Así son las cosas
Debemos lograr y mantener ciertas normas a fin de participar en los eventos espirituales más importantes de la vida.
Buenas noches. Me encanta reunirme con los poseedores del sacerdocio de Dios y disfruto del espíritu de amor y hermandad mundial que compartimos y valoramos. Se siente un espíritu especial por la expectativa de recibir instrucciones respecto a las partes claras y preciosas del Evangelio de Jesucristo.
Esta noche mis comentarios van dirigidos a los hombres jóvenes de la Iglesia. Los demás pueden escuchar si lo desean.
Durante la pasada temporada navideña, el locutor noticioso Walter Cronkite participó en el concierto navideño del Coro del Tabernáculo y de la Orquesta de la Manzana del Templo. “Él pasó 19 años como presentador del informativo de televisión CBS Evening New, y se ganó la reputación de ser ‘el hombre más confiable de los Estados Unidos’”1. Cuando se le preguntó cómo quería que se le recordara, respondió: “Como un hombre que hizo lo mejor que pudo”2. Durante el transcurso de su distinguida carrera, el Sr. Cronkite terminó cada reportaje con la frase: “Y así son las cosas”. Esta noche, vamos a hablar de las cosas como son.
Hace poco, en una conferencia de estaca, el presidente de estaca me relató que cuando le preguntó a su hijo cuál había sido el tema de una charla fogonera reciente, el joven le respondió: “Elevar el nivel”. Después le comentó a su padre que estaba cansado del tema, porque últimamente era lo que se trataba en todas las clases y reuniones. Lo primero que pensé fue: “¡Qué bien! El mensaje del profeta se está analizando, escuchando y obedeciendo”. Pero enseguida pensé en lo que sentía ese joven acerca de los recordatorios repetitivos, los cuales pueden irritarnos cuando estamos poniendo nuestro mejor esfuerzo.
De joven, yo solía no escuchar el recordatorio repetitivo de mi madre: “David, recuerda quién eres”. Esa frase siempre provocaba comentarios interesantes por parte de mis amigos. También me irritaba que mi padre señalara una y otra vez la casa del presidente George Albert Smith cada vez que pasábamos por la calle 13 Este, en Salt Lake City, y me recordara que allí vivía un profeta de Dios que me amaba. Hoy me siento muy agradecido por esos recordatorios repetitivos.
La frase “elevar el nivel” se utiliza para indicar el esfuerzo por alcanzar un nivel de desempeño más alto. El uso de esa frase puede ayudarnos a describir por qué es vital responder a lo que el presidente Hinckley nos pidió que hiciéramos en la última conferencia, cuando dijo: “Espero que nuestros jóvenes y jovencitas acepten el desafío que [el élder Ballard] les ha hecho. Debemos aumentar la dignidad y los requisitos de quienes van al mundo como embajadores del Señor Jesucristo”3.
Hace un año tuvimos en Salt Lake City unas maravillosas Olimpíadas de Invierno. Para competir en la mayoría de los eventos olímpicos, los atletas deben alcanzar un nivel mínimo de desempeño. Nuestra vida es similar a la clasificación para las Olimpíadas, ya que debemos lograr y mantener ciertas normas a fin de participar en los eventos espirituales más importantes de la vida. Los atletas que compiten a nivel mundial llevan una disciplina diaria, y dominan las habilidades que se exigen para su deporte. Sólo así pueden clasificar y participar en la competencia. Y así son las cosas.
Jóvenes, si quieren ser de clase mundial y clasificar para participar en los eventos más importantes de la vida, como las ordenaciones en el sacerdocio, las bendiciones del templo y el servicio misional, también ustedes tendrán que desarrollar una disciplina diaria de honradez, virtud, estudio y oración. Y así son las cosas.
Los deportistas olímpicos conocen y entienden las reglas que gobiernan su deporte. Si se rompen las reglas, se reciben severos castigos, incluso la descalificación. En las últimas Olimpíadas, los que quebrantaron las reglas relacionadas con drogas que mejoran el desempeño perdieron sus medallas. Uno de los castigos más severos para un atleta ocurre en el golf. El jugador queda descalificado simplemente por anotar una puntuación incorrecta para cualquiera de los 18 hoyos. No hay ninguna tolerancia. No importa si el error beneficia o perjudica al jugador, el castigo es el mismo: la descalificación.
Después de más de 50 años, aún puedo escuchar las palabras del oficial de un torneo decir, “Lo siento, joven. Tenemos que descalificarlo por firmar una tarjeta incorrecta”. Eso ocurrió porque le mencioné al oficial que tenía que corregir la puntuación en mi tarjeta. Durante semanas me pregunté: “¿Por qué no te quedaste callado? Además, fue un error inocente. La puntuación total era correcta”. Aunque mi desempeño era lo suficientemente bueno para ser uno de los ganadores, salí del torneo con las manos vacías. Y así son las cosas.
Mis jóvenes amigos, las reglas son importantes, incluso vitales. En la vida también hay castigos, incluso hasta la descalificación, si se quebrantan las reglas. Nuestra participación en los eventos importantes de la vida puede peligrar si no obedecemos los mandamientos de nuestro Padre Celestial. Si en nuestra vida hay pecado sexual, drogas ilegales, desobediencia civil, abuso o maltrato, podríamos quedar en la línea de banda en los momentos claves. Conviene considerar las reglas como restricciones de seguridad y no como cadenas que atan. La obediencia genera fuerza. Y así son las cosas.
En 1834, el profeta José Smith escribió: “El mes de noviembre fue el más ocupado para mí, pero como mi vida se compone de actividad y esfuerzo persistentes, me puse esta regla: Cuando el Señor lo manda, hazlo”4.
Para algunas personas, el deporte es un negocio. La diferencia entre ganar y perder representa una gran suma de dinero. Los atletas contratan a agentes para que manejen sus asuntos de negocios. Los agentes, preparadores físicos, entrenadores y directores técnicos ayudan al atleta a mejorar su desempeño.
Nuestro Padre Celestial ha proporcionado a sus preciosos hijos jóvenes un excelente equipo de apoyo, mejor que el de un atleta. Nuestros padres son agentes magníficos. Ellos velan por nuestros intereses. No sólo están interesados en nosotros, sino que, en virtud de que nos aman, son también excelentes asesores.
Al enseñar a los colosenses, el apóstol Pablo dijo: “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor” (Colosenses 3:20). Además de nuestros padres, piensen en la gran red de apoyo que se nos ha dado para mejorar nuestro desempeño espiritual. Nuestros obispos sirven como entrenadores espirituales, y usan las sagradas llaves del sacerdocio para bendecirnos. Los maestros de seminario, asesores de quórumes, y maestros orientadores integran el equipo de apoyo que ha formado el Señor para ayudar a prepararnos para los grandes partidos de la vida. Si ustedes siguen y obedecen a esas personas, su desempeño mejorará constantemente. Cuando el Señor lo mande, háganlo. Y así son las cosas.
Algo que marca la diferencia entre lo bueno y lo sobresaliente es lo que los psicólogos del deporte llaman la “concentración”. Los competidores que hacen caso omiso de lo que no es importante y ponen total atención en lo que es vital logran mejorar el desempeño. La concentración es un factor vital del éxito.
Escuché una conversación entre el gran golfista Arnold Palmer y un joven cadi [muchacho que lleva los palos de golf] que le ayudaba por primera vez. El cadi, entregándole al Sr. Palmer su palo, le dijo que la distancia hasta la bandera era de unos 51 metros, que había un arroyuelo que no se percibía a mano izquierda y un trecho largo y traicionero de terreno escabroso a mano derecha. De manera amable pero firme, el Sr. Palmer recordó al joven que la única información que requería era la distancia hasta el hoyo, y le indicó que no quería perder la concentración preocupándose por lo que hubiera a mano derecha o izquierda.
Es fácil perder de vista los objetivos realmente importantes de la vida. Hay muchas distracciones. Algunos luchan por mantenerse a flote en los arroyuelos a mano izquierda, y para otros el largo y traicionero terreno escabroso a mano derecha es insuperable. Hallamos seguridad y éxito cuando nos concentramos en las oportunidades importantes que hallamos al mandar la pelota justo por el centro: el avance en el sacerdocio, el ser dignos de ir al templo y el servicio misional. Y así son las cosas.
Ruego que nuestro Padre Celestial les bendiga a cada uno. Testifico que Jesús es el Cristo, que Él vive y que Su amor por nosotros es incondicional. Estoy agradecido por un gran profeta que nos ayuda a entender que cuando el Señor manda, debemos hacerlo, porque así son las cosas, en el nombre de nuestro Salvador y Redentor Jesucristo. Amén.