Deudas terrenales y deudas celestiales
Tenemos deudas terrenales y deudas celestiales. Seamos prudentes al manejar cada una de ellas.
Mis queridos hermanos y hermanas, qué maravilla es asistir a esta conferencia; nos damos cuenta de que las palabras que se hablan son palabras de inspiración, y es una alegría estar presente.
Hoy quisiera hablar en cuanto a nuestras deudas celestiales y nuestras deudas terrenales. Los Evangelios registran que prácticamente en todo lugar al que iba el Salvador, lo rodeaban multitudes de personas, algunas con la esperanza de que las sanara, otras para escuchar Su palabra y otras para recibir consejos prácticos. Hacia fines de Su ministerio terrenal, hubo quienes se le acercaron para mofarse y burlarse de Él y para exigir Su crucifixión.
Un día, un hombre se acercó al Salvador para pedirle que ayudara a resolver una disputa familiar. “Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia”, pidió el hombre.
El Salvador rehusó tomar partido en el asunto, pero sí enseñó una lección importante. “Guardaos de toda avaricia”, les dijo, “porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”1.
Hermanos y hermanas, guárdense de la avaricia. Ésta es una de las grandes aflicciones de estos últimos días; genera codicia y resentimiento, y a menudo conduce al cautiverio, al sufrimiento y a las aplastantes y abrumadoras deudas.
Es sorprendente el número de matrimonios que se han hecho añicos por causa de asuntos monetarios. El sufrimiento que resulta es grande, y el estrés que es producto de las preocupaciones financieras ha impuesto cargas a la familia y también ha causado enfermedades, depresión e, incluso, la muerte prematura.
Deudas terrenales
A pesar de las enseñanzas de la Iglesia, desde sus primeros días hasta la actualidad, los miembros a veces caen en la trampa de incurrir en muchas prácticas financieras imprudentes y tontas. Algunos siguen gastando, con la idea de que, de alguna manera, el dinero se hará disponible y de que de alguna forma sobrevivirán.
Con demasiada frecuencia, el dinero anhelado no aparece.
Recuerden lo siguiente: la deuda es una forma de cautiverio; es una termita financiera. Cuando hacemos compras a crédito, obtenemos sólo una ilusión de prosperidad; pensamos que poseemos cosas, mientras que, en realidad, las cosas nos poseen a nosotros.
Ciertas deudas, como para una casa modesta, gastos educativos o tal vez para obtener el primer automóvil, quizás sean necesarias, pero nunca debemos someternos al cautiverio económico de la deuda de consumo sin antes sopesar cuidadosamente las consecuencias.
A menudo hemos oído decir que los intereses son buenos siervos, pero crueles amos. El presidente J. Reuben Clark lo describió de esta manera: “El interés nunca duerme, ni enferma ni muere; nunca va al hospital; trabaja los domingos y días festivos; nunca sale de vacaciones… Una vez que contraemos una deuda, el interés es nuestro compañero cada minuto del día y de la noche; no podemos huir ni escabullirnos de él; no podemos despedirlo; no cede ante súplicas, ni demandas, ni órdenes; y si nos inmiscuimos en su vía o atravesamos su camino o no cumplimos con sus exigencias, nos aplasta”2.
El consejo sobre este asunto que han dado otros profetas inspirados de nuestra época es claro y lo que fue verdad hace 50 o 150 años también lo es en la actualidad.
El presidente Heber J. Grant dijo: “Desde mis recuerdos más remotos, desde los días de Brigham Young hasta hoy, he escuchado las palabras de hombres que desde el púlpito… han instado a la gente a no contraer deudas, y yo creo que la causa de la gran mayoría de todos nuestros problemas actuales es nuestra falta de obediencia a ese consejo”3.
El presidente Ezra Taft Benson dijo: “No se queden ustedes, ni permitan que sus familias estén sin resguardo ante las tormentas económicas… Aumenten sus ahorros”4.
El presidente Harold B. Lee enseñó: “No sólo debemos enseñar a los hombres a salir de las deudas sino que también debemos enseñarles a no contraerlas”5.
El presidente Gordon B. Hinckley indicó: “Muchos de nuestros miembros viven al borde de sus ingresos; de hecho, algunos viven con dinero prestado…
“…Los exhorto a gastar en forma moderada, a disciplinarse en las compras que hagan para evitar las deudas hasta donde sea posible. Liquiden sus deudas lo antes posible y líbrense de la servidumbre”6.
Mis hermanos y hermanas, muchos han hecho caso a este consejo profético; viven dentro de lo que sus ingresos les permiten, cumplen con el pago de las deudas que han contraído y se esmeran por reducir la carga de lo que les deben a otras personas. Felicitamos a quienes así lo hacen, porque llegará el día en que cosecharán las bendiciones de sus esfuerzos y comprenderán el valor de este consejo inspirado.
Sin embargo, hay quienes tienen dificultades en el aspecto económico. Algunos han quedado maltrechos económicamente al convertirse en víctimas de situaciones adversas y por lo general imprevisibles. Otros se encuentran en el cautiverio económico porque no han aprendido a disciplinarse ni a controlar sus impulsos de gastar, lo que los ha llevado a tomar decisiones económicas imprudentes.
Para que reflexionen, permítanme ofrecerles cinco pasos clave para lograr la libertad económica.
Primero, paguen los diezmos. ¿Quieren que se les abran las ventanas de los cielos? ¿Desean recibir bendiciones hasta que sobreabunden?7. Paguen siempre los diezmos, y dejen el desenlace en manos del Señor.
El fundamento de una vida feliz está en la obediencia a los mandamientos de Dios. Ciertamente, seremos bendecidos con los dones del cielo al ser obedientes, mientras que quienes conozcan el principio del pago del diezmo y no lo cumplan experimentarán sufrimiento en esta vida y tal vez dolor en la venidera.
Segundo, gasten menos de lo que ganan. Este consejo, aunque sencillo, constituye un poderoso secreto para lograr la dicha financiera. Con demasiada frecuencia, los gastos de una familia se rigen más por lo que sus integrantes ansían que por lo que ganan. Ellos creen que de alguna manera tendrán una mejor vida si se rodean de muchas cosas, y con demasiada frecuencia, lo único que les queda son ansiedades y angustias que pudieron haber evitado.
Las personas que viven con lo que sus ingresos les permiten saben cuánto dinero reciben cada mes y, aunque les sea difícil, se disciplinan para gastar menos de lo que cobran.
Es tan fácil obtener crédito que, en realidad, casi se nos obliga a aceptarlo. Las personas que se valen de tarjetas de crédito para gastar, de forma imprudente, más de la cuenta, deberían considerar eliminarlas. Es preferible que muera una tarjeta de crédito que permitir que una familia degenere y perezca en la deuda.
Tercero, aprendan a ahorrar. Recuerden la lección de José de Egipto: durante las épocas prósperas, ahorren para el día de escasez8.
Muy a menudo, las personas suponen que nunca se van a lesionar, enfermar, quedar sin trabajo ni ver cómo se desvanecen sus inversiones. Para colmo, la gente suele hacer compras basándose en predicciones optimistas sobre lo que esperan que pase el día de mañana.
Los prudentes comprenden la importancia de ahorrar hoy para el futuro, cuando haya una necesidad; tienen un seguro adecuado que les servirá en caso de enfermedad o muerte. Donde sea posible, almacenan un surtido de alimentos, agua y otras cosas indispensable para un año; apartan dinero mediante cuentas de ahorros e inversiones; se esmeran diligentemente por reducir lo que deben a los demás y se esfuerzan por librarse de las deudas.
Hermanos y hermanas, los preparativos que hagan hoy podrán en algún día futuro servirles a ustedes del mismo modo que la comida almacenada sirvió a los egipcios y a la familia del padre de José.
Cuarto, cumplan con sus obligaciones económicas. De vez en cuando, nos enteramos de casos de avaricia y egoísmo que nos causan mucho pesar. Nos enteramos de fraudes, de gente que no paga los préstamos recibidos, de engaños financieros y de bancarrotas.
Nos enteramos de padres que descuidan en lo económico a sus familias. Les decimos a los hombres y a las mujeres de todas partes que, si traen hijos al mundo, tienen la solemne obligación de hacer todo lo que esté dentro de su alcance para mantener a dichos hijos. No hay hombre al que se lo pueda llamar así, si se rodea de automóviles, lanchas y otras posesiones mientras descuida sus obligaciones financieras para con su esposa e hijos.
Somos personas íntegras. Creemos en cumplir con nuestras deudas y en ser honrados en nuestros tratos con el prójimo.
Permítanme relatarles la historia de un hombre que hizo un gran sacrificio para mantener su integridad y honor financieros.
En la década de 1930, Fred Snowberger puso una farmacia en el noreste del estado de Oregón. Había soñado con tener su propio negocio, pero la recuperación económica que había esperado, nunca se hizo realidad y, ocho meses después, Fred cerró las puertas de su farmacia por última vez.
A pesar de que su negocio había fracasado, Fred estaba dispuesto a pagar el préstamo que había conseguido. Algunos se preguntaban por qué insistía en pagar la deuda. ¿Por qué sencillamente no se declaraba en bancarrota para que se le perdonara la deuda legalmente?
Pero Fred no hizo caso. Él dijo que pagaría el préstamo y había tomado la determinación de honrar la palabra dada. Su familia confeccionó muchas de sus prendas de vestir, cultivó en un huerto mucho de lo que después comía, y usó todo hasta que estuvo plenamente deshilachado o gastado. Lloviera o tronara, Fred hacía el viaje de ida y vuelta caminando hacia el trabajo todos los días, y todos los meses pagaba lo que podía de la deuda.
Pasaron los años y, por fin, llegó el maravilloso día en que Fred hizo el último pago. Él lo llevó en persona. El hombre que le había prestado el dinero le dijo, mientras las lágrimas le corrían por el rostro: “No sólo me ha pagado hasta el último centavo, sino que me ha enseñado lo que es ser un hombre de carácter y de honradez”.
Hasta el día de hoy, cerca de 70 años desde que Fred firmó aquel documento, los descendientes de Fred y Erma Snowberger todavía relatan con satisfacción esta historia. Ese acto honorable y noble ha perdurado a través de las décadas como ejemplo preciado de integridad familiar.
Quinto, enseñen a sus hijos a seguir el ejemplo que ustedes dan. Hay demasiados jóvenes que se involucran en problemas económicos porque en casa nunca aprendieron los principios adecuados del sentido común financiero. Enseñen a sus hijos mientras sean pequeños; enséñenles que no basta con querer algo para obtenerlo; enséñenles los principios del trabajo arduo, de la templanza y del ahorro.
Si no creen tener el suficiente conocimiento sobre el asunto para enseñarles, con más razón ustedes deben comenzar a aprender. Existen muchas fuentes que varían desde clases hasta libros y otros materiales.
Hay entre nosotros quienes han sido bendecidos abundantemente, con lo suficiente y hasta de sobra. Nuestro Padre Celestial espera que con nuestra riqueza hagamos algo más que construir lugares donde guardarla. ¿Han considerado qué más pueden hacer para edificar el Reino de Dios? ¿Han considerado qué más hacer para bendecir a los demás y llevar luz y esperanza a sus vidas?
Deudas celestiales
Hemos hablado de las deudas terrenales y de nuestro deber de pagarlas, pero existen otras deudas, de naturaleza más eterna, que no se pueden pagar tan fácilmente. Es más, algunas jamás estaremos en condición de pagarlas. Son deudas celestiales.
Nuestros padres nos dieron la vida y nos trajeron a este mundo; nos brindaron la oportunidad de obtener un cuerpo mortal y de experimentar la dicha y la angustia de esta abundante tierra. En muchos casos, ellos dejan de lado sus propios sueños y anhelos por el bien de sus hijos. ¡Cuán adecuado es que los honremos y les demostremos, tanto mediante la palabra como por nuestras obras, el amor y la gratitud que les tenemos!
También estamos en deuda con nuestros antepasados, quienes nos precedieron y esperan del otro lado del velo para recibir las ordenanzas que les permitirán continuar su progreso eterno. Ésta es una deuda que podemos pagar en nuestros templos.
Grande es la deuda que tenemos con el Señor por restaurar Su divina Iglesia y verdadero Evangelio en estos últimos días por intermedio del profeta José Smith. Desde que era un joven hasta que sufrió el martirio, ese profeta dedicó su vida a llevar a la humanidad el Evangelio de Jesucristo que se había perdido. A él y a todos los hombres que hayan recibido el sagrado llamamiento de llevar el manto para presidir Su Iglesia les debemos el más profundo agradecimiento.
¿Cómo podremos pagar alguna vez la deuda que tenemos con el Salvador? Él pagó el precio de una deuda que no era Suya para librarnos de una deuda que nunca podremos pagar. Por causa de Él, viviremos para siempre y, por causa de Su expiación infinita, nuestros pecados pueden ser expurgados, lo cual nos permitirá experimentar el mayor de todos los dones de Dios: la vida eterna9.
¿Se puede poner precio a un don así? ¿Podremos en momento alguno compensar tal don? El rey Benjamín, un profeta del Libro de Mormón, enseñó: “…si diereis todas las gracias y alabanza que vuestra alma entera es capaz de poseer, a ese Dios que os ha creado… [y si] lo sirvieseis con toda vuestra alma, todavía seríais servidores inútiles”10.
Tenemos deudas terrenales y deudas celestiales. Seamos prudentes al manejar cada una de ellas y tengamos siempre presentes las palabras del Salvador. En las Escrituras dice: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo…”11. Las riquezas de este mundo son como polvo en comparación con las riquezas que esperan a los fieles en las moradas de nuestro Padre Celestial. Insensato es quien pasa sus días en búsqueda de lo que se herrumbra y desvanece. Por su parte, sabio es quien pasa sus días en búsqueda de la vida eterna.
Sepan dentro de su corazón que Jesús el Cristo vive. Tengan paz, porque a medida que se acerquen a Él, Él se acercará a ustedes. No sientan pesar en su corazón sino que regocíjense. Por medio del profeta José Smith se ha restaurado el Evangelio nuevamente. Los cielos no están sellados; al igual que en los días de la antigüedad, tenemos un hombre que se comunica con lo Infinito. Hoy por hoy, hay en la tierra un profeta, el presidente Gordon B. Hinckley. De ello testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.