1990–1999
Cristo Cambia la Conducta Humana
Abril 1998


Cristo Cambia la Conducta Humana

“Cuando los conversos cobran “vida” y necesitan nutrirse en el Evangelio, al poco tiempo cobran “vida” como estudiantes, como padres, en sus profesiones y como ciudadanos”.

Mi esposa y yo fuimos llamados a ser. misioneros en Mongolia casi un año antes de que se organizara formalmente como misión Al contemplar esa época, la consideramos una de las más memorables, satisfactorias y benditas de nuestra vida; ese período todavía nos recompensa con ricas experiencias y bendiciones.

El Señor ha dicho a los misioneros: “Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ellaen el reino de mi Padre!” (L). y (S15).

Esta promesa se destaca como un faro de luz para cada misionero, pero, como si no fuera poco, hay otras bendiciones que provienen de la obra misional, las que son muchas y variadas. Algunas son inmediatas y otras solamente vienen con el tiempo.

Mi esposa y yo experimentamos una de esas bendiciones que vienen “sólo con el tiempo” este pasado mes de febrero cuando asistimos a la bendición de una bebé mongola de nuestra gran familia de misioneros. Se llama Tungalag. La madre de ella, Davaajargal, es una pionera moderna, la primera mujer que se bautizó en Mongolia. El padre de Tungalag, Sanchir, estudia para obtener su maestría en la Universidad Brigham Young.

Conocí a Sanchir en Mongolia durante un tiempo antes de que llegara a ser miembro. No fue sino hasta después de un año y de muchas charlas con misioneros dedicados que se bautizó. No es nada menos que un milagro que este joven padre, después de tener sólo dos años en la Iglesia, haya podido pronunciar las palabras de esa hermosa bendición, que empezó así: “Tungalag, te bendigo para que seas un buen ser humano” ¡Jamás olvidaré ese comienzo!

En esa bendición dijo cosas que no habría sabido y que ni siquiera habría imaginado antes de su bautismo. El ser testigo de esa bendición y el darme cuenta de la magnitud del cambio que el Evangelio generó en ese joven y en esa familia realmente fue una recompensa misional.

El presidente Hinckley ha dicho: “La experiencia más grata para mí es ver lo que este Evangelio hace por la gente; les brinda una nueva dimensión de la vida; les brinda una perspectiva que jamás habían tenido; eleva sus aspiraciones hacia lo noble y lo divino. Algo milagroso les sucede, algo digno de contemplar. Acuden a Cristo para vivir”. (Liahona, julio de 1997, pág. 54.)

La experiencia que he tenido es que cuando los conversos cobran “vida” y necesitan nutrirse en el Evangelio, al poco tiempo cobran “vida” como estudiantes, como padres, en sus profesiones y como ciudadanos. La vida de ellos y la de su posteridad cambian para siempre.

Poco después de haber llegado a Mongolia se nos pidió a mi esposa y a mí acompañar a dos jóvenes élderes a una ciudad llamada Muren. Al finalizar el viaje, nuestro regreso se demoró debido al mal tiempo. Todos los días íbamos al aeropuerto para ver si llegaba nuestro avión y de ese modo poder salir; esperamos con los demás pasajeros hasta que llegara la noticia de si saldríamos ese día o si tendríamos que regresar a la ciudad para pasar la noche.

Había un grupo de turistas extranjeros que trataban de tomar el mismo avión para salir de la ciudad. Nos contaron que habían ido a caballo a algunas de las partes más remotas, casi inexploradas, de Mongolia.

Mientras esperábamos en el aeropuerto, uno de esos turistas se aproximó hacia uno de los élderes y le dijo: “Yo sé quiénes son ustedes. ¿Qué hacen aquí? Esta gente no los necesita; son un pueblo que conserva su belleza natural y posee una rica cultura. ¿Por qué nos se van y los dejan tranquilos?’’.

El élder fue a conversar conmigo, muy desanimado, y analizamos las varias respuestas que pudo haberle dado. Sin embargo, no fue sino hasta dos semanas más tarde que leí una declaración del presidente Benson la cual explicaba lo que pudo haber sido la respuesta perfecta. El presidente Benson dijo:

“Algunos se pueden preguntar por qué nosotros, como pueblo y como iglesia, en forma silenciosa y constante buscamos la forma de cambiar a las personas cuando nos rodean tantos problemas … las ciudades en decadencia son el simple reflejo de las personas en decadencia … los mandamientos de Dios ponen énfasis en mejorar a las personas en forma individual como la única forma de lograr el mejoramiento real de la sociedad.

“El Señor ejerce su poder desde el interior del hombre hacia afuera. Por el contrario, el mundo lo ejerce desde afuera hacia el interior. El mundo trata de sacar a la gente de los barrios bajos; Cristo saca la bajeza social del corazón de las personas y ellas mismas salen de los barrios bajos … Cristo cambia al hombre, y éste cambia el ambiente que lo rodea. El mundo trata de amoldar el comportamiento del hombre, pero Cristo puede cambiar la naturaleza humana”. (Liahona, enero de 1986, pág 3 )

Una vez el presidente Kimball llamó a la obra misional el alma de la Iglesia, y así es. No es sólo porque los conversos dan vitalidad y fortaleza a la Iglesia, sino porque los misioneros mismos obtienen una nueva porción de vitalidad y fortaleza a medida que participan en el cometido que el converso hace hacia Cristo. Esa vitalidad y fortaleza son una fuerza poderosa, un instrumento en las manos de Dios para hacer que el Evangelio ruede y llene toda la tierra, como lo vio Daniel en su sueño (véase D. y C. 65:2).

Aunque tenemos nuestro albedrío, la obra misional, en sus variadas formas, no es un programa optativo. Hablamos en cuanto a las bendiciones de la obra misional, pero en realidad deberíamos llevar a cabo la obra misional porque es nuestro deber. Las Escrituras y todos los profetas desde José Smith nos han recordado que es nuestro deber ir a todas las naciones y amonestar a nuestro prójimo.

Willford Woodruff lo explicó claramente al decir: “Nunca existió un grupo de hombres desde que Dios hizo el mundo, que tuviera una responsabilidad más grande de amonestar a esta generación, de elevar nuestra voz, alto y fuerte, día y noche, hasta donde tengamos la oportunidad de hacerlo y de declarar las palabras de Dios a esta generación. Se nos ha ordenado hacer esto; es nuestro llamamiento; es nuestro deber; es nuestra responsabilidad.” (Deseret News Semi-Weekly, 6 de julio de 1880.)

Ruego que hagamos de la obra misional nuestra responsabilidad y no permitamos que otros asuntos de menor importancia se interpongan en el camino. Recibimos bendiciones por guardar todos los mandamientos de Dios; sin embargo, ¡hay pocas bendiciones como las bendiciones misionales! Cuán dulce es la obra. En el nombre de Jesucristo. Amén.