2000–2009
Con la fuerza del Señor
Abril 2004


Con la fuerza del Señor

Necesitamos una fortaleza que supere la nuestra para guardar los mandamientos en cualquier circunstancia que nos depare la vida.

Siendo joven, serví como consejero de un sabio presidente de distrito de la Iglesia que se afanó por instruirme. Recuerdo que una de las cosas que me dejaron intrigado fue este consejo que me brindó: “Cuando conozcas a una persona, trátala como si tuviera un grave problema… y más de la mitad de las veces habrás acertado”.

En ese entonces pensé que él era muy pesimista, pero ahora, más de cuarenta años después, me doy cuenta de lo bien que entendía el mundo y la vida. Con el paso del tiempo, el mundo se torna cada vez más complicado, y nuestra capacidad física merma lentamente con la edad; se hace patente que vamos a precisar algo más que la fuerza humana. El salmista tenía razón: “Pero la salvación de los justos es de Jehová, y él es su fortaleza en el tiempo de la angustia”1.

El Evangelio restaurado de Jesucristo nos ayuda a saber cómo ser merecedores de la fortaleza del Señor mientras luchamos con la adversidad, nos dice por qué nos enfrentamos con pruebas en la vida y, aun más importante, nos indica cómo recibir protección y ayuda del Señor.

Tenemos pruebas que afrontar porque nuestro Padre Celestial nos ama. Su propósito es ayudarnos a merecer la bendición de vivir con Él y con Su Hijo Jesucristo eternamente en gloria y como familias. A fin de ser merecedores de ese don, teníamos que recibir un cuerpo sujeto a la muerte, y, con ello, entendimos que seríamos probados con tentaciones y dificultades.

El Evangelio restaurado no sólo nos enseña por qué debemos ser probados, sino que también nos aclara en qué consiste la prueba. El profeta José Smith nos lo explicó. Por medio de la revelación, pudo poner por escrito palabras que se pronunciaron durante la creación del mundo referentes a nosotros, los hijos espirituales de nuestro Padre Celestial que descenderíamos a la vida terrenal. Éstas son las palabras:

“Y con esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare”2.

Esa explicación nos permite comprender por qué tenemos pruebas en la vida. Éstas nos conceden la oportunidad de demostrar nuestra fidelidad a Dios. En la vida pasamos por tantas dificultades que el mero hecho de perseverar podrá parecernos casi incomprensible, o al menos, eso fue lo que las palabras de las Escrituras “[si] perseveráis hasta el fin”3 me dieron a entender la primera vez que las leí. Me parecía terrible, semejante a quedarme sentado, aferrado a los brazos del sillón, mientras alguien trata de extraerme una muela.

Ciertamente puede parecerle así a la familia que depende de la cosecha cuando no hay lluvia. Tal vez ellos se pregunten: “¿Cuánto podremos aguantar?”. Puede parecerle así al joven que tiene que resistir el incremento de indecencia y de tentaciones. Puede parecerle así al joven que se esfuerza con dificultad por recibir la formación que necesita para obtener un empleo a fin de sostener a su esposa y su familia. Puede parecerle así a la persona que no encuentra empleo o que ha perdido trabajo tras trabajo cuando las empresas cierran. Puede parecerles así a las personas afectadas por la pérdida de la salud o del vigor físico, lo cual puede llegar tarde o temprano en la vida, ya sea a ellas o a seres queridos.

Pero la prueba que nos da un Dios amoroso no es ver si somos capaces de sobrellevar la dificultad, sino si la sobrellevamos bien. Superamos la prueba cuando demostramos que le recordamos a Él y los mandamientos que nos ha dado. Perseverar o sobrellevar bien las pruebas consiste en guardar esos mandamientos sean cuales sean la oposición, la tentación o la confusión que nos rodee. Nuestra comprensión es así de clara porque el Evangelio restaurado hace que el plan de felicidad sea fácil de entender.

Esa claridad nos permite ver qué clase de ayuda precisamos. Necesitamos una fortaleza que supere la nuestra para guardar los mandamientos en cualquier circunstancia que nos depare la vida. Para algunos será la pobreza, para otros, la prosperidad; tal vez sean los achaques de la edad o la exuberancia de la juventud. La combinación de las pruebas y su duración son tan variadas como lo son los hijos de nuestro Padre Celestial: no hay dos iguales. Pero lo que se está probando es lo mismo en cada momento de nuestra vida y para cada persona, a saber: ¿Haremos lo que el Señor nuestro Dios nos mandare?

El saber por qué somos probados y en qué consiste la prueba son indicios para obtener ayuda. Debemos acudir a Dios; Él nos da los mandamientos y vamos a necesitar más que nuestra propia fortaleza para observarlos.

Repito que el Evangelio restaurado nos aclara las cosas sencillas que debemos hacer y nos infunde confianza en que recibiremos la ayuda necesaria si las hacemos con prontitud y con perseverancia mucho antes de la crisis.

Lo que hay que hacer primero, en medio y al final es orar. El Salvador nos dijo cómo hacerlo. Una de las instrucciones más claras se halla en 3 Nefi:

“He aquí, en verdad, en verdad os digo que debéis velar y orar siempre, no sea que entréis en tentación; porque Satanás desea poseeros para zarandearos como a trigo.

“Por tanto, siempre debéis orar al Padre en mi nombre;

“y cualquier cosa que pidáis al Padre en mi nombre, si es justa, creyendo que recibiréis, he aquí, os será concedida.

“Orad al Padre en vuestras familias, siempre en mi nombre, para que sean bendecidos vuestras esposas y vuestros hijos”4. Por tanto, debemos orar siempre.

Otra cosa sencilla que permite que Dios nos dé fortaleza es el deleitarnos en Su palabra: lean los libros canónicos de la Iglesia, así como las palabras de los profetas vivientes, y mediten en ellos. Existe una promesa de ayuda divina cuando se lleva a cabo esa práctica diaria. El estudio fiel de las Escrituras nos trae la manifestación del Espíritu Santo. La promesa está en el Libro de Mormón y se aplica también a todas las palabras de Dios que Él nos ha dado y nos dará por conducto de Sus profetas.

“He aquí, quisiera exhortaros a que, cuando leáis estas cosas, si Dios juzga prudente que las leáis, recordéis cuán misericordioso ha sido el Señor con los hijos de los hombres, desde la creación de Adán hasta el tiempo en que recibáis estas cosas, y que lo meditéis en vuestros corazones.

“Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo;

“y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas”5.

Debemos orar con ese fin más de una vez y no sólo en cuanto al Libro de Mormón. La promesa es cierta. El poder del Espíritu Santo es real, y lo recibiremos una y otra vez. Una verdad preponderante de la que el Espíritu siempre testifica es que Jesús es el Cristo.

Ese testimonio nos conducirá al Salvador y a aceptar la ayuda que Él brinda a todos los que son probados en el crisol de la vida terrenal. En más de una ocasión ha dicho que nos juntaría como la gallina junta a sus polluelos bajo las alas. También ha dicho que debemos decidir venir a Él con mansedumbre y con la suficiente fe en Él para arrepentirnos con “íntegro propósito de corazón”6.

Una forma de hacerlo es congregarse con los santos en Su Iglesia. Asistan a las reuniones, aun cuando les parezca difícil; si tienen la determinación, Él les ayudará a encontrar la fortaleza para hacerlo.

Una hermana miembro me escribió desde Inglaterra. Cuando su obispo le preguntó si estaría dispuesta a aceptar el llamamiento de ser la maestra de seminario matutino, le dijo también que antes de aceptar sería mejor que orase. Ella lo hizo, y aceptó. Cuando se reunió con los padres de los alumnos por primera vez, el obispo estaba a su lado. Ella dijo que consideraba que el programa de seminario debía impartirse cinco días a la semana. Algunos padres se mostraron dudosos; incluso alguien dijo: “No van a venir. Las sillas vacías lo van a confirmar”.

Bueno, la duda no estaba del todo infundada, ya que las sillas confirmaron la decisión de los alumnos, pero la asistencia durante esas frías y oscuras horas matutinas supera ya el 90 por ciento. Aquella maestra y su obispo creían que si los alumnos comenzaban a asistir, se verían fortalecidos por un poder superior al propio. Y así ha sido. Ese poder les protegerá cuando vayan a sitios donde sean los únicos Santos de los Últimos Días. No estarán solos ni sin fortaleza, por motivo de que aceptaron la invitación a congregarse con los santos cuando no era fácil.

Esa fortaleza se da tanto a los mayores como a los jóvenes. Conozco a una viuda de más de noventa años que está en una silla de ruedas. Al igual que ustedes, también ora pidiendo ayuda para solucionar unos problemas que escapan a su capacidad humana. Su corazón recibe una respuesta en forma de sentimiento que la induce a observar un mandamiento: “Y he aquí, os reuniréis con frecuencia”7. Así que se afana por ir a las reuniones. Las personas que asisten con ella me han dicho: “Nos alegra verla por el agradable espíritu que trae consigo”.

Esa hermana participa de la Santa Cena y renueva un convenio, recuerda al Salvador y procura guardar Sus mandamientos; de ese modo, lleva el Espíritu del Señor consigo, siempre. Tal vez no se solucionen todos sus problemas; de hecho, muchos de ellos son el resultado de las decisiones de otras personas, pero hasta el Padre Celestial que oye sus oraciones y la ama no puede forzar a las otras personas a escoger lo correcto. Sin embargo, sí puede conducirla a la seguridad del Salvador y a la promesa de que Su Espíritu estará con ella. Estoy convencido de que esta hermana, con la fuerza del Señor, superará las pruebas con que se enfrenta porque guarda el mandamiento de reunirse con frecuencia con los santos. Ésa es tanto la evidencia de que está sobrellevando bien las pruebas como la fuente de su fortaleza para lo que está por venir.

Hay otra cosa sencilla que debemos hacer. La Iglesia del Señor ha sido restaurada y cualquier llamamiento a servir en ella es un llamamiento a servirle a Él. Aquel obispo de Inglaterra fue muy sabio al pedirle a la hermana que orara sobre su llamamiento. Sabía que la respuesta que iba a recibir sería una invitación del Padre y de Su Hijo Amado. Él sabía lo que ella ha aprendido al aceptar el llamamiento del Maestro, ya que, al estar a Su servicio, el Espíritu Santo se convierte en compañero de los que se esfuerzan por dar lo mejor de sí mismos. Eso es lo que ella debe de haber sentido mientras se hallaba ante los padres y cuando vio a los alumnos decidir con respecto al ocupar las sillas. Lo que parecía difícil, casi imposible para su propio poder, se convirtió en dicha con la fuerza del Señor.

Cuando ella lee las Escrituras y medita en ellas, cuando ora para prepararse para las clases, sabe que el Salvador le ha pedido al Padre que le conceda el Espíritu Santo, tal y como Él prometió a Sus discípulos que haría en la Última Cena, cuando ya sabía el tipo de pruebas con que se iban a enfrentar y que Él tendría que dejarles, aunque no les dejó sin consuelo. Les prometió el Espíritu Santo, tal como nos lo promete a nosotros que nos hallamos a Su servicio. Entonces, siempre que se les presente la invitación a servir, acéptenla, pues les traerá ayuda para superar pruebas que excedan a las del llamamiento.

Ahora bien, no todos reciben llamamientos formales, pero cada discípulo está sirviendo al Maestro al dar testimonio y ser amable con su prójimo. Eso es lo que todos han prometido en las aguas del bautismo, y todos tendrán la compañía del Espíritu Santo al grado en que perseveren en observar sus compromisos con Dios.

Cuando se está al servicio del Maestro, uno llega a conocerle y a amarle. Si perseveran en la oración y en el servicio fiel, percibirán que el Espíritu Santo se ha convertido en un compañero. Muchos de nosotros hemos servido durante un periodo de tiempo y sentido ese compañerismo. Si recapacitan en ello, recordarán que ha habido cambios en ustedes. La tentación de obrar mal pareció menguar, mientras el deseo de hacer el bien aumentaba. Sus seres queridos y quienes mejor les conocen tal vez les hayan dicho: “Eres más amable y más paciente. No pareces ser la misma persona”.

Dejaron de ser la persona que habían sido porque la Expiación de Jesucristo es real, tan real como la promesa de que podemos renovarnos, cambiar y mejorar; podemos fortalecernos gracias a las pruebas de la vida. Entonces marchamos adelante con la fuerza del Señor, con la fortaleza que hemos adquirido al estar a Su servicio; Él nos acompaña y, con el tiempo, llegamos a ser discípulos Suyos, probados y fortalecidos.

Notarán entonces un cambio en sus oraciones. Éstas se harán más fervientes y más frecuentes. Sus palabras adquirirán un significado diferente. Hemos recibido el mandato de orar siempre al Padre en el nombre de Jesucristo; pero ustedes sentirán una mayor confianza al orar al Padre sabedores de que acuden a Él siendo discípulos de Jesucristo en quienes Él confía y a quienes Él ha probado. El Padre les concederá mayor paz y fortaleza en esta vida y, con ellas, la feliz expectativa de oír Sus palabras, una vez concluidas las pruebas terrenales: “Bien, buen siervo y fiel”8.

Sé que Dios el Padre vive. Testifico que Él escucha y contesta cada una de nuestras oraciones. Sé que Su Hijo Jesucristo pagó el precio de todos nuestros pecados y que desea que vayamos a Él. Sé que el Padre y el Hijo desean que superemos las pruebas de la vida. Testifico que Ellos nos han preparado el camino; mediante la restauración del Evangelio en los últimos días, la vía se presenta despejada ante nosotros. Podemos conocer los mandamientos, tenemos derecho a reclamar la promesa del compañerismo del Espíritu Santo en la verdadera Iglesia de Jesucristo, y podemos sobrellevar bien las pruebas. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Salmos 37:39.

  2. Abraham 3:25.

  3. 2 Nefi 31:20.

  4. 3 Nefi 18:18–21.

  5. Moroni 10:3–5.

  6. 3 Nefi 10:6.

  7. 3 Nefi 18:22.

  8. Mateo 25:21.