1990–1999
Contemplad a Dios Y Vivid
Abril 1998


Contemplad a Dios Y Vivid

“Cada vez que nos inclinemos a sentirnos abrumados por los golpes de la vida, tenemos que recordar que otros han pasado las mismas pruebas, las han soportado y al cabo han logrado recuperarse”.

¿Han salido alguna vez de vacaciones con toda su familia? Si no lo han hecho aún, tendrán grandes sorpresas cuando lo hagan. Hace algunos años, mi esposa y yo, junto con nuestros hijos, sus cónyuges y nuestros nietos, fuimos a Disneylandia, en California. Una vez que entramos a ese famoso lugar, todo el grupo corrió hacia la atracción más nueva, “Gira por las estrellas”, donde nos sentamos en un cohete espacial simulado. De pronto, el vehículo entero comenzó a vibrar violentamente; creo que lo que anunció la voz mecánica fue que experimentaríamos una “gran turbulencia”. (Nunca he regresado a esa atracción, porque ya tengo toda la turbulencia que puedo soportar cuando viajo en avión de un lugar a otro para cumplir con mis responsabilidades.)

Después de recuperarnos por unos momentos, fuimos a otro de los juegos, llamado Splash Mountain (“La montaña de la zambullida”), donde tuvimos que ponernos en una larga línea para poder entrar. Por los altavoces se dejaba oír una canción popular que dice:

Zip-a-di du-da, zip-a-di-íah,

¡Oh, qué hermoso y magnífico día

Bajo la cálida luz del sol,

¡qué alegría, qué alegría!1

Después llegó el momento en que tuvimos que embarcarnos en un bote que nos iba a llevar por un canal en una caída casi vertical que provocó la gritería de todos los que iban a bordo del bote de adelante; luego pasamos por debajo de una cascada y nos deslizamos hasta una laguna artificial. Antes de que nos detuviéramos, noté un letrero que, declarando una profunda verdad, decía: “No puedes huir de los problemas; no hay lugar que esté tan alejado”.

No he olvidado esas palabras. No sólo se aplican a aquella atracción en Disneylandia, sino también a nuestra existencia terrenal.

La vida es una escuela de experiencias, una época de probación. Y vamos aprendiendo a medida que soportamos nuestras aflicciones y nuestras penas.

Al meditar en cuanto a las circunstancias que pueden sobrevenirnos a todos, como las enfermedades, los accidentes, la muerte y muchos otros problemas, bien podríamos decir junto con Job de la antigüedad: “… el hombre nace para la aflicción”2. Job era un “hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”3. Piadoso en su conducta, próspero en cuanto a fortuna, Job debió encarar una prueba que podría haber destrozado a cualquiera. Privado de sus posesiones, ridiculizado por sus amigos, afligido por los sufrimientos, quebrantado por la pérdida de su familia, lo instaron a maldecir a Dios y morir4. Pero él resistió esa tentación y desde la profundidad misma de su alma noble declaró: “Mas he aquí que en los cielos está mi testigo, y mi testimonio en las alturas”5. “Yo sé que mi Redentor vive”6. Job conservó la fe.

Podemos estar seguros de que jamás ha vivido persona alguna que haya estado completamente libre de sufrimientos y tribulación, y de que nunca ha habido un período en la historia de la humanidad en que no se padeciera disturbios, ruina y adversidad.

Cuando el sendero de la vida presenta una vuelta atroz, existe la tentación de preguntar: “¿Por qué me sucede a mí?”. El incriminarse a sí mismo es una tendencia común, aun cuando no hayamos tenido control alguno sobre las circunstancias que provocaron nuestra dificultad. A veces nos parece que estamos en un túnel oscuro sin divisar la salida o que no hay aurora que disipe la obscuridad de la noche. Nos sentimos rodeados por el dolor de corazones quebrantados, el desengaño de sueños destrozados y el desaliento de perdidas esperanzas. Y repetimos la plegaria bíblica: “¿No hay bálsamo en Galaad?”7. Nos creemos abandonados, descorazonados y solos.

A todo aquel que desespera, quiero ofrecerle la tranquilidad que encontramos en Salmos: “Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría”8.

Cada vez que nos inclinemos a sentirnos abrumados por los golpes de la vida, tenemos que recordar que otros han pasado las mismas pruebas, las han soportado y al cabo han logrado recuperarse.

Parece haber una provisión inacabable de problemas para muchos. Nuestro dilema es que con frecuencia esperamos soluciones instantáneas y nos olvidamos de que, generalmente, se nos requiere la virtud celestial de la paciencia.

¿Les resultan, acaso, familiares algunos de los siguientes problemas?:

  • Hijos con impedimentos.

  • El fallecimiento de un ser amado.

  • Pérdida del empleo.

  • Habilidades laborales “pasadas de moda”.

  • Un hijo o hija desobediente que se desvía.

  • Enfermedades mentales o emocionales.

  • Accidentes

  • Divorcio.

  • Maltrato.

  • Deudas en exceso.

La lista es interminable. En nuestro mundo actual suele manifestarse una tendencia a sentirnos separados, incluso aislados, del Donante de toda buena dádiva. Nos preocupa andar solos y nos preguntamos: “¿Qué podemos hacer?”. Lo que al fin nos proporciona consuelo es el Evangelio.

Del lecho de dolor, de la almohada empapada en lágrimas, nos levanta hacia los cielos esa divina aseveración y promesa hermosa que dice: “… no te dejaré, ni te desampararé”9.

Dicho consuelo es inapreciable a medida que recorremos el sendero de la vida terrenal con todas sus vueltas y confluencias. Es muy raro que esa tranquilidad se nos comunique con señales espectaculares o con voz de trueno. El lenguaje del Espíritu es más bien algo suave, apacible, que eleva el corazón y serena el alma.

A fin de no dudar del Señor en cuanto a nuestros problemas, recordemos que la sabiduría de Dios quizás parezca locura a los hombres; pero la lección más significativa que podemos aprender en la vida terrenal es que cuando Dios habla y el hombre obedece, ese hombre siempre estará en lo correcto.

La experiencia de Elías tisbita ilustra muy bien esta verdad. En medio de una terrible escasez de alimentos, de sequías, de la desesperanza causada por el hambre, los sufrimientos y quizás aun la muerte, “vino … a él palabra de Jehová, diciendo: Levántate, vete a Sarepta … y mora allí; he aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente”10.

Elías no dudó del Señor. “Entonces él se levantó y se fue a Sarepta. Y cuando llegó a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí recogiendo leña; y él la llamó, y le dijo: Te ruego que me traigas un poco de agua en un vaso, para que beba.

“Y yendo ella para traérsela, él la volvió a llamar, y le dijo: Te ruego que me traigas también un bocado de pan en tu mano.

“Y ella respondió: Vive Jehová tu Dios, que no tengo pan cocido; solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una vasija; y ahora recogía dos leños, para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo, para que lo comamos, y nos dejemos morir.

“Elías le dijo: No tengas temor; ve, haz como has dicho; pero hazme a mí primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo.

“Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra”11.

Ella no contradijo la improbable promesa.

“Entonces ella fue e hizo como le dijo Elías; y comió él, y ella, y su casa, muchos días. Y la harina de la tinaja no escaseó, ni el aceite de la vasija menguó, conforme a la palabra que Jehová había dicho por Elías”12.

Volvamos rápidamente las páginas de la historia hasta aquella noche tan especial en que los pastores velaban por sus rebaños y oyeron la santa anunciación: “… No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo:

“que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor”13.

Con el nacimiento del niño de Belén se manifestó un don maravilloso, un poder más fuerte que las armas, una riqueza más duradera que las monedas del César. La anhelada promesa predicha se había cumplido: el Cristo Niño había nacido.

Los sagrados registros revelan que el niño Jesús creció “en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres”14. Tiempo después, un modesto pasaje menciona que Él “anduvo haciendo bienes”15.

Desde Nazaret y a través de todas las generaciones nos ha llegado Su ejemplo excelente, Sus valiosas palabras, Sus actos divinos, que nos inspiran la paciencia para soportar las aflicciones, la fortaleza para resistir los pesares, el valor para encarar la muerte y la confianza para enfrentar la vida. En este mundo caótico, este mundo de problemas e incertidumbre, nunca hemos necesitado más desesperadamente la guía divina.

Las lecciones provenientes de Nazaret, de Capernaum, de Jerusalén y de Galilea trascienden las barreras de la distancia, el transcurso del tiempo y los límites del entendimiento al brindar luz y dirección al corazón afligido. Más adelante se encuentran el jardín de Getsemaní y la colina del Gólgota.

El relato bíblico nos revela: “Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro.

“Y tomando a Pedro [a Santiago y a Juan], comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera.

“Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo.

“Yendo un poco adelante se postró sobre su rostro, orando y diciendo.”16

“Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle.

“Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”17.

¡Qué sufrimiento, qué sacrificio, cuánta angustia debió padecer para expiar los pecados del mundo!

Para nuestro beneficio, una poetisa escribió:

En la juventud, cuando la tierra misma

un paraíso de dicha nos. parece,

con el alma alegre y el corazón leve

ni sombra ni pesar nos entristece,

velado allá a lo lejos, bajo el cielo,

no lo imaginamos, pero existe,

sí, un lugar al que todos entraremos,

un jardín llamado de Getsemaní.

Con sendas sombrías, arroyos extraños

cruzados por puentes de sueños truncados,

detrás de la broma de los tristes años,

allende las lágrimas que hemos derramado,

está el jardín que, aunque te propongas,

en tu camino no podrás evitar:

Todos los senderos que la vida tenga

por Getsemaní habrán de pasar18.

La misión terrenal del Salvador del mundo se acercaba a su fin. Adelante le esperaban la cruz del Calvario y los actos depravados de aquellos que estaban sedientos de la sangre del Hijo de Dios. Su divina respuesta fue una sencilla pero profundamente significativa oración: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”19.

Y así llegó el fin: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto”, el Gran Redentor murió20. Después, lo sepultaron en una tumba. En la mañana del tercer día, se levantó de ella y fue visto por Sus discípulos. Las palabras que han perdurado desde ese extraordinario acontecimiento a través de los anales del tiempo, y que traen consuelo, certidumbre, bálsamo y confirmación a nuestras almas fueron éstas: “No está aquí, pues ha resucitado”21. La resurrección pasó a ser una realidad para todos.

La semana pasada recibí de Laurence M. Hilton una carta rebosante de fe. Quisiera contarles este relato en cuanto a la superación de una tragedia personal con fe, “no dudando nada”.

En 1892, Thomas y Sarah Hilton, los abuelos de Laurence Hilton, fueron a Samoa donde, al llegar, el hermano Hilton fue apartado como presidente de misión. Habían llevado consigo a su pequeña hija, y allá, mientras cumplían la misión, les nacieron dos varoncitos. Trágicamente, los tres niños murieron en Samoa, y en 1895 los Hilton regresaron de su misión sin hijos.

David O. McKay era amigo de la familia y se sintió muy triste por tan lamentable pérdida. En 1921, como parte de una gira mundial para visitar a los miembros en muchas naciones, el élder McKay se detuvo en Samoa, acompañado por el élder Hugh J. Cannon. Antes de emprender el viaje, él le había prometido a la hermana Hilton, que a la sazón era viuda, que visitaría las tumbas de sus tres hijitos. Deseo leerles la carta que entonces le escribió desde Samoa:

“Querida hermana Hilton:

“El miércoles 18 de mayo de 1921, al caer sobre las palmeras los últimos rayos del sol de la tarde, un grupo de cinco personas permanecimos con la cabeza inclinada en el pequeño Cementerio de Fagali’i …

Estabamos allí, como recordará, respondiendo a la promesa que le hice antes de partir.

“Las tumbas con sus lápidas se encuentran bien preservadas … Le envío una copia de las notas que tomé allí… mientras contemplaba el pequeño terreno junto al muro de la piedra que lo rodea.

Janette Hilton

Nació: Sep. 10, 1891

Falleció: Jun. 4, 1892

“Descansa, querida Jennie”

George Emmett Hilton

Nació: Oct. 12, 1894

Falleció: Oct. 19, 1894

“Que tu sueño sea en paz”

Thomas Harold Hilton

Nació: Sep. 21, 1892

Falleció: Mar. 17, 1894

“Descansa al pie de la colina”

“Al contemplar esas tres pequeñas tumbas, traté de imaginar lo que usted debe de haber experimentado como madre aquí, en Samoa. Al pensar en ello, me pareció que las pequeñas lápidas eran un monumento, no sólo a las criaturitas que duermen allí, sino también a la fe y devoción de su madre hacia los principios eternos de verdad y vida. Sus tres pequeñitos, hermana Hilton, en elocuente y sincero silencio, continúan llevando a cabo la noble obra misional que ustedes comenzaron hace casi treinta años, y continuarán haciéndolo en tanto que existan manos bondadosas que cuiden su última morada terrenal”.

Manos amorosas sus ojos cerraron.

Manos amorosas sus manitos cruzaron

Anónimas manos sus tumbas adornan.

Muchos extraños les aman y honran.

“Tofa soifua [“adiós”, en samoano], David 0. McKay”

Este emotivo relato transmite al corazón apesadumbrado “la paz … que sobrepasa todo entendimiento”22. Nuestro Padre Celestial vive. Jesucristo, el Señor, es nuestro Salvador y Redentor. Él guió al profeta José Smith y hoy guía a Su Profeta, el presidente Gordon B. Hinckley. De su veracidad doy mi testimonio.

Ruego que podamos soportar bien nuestros pesares, sobrellevar nuestras cargas y enfrentar nuestros temores, tal como lo hizo nuestro Salvador. Yo sé que Él vive. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Gilbert, Ray, (C)1945, Walt Disney Music Gompany, traducción libre.

  2. Job 5:7.

  3. Job 1:1.

  4. Job 2:9.

  5. Job 16:19.

  6. Job 19:25.

  7. Jeremías 8:22.

  8. Salmos 30:5.

  9. Josué 1:5.

  10. I Reyes 17:8,9.

  11. I Reyes 17:10-14.

  12. I Reyes 17:15, 16.

  13. Lucas 2:10, 11.

  14. Lucas 2:52.

  15. Hechos 10:38.

  16. Mateo 26:36-39.

  17. Lucas 22:42-44.

  18. Elia Wheeler Wilcox, “Gethsemane”, en Sourcebook of Poetry, comp. Al Bryant 1968. pág. 435. traducción libre.

  19. Lucas 23:34.

  20. Lucas 23:46.

  21. Mateo 28:6.

  22. Filipenses 4:7.