jesús

“Jesús es el gran mediador. Aun cuando es omnipotente y omnisciente, teniendo todo poder y conocimiento, El es nuestro amigo.”

La Ultima Cena, poco antes de la muerte de Jesucristo, fue de gran importancia en varios aspectos. La cena de Pascua es una celebración de la misericordia de Dios a través de los siglos, la cual, declaró Jesús, contenía una promesa aun mayor por venir: Su sacrificio expiatorio.

Había llegado el momento de la conclusión del ministerio de Cristo en la tierra. Era la temporada de Pascua, y la gente celebraba y se regocijaba en la bondad de Dios por haber salvado a sus antepasados. Jesús había reunido a Sus Apóstoles en el aposento alto para la Ultima Cena. Les dio una idea de los acontecimientos que seguirían: Su sacrificio expiatorio para que toda la humanidad Caquellos que habían vivido, los que vivían en ese entonces y los que vivirían sobre la faz de la tierraC se beneficiaran de Su sacrificio expiatorio. Por El y por medio de El, todos los hombres resucitarían. La misericordia se sobrepondría a la justicia. Se proveyó la forma para que nos arrepintiéramos de nuestros pecados, obedeciéramos los mandamientos y pudiéramos regresar a Su presencia. Esa era una doctrina difícil de entender para los que vivían en Su época. Al caer la tarde, El instituyo la Santa Cena.

Leemos: “… Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomo pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mi” (1 Corintios 11:23-24).

Tomo la copa diciendo: “… Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mi. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que el venga” ( 1 Corintios 11:25-26). El dijo que esta Santa Cena se haría en memoria de El. Sus palabras fueron: “Haced esto en memoria de mi” (Lucas 22:19).

En consecuencia, todos aquellos que vienen a Cristo y toman sobre si Su nombre por medio del bautismo, tienen la gran responsabilidad de ser dignos de recibir la Santa Cena semanalmente con el propósito de renovar su convenio bautismal y tomar sobre si Su nombre; para renovar su promesa de guardar todos Sus mandamientos, recordarlo, conocerlo y comprender Su grandeza.

Recordar y conocer a Jesucristo es saber que El es el Jehová del Antiguo Testamento y Jesús el Cristo del Nuevo Testamento. Fue el Hijo espiritual Primogénito de nuestro Padre Celestial y Su Hijo Unigénito en la carne. A Moisés se le dijo: “Y las he creado por la palabra de mi poder, que es mi Hijo Unigénito, lleno de gracia y de verdad.

“Y he creado incontables mundos, y también los he creado para mi propio fin; y por medio del Hijo, que es mi Unigénito …”

“… Y hay muchos que hoy existen, y son incontables para el hombre; pero para mi todas las cosas están contadas, porque son mías y las conozco”

“Y Dios el Señor hablo a Moisés, diciendo: Los cielos son muchos, y son innumerables para el hombre; pero para mi están contados, porque son míos. “Y así como dejara de existir una tierra con sus cielos, así aparecerá otra; y no tienen fin mis obras, ni tampoco mis palabras” (Moisés 1:32-33, 35, 37-38).

Piensen solamente en lo que la ciencia y la astronomía dicen sobre la inmensidad del sistema solar y del universo. Nuestro sistema solar esta

centrado en el sol y es uno de los grupos estelares de aproximadamente 100 mil millones de estrellas que rota alrededor de una masa circular llamada la Galaxia de la Vía Láctea, que tiene un diámetro de unos 100.000 años luz. Los astrónomos no pueden ver el extremo del universo, pero las evidencias sugieren que la inmensidad del espacio contiene miles de millones de galaxias a lo largo de unos 5 a 15 mil millones de años luz de distancia del sol. Comparado con esas distancias, nuestro sistema solar ocupa una parte mínima del espacio. El universo es virtualmente incomprensible para el hombre (Véase, Compton’s Living Encyclopedia, “Solar System”).

En alabanza cantamos:

Señor mi Dios, al contemplar los cielos,

el firmamento y las estrellas mil;

al oír tu voz en los potentes truenos y ver brillar el sol en su cenit;

Mi alma canta a mi Señor y Dios:

¡ Grande eres tu! ¡Grande eres tu!

Dios sabe todas estas cosas. Su Hijo Jesucristo estaba a Su derecha y participó con El en la creación de este mundo y de muchos otros mundos. Este es el mismo Jesús que vino a la tierra como un bebe en Belén. Esto es lo que quieren decir las Escrituras cuando hablan de la condescendencia de Dios.

Jesucristo es un miembro de la Trinidad, la cual se compone del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Jesús participó en el gran concilio de los cielos, en el que se decidió que se crearía la tierra, un mundo mortal, y que nuestros espíritus morarían en un cuerpo físico. Como seres mortales, tenemos la oportunidad de aceptar a Jesucristo y de aprender a guardar Sus mandamientos.

Jesús sabia que después de Su permanencia aquí en la vida terrenal y una vez terminada Su misión y Su sacrificio expiatorio, El regresaría a Su reino celestial para sentarse a la diestra de Dios. Cuando entendemos Su carácter divino y Su grandeza, lo recordamos con reverencia y con humildad. Cuando leemos en cuanto al nacimiento del niño en Belén, sobre los años de Su crecimiento en Nazaret, Su misión en los alrededores de Galilea, Capernaum y Cana, y luego sobre Sus días finales en Jerusalén y Su sacrificio, hacemos memoria de El. Todas esas cosas nos vienen a la mente.

Podemos hablar de varios milagros durante el ministerio de Cristo que demuestran que El podía dominar los elementos de la tierra hasta calmar el mar, transformar el agua en vino y alimentar a las multitudes con una pequeña cantidad de pan y pescado, al igual que en los hechos individuales de sanar al cojo, al ciego, al mudo; de expulsar demonios y de restaurarle la vida a Lázaro después de cuatro días. Todos estos milagros fueron manifestaciones de Su poder divino, que culminaron con Su Expiación y Resurrección.

En la época de Jesús, la gente de Jerusalén vivía según la ley de Moisés, “ojo por ojo”, una ley preparatoria que se encontraba en el Antiguo Testamento. Jesús trató de prepararlos para vivir una ley mayor. Cuando resucitó, dijo: “… En mi se ha cumplido la ley de Moisés” (3 Nefi 9:17). Jesús enseñó la forma de progresar mas allá de la ley mosaica de conducta cuando pronunció las Bienaventuranzas y el Padrenuestro. Enseñó una ley de amor, de perdón mutuo; enseñó que deberíamos hacer con los demás lo que esperamos que los demás hagan con nosotros. Enseñó que debemos amar al Señor con todo nuestro corazón, y a nuestros semejantes como a nosotros mismos. Cuando la gente, pensando todavía en los términos de la ley de Moisés, preguntó: “¿Quien es nuestro prójimo?”, El les dio la parábola del buen samaritano, demostrando que la compasión que El estaba enseñando debía pasar por sobre toda frontera cultural y étnica y se aplica a todos. Muchos de los que habían estado guardando la ley de Moisés rechazaron Su Evangelio de amor.

¿ Cómo sabemos si hemos progresado desde el concepto de “ojo por ojo” y aceptado Su Evangelio de perdonar y amar a nuestros semejantes? La forma en que tratamos a los miembros de nuestra familia, a nuestros vecinos, a aquellos con quienes nos relacionamos y a nuestros conocidos revelara si hemos tomado Su nombre y lo recordamos siempre. La forma en que conducimos nuestra vida y todo lo que hacemos y todo lo que decimos refleja cómo lo recordamos. Si en realidad lo amamos, guardaremos Sus mandamientos tal como El lo pidió. Muy simplemente, El dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15)

Oramos a nuestro Padre en los Cielos en el nombre de Jesucristo. Jesús es el gran mediador. Aun cuando es omnipotente y omnisciente, teniendo todo poder y conocimiento, El es nuestro amigo. Después de aconsejar a los primeros miembros de la Iglesia que pusieran su “propia casa en orden”, El dijo: “… os llamare amigos, porque sois mis amigos …” (D. y C. 93:43, 45). Con toda Su grandeza, nos dice que El es nuestro amigo. Se nos ha pedido que seamos amigos de nuestros vecinos y les enseñemos el Evangelio y que seamos amigos de los nuevos conversos para que el fruto de nuestras obras permanezca (Véase Juan 15:16). Nuestro Profeta nos ha pedido que seamos amigos. ¿Puede nuestro Profeta esperar menos que eso?

Cuando nos bautizamos en Su nombre y lo recordamos siempre y guardamos Sus mandamientos, El nos da la mayor bendición que nos puede dar, esto es, que tengamos siempre con nosotros Su espíritu. El Espíritu del Señor es Luz. “He aquí, soy Jesucristo, el Hijo de Dios. Soy la vida y la luz del mundo” (D. y C. 11:28; Véase también 3 Nefi 9:18). “Otra vez les habló Jesús, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). Esta es “la luz que existe en todas las cosas, que da vida a todas las cosas, que es la ley por la cual se gobiernan todas las cosas” (D. y C. 88:13). La luz y la obscuridad no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo. Donde se encuentre la luz de Cristo, la obscuridad de Lucifer, Satanás, debe retirarse, derrotada. Ruego que sigamos la luz y elijamos la rectitud.

Lo que debemos recordar en cuanto al Salvador es que El y solo El tenia el poder de poner Su vida y volverla a tomar. El tenia la aptitud para morir debido a Su madre mortal, María, y la capacidad para sobreponerse a la muerte debido a Su Padre inmortal. Nuestro Salvador, Jesucristo, fue en forma voluntaria y deliberada hacia Su muerte, habiendo dicho a Sus discípulos que así sucedería. ¿Y para que?, se podría preguntar alguien. La respuesta es: Para proveer la inmortalidad a todo el genero humano y la promesa de una vida eterna a quienes creyeren en El (Véase Juan 3:15), para dar Su propia vida en rescate de otros (Véase Mateo 20:28), para vencer a Satanás y su poder, y para hacer posible que el pecador sea perdonado. Sin la expiación de Jesús, existiría una barrera infranqueable entre Dios y los hombres y mujeres mortales. Cuando comprendemos la Expiación, lo recordamos a El con respetuosa reverencia y agradecimiento.

Temprano en aquel primer día de la semana, María Magdalena fue a la tumba y vio que la piedra había sido movida y la tumba estaba vacía. Se volvió y vio a Jesús que estaba allí, pero no lo reconoció. Pensando que era el hortelano, le dijo: “… Señor, si tu lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevare”. Y Jesús le dijo: “¡María!” María Magdalena fue entonces con la noticia a donde se hallaban los discípulos: “He visto al Señor” (Véase Juan 20:15-16; 18).

Cuando recordamos al Salvador, recordamos una tumba vacía, símbolo de que el Señor ha resucitado y de una promesa de resurrección para todos y de vida después de la muerte.

Gracias a la expiación de nuestro Señor, en la tinieblas de la muerte no hay aguijón; en el abatimiento de la muerte no hay victoria. Su luz resucitada disipa la obscuridad, derrotando al príncipe de las tinieblas con un fulgor de esperanza eterna.

Cristo en verdad se levantó de la muerte; fue primicias de los que durmieron; “… por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:20-22).

Isaías nos dijo que nuestro Salvador Jesucristo nos guiaría siempre. El saciara nuestras necesidades en tierras de sequía y dará vigor a nuestros huesos. Seremos como un huerto de riego, como un manantial de aguas cuyas aguas nunca faltan (Véase Isaías 58: 11).

Recordamos a Jesús como el pan de la vida, como el agua viva, como la luz y la vida del mundo, a medida que lo conocemos y lo seguimos para que, por El y por medio de El, seamos salvos. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en el cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

Cuando se acercaba la hora de la Expiación, los discípulos se preguntaban por cuanto tiempo permanecería Jesús con ellos. El les dijo que no permanecería con ellos por mucho tiempo, pero que les dejaría un consolador, el Espíritu Santo (Véase Juan 14:26). Tanto ustedes como yo, debemos entender la naturaleza amorosa de nuestro Salvador. No se nos ha dejado solos. Por medio del profeta José Smith, nos ha dado una restauración del Evangelio en estos últimos días. Nos ha proporcionado otro testamento

de Jesucristo: el Libro de Mormón. Ha restaurado el sacerdocio y las llaves que les dio a Pedro, a Santiago y a Juan cuando El estuvo con ellos cuando eran Sus Apóstoles. Ellos vinieron a José Smith y restauraron esas mismas llaves en 1829. Elías, Moisés y Elías el Profeta trajeron llaves adicionales del sacerdocio después de la aparición del Señor en el Templo de Kirtland el 3 de abril de 1836. Estas llaves fueron dadas para las ordenanzas del templo (Véase D. y C. 110).

No se nos ha dejado solos. Tenemos la luz de Cristo y el Espíritu Santo para guiarnos en un mundo que de otra forma seria desierto y triste. Se han restaurado las llaves del sacerdocio para poner a nuestra disposición todas las ordenanzas necesarias a fin de que podamos regresar a Su presencia.

Ruego que sigamos a nuestro Salvador Jesucristo y le recordemos siempre en todo lo que hagamos y digamos, y en todos nuestros actos de caridad mutua, y que sepamos que estas cosas se hacen en memoria de El.

Testifico que nuestro Señor vive y guía y dirige Su Iglesia por revelación mediante Su Profeta, en este día y a esta hora. ‘’… Hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicarnos de Cristo, profetizamos de Cristo” (2 Nefi 25:26). Creemos en Cristo, lo recordamos y testificamos de Jesucristo, nuestro Señor y Redentor, con el conocimiento de que El vendrá otra vez a la tierra a reinar en gloria como Rey de Reyes.

Ruego que todos aquellos que profesan ser cristianos, todos los que conocen y testifican de Jesús, vengan a El y sigan Sus enseñanzas y Su ejemplo, siendo todos uno como nuestro Padre Celestial y Jesús son uno en propósito, para que nos unamos y nos edifiquemos y nos fortalezcamos unos con otros, y llevemos las cargas, los unos de los otros, como el Salvador ha tomado nuestras cargas sobre El, en el nombre de Jesucristo. Amen.