El sereno poder de la oración
Debemos orar de acuerdo con la voluntad de nuestro Padre Celestial. Él desea probarnos, fortalecernos y ayudarnos a alcanzar todo nuestro potencial.
En esta época de computadoras, teléfonos e identificadores de llamadas (bípers), las personas se comunican entre sí mucho mejor que antes; aun así, todavía hay carencias en la comunicación. Hace poco, mientras visitaba un hogar de ancianos, estuve hablando con una señora sobre su familia; me dijo que tiene tres hijos y que dos de ellos la visitan regularmente.
“¿Y su otro hijo?”, le pregunté.
“No sé dónde está”, me contestó, con lágrimas en los ojos. “Desde hace años no he sabido de él; ni sé tampoco cuántos nietos tengo de él”.
Por qué oramos
Si una madre terrenal anhela tanto saber de sus hijos, no es difícil entender por qué el amoroso Padre Celestial desea escuchar a los Suyos1. Mediante la oración, demostramos nuestro amor por Dios. ¡Y Él ha hecho que sea tan fácil! Podemos dirigirle nuestras oraciones en cualquier momento; no necesitamos un equipo especial, ni siquiera es necesario cambiar pilas ni pagar una cuota mensual para hacerlo.
Hay personas que sólo oran cuando tienen problemas, y hay otras que no oran nunca. Un pasaje de las Escrituras hace esta observación: “No os acordáis del Señor vuestro Dios en las cosas con que os ha bendecido, mas siempre recordáis vuestras riquezas, no para dar gracias al Señor… por ellas…”2.
Durante mucho tiempo los profetas nos han dicho que debemos orar humildemente y con frecuencia3.
Cómo debemos orar
Jesús nos enseñó a orar4. Oramos a nuestro Padre Celestial5, en el nombre de Jesucristo6, por el poder del Espíritu Santo7. Ese es el “orden verdadero de la oración”8, en contraste con las “vanas repeticiones”9 o recitados que se ofrecen “para ser vistos de los hombres”10.
Jesús reveló que oramos a un Padre sabio que sabe de qué cosas tenemos necesidad antes de que le pidamos11.
Mormón enseñó a su hijo Moroni que debemos orar “con toda la energía” de nuestro corazón12. Y Nefi exclamó: “Porque continuamente ruego por [mi pueblo] de día, y mis ojos bañan mi almohada de noche… y clamo a mi Dios con fe, y sé que él oirá mi clamor”13.
En ciertas ocasiones, el sereno poder de la oración puede intensificarse con el ayuno, cuando esto sea conveniente según la necesidad particular14.
Incluso, es posible ofrecer oraciones en silencio. Se puede pensar una oración, en especial cuando no sea apropiado pronunciar palabras15. Por lo general, nos arrodillamos para orar, pero podemos hacerlo de pie o sentados16; la posición física es menos importante que la sumisión espiritual a Dios.
Terminamos la oración “en el nombre de Jesucristo, amén”17. Y cuando oímos la oración de otra persona, agregamos en voz alta nuestro “amén”, con lo que queremos decir: “Esa es también mi oración”18.
Cuándo debemos orar
¿Cuándo debemos orar? El Señor dijo: “Escudriñad diligentemente, orad siempre, sed creyentes, y todas las cosas obrarán juntamente para vuestro bien…”19.
Alma dijo: “Consulta al Señor en todos tus hechos, y él te dirigirá para bien; sí, cuando te acuestes por la noche, acuéstate en el Señor, para que él te cuide en tu sueño; y cuando te levantes por la mañana, rebose tu corazón de gratitud a Dios…”20.
Oramos en privado, lo hacemos regularmente con nuestra familia, a las horas de comer y en otras actividades cotidianas. En resumen, somos una gente que ora.
Experiencia personal con la oración
Muchos de nosotros hemos tenido experiencias con el sereno poder de la oración. Una de las mías la tuve con el patriarca de una estaca del sur de Utah. Lo conocí en mi consultorio médico, hace más de cuarenta años, durante los días en que la cirugía del corazón estaba todavía en pañales. Aquella bondadosa alma sufría mucho debido a que el corazón le fallaba y me rogó que le ayudara, seguro de que su condición se debía a una válvula cardíaca dañada pero reparable.
Un extenso examen reveló que tenía dos válvulas dañadas, y que aunque una se podía corregir quirúrgicamente, la otra no. Por ese motivo, no era aconsejable una operación. Cuando le di la noticia, se quedó muy decepcionado.
En visitas posteriores recibió el mismo consejo. Al fin, desesperado, me habló con mucha emoción, diciendo: “Dr. Nelson, he orado pidiendo ayuda y he sido guiado para venir a verlo. El Señor no me revelará a mí cómo corregir esa otra válvula, pero puede revelárselo a usted, porque su mente está preparada para ello. Si me opera, el Señor le hará saber lo que debe hacer. Le suplico que me haga la operación que me hace falta a mí y que ore pidiendo la ayuda que usted necesita”21.
Su gran fe tuvo un profundo efecto en mí. ¿Cómo podía rehusarme otra vez? Después de ofrecer juntos una oración ferviente, accedí a intentar la operación. Mientras me preparaba para aquel funesto día, oré una y otra vez; pero todavía no sabía qué hacer para arreglar su válvula tricúspide defectuosa. Incluso después de empezar la intervención22, mi asistente me preguntó: “¿Qué va hacer para solucionar eso?”.
Le dije que no lo sabía.
Comenzamos la operación y, después de solucionar la obstrucción de la primera válvula23, dejamos la otra al descubierto; encontramos que estaba intacta pero tan dilatada que ya no funcionaba como debía. Mientras la examinaba, recibí una clara impresión: Reduce la circunferencia del anillo, y le dije al asistente: “El tejido de la válvula funcionará bien si logramos reducir el anillo a lo más cerca de su tamaño normal que sea posible”.
Pero ¿cómo? No podíamos aplicarle un cinturón similar a los que usamos para ajustar un pantalón que queda grande; no podíamos apretarlo con una cincha como las que se ponen en la montura de un caballo. En ese momento, se me representó una vívida imagen indicándome dónde colocar suturas —con un pliegue aquí y un ajuste allí— a fin de lograr el efecto deseado. Llevamos a cabo la labor tal como se me había dibujado mentalmente. Probamos la válvula y vimos que la pérdida se había reducido en forma considerable. El asistente comentó: “Es un milagro”.
Yo le contesté: “Es una respuesta a la oración”.
El paciente se recuperó rápidamente y su mejoría fue muy satisfactoria; no sólo recibió él una ayuda extraordinaria, sino que también se abrieron posibilidades quirúrgicas para otras personas con problemas similares. No reclamo ningún crédito por ello. La alabanza se acredita al fiel patriarca y a Dios, que contestó nuestras oraciones. Aquel hombre de tanta fidelidad vivió muchos años más, y ha pasado desde entonces a su gloria eterna.
Debemos preguntar al señor
Cuando oremos, no debemos pretender aconsejar al Señor sino preguntarle24 y obedecer Sus consejos25. La primera oración de José Smith dio inicio a la Restauración del Evangelio26; en 1833 él recibió la Palabra de Sabiduría después de haber pedido consejo al Señor27. La revelación sobre el sacerdocio que recibió el presidente Spencer W. Kimball en 1978 llegó después de inquirir intensamente28. La inspiración con respecto a la construcción de templos más pequeños vino después de las meditaciones del presidente Gordon B. Hinckley29.
Las respuestas a las oraciones
No todas nuestras oraciones recibirán la respuesta que deseemos. De vez en cuando la contestación será “no”, y no debe sorprendernos eso; los amantes padres terrenales no acceden a todas las peticiones de sus hijos30.
Durante una noche de hogar prolongada que tuvimos hace poco, nuestros nietos estaban divirtiéndose mucho, y uno de ellos, un varoncito de seis años, se enojó mucho cuando el papá le dijo que era hora de irse. ¿Y qué se imaginan que hizo? Se acercó a mí y me dijo: “Abuelo, ¿me das permiso para no hacerle caso a papá?”.
Le contesté: “No, mi amor. Una de las grandes lecciones de la vida es que la felicidad viene por medio de la obediencia31. Vete con tu familia y estarás feliz”. Aun cuando se quedó desilusionado, obedeció como era debido.
Debemos orar de acuerdo con la voluntad de nuestro Padre Celestial32. Él desea probarnos, fortalecernos y ayudarnos a alcanzar todo nuestro potencial. Cuando el profeta José Smith estaba prisionero en la cárcel de Liberty, suplicó ayuda; sus oraciones recibieron una respuesta con esta explicación: “…todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien”33.
Un cántico de oración
He recibido la impresión de que debo concluir este mensaje sobre la oración con una oración… en la forma de un himno. El Señor ha dicho: “…la canción de los justos es una oración para mí…”34. La música es de un cántico de nuestro libro de Himnos35, para el que he escrito otra letra. Agradezco a Craig Jessop, Mack Wilberg y otros buenos amigos del Coro del Tabernáculo gracias a los cuales escucharemos ese cántico de oración. Hermano Jessop [el Coro del Tabernáculo canta “Nuestra oración a Ti”].
En el nombre de Jesucristo. Amén.