El perdón transformará el resentimiento en amor
El perdonar significa que los problemas del pasado no marcarán más nuestro destino y podremos concentrarnos en el futuro con el amor de Dios en el corazón.
Es algo maravilloso ver los dones del Espíritu que el Señor ha concedido al élder Nelson. Sus talentos serán una bendición no sólo para la Iglesia, sino para el mundo entero.
Hoy quisiera hablar en cuanto al perdón.
Me crié en un pequeño pueblo agrícola donde el agua era el elemento vital de la comunidad. Recuerdo a la gente de la localidad que constantemente estaba alerta, que se preocupaba y oraba por lluvia, por los derechos de irrigación y por el agua en general. En ocasiones mis hijos me hacen bromas y me dicen que nunca han conocido a nadie que se preocupe tanto por la lluvia. Les contesto que supongo que tienen razón porque donde me crié, la lluvia era más que una preocupación, ¡era un asunto de supervivencia!
Bajo el estrés y la tensión de aquel clima, a veces la gente no siempre se comportaba como era de esperar. En ocasiones, los vecinos discutían si alguno de los granjeros utilizaba más agua de la que le correspondía. Así fue como comenzó el problema entre dos hombres que vivían cerca de nuestro campo de pastoreo, a los que llamaré Chet y Walt. Esos dos vecinos empezaron a pelear por el agua de la acequia de irrigación que compartían. Al principio fue algo sin malicia alguna, pero, con el correr de los años, los dos hombres permitieron que sus desacuerdos se convirtieran en resentimientos y luego en fuertes discusiones, hasta llegar a las amenazas.
Una mañana de julio, ambos pensaron que les faltaba más agua; fueron hasta la acequia para ver qué había sucedido, cada uno pensando que el otro le había robado el agua que le correspondía. Llegaron a la compuerta al mismo tiempo, se empezaron a insultar y luego a reñir. Walt era corpulento y macizo; Chet era de baja estatura, fuerte y tenaz. Al caldearse los ánimos, empezaron a utilizar como armas las palas que llevaban y accidentalmente Walt le pegó a Chet en un ojo, dejándolo tuerto.
Pasaron los meses y los años y Chet no podía perdonar ni olvidar. La cólera que sentía por haber perdido el ojo se hacía más grande y su odio se intensificaba en su interior. Un día, Chet fue al granero, tomó el rifle del estante, montó su caballo y se dirigió hacia la compuerta de la acequia; hizo un dique para desviar el agua del canal que pasaba por los campos de Walt; sabía que pronto aquél iría a ver lo que sucedía. Chet se escondió detrás de unos arbustos y esperó. Cuando Walt apareció, Chet le disparó y lo mató; luego montó su caballo, se dirigió a casa y llamó a la policía para informarles que acababa de matar a Walt.
A mi padre se le pidió formar parte del jurado que juzgó a Chet por asesinato, pero él mismo se descalificó porque era amigo de ambos hombres y sus familias por mucho tiempo. Chet fue juzgado y declarado culpable de asesinato y sentenciado a cadena perpetua.
Después de muchos años, la esposa de Chet fue a ver a mi padre y le preguntó si estaría dispuesto a firmar una solicitud, dirigida al gobernador, en la que se pedía clemencia para su esposo, cuyo estado de salud se había deteriorado después de haber estado tantos años en la penitenciaría estatal. Papá firmó la petición. Unas noches más tarde, dos de los hijos mayores de Walt llegaron a nuestra casa muy enojados. Dijeron que debido a que mi padre había firmado la solicitud, muchos otros también lo habían hecho. Le pidieron a mi padre que retirara su nombre de la petición, pero él se negó. Él sabía que Chet estaba muy débil y enfermo; había sufrido muchos años en la cárcel por ese crimen cometido en un arrebato de ira. Él quería que Chet tuviera un funeral decente y lo enterraran junto a su familia.
Los hijos de Walt se encendieron de furor y dijeron: “Si lo dejan libre, nos aseguraremos de que algo le pase tanto a él como a su familia”.
Finalmente, Chet fue puesto en libertad y se le permitió ir a casa y morir junto a sus familiares. Por suerte, no hubo más violencia entre las familias. A menudo mi padre lamentaba cuán trágico fue que Chet y Walt, esos vecinos y amigos de la infancia, hubiesen permitido que la ira destrozara sus vidas. Qué tragedia que la ira del momento aumentara hasta quedar fuera de control —llegando finalmente a apoderarse de la vida de ambos hombres— simplemente porque dos hombres no pudieron perdonarse debido al supuesto mal manejo de un poco de agua de irrigación.
El Salvador dijo: “Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino”1; y de ese modo nos manda resolver nuestros desacuerdos lo más pronto posible, a no ser que la ira del momento alcance niveles de crueldad física o emocional y quedemos bajo el dominio de nuestra ira.
En ningún otro lugar se aplica mejor este principio que en la familia. Quizás la preocupación principal de ustedes no sea el agua, pero cada ser sobre la tierra, que vive bajo el estrés y la presión de este clima telestial, tendrá razones —reales o imaginarias— para ofenderse. ¿Cómo reaccionaremos? ¿Nos ofenderemos? ¿Criticaremos? ¿Nos dejaremos dominar por la ira del momento?
El presidente Brigham Young comparó el sentirse ofendido a la mordedura de una víbora. Dijo que “hay dos formas de actuar cuando a alguien lo muerde una serpiente de cascabel: una, perseguirla y matarla debido a la rabia, el miedo o la venganza; o tratar de sacar rápidamente el veneno del cuerpo”. Dijo: “Si hacemos lo último, lo más probable es que sobrevivamos, pero si decidimos hacer lo primero, es posible que no vivamos para terminar la tarea”2.
Permítanme ahora tomar un momento para recalcar que en primer lugar debemos asegurarnos de no causar mordeduras espirituales o emocionales a nuestra familia. En gran parte de la cultura popular actual, se menosprecian las virtudes del perdón y de la bondad, mientras que se fomenta la burla, la ira y la crítica severas. Si no tenemos cuidado, podríamos ser víctimas de esos hábitos en nuestro hogar y en nuestras familias, y al poco tiempo empezaremos a criticar a nuestro cónyuge, nuestros hijos y demás familiares. ¡No lastimemos con críticas egoístas a quienes más amamos! Dentro del seno familiar, las discusiones insignificantes y las críticas sin importancia, si no las detenemos, envenenarán las relaciones y se intensificarán hasta llegar al distanciamiento e incluso al maltrato y al divorcio. En vez de ello, al igual que el veneno ponzoñoso, debemos actuar rápidamente para disminuir las discusiones, eliminar las burlas, evitar la crítica y disipar el resentimiento y la ira. No podemos darnos el lujo de cavilaren esos sentimientos peligrosos, ni siquiera un día.
Comparen la trágica historia de Walt y Chet con el ejemplo de José de Egipto. Los hermanos de José lo odiaron por celos, conspiraron para quitarle la vida y finalmente lo vendieron como esclavo a Egipto. Una vez allí, José luchó por años para salir de la esclavitud. Durante esa época tan difícil, José podría haber condenado a sus hermanos y jurado vengarse de ellos; para aliviar su dolor podría haber tramado vengarse algún día, pero no lo hizo.
Con el tiempo, José llegó a gobernar Egipto, ocupando el segundo lugar después de Faraón. Durante una hambruna devastadora, los hermanos de José viajaron a Egipto para obtener alimentos. Al no reconocer a José, se inclinaron ante él debido a su elevada posición. No cabe duda de que en ese momento José tenía el poder para exigir venganza; podía haber encarcelado a sus hermanos o sentenciarlos a muerte. Pero en cambio, reiteró su perdón, diciendo: “Yo soy José vuestro hermano, el que vendisteis para Egipto. Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá… Y Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad… y para daros vida por medio de gran liberación. Así, pues, no me enviasteis acá vosotros, sino Dios”3.
La disposición que tuvo José de perdonar transformó el resentimiento en amor.
Quisiera dejar bien en claro que el perdón de los pecados no debe confundirse con el tolerar la maldad. De hecho, en la Traducción de José Smith, el Señor dijo: “…juzgad con justo juicio”4. El Salvador nos pide que perdonemos y combatamos la maldad en todas sus formas, y aun cuando debemos perdonar a quienes nos hagan daño, aún así debemos actuar en forma constructiva para asegurar que el daño no vuelva a ocurrir. Una mujer a la que se le maltrate no debe buscar la venganza, pero tampoco debe pensar que no puede tomar las medidas necesarias para prevenir futuros maltratos. El empresario al que se trate injustamente en una transacción no debe odiar a la persona que no fue honrada, sino que podría tomar las medidas necesarias para remediar el error. El perdón no requiere que aceptemos ni toleremos la maldad ni que hagamos caso omiso del mal que nos rodea o al de nuestra propia vida. Pero al luchar contra el pecado, no debemos permitir que el odio ni la ira controle nuestros pensamientos o acciones.
El Salvador dijo: “Por tanto, os digo que debéis perdonaros los unos a los otros; pues el que no perdona las ofensas de su hermano, queda condenado ante el Señor, porque en él permanece el mayor pecado”5.
Eso no quiere decir que perdonar sea fácil. Cuando alguien nos ha lastimado a nosotros o a aquellos que amamos, el dolor puede ser casi insoportable. Parecería que el dolor o la injusticia es lo más importante del mundo y que no hay otro remedio más que la venganza. Sin embargo, Cristo, el Príncipe de Paz, nos enseña algo mejor. Podría resultar muy difícil perdonar a alguien el daño que nos haya hecho, pero cuando lo hacemos, nos encaminamos hacia un futuro mejor. El mal que nos haya hecho otra persona deja de controlar el curso de nuestra vida. El perdonar a los demás nos libera para escoger cómo viviremos. El perdonar significa que los problemas del pasado no marcarán más nuestro destino y podremos concentrarnos en el futuro con el amor de Dios en el corazón.
Que a las semillas de la ausencia del perdón que obsesionó a mis vecinos nunca se les permita echar raíces en nuestro hogar. Oremos a nuestro Padre Celestial para que nos ayude a superar el necio orgullo, el resentimiento y las nimiedades. Que Él nos ayude a perdonar y amar, para que seamos amigos de nuestro Salvador, de los demás y de nosotros mismos. “…De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”6. En el nombre de Jesucristo. Amén.