¿Ha Sido Usted Salvo?
“En el uso que hacen los Santos de los Últimos Días de las palabras “salvo” y “salvación”, existen, por lo menos, seis significados diferentes”.
¿Qué responde cuando alguien le pregunta: “Ha sido usted salvo”? Esta pregunta, tan común entre algunos cristianos, puede llegar a ser desconcertante para los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, ya que no encaja dentro de nuestra manera de expresarnos. Solemos referirnos a ser “salvos” o a la “salvación” como un hecho futuro más que como algo que ya se ha verificado.
Los buenos cristianos a menudo atribuyen diferentes significados a términos claves del Evangelio, tales como salvo o salvación. si respondemos de acuerdo con lo que el interlocutor probablemente quiere decir al preguntarnos si hemos sido “salvos”, la respuesta debe ser “sí”. Si contestamos de acuerdo con los varios significados que damos a las palabras salvo o salvación, la respuesta seguirá siendo “sí” o “sí, pero con ciertas condiciones”.
I.
Según entiendo lo que quieren decir los buenos cristianos que se expresan en estos términos, somos “salvos” cuando declaramos o confesamos sinceramente que hemos aceptado a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador personal. Este significado se basa en las palabras que el apóstol Pablo enseñó a los cristianos de su época:
“… si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.
“Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:910).
Para los Santos de los Últimos Días, las palabras “salvo” y “salvación” dentro de esta enseñanza significan una relación actual de convenio con Jesucristo que le permite a uno ser salvo de las consecuencias del pecado, si somos obedientes. Todo Santo de los Últimos Días que sea sincero, es “salvo” conforme a este significado. Hemos sido convertidos al Evangelio restaurado de Jesucristo, hemos pasado por las experiencias del arrepentimiento y del bautismo y renovamos nuestros convenios bautismales al participar de la Santa Cena.
II.
En el uso que hacen los Santos de los Ultimos Días de las palabras “salvo” y “salvación”, existen, por lo menos, seis significados diferentes. Según algunos de ellos, nuestra salvación está garantizada; ya hemos sido salvos. Según otros, debemos hablar de la salvación dentro del contexto de un acontecimiento futuro (por ejemplo 1 Corintios 5:5) o como algo sujeto a algo que acontecerá más adelante (por ejemplo Marcos 13:13). Pero en todos estos significados o clases de salvación, ésta se logra en Jesucristo y por medio de El.
Primero, a todos los seres mortales se nos ha salvado de la permanencia de la muerte por medio de la resurrección de Jesucristo. “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22).
En cuanto a salvarnos del pecado y de sus consecuencias, nuestra respuesta a la pregunta de si hemos sido salvos o no es “sí, pero con ciertas condiciones”. Nuestro tercer Artículo de Fe declara nuestro credo:
“Creemos que por la Expiación de Cristo, todo el género humano puede salvarse, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio” (Artículo de Fe N° 3).
Muchos versículos de la Biblia afirman que Jesús vino a quitar el pecado del mundo (por ejemplo Juan 1:29; Mateo 26:28). En el Nuevo Testamento a menudo se hace referencia a la gracia de Dios y a la salvación por la gracia (por ejemplo Juan 1:17; Hechos 15: 11; Efesios 2:8). Pero también menciona muchos mandamientos específicos sobre la conducta personal y sobre la importancia de las obras (por ejemplo Mateo 5:16; Efesios 2:10; Santiago 2:14-17). Además de ello, el Salvador enseñó que debemos perseverar hasta el fin para ser salvos (véase Mateo 10:22; Marcos 13:13).
Basados en todas las enseñanzas de la Biblia y en las aclaraciones recibidas por medio de las revelaciones modernas, testificamos que el quedar limpios del pecado mediante la expiación de Cristo está condicionado a la fe del pecador, la cual debe manifestarse mediante la obediencia al mandato del Señor de arrepentirse, bautizarse y recibir el Espíritu Santo (véase Hechos 2:37-38). “De cierto, de cierto te digo”, enseñó Jesús, “que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5; véase también Marcos 16:16; Hechos 2:37-38). Los creyentes que han pasado por este renacimiento requerido bajo las manos de aquellos que tienen la debida autoridad ya se han salvado del pecado condicionalmente, pero no serán salvos definitivamente en tanto no completen su prueba terrenal en conjunto con el proceso continuo que se requiere de ellos del arrepentimiento, la fidelidad, el servicio y la perseverancia hasta el fin.
Algunos cristianos acusan a los Santos de los Últimos Días que responden de esta manera, de negar la gracia de Dios, al afirmar que pueden obtener su propia salvación. Respondemos a tal acusación con las palabras de los profetas del Libro de Mormón. Nefi enseñó: “Porque nosotros trabajamos diligentemente … a fin de persuadir a nuestros hijos … a creer en Cristo y a reconciliarse con Dios; pues sabemos que es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos” (2 Nefi 25:23). Y ¿qué es “cuanto podamos”? Por cierto que comprende el arrepentimiento (véase Alma 24:11) y el bautismo, guardar los mandamientos y perseverar hasta el fin. Moroni suplicó: “Sí, venid a Cristo, y perfeccionaos en él, y absteneos de toda impiedad, y si os abstenéis de toda impiedad, y amáis a Dios con toda vuestra alma, mente y fuerza, entonces su gracia os es suficiente, para que por su gracia seáis perfectos en Cristo …” (Moroni 10:32).
No nos salvamos en nuestros pecados; en otras palabras, no somos salvos incondicionalmente al confesar a Cristo y después, por naturaleza, cometer pecados a lo largo de la vida (véase Alma 11:36-37). Somos salvos de nuestros pecados (véase Helamán 5:10) por medio de una renovación semanal de nuestro arrepentimiento y purificación a través de la gracia de Dios y de Su bendito plan de salvación (véase 3 Nefi 9:20-22) .
La pregunta de si una persona es salva, a menudo se formula en el sentido de si esa persona ha “vuelto a nacer”. El “volver a nacer” es una referencia familiar de la Biblia y del Libro de Mormón. Como dije antes, Jesús enseñó que a menos que un hombre “naciere de nuevo” (Juan 3:3), de agua y del Espíritu, no podrá entrar en el reino de Dios (véase Juan 3:5). El Libro de Mormón contiene muchas enseñanzas sobre la necesidad de “nacer otra vez” o “nacer de Dios” (véase Mosíah 27 24 26; Alma 36:24, 26; Moisés 6:59). Según entendemos estos pasajes, la respuesta que damos a la pregunta de si hemos nacido de nuevo es un contundente “sí”. Lo hicimos cuando entramos en una relación de convenio con nuestro Salvador al nacer de agua y del Espíritu y al tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo. Y ese renacimiento lo podemos renovar todos los días de reposo al participar de la Santa Cena.
Los Santos de los Ultimos Días afirmamos que aquellos que han vuelto a nacer de esta manera son engendrados hijos e hijas espirituales de Jesucristo (véase Mosíah 5:7; 15:9-13; 27:25). Sin embargo, a fin de recibir la plenitud de las bendiciones de esta condición de volver a nacer, debemos seguir honrando nuestros convenios y perseverar hasta el fin. Mientras tanto, mediante la gracia de Dios, hemos vuelto a nacer como nuevas criaturas con una nueva paternidad espiritual y las perspectivas de una herencia gloriosa.
Otro significado de salvarnos es el ser salvos de las tinieblas debido a la falta de conocimiento que se pueda tener respecto de Dios el Padre y de Su Hijo Jesucristo, del propósito de la vida y del destino del hombre y de la mujer. El Evangelio que nos es dado a conocer por medio de las enseñanzas de Jesucristo nos brinda este tipo de salvación. “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12; véase también Juan 12:46).
Para los Santos de los Últimos Días, el ser “salvos” también puede querer decir ser salvos o rescatados de la segunda muerte (o sea la muerte espiritual final) gracias a la seguridad de un reino de gloria en el mundo venidero (véase 1 Corintios 15:40-42). Así como la Resurrección es universal, afirmamos que todo ser que haya vivido sobre la faz de la tierra-a excepción de unos pocos- tienen asegurada la salvación en este sentido. Como leemos en la revelación moderna:
“Y éste es el evangelio, las buenas nuevas …
“Que vino al mundo, sí, Jesús, para ser crucificado por el mundo y para llevar los pecados del mundo, y para santificarlo y limpiarlo de toda iniquidad;
“para que por medio de él fuesen salvos todos aquellos a quienes el Padre había puesto en su poder y había hecho mediante él;
“y él glorifica al Padre y salva todas las obras de sus manos, menos a esos hijos de perdición que niegan al Hijo después que el Padre lo ha revelado” (D. y C. 76:40-43; cursiva agregada) .
El profeta Brigham Young enseñó esa doctrina cuando declaró que “toda persona que no pierda el día de gracia por causa del pecado ni se convierta en uno de los ángeles del Diablo será levantada para heredar un reino de gloria” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Brigham Young, 1997, pág. 302). Este significado de la palabra “salvo” ennoblece a la totalidad de la raza humana por medio de la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. En este sentido del término, todos deberíamos responder: “Sí, he sido salvo. ¡Gloria a Dios por el Evangelio y el don y la gracia de Su Hijo!”.
Por último, en otro contexto familiar y singular entre los Santos de los Ultimos Días, los términos salvo y salvación se emplean también para denotar la exaltación o vida eterna (véase Abraham 2: 11) . Algunas veces se le llama a esto la “plenitud de la salvación” (véase Bruce R. McConkie, The Mortal Messiah, 4 tomos, 1979-1981, 1:242). Esta salvación requiere más que el arrepentimiento y el bautismo mediante la debida autoridad del sacerdocio. También requiere que se efectúen convenios sagrados, entre ellos el matrimonio eterno en los templos de Dios, así como el ser fieles a esos convenios mediante la perseverancia hasta el fin. Si usamos la palabra salvación para referirnos a “exaltación”, resultaría prematuro que una persona dijera que ha sido “salva” en la vida terrenal. Ese glorioso estado se alcanzará únicamente después del juicio final ante Aquel que es el Gran Juez de vivos y muertos.
Hice la sugerencia de que la sencilla respuesta a la pregunta de si un fiel miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ha sido salvo o ha nacido de nuevo, debe ser un ferviente “sí”. Nuestra relación de convenio con nuestro Salvador nos coloca en esa condición de ser “salvos” o “nacidos de nuevo” a la que se refieren quienes formulan la pregunta. Algunos profetas contemporáneos también han usado los términos “salvación” o “salvos” en ese mismo tiempo presente. El presidente Brigham Young declaró:
“La salvación presente y la presente influencia del Espíritu Santo es lo que necesitamos a diario para mantenernos en el estado de ser salvos …
“Yo quiero la salvación presente … La vida es para nosotros y es para que la recibamos hoy sin tener que esperar hasta el Milenio. Vivamos de tal manera que podamos ser salvos hoy” (Discourses of Brigham Young, selec. John A. Widtsoe, 1954, págs. 15-16). El presidente David O. McKay habló del Evangelio revelado de Jesucristo en el mismo tiempo presente de “salvación aquí; aquí y ahora” (Gospel Ideals, 1953, pág. 6).
III.
Habré de terminar analizando otra importante pregunta que se nos hace a los miembros y líderes de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días: “¿Por qué envían misioneros a predicar a otros cristianos?”. Algunas veces esto se pregunta con curiosidad y otras con resentimiento.
Mi experiencia más memorable con esa pregunta la tuve hace algunos años en la región que entonces conocíamos como la Europa soviética. Tras muchos años de hostilidad comunista hacia la religión, a esos países se les dio, en forma repentina y milagrosa, una cierta medida de libertad religiosa. Cuando esas puertas se abrieron, muchas denominaciones cristianas enviaron a sus misioneros. Como parte de nuestra preparación para esa empresa, la Primera Presidencia mandó a miembros del Quórum de los Doce Apóstoles a reunirse con dignatarios gubernamentales y religiosos de esas naciones. Nuestra asignación era presentarnos y explicar lo que harían nuestros misioneros.
El élder Russell M. Nelson y yo visitamos al líder de la Iglesia Ortodoxa de uno de esos países. Se trataba de un hombre que había contribuido a mantener viva la luz del cristianismo a lo largo de las obscuras décadas de represión comunista. Lo describí en mi diario como un hombre cálido y amable que me impresionó como un siervo del Señor. Menciono esto para que no vayan a pensar que había el más mínimo espíritu de arrogancia o animosidad en nuestra conversación de casi una hora. El encuentro fue agradable y cordial, pleno del espíritu de buena voluntad que siempre debe caracterizar las conversaciones entre hombres y mujeres que aman al Señor y procuran servirle, cada cual según su propio entendimiento.
Nuestro anfitrión nos habló de las actividades de su iglesia durante el período de represión comunista; describió las varias dificultades que su iglesia y su obra estaban experimentando al emerger de ese período y al tratar de recobrar su antigua posición en la vida del país y en el corazón de la gente. Después de presentarnos le hablamos de nuestras creencias básicas; explicamos que en poco tiempo habríamos de empezar a enviar misioneros a ese país y le expusimos cómo habrían ellos de llevar a cabo sus responsabilidades.
El preguntó: “¿Predicarán sus misioneros sólo a los no creyentes o tratarán de predicarles también a quienes creen?”. Le respondimos que nuestro mensaje era para todos: creyentes y no creyentes por igual. Le dijimos que existían dos razones fundamentales para ello: una basada en el principio y la otra en el aspecto práctico. Le explicamos que predicábamos tanto a creyentes como a no creyentes porque nuestro mensaje, el Evangelio restaurado, constituye un importante agregado al conocimiento, a la felicidad y a la paz de toda la humanidad. Desde el punto de vista práctico, predicamos a los creyentes así como a los no creyentes porque no podemos diferenciar entre los unos y los otros. Recuerdo que le pregunte a ese distinguido líder: “Cuando usted se pone de pie frente a una congregación y observa los rostros de la gente, ¿puede advertir alguna diferencia entre los que son creyentes y los que no lo son?”. Sonrió irónicamente y percibí una cierta admisión de su parte de que había comprendido mi observación.
Por medio de misioneros y miembros, el mensaje del Evangelio restaurado está llegando a todo el mundo. A quienes no son cristianos, testificamos de Cristo y compartimos las verdades y las ordenanzas de Su Evangelio restaurado. Con los cristianos hacemos lo mismo. Aun si un cristiano ha sido “salvo”, en el sentido familiar que hemos tratado antes, le enseñamos que aún queda más por aprender y por vivir. Como dijo recientemente el presidente Hinckley: “No discutimos ni debatimos. Simplemente les decimos: ‘Traigan todo lo bueno que ya poseen y veamos si podemos agregar algo más a ello’”(“The BYU Experience”, reunión espiritual en la Universidad Brigham Young, 4 de noviembre de 1997).
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días ofrece a todos los hijos de Dios la oportunidad de aprender la plenitud del Evangelio de Jesucristo tal cual fue restaurado en estos días postreros. Ofrecemos a todos el privilegio de recibir todas las ordenanzas de salvación y exaltación.
Invitamos a todos a escuchar este mensaje y extendemos una invitación a todos cuantos reciban un testimonio confirmatorio del Espíritu a que le presten atención. Estas cosas son verdaderas, lo testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.