Nuevos Templos Para Proporcionar “Las Bendiciones Supremas” del Evangelio
“Que las ventanas de los cielos se abran y las bendiciones se derramen sobre nosotros como pueblo a medida que andemos delante del Señor con valentía y con fe a fin de llevar a cabo Su eterna obra”.
Desde mi asiento, he visto sentados en la primera fila de bancas del Tabernáculo a un grupo de indios otavaleños, de las sierras de Ecuador, y deseo expresar mi reconocimiento hacia esa gente maravillosa, a estos fieles Santos de los Últimos Días que han venido desde tan, tan lejos a participar junto con nosotros de esta conferencia. Hermanos y hermanas, les estoy muy agradecido.
En caso de que no sepan dónde se encuentra Otavalo, desde Quito deben cruzar el ecuador hasta llegar
a las aldeas que se encuentran sobre los cerros de las altas montañas de Ecuador; allí es donde reside esta gente pacífica y maravillosa.
Al terminar esta reunión grandiosa, la cual ha llegado a todas partes del país y allende los mares, con humildad y acción de gracias expreso mi más profundo agradecimiento a todas las personas que han participado en ella, incluso a quienes la han escuchado. La música ha sido maravillosa; las oraciones han sido inspiradoras; los discursos han sido preparados y dados bajo la inspiración del Espíritu Santo. Con corazones agradecidos, hemos disfrutado juntos. Ahora, al volver a casa, es nuestro deber y nuestra responsabilidad poner en práctica en nuestra vida diaria las verdades que hemos escuchado.
Para terminar, deseo hacer un anuncio. Como lo dije anteriormente, en estos últimos meses hemos estado viajando por muchos lugares donde residen miembros de la Iglesia. He estado con muchos que poseen muy poco en lo que respecta a bienes materiales, pero que tienen en el corazón una ardiente fe acerca de esta obra de los últimos días; aman a la Iglesia, aman el Evangelio y aman al Señor, y desean hacer Su voluntad. Ellos pagan su diezmo, por modesto que éste sea; hacen tremendos sacrificios para poder ir al templo, viajando días enteros en autobuses incómodos y en botes viejos, además de ahorrar dinero y privarse de muchas cosas para lograrlo.
Ellos necesitan templos más cerca: templos pequeños, hermosos y prácticos.
Por lo tanto, aprovecho la oportunidad para anunciar a toda la Iglesia un programa para construir de inmediato treinta templos más pequeños. Ellos estarán situados en Europa, en Asia, en Australia, en Fiji, en México, en América Central, en América del Sur y en Africa, así como también en los Estados Unidos y en Canadá, y poseerán todas las comodidades necesarias para efectuar las ordenanzas de la Casa del Señor.
Este será un proyecto extraordinario. Nada, ni siquiera parecido, se había intentado antes. Esos templos se agregarán a los diecisiete edificios que se encuentran en vías de construcción en Inglaterra; España; Ecuador; Bolivia; la República Dominicana ; Brasil ; Colombia ; Billings, Montana; Houston, Texas; Boston, Massachusetts; White Plains, Nueva York; Albuquerque, Nuevo México y los templos pequeños de Anchorage, Alaska; Monticello, Utah y Colonia Juárez, México. Con eso se alcanzará un total de cuarenta y siente templos nuevos además de los cincuenta y uno que se encuentran en funcionamiento. Pienso que sería una buena idea que agregáramos dos más con el fin de llegar a los cien para el fin del siglo, dado que se cumplirán dos mil años “… desde la venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo en la carne …” (D. y C. 20:1). En este programa estamos avanzando a una velocidad nunca vista antes.
En este momento no les voy a decir específicamente cuáles serán las ciudades. Se les notificará a los presidentes de estaca en cuanto se hayan conseguido los terrenos. Estoy seguro de que los miembros de la Iglesia van a preguntarse si algunos de esos templos se edificará en su ciudad.
Si las ordenanzas del templo son parte esencial del Evangelio restaurado, y yo les testifico que sí lo son, es entonces imprescindible que proporcionemos los medios para que puedan llevarse a cabo. Todo nuestro vasto esfuerzo de historia familiar está orientado hacia la obra del templo, y no tiene ningún otro propósito. Las ordenanzas del templo se convierten en las bendiciones supremas que la Iglesia tiene para ofrecer.
Sólo puedo agregar que, cuando esos treinta o treinta y dos templos se edifiquen, habrá más que les seguirán.
Que Dios bendiga a los fieles Santos de los Últimos Días; que a medida que vivan los mandamientos sean bendecidos; que todos seamos honrados e incluso generosos en el pago del diezmo y las ofrendas, y que las ventanas de los cielos se abran y las bendiciones se derramen sobre nosotros como pueblo a medida que andemos delante del Señor con valentía y con fe a fin de llevar a cabo Su eterna obra.
Me sentí profundamente conmovido por el discurso que pronunció el hermano Ronald Poelman acerca del diezmo. Él y yo vivíamos en el mismo barrio cuando éramos pequeños; teníamos el mismo obispo. Cuando éramos niños, pagábamos una pequeña cantidad de diezmo y yo les puedo testificar que el Señor nos ha bendecido a lo largo de los años. Puedo visualizar a su querida madre arrodillándose con su familia y suplicar al Señor, y agradecerle el gran privilegio que tenían de aportar de sus escasos bienes en obediencia a Su mandamiento.
Que haya paz, armonía y amor en nuestro hogar y en nuestra familia. Que el testimonio de la verdad viviente y sagrada de esta gran obra se refleje en nuestra vida. Que todos juntos nos regocijemos en alabanzas a El, de quien provienen todas las bendiciones, nuestro glorioso Líder y gran Redentor.
Esa es mi humilde oración, mis queridos hermanos y hermanas, al concluir esta gran, significativa e histórica conferencia. Que Dios nos ayude a ser Santos de los Últimos Días en la expresión más excelsa de la palabra; es mi humilde oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.