2000–2009
Todas las cosas obrarán juntamente para vuestro bien
Abril 2004


Todas las cosas obrarán juntamente para vuestro bien

Al escudriñar, orar y creer reconoceremos los milagros en nuestra vida y nos convertiremos en obradoras de milagros en la vida de los demás.

Me encanta leer, pero no soporto si una novela se pone demasiado seria, si la vida del héroe peligra, si es triste o complicada; por eso tengo que leer el final por adelantado para asegurarme de que todo saldrá bien para el personaje principal.

En cierto modo, todas estamos en medio de nuestra propia novela, la historia de nuestra vida. A veces éstas se complican y nos gustaría leer por adelantado para saber nuestro propio final y asegurarnos de que todo va a salir bien. Aunque no sepamos los detalles particulares de las experiencias de nuestra vida, afortunadamente sí sabemos algo de nuestro futuro si vivimos dignamente.

Se nos dan estas palabras en Doctrina y Convenios 90:24: “Escudriñad diligentemente, orad siempre, sed creyentes, y todas las cosas obrarán juntamente para vuestro bien, si andáis en la rectitud”. Esta maravillosa promesa del Señor, de que todas las cosas obrarán juntamente para nuestro bien, se repite muchas veces en las Escrituras, en particular a las personas o a los profetas que están sufriendo aflicciones en la historia de su propia vida.

Percibo que esta promesa proviene de un Padre tierno y amoroso que desea bendecirnos y darnos motivo para tener esperanza en nuestra jornada terrenal. El saber que al final las cosas obrarán juntamente para nuestro bien nos servirá para soportar las aflicciones al igual que los fieles pueblos de las Escrituras que sabían y confiaban en cuanto a lo que Dios había prometido, “mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo” (Hebreos 11:13). Nosotros también podemos creer esa promesa.

A veces vemos el cumplimiento inmediato de una promesa; otras veces, suplicamos durante años antes de ver el cumplimiento de las promesas deseadas. A veces, al igual que el fiel Abraham, quizás aceptemos las promesas, pero morimos conforme a la fe “sin haber recibido lo prometido” (Hebreos 11:13) mientras estemos en la tierra. Si bien es cierto, en algunos casos, que las bendiciones que se nos han prometido se cumplirán únicamente en las eternidades, también es cierto que al escudriñar, orar y creer con frecuencia veremos que las cosas obrarán juntamente para nuestro bien en esta vida.

Al leer los relatos de los apóstoles de Jesús después de Su muerte, veo que a menudo eran brutalmente perseguidos, apedreados y encarcelados; sin embargo, vivieron con valor y fe. Ellos sabían que al final las cosas obrarían juntamente para su bien; sabían también que, mediante bendiciones y milagros que recibían mientras tanto, las cosas marchaban bien; fueron sostenidos, guiados y protegidos; abrazaron las promesas no sólo de lejos, sino aquí y ahora.

En la vida de Pedro ocurrió un maravilloso milagro cuando fue encarcelado por el rey Herodes. A su compañero apóstol, Jacobo, le acababan de quitar la vida, y ahora Pedro era encarcelado, bajo la guardia de 16 hombres. Me pregunto si sentiría el sufrimiento que sintió el profeta José Smith en la cárcel de Liberty. Fue allí que el Señor le prometió que “todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien” (D. y C. 122:7). Sería difícil creer en esa promesa en medio de esas tribulaciones, pero Pedro, al igual que José, fue bendecido por el Señor.

Los de la Iglesia estaban reunidos orando “sin cesar” por Pedro; entonces ocurrió algo maravilloso. Durante la noche, mientras dormía entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, un ángel del Señor “se presentó” y “le despertó”, y “las cadenas se le cayeron de las manos”. Pedro pensaba que era un sueño; siguió al ángel pasando la guardia a través de una puerta de hierro que daba a la calle, “y luego el ángel se apartó de él”. Pedro se dio cuenta de que no era un sueño; había sido milagrosamente librado y el Señor lo estaba bendiciendo en ese preciso momento.

Se dirigió a la casa donde estaban reunidos miembros de la Iglesia orando por él y, cuando llamó a la puerta, una jovencita (alguien como ustedes) llamada Rode salió a escuchar y reconoció la voz de Pedro. En las Escrituras dice que le dio “gozo”; pero con la emoción, olvidó dejarlo entrar, corriendo adentro para compartir con los demás las buenas nuevas de que Pedro estaba a la puerta. Ellos no le creyeron y discutían con ella, diciéndole que no sabía lo que decía. Mientras tanto, Pedro persistía en llamar y esperar. Cuando por fin fueron a él, “se quedaron atónitos” (véase Hechos 12:4–17).

Esas personas habían estado orando continuamente para que ocurriera un milagro, pero cuando el Señor contestó sus oraciones, se llenaron de asombro; se sorprendieron ante la bondad del Señor por su milagrosa respuesta. ¿Reconocemos nosotros el cumplimiento de promesas en nuestra vida? Así como el Salvador preguntó: “¿Teniendo ojos no veis…? (Marcos 8:18), ¿tenemos nosotros ojos para ver?

En todas partes hay jovencitas que están en medio de la historia de su propia vida, enfrentando peligros y dificultades. Como ocurrió con Pedro, habrá “ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros” (D. y C. 84:88); nos sostendrán al llevar nuestras cargas terrenales. Muy a menudo, esos ángeles son las personas que nos rodean, las personas que nos aman, los que aceptan ser instrumentos en las manos del Señor. El presidente Spencer W. Kimball dijo: “Dios se ocupa de nosotros y vela por nuestro bienestar; pero, generalmente, es por intermedio de otro ser mortal que atiende a nuestras necesidades. En consecuencia, es vital que nos sirvamos unos a otros en el reino” (citado en “Verdaderos seguidores”, Liahona, julio de 1999, pág. 35).

Estoy agradecida por las maravillosas jovencitas y hermanas líderes de las Mujeres Jóvenes, madres y padres y buenos amigos que se fortalecen unos a otros. Ustedes son los ángeles que colaboran en el cumplimiento de las promesas de nuestro Padre Celestial para con Sus hijos amados.

Un grupo de Mujeres Jóvenes de Oklahoma acudió a nuestro Padre Celestial en oración para determinar la mejor forma de que una nueva Abejita, que era sorda, se sintiera parte de ellas. Se esforzaron para ser instrumentos en las manos del Señor para ayudar a esa jovencita. Un milagro se extendió por todo el barrio al convertirse en ángeles que sostendrían a Alexis, la nueva Abejita.

Ésta dijo: “Me sentía nerviosa y emocionada al empezar a ir a las Mujeres Jóvenes. Mamá siempre va conmigo para interpretar por señas, ya que soy sorda. Después de la primera oración y el himno, la hermana Hoskin, presidenta de las Mujeres Jóvenes, dijo: ‘Alexis, queremos obsequiarte algo’. Luego todas las jovencitas se pusieron de pie y empezaron a decir algo por señas; yo sabía que era algo especial. Más tarde supe que era el lema de las Mujeres Jóvenes; todas las muchachas del barrio lo habían aprendido para darme la sorpresa.

“Sé que mi Padre Celestial me ama a causa de personas maravillosas en la tierra que me demuestran amor, especialmente las chicas de las Mujeres Jóvenes y las líderes que se comunican conmigo por señas y me ayudan a aprender el Evangelio” (Carta a la Presidencia de las Mujeres Jóvenes).

La hermana Hoskin, la presidenta de las Mujeres Jóvenes, había orado diligentemente para saber cómo ayudar a Alexis; ella escribió:

“Apenas tenía una semana de ser Presidenta de las Mujeres Jóvenes del barrio cuando me empecé a preocupar por una de mis futuras Abejitas. Alexis tiene problemas de audición, y me preocupaba cómo podría ayudarla a sentirse aceptada. Después de muchos días de preocupación y muchas oraciones, desperté a medianoche de un sueño en el que vi de pie a mi grupo de mujeres jóvenes expresar el lema de las Mujeres Jóvenes por señas; sabía que era la respuesta a mis oraciones.

“Fue un gran desafío; tomó horas: una noche entera de la Mutual, y luego prácticas semanales antes de que estuviésemos listas. Cuando llegó el cumpleaños de Alexis, todas nos sentíamos emocionadas y nerviosas por nuestra sorpresa. Coloqué a Alexis y a su madre frente a las muchachas y me dirigí por señas a Alexis: ‘Queremos hacerte un obsequio; ahora eres una de nosotras’. Luego nos pusimos de pie y repetimos el lema, por medio de señas. El Espíritu se sintió muy fuerte y no había muchas voces porque todas llorábamos, pero las muchachas hicieron una bella labor. Alexis radiaba de alegría; sabía que era una de nosotras.

“Aprendimos que nuestro Padre Celestial nos ama a todos y que habrá ocasiones en las que seremos Su voz y Sus manos para ayudar a los demás a sentir ese amor. Aprendimos que el servir a los demás brinda el mayor de los gozos; yo aprendí la importancia de seguir las impresiones del Espíritu, aun cuando exija mucho trabajo y parezca inalcanzable” (Carta a la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes).

Imaginen cómo a través de los años la madre de Alexis había orado por su hija, con las mismas esperanzas y sueños que toda madre añora para su hija. Ella dijo:

“Por ser la madre de una hija discapacitada, estoy acostumbrada a hacer un poco más para que todo le vaya bien. Debido a que es sorda, a menudo la acompaño para interpretarle. Se imaginarán lo que sentí cuando todas las mujeres jóvenes empezaron a decir por señas el lema de las Mujeres Jóvenes. Al encontrarme allí, con lágrimas en los ojos, acudió a mi mente el versículo que se encuentra en Mateo 25:40: ‘…en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis’.

“El extraordinario amor y servicio que esas jovencitas demostraron comenzó tan sólo ese día. Muchas de ellas han dado de su tiempo y esfuerzo para aprender el lenguaje por señas, y ahora ayudan a interpretar para Alexis en la Iglesia. Mis oraciones siempre han sido para que Alexis sea feliz, progrese y se sienta aceptada.

“Como madre, mi testimonio del Salvador se ha fortalecido al ver el servicio y el amor de esas jovencitas y sus líderes. A veces, hemos sentido el peso de la preocupación por nuestra hija, pero se ha aligerado por medio de las acciones de esas fieles jovencitas y sabias líderes”.

Esa madre había orado por la ayuda del Señor, y ahora, mediante la ayuda de los demás, de esos ángeles en la tierra, ella vio que todas las cosas trabajaban juntamente por el bien de su hija.

Otras jovencitas del barrio hablaron de lo mucho que progresaron al prestar ese servicio. La presidenta de la clase de Laureles dijo que el aprender el lema en el lenguaje por señas fue muy difícil, pero que sintieron la ayuda del Espíritu en esa empresa. Ella dijo: “Al decir el lema, no nos apresuramos como de costumbre; meditamos en las palabras y las hicimos por señas para que alguien más pudiera entenderlas, y eso me hizo feliz, el saber que ella podría entender nuestro lema y saber que también era hija de Dios”.

En ello participaron también los jovencitos; en el lenguaje por señas aprendieron a decir “¿Te gustaría bailar conmigo?”, al prepararse para un baile de una actividad de la Mutual del barrio. Fue por eso que Alexis bailó todas las piezas. Los presbíteros aprendieron a decir por señas las oraciones sacramentales, y el barrio entero se vio envuelto en un espíritu de amor.

En todo barrio o rama, en todo hogar o familia, hay una Alexis que tiene una necesidad especial, física, emocional o espiritual, que ora y confía en que, de algún modo, a través de sus desafíos, al final “todas las cosas obrarán juntamente para [su] bien”. Cada una de nosotras puede ser un instrumento en las manos del Señor, un ángel terrenal, que puede ayudar a que ocurran milagros.

Testifico que nuestro Padre Celestial es un padre tierno y amoroso que desea bendecirnos con todo lo que Él tiene. Al escudriñar, orar y creer reconoceremos los milagros en nuestra vida y nos convertiremos en obradoras de milagros en la vida de los demás. Nos convenceremos de Su promesa, de que “todas las cosas obrarán juntamente para [nuestro] bien”. En el nombre de Jesucristo. Amén.