¡Crean!
Crean en ustedes mismas. Crean que nunca están solas. Crean que serán guiadas.
Hace varios meses, me invitaron a hablar a las mujeres jóvenes de la estaca en la que crecí. La expectativa me llenó de entusiasmo. Mi madre me acompañó y llegamos algo temprano. La reunión se realizó en el edificio al que yo había ido a la Iglesia hasta que me fui a la universidad. No había vuelto allí desde hacía mucho tiempo y no imaginaba lo que sentiría al volver; entonces acudieron a mi memoria tantos recuerdos que comencé a llorar. Mi madre me miró y me dijo: “Elaine, no vas a llorar ahora”; pero me brotaron las lágrimas al ver la oficina que estaba a la subida de la bella escalera de mármol y que ocupaba mi padre cuando era obispo. Tras subir allí, como la puerta estaba abierta, entré y vi que la habían convertido en una pequeña sala de clase; otra vez, me llené de recuerdos. Vi en mi mente a mi padre sentado al escritorio y me vi yo misma de niña pequeña, sentada en una silla enfrente de él, pagando el diezmo, y más adelante, de jovencita, en entrevistas y recibiendo bendiciones del sacerdocio. Micariño a ese edificio está íntimamente ligado con las experiencias y los sentimientos espirituales que tuve allí.
De pequeña solía acompañar a la Iglesia a mi padre, que era el obispo, y le esperaba hasta que terminaba las reuniones y entrevistas. Yo me dedicaba a explorar, por lo que conocía todos los rincones de ese edificio. Una de mis salas preferidas era la de la torre, que era espaciosa y estaba en lo alto de una empinada escalera. Había allí un cuadro del Salvador sobre una gran chimenea. Siempre me atraía ese lugar. Tras subir los peldaños, entraba con reverencia. Me sentaba en una silla a contemplar la lámina del Salvador y a orar a nuestro Padre Celestial. Mis oraciones eran sencillas, pero siempre que oraba, me invadía una sensación muy especial que me hacía saber que Él oía mis oraciones infantiles. Entonces fue cuando comencé a creer.
El Señor nos ha prometido que si “[escudriñamos] diligentemente, [oramos] siempre, [y somos] creyentes… todas las cosas obrarán juntamente para [nuestro] bien” (D. y C. 90:24; cursiva agregada). Eso no quiere decir que todo será perfecto ni que no tendremos tribulaciones, pero sí significa que todo marchará bien si seguimos adelante. Nuestra es la oportunidad de ser “ejemplo de los creyentes” (1 Timoteo 4:12), y el Salvador ha prometido que “al que cree todo le es posible” (Marcos 9:23). Por tanto, crean en ustedes mismas. Crean que nunca están solas. Crean que siempre serán guiadas.
Crean en ustedes mismas
El élder David B. Haight, del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo de ustedes: “Nosotros creemos en ustedes, sus padres, sus hermanos y hermanas creen en ustedes; y Dios espera lo mejor de ustedes. Ustedes tienen que creer en ustedes mismos. No se den por vencidos cuando las cosas se presenten difíciles, porque están poniendo los cimientos de una gran obra. Esa gran obra es su vida” (“Una etapa de preparación”, Liahona, enero de 1992, pág. 43).
El presidente Gordon B. Hinckley nos ha dicho: “Creo en mí mismo. No digo esto con egotismo; lo que quiero decir es que creo en mi capacidad (y en la de ustedes) de hacer el bien, de contribuir en alguna forma al beneficio de la sociedad en que vivimos, de desarrollarnos y progresar y de llevar a cabo empresas que ahora nos parecen imposibles… Creo en el principio de que con mis acciones puedo lograr un cambio en el mundo; quizás el cambio sea muy pequeño, pero contribuirá al bien general” (“Yo creo”, Liahona, marzo de 1993, pág. 8).
Ustedes son una de las mejores generaciones de mujeres jóvenes que hayan vivido sobre esta tierra. Antes de venir a esta tierra, ustedes recibieron enseñanzas de su Padre Celestial. Han sido reservadas para venir a la tierra por un propósito especial. Hay tareas que cada una de ustedes ha de llevar a cabo y que nadie más podría realizar tan bien; ustedes tienen un destino que cumplir.
Su ejemplo individual de rectitud como creyentes logrará un cambio en el mundo; por tanto, “no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra” (D. y C. 64:33).
Crean que nunca están solas
Al esforzarse por ser ejemplos de los creyentes, podrían pensar que están solas; podrían pensar que son la única joven que se esfuerza con tanto ahínco por ser recta y pura. Podrían pensar que son la única joven que pone empeño en ser modesta en sus acciones, en su hablar y en su apariencia. Pero no están solas. Hay miles de jovencitas como ustedes por todo el mundo que se esfuerzan por ser ejemplos de los creyentes.
Carmelita y Rosario, dos jóvenes de Jalapa, México, se cuentan entre esos creyentes; son los únicos miembros de la Iglesia de su familia y viven solas. Cuando visité su pequeña vivienda, me dijeron que sabían que nuestro Padre Celestial las ama mucho porque Él envió los misioneros a enseñarles el Evangelio. Aun cuando las cosas son difíciles, todos los días ellas confían en el amoroso cuidado y la guía de su Padre Celestial.
A Carmelita y a Rosario, y a cada una de ustedes, les testifico que no están solas. El Señor ha prometido: “…iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros” (D. y C. 84:88).
Crean que serán guiadas
Si escudriñan las Escrituras con diligencia y oran siempre, serán guiadas por el Señor. Una joven que vivía en Mongolia prestó oídos a las palabras de los profetas al leerle los misioneros pasajes del Libro de Mormón. El Libro de Mormón aún no se había traducido al idioma de ella, pero como los misioneros le traducían los pasajes, ella creyó y se bautizó, y llegó a ser ejemplo de los creyentes en Mongolia.
Después la llamaron a la misión a Salt Lake City. ¡Cuán dichosa se sintió! Aprendió inglés y se compró sus propias Escrituras. Cuando iba a visitarnos a casa, ella leía con reverencia en sus nuevas Escrituras. Tenía un gran amor por ellas. Me fijé en que casi todo de cada página estaba subrayado con amarillo y le dije: “Hermana Sarantsetseg, sus Escrituras parecen las planchas de oro”. Ella me respondió: “Sólo subrayo lo que me gusta”.
Todo lo de las Escrituras se aplica a nuestras vidas. En ellas, hallamos respuesta a nuestras preguntas, ejemplos de personas buenas y de héroes, a la vez que nos sirven para comprender cómo enfrentarnos con los retos y las tribulaciones de la vida. Muchas veces, las Escrituras que lean serán la respuesta a sus oraciones.
Cuando yo tenía la edad de ustedes, mi padre enfermó gravemente. Pensamos que era sólo la gripe, pero al pasar los días, fue empeorando más y más. Durante ese tiempo, aprendí en verdad lo que significa “orar siempre” (2 Nefi 32:9). Llevaba una oración constante en el corazón y buscaba sitios solitarios donde derramar mi alma en oración a mi Padre Celestial para que sanara mi padre. Tras unas semanas de enfermedad, mi padre falleció. Eso fue un golpe para mí y sentí miedo. ¿Qué haría nuestra familia sin nuestro padre a quien queríamos tan entrañablemente? ¿Cómo seguiríamos adelante? Pensé que nuestro Padre Celestial no había oído ni contestado mis fervientes oraciones. Mi fe se puso a prueba. Acudí a mi Padre Celestial y le pregunté: “Padre Celestial, ¿estás realmente ahí para oírme?”.
A lo largo de muchos meses, oré pidiendo ayuda y guía. Oré por mi familia y oré para comprender por qué mi papá no había sanado. Durante un tiempo, me pareció que los cielos guardaron silencio, aunque en familia seguimos pidiendo en oración consuelo y guía. Yo también continué orando. Entonces un día, muchos meses después, mientras me encontraba en una reunión sacramental, recibí la respuesta en un pasaje de las Escrituras. El orador dijo: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Proverbios 3:5–6). La sensación que entonces me embargó me hizo pensar que yo era la única persona que estaba en la capilla. Ésa fue mi respuesta. ¡Mi Padre Celestial sí había oído mis oraciones!
Aunque aquel suceso ocurrió hace ya muchos años, lo recuerdo vívidamente y testifico que mi Padre Celestial ha enderezado mis veredas. Sé que si creemos y confiamos en Él, “todas las cosas obrarán juntamente para [nuestro] bien”.
La petición que se hace a cada una de ustedes es la misma que el apóstol Pablo hizo a su joven amigo Timoteo: “…sé ejemplo de los creyentes” (1 Timoteo 4:12). ¿Lo harán? ¿Mostrarán al mundo y al Señor que son creyentes por la forma en que se vistan, por la forma en que hablen, por la forma en que respeten su cuerpo y por la pureza misma de sus vidas? El mundo necesita mujeres jóvenes que sean creyentes.
Crean en el Salvador. Él las ama, y les testifico que Él no las dejará solas, pues ha prometido:
Pues ya no temáis, y escudo seré,
que soy vuestro Dios y socorro tendréis;
y fuerza y vida y paz os daré,
y salvos de males, y salvos de males,
y salvos de males vosotros seréis.
(“Qué firmes cimientos”, Himnos Nº 40; véase también Isaías 41:10; 43:2–5.)
Creo que cada una de ustedes tiene poder para cambiar el mundo. Crean en ustedes mismas. Crean que nunca están solas. Crean que serán guiadas. En el nombre de Jesucristo. Amén.