La Sociedad de Socorro
“Hermanas, deben abandonar la idea de que sólo asisten a la Sociedad de Socorro y captar el sentimiento de que pertenecen a ella”.
Tengo el propósito de dar incondicional encomio y apoyo a la Sociedad de Socorro, de instar a todas las mujeres a unirse a ella y asistir a sus reuniones; y a los líderes del sacerdocio, de todos los oficios, a hacer cuanto esté de su parte para que la Sociedad de Socorro florezca.
La Sociedad de Socorro fue organizada por profetas y apóstoles que actuaron por inspiración divina, y de ellos recibió su nombre. Cuenta con una historia ilustre y siempre ha dispensado ánimo y sustento a los necesitados.
La tierna mano de la mujer brinda un toque sanador y un ánimo que la mano del hombre, por más nobles que sean sus intenciones, jamás podría imitar.
La Sociedad de Socorro inspira a la mujer y le enseña cómo adornar su vida con aquellas cosas que ella necesite: cosas que sean “bellas, o de buena reputación, o dignas de alabanza”1. La Primera Presidencia ha instado a las mujeres a participar activamente “puesto que en la obra de la Sociedad de Socorro hay valores intelectuales, culturales y espirituales que no se pueden encontrar en ninguna otra organización y que son suficientes para satisfacer las necesidades de todos sus miembros”2.
La Sociedad de Socorro guía a las madres para que encaminen a sus hijas y para que cultiven en su marido, en sus hijos y en sus hermanos la cortesía, el valor y todas las virtudes que son esenciales en un hombre digno. El progreso de la Sociedad de Socorro es tan valioso para los hambres y para los jóvenes como lo es para las mujeres y para las jovencitas.
Hace algunos años, mi esposa y yo nos encontrábamos en Checoslovaquia, en ese entonces una de las naciones detrás de la Cortina de Hierro. En aquella época no era fácil obtener visado, y tuvimos que tener mucho cuidado de no poner en riesgo la seguridad y el bienestar de nuestros miembros, que durante mucho tiempo habían luchado por mantener viva su fe en condiciones de opresión indescriptibles.
La reunión más memorable que tuvimos fue en una habitación del piso superior, a persianas cerradas. Aun cuando era de noche, las personas que asistieron llegaron a horas diferentes y de distintas direcciones, a fin de no llamar demasiado la atención.
Había presentes doce hermanas. Cantamos los himnos de Sión de antiguos himnarios-sin música- que habían sido impresos cincuenta años antes, y la lección de Vida Espiritual fue reverentemente enseñada de un manual hecho a mano. Las pocas páginas de materiales de la Iglesia que pudimos entregarles fueron escritas a máquina por las noches, doce copias en papel carbón a la vez, a fin de distribuirlas de la mejor manera posible entre los miembros.
A aquellas hermanas les dije que pertenecían a la más grande y, en todos los sentidos, la más grandiosa de todas las organizaciones de mujeres del mundo; y luego cité las palabras del profeta José Smith cuando fue organizada la Sociedad de Socorro: “Doy vuelta la llave en nombre de todas las mujeres”.
Esta sociedad está organizada “de acuerdo con vuestra naturaleza … Ahora os halláis en posición tal que podéis obrar de acuerdo con la compasión [que hay dentro de vosotras] …
“Si cumplís con estos privilegios, no se podrá impedir que os relacionéis con los ángeles …
“Si las hermanas de esta Sociedad obedecen los consejos del Dios Omnipotente, dados por medio de las autoridades de la Iglesia, tendréis el poder para dar órdenes a las reinas que hubiere en medio de vosotras”3.
El Espíritu estaba allí con nosotros. La encantadora hermana que había dirigido de una manera refinada y reverente, lloró sin disimulo.
Les dije que cuando regresáramos a los Estados Unidos yo tenía una asignación para hablar en una conferencia de la Sociedad de Socorro y les pregunté si querían que diera algún mensaje en su nombre. Varias de ellas escribieron notas; cada una de sus expresiones era una dádiva en vez de una solicitud. Nunca olvidaré lo que escribió una de ellas: “Un pequeño círculo de hermanas les hace llegar sus sentimientos y pensamientos a todas las hermanas, rogando que el Señor nos ayude a avanzar”.
Esas palabras, círculo de hermanas, me inspiraron. Podía verlas de pie formando un círculo que se extendía más allá de aquella habitación y abarcaba todo el mundo y capté la misma visión que tuvieron los apóstoles y los profetas antes que nosotros. La Sociedad de Socorro es algo más que un círculo ahora; es más bien un hermoso tapiz que cubre todos los continentes.
La Sociedad de Socorro trabaja bajo la dirección del Sacerdocio de Melquisedec, ya que “todas las otras autoridades u oficios de la Iglesia son dependencias de este sacerdocio”4; fue organizada “siguiendo el modelo del sacerdocio”5.
Es posible que ustedes, hermanas, se sorprendan al enterarse de que en los quórumes del sacerdocio rara vez se habla de las necesidades de los hombres. Ciertamente, éstas no les preocupan: ¡lo que se hace es analizar el Evangelio, el sacerdocio y la familia!
Si ustedes siguen ese mismo modelo, no tendrán motivos para preocuparse de las así llamadas “necesidades de la mujer”. Al dar la máxima prioridad a sus respectivas familias y al servir a su organización, todas las demás necesidades se verán satisfechas, toda negligencia desaparecerá, todo maltrato será corregido, ahora o en las eternidades.
Hay muchas causas de la comunidad que son dignas del apoyo que ustedes puedan ofrecer; existen otras que son incorrectas pues corroen los valores esenciales que brindan felicidad a una familia. No permitan que se les organice bajo ningún estandarte que no pueda, en verdad, satisfacer sus necesidades; no se aparten del curso establecido por la Presidencia General de la Sociedad de Socorro. Su propósito, claramente especificado, es llevar a Cristo a la mujer y a su familia.
Cuando era presidente de misión, asistí a una conferencia de la Sociedad de Socorro de la misión. Nuestra presidenta, una mujer que no hacía mucho se había convertido, anunció un cierto cambio de curso. Algunas de las Sociedades de Socorro locales se habían desviado un poco y ella las exhortó a apegarse más a las pautas establecidas por la Presidencia General de la organización.
Una de las hermanas de la congregación se puso de pie y en forma desafiante le dijo que no estaban dispuestas a seguir su consejo, alegando que ellas eran una excepción. Un tanto frustrada, ella se volvió hacia mí buscando apoyo. Yo no sabía qué hacer; no tenía interés en hacer frente a aquella hermana tan temible, así que le hice una seña para que continuara. Entonces, ¡vino la revelación!
Aquella encantadora presidenta de la Sociedad de Socorro, pequeña y algo incapacitada físicamente, dijo con amable firmeza: “Querida hermana, preferimos no tratar primero la excepción. Ante todo hablaremos de la regla y después veremos en cuanto a las excepciones”. El cambio de curso fue aceptado.
El consejo de aquella hermana es bueno para la Sociedad de Socorro, para el sacerdocio y para las familias; cuando fijen una regla e incluyan a la excepción en la misma frase, la excepción se aceptara primero.
Las Autoridades Generales saben que pertenecen a un quórum del Sacerdocio; sin embargo, muchas hermanas conciben la Sociedad de Socorro apenas como una clase a la que asistir. El mismo sentido de pertenecer a la Sociedad de Socorro, en vez de simplemente asistir a una clase, debe forjarse en el corazón de toda mujer. Hermanas, deben abandonar la idea de que sólo asisten a la Sociedad de Socorro y captar el sentimiento de que pertenecen a ella.
Por más poder y autoridad del sacerdocio que posea el hombre, por más sabiduría y experiencia que acumule, la seguridad de la familia, la integridad de la doctrina, las ordenanzas, los convenios y, por cierto, el futuro de la Iglesia, descansan igualmente sobre los hombros de la mujer. Las defensas del hogar y de la familia se ven grandemente reforzadas cuando la esposa, la madre, y las hijas pertenecen a la Sociedad de Socorro.
Ningún hombre recibe la plenitud del sacerdocio sin una mujer a su lado, pues ninguno, dijo el Profeta, puede obtener la plenitud del sacerdocio fuera del templo del Señor 6. Y ella está allí, a su lado, en ese sagrado lugar; ella tiene participación en todo cuanto él reciba. El hombre y la mujer reciben individualmente las ordenanzas comprendidas en la investidura, pero el hombre no puede ascender a las ordenanzas más altas-las del sellamiento-sin la mujer a su lado. Ningún hombre logra el estado exaltado de padre a menos que sea por medio del don de su esposa.
En el hogar y en la Iglesia se debe valorar a las hermanas por su naturaleza misma. Cuídense de no caer inadvertidamente en influencias y actividades que tiendan a borrar las diferencias que la naturaleza ha establecido entre el hombre y la mujer. Es mucho lo que un esposo y padre puede hacer dentro de las tareas que generalmente se suponen son el trabajo de la mujer. Por otro lado, una esposa y madre también puede hacer, especialmente en momentos de necesidad, muchas de las cosas que usualmente encajan dentro de las responsabilidades del hombre, y todo ello sin poner en peligro sus funciones distintivas. Aun así, los líderes, y especialmente los padres, deben reconocer que existe una naturaleza terminantemente masculina y otra terminantemente femenina, esenciales para la estabilidad del hogar y la familia. Cualquier cosa que altere esas diferencias, las debilite o tienda a eliminarlas, corroe la familia y reduce la probabilidad de felicidad en todos y cada uno de sus miembros.
Existe una diferencia en la forma en que funciona el sacerdocio en el hogar en comparación con la forma en que funciona en la Iglesia. En la Iglesia nuestro servicio se efectúa por llamamiento, mientras que en el hogar el servicio es electivo. Un llamamiento en la Iglesia es generalmente temporario, pues llegara el momento del relevo; pero nuestro lugar en la familia, que se basa en una decisión personal, es para siempre.
En la Iglesia existe una definida línea de autoridad. Prestamos servicio donde nos hayan llamado a hacerlo aquellos que nos presiden.
El hogar se trata de una sociedad en la que marido y mujer están unidos por un mismo yugo, compartiendo decisiones y trabajando siempre juntos. Aun cuando el marido y padre tenga la responsabilidad de proporcionar un liderazgo digno e inspirado, su esposa no estará ni detrás ni delante de él, sino a su lado.
Las hermanas líderes de la Sociedad de Socorro, de las Mujeres Jóvenes y de la Primaria son todas miembros de los consejos de barrio y estaca; y hay entre ellas una unión que proviene de su condición de miembros de la Sociedad de Socorro. Si los líderes no toman en cuenta las contribuciones y la influencia de esas hermanas, en los consejos y en el hogar, la obra del sacerdocio en sí se verá limitada y se debilitará.
Ni los hermanos, que actúan como quórumes del sacerdocio, ni esas hermanas que integran los consejos, deben jamás perder de vista, ni siquiera por un breve instante, la idea de la enorme importancia del hogar.
Con el fin de satisfacer las necesidades del creciente número de familias disfuncionales, la Iglesia ofrece influencia y actividades para compensar lo que falta en tales hogares.
Los líderes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares, y especialmente los padres, deben emplear la prudencia basada en la inspiración para asegurarse de que esas actividades no impongan una carga demasiado pesada de tiempo ni de dinero, tanto para los líderes como para los miembros. Si se impone esa carga, ambos elementos escasean y se complica en extremo la capacidad de los padres de influir positivamente en sus hijos. Tengan mucho cuidado de sostener y de apoyar el hogar en vez de substituirlo.
En esos momentos en que los padres se sienten sofocados por no poder hacerlo todo, deben tomar decisiones prudentes e inspiradas con respecto a cuántas actividades fuera del hogar serían provechosas para su familia. Al tratar este asunto en las reuniones de consejo, los líderes del sacerdocio deben prestar detenida atención a las opiniones de las hermanas, las madres.
Las Sociedades de Socorro firmes pueden surtir un efecto preventivo y curativo en madres e hijas, en quienes crían solas a sus hijos, en las hermanas solteras, en las ancianas y endebles.
Ustedes, hermanas, que son llamadas a servir en la Primaria o en las Mujeres Jóvenes, es posible que pierdan la clase de la Sociedad de Socorro, pero no pierden realmente la Sociedad de Socorro en sí, puesto que son miembros de ella. Muchos hermanos prestan servicio en el Sacerdocio Aarónico y no pueden asistir a las reuniones de su propio quórum. No se sientan abandonadas y nunca se quejen de ese servicio desinteresado.
Primero vimos a nuestros hijos y ahora vemos a nuestros nietos aceptar un trabajo o ir a estudiar en un lugar alejado de la familia. Llevan consigo a uno o dos hijos pequeños y casi nada de valor material con lo cual establecer un hogar.
¡De cuánto consuelo es saber que, vayan a donde vayan, les aguarda una familia de miembros de la Iglesia! Desde el día que lleguen, él pertenecerá a un quórum del sacerdocio y ella a la Sociedad de Socorro. Allí ella encontrará una abuela-alguien a quien llamar en lugar de su propia madre-cuando la comida no le quede bien o para preguntar cómo puede saber si el bebé, que ha estado llorando todo el día, tiene algo de cuidado o no. Allí encontrará la firme y sabia mano de “abuelas” postizas, que le brindarán palabras de consuelo cuando la dolorosa enfermedad de añorar a los demás familiares se prolongue demasiado. La joven familia hallara seguridad: el marido en el quórum, la hermana en la Sociedad de Socorro; ambas organizaciones con la finalidad de afianzar a la familia eternamente.
Estas estrofas se cantan en la Sociedad de Socorro:
El Padre nos din la tarea sagrada
de amar, socorrer con fiel abnegación,
de hacer lo virtuoso, lo digno, lo bueno,
servir, alentar y tener compasión.
Cuán gloriosa es nuestra meta divina;
debemos lograrla con fe y afán.
Confiemos en la dirección de los cielos
y siempre vivamos conforme al plan.7
Y termino donde empecé: Tengo el propósito de ofrecer encomio y apoyo a la Sociedad de Socorro, de dar testimonio de que Jesús es el Cristo y que fue por inspiración que se organizó esta sociedad, e invoco una bendición sobre las hermanas que asisten a ella. En el nombre de Jesucristo. Amén