La preparación para el servicio misional
¡Cuán importante es que padre e hijo se esfuercen juntos en la preparación de los fundamentos de la misión!
En una conferencia de estaca reciente, un ex misionero habló sobre la preparación para el servicio misional. Usó una analogía en la que el padre le dice a su hijo: “Me dará gusto cuando juegues tu primer partido de baloncesto porque así vas a aprender a driblar y a encestar”. Comparó ese ejemplo con el de un padre que le dice a su hijo: “Me dará gusto cuando vayas a la misión porque así vas a aprender a ser una buena persona y a enseñar el Evangelio”. Al reflexionar en mi propia vida, esa analogía tuvo un impacto trascendental.
Cuando era niño, mi mayor anhelo era jugar al baloncesto. Por fortuna tuve un padre que quería ver la realización de los deseos de su hijo, así que papá y yo nos pasábamos horas en nuestra pequeña cocina practicando los fundamentos del pase y del drible. Además, yo solía escuchar los partidos de baloncesto universitario en la radio y soñar con la posibilidad de jugar algún día como estudiante universitario. En aquellos días, servir en una misión ni se me pasaba por la mente, y, como consecuencia, me esforcé muy poco por prepararme para la misión. A fin de asegurarse de que en mi vida hubiera cierto equilibrio, mi padre —que hacía años que no había tenido llamamiento en la Iglesia— aceptó el de ser mi maestro Scout. Siguió las instrucciones al pie de la letra y, gracias a su diligencia, algunos de mis amigos y yo logramos ser Scout águilas, el máximo grado del programa Scout. Ahora me doy cuenta de que el programa Scout es una excelente preparación misional.
Mi anhelo de la niñez se convirtió en realidad cuando logré ingresar en el equipo de baloncesto de la Universidad Utah State. Durante mi segundo año en dicha universidad, un ex misionero y yo nos hicimos amigos. Gracias a su ejemplo, empecé a observar a mis amigos y conocidos en la facultad, incluidos los del equipo de baloncesto, y me di cuenta de que las personas que yo más deseaba emular eran las que habían servido en una misión. Por medio de la guía amable y amorosa de mi buen amigo —y estoy seguro de que como resultado de las oraciones de mi madre y de su buen ejemplo— mis deseos cambiaron. Tras mi segundo año de universidad, recibí el llamamiento de servir en la Misión Canadá Occidental.
Llevaba tres meses de misionero cuando me pusieron de compañero de un misionero nuevo que venía de Idaho. Llevábamos apenas unos días juntos cuando me di cuenta de algo muy importante: mi nuevo compañero conocía el Evangelio, en tanto que yo sabía las charlas nada más. ¡Cuánto deseé haberme preparado para la misión con el mismo ahínco que me había preparado para ser jugador de baloncesto! Mi compañero se había preparado toda la vida para ir a la misión, lo que le permitió convertirse de inmediato en un valioso integrante del equipo. ¡Cuán importante es que padre e hijo se esfuercen juntos en la preparación de los fundamentos de la misión!
Me parece adecuado comparar el baloncesto con la obra misional. El baloncesto engloba no sólo el rato que se compite con otro equipo en la cancha, sino también las horas de entrenamiento y práctica. Por su parte, la gran obra de salvar almas no se limita a los dos años de servicio misional, sino que requiere años de vida recta y de preparación para estar a la par de las normas que permiten prestar servicio misional de tiempo completo.
El 11 de enero de 2003, como parte de una transmisión mundial de capacitación de líderes del sacerdocio, el presidente Gordon B. Hinckley dio instrucciones a los líderes del sacerdocio con respecto a la obra misional. Sus palabras nos han hecho reflexionar a todos sobre la responsabilidad individual que tenemos de compartir el Evangelio. El presidente Hinckley dijo: “Ha llegado la hora de elevar los niveles de aquellos a los que se llama a servir como embajadores del Señor Jesucristo en el mundo” (“El servicio misional”, Primera reunión mundial de capacitación de líderes, enero de 2003).
Nos conviene tener en cuenta dos aspectos relacionados con elevar los niveles de quienes prestarán servicio misional. El primero es la preparación de los jóvenes y de las señoritas desde una edad temprana. Dice una carta que mandó la Primera Presidencia referente a unas modificaciones en los programas de Hombres Jóvenes y Mujeres Jóvenes: “Al esforzarse los jóvenes por alcanzar esas metas, desarrollarán aptitudes y atributos que los guiarán al templo y los prepararán para una vida de servicio a sus familias y al Señor” (carta de la Primera Presidencia, 28 de septiembre de 2001). Presten minuciosa atención a las palabras: “desarrollarán aptitudes y atributos”. Como padres y líderes de los jóvenes, debemos ayudar a nuestra gente joven a distinguir tales aptitudes y atributos.
El segundo aspecto va vinculado a la dignidad personal, que es el resultado de guardar los mandamientos de Dios. Algunos hombres jóvenes han tenido la idea de que pueden violar los mandamientos, confesar sus pecados al obispo un año antes del momento en que piensan salir a la misión y luego ser dignos de prestar servicio. El proceso del arrepentimiento es mucho más que una proyectada confesión seguida de un periodo de espera. A menudo oímos al transgresor preguntar: “¿Cuánto tengo que esperar antes de ir a la misión?”. Recuerden que el arrepentimiento no consiste en esperar y nada más, ya que el Salvador dijo: “Y me ofreceréis como sacrificio un corazón quebrantado y un espíritu contrito. Y al que venga a mí con un corazón quebrantado y un espíritu contrito, lo bautizaré con fuego y con el Espíritu Santo…” (3 Nefi 9:20).
Éste es el momento de avivar la llama. El presidente Hinckley también dijo: “Sencillamente, no podemos permitir que los que no sean completamente dignos vayan al mundo a compartir las buenas nuevas del Evangelio” (Primera reunión mundial de capacitación de líderes, enero de 2003). Gracias a la declaración de la Primera Presidencia acerca de la obra misional, entendemos que existen ciertas transgresiones que eliminan para los jóvenes la posibilidad de prestar servicio misional (véase “Declaración en cuanto a la obra misional de la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles”, 11 de diciembre de 2002).
El presidente James E. Faust expresó: “En la vida debe haber ciertos elementos de carácter absoluto: cosas que nunca se deben hacer, líneas que nunca se deben cruzar, votos que nunca se deben quebrantar, palabras que nunca se deben pronunciar y pensamientos que nunca se deben retener” (“Integrity, the Mother of Many Virtues”, Ensign, mayo de 1982, pág. 48).
Se han elevado las normas para prestar servicio misional. “A aquellas personas que no puedan reunir los requisitos físicos, mentales y emocionales de la obra misional regular se les exonera honorablemente y no se les debe recomendar. Se les puede llamar a servir en otros llamamientos edificantes” (Declaración en cuanto a la obra misional de la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles, 11 de diciembre de 2002). Creemos que, si se siguen las pautas indicadas por la Primera Presidencia, habrá un aumento en el número de misioneros de tiempo completo dignos y preparados para servir.
En el mundo de los deportes a menudo surgen grandes atletas a quienes admiramos, y nos esforzamos por desarrollar las aptitudes que nos permitan ser como ellos. También en nuestra vida espiritual tenemos grandes ejemplos que seguir, entre los que figura como el más excelso el Señor y Salvador Jesucristo, que respondió a Tomás cuando éste le preguntó: “…¿cómo, pues, podemos saber el camino?” (Juan 14:5).
Las Escrituras atestiguan que “Jesús le dijo: Yo soy el camino…” (Juan 14:6). En 2 Nefi encontramos el siguiente pasaje: “Seguidme. Por tanto, mis amados hermanos, ¿podemos seguir a Jesús, a menos que estemos dispuestos a guardar los mandamientos del Padre?” (2 Nefi 31:10).
Mis jóvenes amigos, hay muchas personas que transitan “el camino” del Salvador, personas a las que ustedes pueden seguir como ejemplos en su preparación para el servicio misional. Esas personas se encuentran entre sus familiares, amigos y líderes de la Iglesia. Incluso hasta el día de hoy, considero que esos queridos amigos míos que me dieron el ejemplo apropiado de cómo seguir al Salvador son una de las mayores bendiciones que he recibido.
Es mi ruego que ustedes, hombres jóvenes, sean diligentes en seguir sus deseos rectos, que tengan éxito en todo lo que emprendan y que lleguen a ser, como dijo el élder M. Russell Ballard, “…la generación más grandiosa de misioneros que haya existido en la historia de la Iglesia” (“La generación más grandiosa de misioneros”, Liahona, noviembre de 2002, pág. 47).
Testifico que, tal como dijo el presidente Hinckley hace poco al hablar de la obra misional, “no existe una obra mayor ni más importante…” (Primera reunión mundial de capacitación de líderes, enero de 2003). En el nombre de Jesucristo. Amén.