Hijos y discípulos
El Señor confía en Sus verdaderos discípulos. Él envía personas preparadas a Sus siervos preparados.
Todos los que hemos hecho el convenio bautismal hemos prometido enseñar el Evangelio a los demás1. A veces, el temor al rechazo o a ofender se levanta ante nosotros como un obstáculo imposible de vencer. Sin embargo, hay miembros que salvan esa barrera con facilidad. Los he observado con esmero en mis viajes. Les describiré a algunos de ellos.
El sábado es un día de mercado en todo el mundo. En los campos de Ghana, de Ecuador y de las Filipinas, innumerables personas llevan a la ciudad los productos de su granja y sus artesanías para venderlos, y conversan con las personas que conocen por el camino al igual que con las que están a su alrededor mientras esperan que les compren. Gran parte de la conversación gira alrededor de las dificultades de la vida, de salir de la pobreza y a veces de los peligros que existen.
Entre los que van por los caminos y los que están en el mercado hay Santos de los Últimos Días. Mucho de lo que conversen con las personas con las que entren en contacto ha de ser lo mismo en cualquier parte del mundo. “¿De dónde es usted?” “¿Es su hijo el que le acompaña?” “¿Cuántos hijos tiene?” Pero habrá algo diferente en los Santos de los Últimos Días que se manifestará tanto en su semblante como en lo que digan. Éstos prestan atención a su interlocutor con interés en las respuestas de éste a sus preguntas y con interés en la persona como tal.
Si la conversación dura más de unos cuantos minutos, seguramente se volverá a lo que más les importe a los dos. Tal vez hablen de lo que consideren que trae felicidad y de lo que trae tristeza, y, en seguida, de sus esperanzas para esta vida y para la venidera. El Santo de los Últimos Días hablará con serenidad de la esperanza. Podría suceder que la otra persona le preguntara: “¿Por qué tiene usted tanta paz?” “¿Cómo sabe lo que dice saber?”.
Entonces recibiría una serena respuesta. Quizá acerca de nuestro Padre Celestial y de Su Hijo Jesucristo que aparecieron al joven José Smith. O podría ser del ministerio de amor del Salvador resucitado, como se describe en el Libro de Mormón, a las personas comunes y corrientes que tenían fe en Él y que le amaban como nosotros le amamos.
Si ustedes oyeran una conversación de ese tipo, sobre asuntos espirituales, en el mercado o en la calle, podrían preguntarse: “¿Cómo podría yo hacer eso? ¿Cómo podría de forma más eficaz dar a conocer mi fe a los que todavía no sienten lo que yo siento?”. Ésta es una pregunta que nos corresponde hacernos a los que somos miembros de la Iglesia. Esta misma pregunta está en la mente de todo obispo y de todo presidente de rama de la Iglesia que ahora tiene la responsabilidad de dirigir la obra misional entre su gente. La respuesta a esa pregunta está en lo esencial de la siega o cosecha que vendrá.
He reflexionado detenidamente y con oración en algunos hermanos que son notablemente fieles y eficaces testigos del Salvador y de Su Iglesia. Sus ejemplos son inspiradores. Un hombre humilde fue llamado a ser el presidente de una pequeña rama. Había tan pocos miembros que no se imaginaba cómo podría ésta funcionar. Se dirigió a una floresta a orar. Le preguntó a Dios qué debía hacer. Recibió una respuesta. Tanto él como los pocos miembros con los que contaba comenzaron a invitar a amigos a las reuniones. Al cabo de un año, cientos de personas habían llegado a las aguas del bautismo y eran conciudadanas en la Iglesia del Señor.
Conozco a un señor que viaja casi todas las semanas debido a su trabajo. Es posible que casi todos los días haya misioneros en algún lugar del mundo enseñando a alguien que él haya conocido. Hay otro hombre que no se desalienta por el número de personas a las que debe hablar antes de hallar a alguna que desee que le enseñen los misioneros; no se preocupa por las veces que le rechacen, sino sólo por la felicidad de las personas cuyas vidas experimentan un cambio.
No hay un modelo exclusivo en lo que hacen, ni tampoco hay una técnica común. Algunos miembros siempre llevan un ejemplar del Libro de Mormón para regalar. Otros se fijan una fecha para encontrar a alguien a quien los misioneros enseñen. Y otros han preparado preguntas que hacen pensar a los demás en lo que más importa en la vida a una persona. Cada uno de esos miembros ha orado para saber qué hacer. Cada uno de ellos ha recibido una respuesta diferente, adecuada en particular a él y a las personas que conozca.
Pero todos ellos comparten algo en común: entienden por qué están aquí en la tierra y hacen lo que han sido inspirados a hacer debido a ese conocimiento. Para hacer lo que hemos de hacer, tendremos que volvernos como ellos en al menos dos aspectos: Primero, ellos saben que son los amados hijos de un amoroso Padre Celestial. Por eso, acuden a Él espontáneamente y a menudo en oración, y esperan recibir Su orientación personal. Obedecen con mansedumbre y humildad, como los hijos de un Padre perfecto. Él está cerca de ellos.
Segundo, son agradecidos discípulos de Jesucristo resucitado. Saben por sí mismos que la Expiación es auténtica y necesaria para todos. Saben que han quedado limpios por medio del bautismo efectuado por los que tienen autoridad para ello y por haber recibido el Espíritu Santo. Y por motivo de la paz que han experimentado, son como los hijos de Mosíah que estaban: “…deseosos de que la salvación fuese declarada a toda criatura, porque no podían soportar que alma humana alguna pereciera; sí, aun el solo pensamiento de que alma alguna tuviera que padecer un tormento sin fin los hacía estremecer y temblar”2.
Los que hablan con soltura y a menudo del Evangelio restaurado, valoran lo que éste ha significado para ellos y piensan con frecuencia en esa gran bendición. El recuerdo de la dádiva que han recibido les infunde el deseo de que otras personas la reciban. Han sentido el amor del Salvador y, para ellos, las siguientes palabras son su realidad diaria y de cada hora:
“En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.
“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”3.
Aun habiendo sentido ese amor, el verdadero discípulo a veces siente aprensión. El apóstol Juan habló claro en cuanto a eso: el temor se desvanecerá una vez que hayamos sido perfeccionados en el amor. Podemos orar para recibir esa dádiva de perfecto amor. Podemos rogar a Dios con confianza que nos haga sentir el amor del Salvador por nosotros y por todas las personas que conozcamos. Él nos amó a nosotros y a ellas lo suficiente para pagar el precio de todos nuestros pecados. Una cosa es creer eso, pero otra mucho más importante es que nuestros corazones cambien para sentir ese amor en todo momento. El mandamiento de orar para sentir el amor del Salvador también es una promesa. Presten atención:
“Por tanto, amados hermanos míos, si no tenéis caridad, no sois nada, porque la caridad nunca deja de ser. Allegaos, pues, a la caridad, que es mayor que todo, porque todas las cosas han de perecer;
“pero la caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre; y a quien la posea en el postrer día, le irá bien.
“Por consiguiente, amados hermanos míos, pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor que él ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo Jesucristo; para que lleguéis a ser hijos de Dios; para que cuando él aparezca, seamos semejantes a él, porque lo veremos tal como es; para que tengamos esta esperanza; para que seamos purificados así como él es puro”4.
El Señor confía en Sus verdaderos discípulos. Él envía personas preparadas a Sus siervos preparados. A ustedes les habrá ocurrido, como me ha ocurrido a mí, conocer a personas en circunstancias en las que, sin lugar a dudas, el llegar a conocerlas no fue por casualidad.
Tengo un amigo que ruega todos los días para conocer a alguien que esté preparado para recibir el Evangelio, y lleva consigo un ejemplar del Libro de Mormón. Hace poco, la noche antes de un viaje corto, resolvió no llevar el libro sino lo que llamamos una tarjeta de obsequio. Pero por la mañana, tuvo la impresión espiritual que le indicó: “Lleva un ejemplar del Libro de Mormón”. Y puso uno en su maletín.
Una dama que conocía se sentó junto a él en el avión, y él se preguntó: “¿Será ella la persona indicada?”. Al viajar la señora en el mismo avión que él en el vuelo de regreso, éste pensó: “¿Cómo sacaré a colación el Evangelio?”.
Pero sucedió que fue ella quien le dijo a él: “Usted paga diezmos en su Iglesia, ¿no es verdad?”. Él asintió. Ella añadió que por su parte también tendría que pagar diezmos en su Iglesia, pero que no lo hacía. Entonces prosiguió diciendo: “¿Qué es eso acerca del Libro de Mormón?”. Él le explicó que es Escritura, otro Testamento de Jesucristo, que fue traducido por el profeta José Smith. Puesto que ella se interesó, él buscó el ejemplar del libro en el maletín y le dijo: “Tuve la sensación de que debía traer este libro. Creo que es para usted”.
Ella comenzó a leerlo. Cuando se separaron, la dama le dijo: “Usted y yo vamos a tener que conversar más acerca de esto”. Lo que mi amigo no sabía, pero Dios sí sabía, era que ella andaba buscando una religión. Dios sabía que ella había observado a mi amigo y se había preguntado qué tendría la Iglesia de él que le hacía tan feliz. Dios sabía que ella le preguntaría acerca del Libro de Mormón y sabía también que estaría dispuesta a que le enseñaran los misioneros. Ella estaba preparada y mi amigo estaba preparado. También ustedes y yo podemos estarlo.
Su dignidad y sus deseos resplandecerán en su rostro y en sus ojos. Su entusiasmo por la Iglesia del Señor y Su obra se pondrán de manifiesto. Ustedes serán Sus discípulos veinticuatro horas al día en toda situación. No tendrán que reunir valentía para una sola y gran oportunidad de hablar del Evangelio a alguien y después no volver a hacerlo nunca más. El hecho de que la mayor parte de la gente no se interesa en el Evangelio restaurado tendrá poco o nada que ver con lo que ustedes hagan y digan. Hablar de lo que creen será parte de lo que ustedes son.
Mi padre era así. Era científico y daba conferencias en países de todo el mundo. Una vez leí una disertación que había dado en una gran convención científica, en la que hacía referencia a la Creación y al Creador en relación con su tema. Como sabía que pocas personas, si es que habría alguna, de aquel público compartirían su fe, le dije asombrado y admirado: “Papá, diste tu testimonio”. Él me miró sorprendido y me dijo: “¿Lo di?”.
Ni siquiera se había dado cuenta de que había sido valiente. Sencillamente dijo lo que sabía es verdadero. Cuando expresó su testimonio, aun los que lo habrán rechazado habrán entendido que no lo hacía en forma deliberada, sino simplemente porque ello era parte de él. Él siempre actuaba del mismo modo estuviese donde estuviese.
Ésa es la característica de todos los que son valientes y eficaces en dar a conocer el Evangelio. Se consideran hijos de un amoroso Padre Celestial que vive. Se consideran discípulos de Jesucristo. Para ellos no es un esfuerzo orar, pues lo hacen naturalmente; ni es un esfuerzo especial recordar al Salvador. El amor del Salvador por ellos y el de ellos por Él siempre los acompaña. Así son ellos y así es como se consideran a sí mismos y a los que los rodean.
Eso tal vez nos parezca que es pedir un gran cambio, pero podemos confiar en que éste se efectuará. Ese cambio se está produciendo en los miembros de toda la Iglesia en todas las naciones. Ésta es la grandiosa época que previeron los profetas desde la Creación. El Evangelio restaurado llegará a todas las naciones. El Salvador envió estas palabras al profeta José Smith:
“…he enviado a mi ángel para volar por en medio del cielo con el evangelio eterno, el cual ha aparecido a algunos y lo ha entregado al hombre, y se aparecerá a muchos que moran en la tierra.
“Y este evangelio será predicado a toda nación, y tribu, y lengua, y pueblo”5.
Ocurran los tumultos que ocurran, sabemos que Dios pondrá límites para cumplir Sus promesas. Él, no sólo los hombres, tiene el control final de las naciones y de los sucesos para permitir que Sus propósitos se cumplan. Entre todo pueblo y en toda nación, surgirán quienes sirvan con absoluta convicción de que son hijos de Dios y de que habrán llegado a ser purificados discípulos del Cristo resucitado en Su Iglesia.
Hace pocos años, dirigí la palabra a los misioneros del Centro de Capacitación de Japón. Les prometí entonces que se efectuaría un gran cambio en esa nación. Dije que habría un gran aumento de miembros que hablaran con entusiasmo de su testimonio del Evangelio restaurado a quienes conociesen. Lo que pensé entonces fue que la valentía para hablar del Evangelio provendría de una acrecentada admiración por la Iglesia en ese país. Ahora sé que el gran milagro, el potente cambio, se efectuaría en el corazón de los miembros y no en el mundo que los rodea.
Ellos y los miembros de la Iglesia de todo el mundo amarán, prestarán oídos, hablarán y testificarán debido al cambio que se efectuará en su corazón. Los obispos y los presidentes de rama los guiarán con el ejemplo. La siega de almas será abundante y estará a salvo en las manos del Señor6.
Para ser parte de ese milagro, no deben esperar a sentirse más cerca de nuestro Padre Celestial ni a estar seguros de haber sido purificados mediante la expiación de Jesucristo. Oren para tener la oportunidad de encontrar a personas que intuyan que podría haber algo mejor para ellas en la vida. Oren para saber qué hacer para ayudarlas. Sus oraciones serán contestadas. Conocerán a personas preparadas por el Señor. Descubrirán que sienten y que dicen cosas que excedan a su experiencia. Y entonces, andando el tiempo, sentirán que se van acercando más a su Padre Celestial y sentirán la purificación y el perdón que el Salvador promete a Sus testigos fieles. Y sentirán Su aprobación, sabiendo que habrán hecho lo que Él les ha solicitado, porque Él les ama y confía en ustedes.
Estoy agradecido por que vivo en esta época. Estoy agradecido por que sé que ustedes y yo somos amados hijos de nuestro glorificado Padre Celestial. Testifico que Jesús es el Cristo, que Él es mi Salvador y el de ustedes, y el Salvador de todas las personas que lleguen a conocer. El Padre y el Hijo vinieron al profeta José Smith. Las llaves del sacerdocio fueron restauradas y el último y gran recogimiento ha comenzado. Sé que eso es verdadero.
En el nombre de Jesucristo. Amén.