Historia de la Iglesia
27 Dios está a la cabeza


Capítulo 27

Dios está a la cabeza

Mano que gira el sintonizador de una radio de la década de los años cuarenta

“Ven a mi casa esta noche. Quiero que escuches algo”, susurró Helmuth Hübener, de 16 años, a su amigo Karl-Heinz Schnibbe. Era un domingo por la noche del verano de 1941 y los jóvenes asistían a la reunión sacramental de su rama en Hamburgo, Alemania.

Karl-Heinz, de 17 años, tenía muchos amigos en la rama, pero disfrutaba especialmente pasando el tiempo con Helmuth. Era inteligente y seguro de sí mismo, tanto que Karl-Heinz lo había apodado “el profesor”. Su testimonio y su compromiso con la Iglesia eran fuertes, y podía responder a las preguntas sobre el Evangelio con facilidad. Como su madre trabajaba muchas horas, Helmuth vivía con sus abuelos, que también eran miembros de la rama. Su padrastro era un celoso nazi y a Helmuth no le gustaba estar cerca de él1.

Esa noche, Karl-Heinz entró silenciosamente en el apartamento de Helmuth y encontró a su amigo encorvado sobre una radio. “Tiene onda corta”, dijo Helmuth. La mayoría de las familias alemanas tenían radios más baratas proporcionadas por el gobierno nazi, con menos canales y una recepción limitada. Pero el hermano mayor de Helmuth, un soldado del ejército alemán, había traído a casa esta radio de alta calidad desde Francia, después de que las fuerzas nazis conquistaran el país en el primer año de la guerra2.

—¿Qué puedes oír con eso? —preguntó Karl-Heinz—. ¿Francia?

—Sí — dijo Helmuth—, y también Inglaterra.

—¿Estás loco? —dijo Karl-Heinz. Sabía que a Helmuth le interesaba la actualidad y la política, pero escuchar las emisiones de radio del enemigo en tiempos de guerra podía llevar a una persona a la cárcel o incluso a la ejecución3.

Helmuth entregó a Karl-Heinz un documento que había escrito, lleno de noticias sobre los éxitos militares de Gran Bretaña y la Unión Soviética.

—¿De dónde has sacado esto? —preguntó Karl-Heinz después de leer el papel—. No puede ser posible. Es completamente lo contrario de lo que dicen nuestras transmisiones militares.

Helmuth respondió apagando la luz y encendiendo la radio, manteniendo el volumen muy bajo. El ejército alemán trataba constantemente de interferir las señales aliadas, pero Helmuth había improvisado una antena que permitía a los chicos escuchar las emisiones prohibidas que llegaban desde la lejana Gran Bretaña.

Cuando el reloj dio las diez, una voz crepitó en la oscuridad: “La BBC de Londres presenta las noticias en alemán”4. En el programa se habló de una reciente ofensiva alemana en la Unión Soviética. Los periódicos nazis habían informado de la campaña como un triunfo, sin reconocer las pérdidas alemanas. Los británicos hablaron con franqueza de bajas tanto por parte de los Aliados como del Eje.

—Estoy convencido de que ellos dicen la verdad y nosotros mentimos —dijo Helmuth—. Nuestros boletines de noticias suenan llenos de jactancia, son un montón de propaganda.

Karl-Heinz estaba asombrado. Helmuth había dicho a menudo que no se podía confiar en los nazis. Incluso había participado en discusiones políticas sobre el tema con adultos en la Iglesia. Pero Karl-Heinz se había resistido a dar más crédito a las palabras de su amigo adolescente que a las de los funcionarios del gobierno.

Ahora parecía que Helmuth estaba en lo cierto5.


El 7 de diciembre de 1941, Kay Ikegami y su familia esperaban a que comenzara su Escuela Dominical en japonés en una pequeña capilla de la calle King en Honolulú, Hawái. Cuando Kay recién empezó a asistir a esa clase con otros santos japoneses estadounidenses, se trataba de una reunión pequeña. Pero luego de la organización de la Misión Japonesa en Hawái cuatro años antes, el número de Escuelas Dominicales japonesas había crecido a cinco solo en Honolulú. Kay era el superintendente de la Escuela Dominical que se reunía en la calle King 6.

Esa mañana había menos gente de lo habitual en clase. Mientras esperaban a que comenzara la reunión, Jay C. Jensen, que había sustituido a Hilton Robertson como presidente de la Misión Japonesa, entró corriendo por la puerta. “Japón está atacando Pearl Harbor”, dijo.

El rostro de Kay palideció. “Oh no —dijo—. No puede ser cierto”7.

Aunque nació en Japón, Kay había vivido en los Estados Unidos desde que era niño, y sus propios hijos habían nacido allí. La idea de que su país natal atacara a la nación a la que él y su familia llamaban hogar era profundamente perturbadora8.

A las ocho de esa mañana, el presidente Jensen había asistido a otra Escuela Dominical japonesa que se reunía cerca de Pearl Harbor, una gran base naval estadounidense cercana a la ciudad. Afuera, los aviones volaban de un lado a otro en formación, y algunos de ellos lanzaban bombas. Él había pensado que el ejército estadounidense estaba realizando maniobras de entrenamiento, por lo que no le dio mayor importancia a la conmoción reinante. Sin embargo, cuando regresó a casa, su esposa, Eva, salió corriendo y le dijo que Pearl Harbor estaba siendo atacada.

Dudando, encendió la radio, solo para averiguar que ella tenía razón. “¡Manténganse alejados de las calles!”, había advertido un locutor de radio. Los aviones japoneses seguían en el aire lanzando bombas. Pero él y la hermana Jensen estaban preocupados por Kay y su Escuela Dominical, así que se apresuraron a ir a la calle King.

—¡Vayan a casa de prisa, y pónganse a cubierto! —le dijo el presidente Jensen a Kay. La clase se disolvió rápidamente y todos huyeron del edificio. Poco después, una bomba cayó a menos de cien metros de distancia, incendiando varios edificios9.

En los días siguientes, Estados Unidos declaró la guerra a Japón y a su aliada Alemania, poniendo fin a la neutralidad estadounidense en el conflicto. El gobierno puso a Hawái bajo una estricta ley marcial, cerró las escuelas públicas, censuró los periódicos y revisó todo el correo saliente. Todo el mundo en las islas estaba sujeto al toque de queda, pero los japoneses que no eran ciudadanos estadounidenses debían estar en casa cada noche a las ocho, una hora antes que el resto de los residentes. El gobierno también prohibió el uso del idioma japonés en público10.

Durante este tiempo, el hijo de Kay, David, de quince años, estaba inquieto por el repentino cambio en la vida de su familia. “Todos los días transcurren como si estuvieran muertos —escribió en su diario—. Me gustaría que hubiera escuela de nuevo”. Intentó llegar al edificio de su escuela, con la esperanza de recuperar un libro de la biblioteca que había en su casillero, pero los soldados estaban bloqueando la carretera.

Preocupados por futuros ataques de Japón, los habitantes de la isla comenzaron a construir pequeños refugios subterráneos para protegerse de las bombas enemigas. Kay y su esposa, Matsuye, le pidieron a David que les ayudara a construir un refugio en su patio trasero. Comenzaron a cavar una zanja para el refugio algo más de una semana antes de la Navidad. El trabajo era pesado y lento, sobre todo cuando tenían que quitar las rocas del suelo. Después de conseguir más ayuda, la familia pudo terminar de construir el refugio en la mañana del día de Navidad.

David se sintió aliviado de que el agotador trabajo hubiera terminado, pero le costó disfrutar del resto de ese día especial. “No se puede tener espíritu de la Navidad a causa de la guerra”, se lamentó11.

Habían pasado algunas semanas desde el bombardeo sin que se produjeran más ataques. Pero era difícil no mirar al cielo, buscando los aviones marcados con el emblema japonés del sol naciente12.


Entretanto en Alemania, un domingo por la noche Karl-Heinz Schnibbe y Rudi Wobbe esperaban la llegada de Helmuth Hübener para la reunión sacramental de la rama de Hamburgo13. Durante los últimos meses, tanto Karl-Heinz como Rudi, de quince años, habían ayudado a Helmuth a distribuir volantes antinazis por toda la ciudad. Como secretario de la rama, Helmuth tenía la máquina de escribir de la rama en su casa para poder escribir cartas a los soldados Santos de los Últimos Días, y a menudo la utilizaba para producir los volantes, que tenían titulares llamativos como “No te lo están contando todo” o “¡Hitler, el asesino!”14.

Distribuir los volantes era considerado alta traición, un delito castigado con la muerte, pero los jóvenes habían evadido hasta ese momento a las autoridades. Sin embargo, la ausencia de Helmuth en la Iglesia era preocupante. Karl-Heinz se preguntó si tal vez su amigo estaba enfermo. La reunión transcurrió como de costumbre hasta que el presidente de la rama, Arthur Zander, miembro del partido nazi, pidió a la congregación que permaneciera en sus asientos después de la oración de clausura.

—Un miembro de nuestra rama, Helmuth Hübener, ha sido detenido por la Gestapo —dijo el presidente Zander—. Tengo muy poca información, pero sé que es por una cuestión política. Eso es todo15.

Karl-Heinz y Rudi se miraron mutuamente. Los santos sentados cerca de ellos murmuraban asombrados. Estuvieran o no de acuerdo con Hitler, muchos de ellos creían que era su deber respetar al gobierno y sus leyes16. Y sabían que cualquier oposición abierta a los nazis por parte de un miembro de la rama, por muy heroica o bien intencionada que fuera, podía ponerlos a todos en peligro.

De camino a casa, los padres de Karl-Heinz hablaron en voz alta de qué podría haber hecho Helmuth. Karl-Heinz no dijo nada. Él, Rudi y Helmuth habían hecho un pacto por el que, si uno de ellos era detenido, esa persona asumiría toda la culpa y no nombraría a los demás. Karl-Heinz confiaba en que Helmuth cumpliría su pacto, pero tenía miedo. La Gestapo tenía fama de torturar a los prisioneros para obtener la información que querían17.

Dos días después, Karl-Heinz estaba en el trabajo cuando alguien llamó a su puerta. Dos agentes de la Gestapo con largos abrigos de cuero le mostraron sus placas.

—¿Es usted Karl-Heinz Schnibbe? —preguntó uno de ellos.

Karl-Heinz dijo que sí.

—Acompáñenos —le dijeron, conduciéndolo a un automóvil Mercedes negro. Karl-Heinz pronto se encontró apretujado en el asiento trasero entre dos agentes mientras se dirigían a su apartamento. Intentó evitar incriminarse mientras lo interrogaban.

Cuando finalmente llegaron a su casa, Karl-Heinz agradeció que su padre estuviera en el trabajo y su madre en el dentista. Los agentes registraron el apartamento durante una hora, hojeando libros y escudriñando bajo las camas, pero Karl-Heinz había tenido cuidado de no llevar ninguna prueba a casa. No encontraron nada.

Pero no lo dejaron marchar. En lugar de ello, lo volvieron a meter en el coche. “Si miente —dijo uno de los agentes— le daremos una gran paliza”18.

Esa noche, Karl-Heinz llegó a una prisión en las afueras de Hamburgo. Después de que lo llevaran a su celda, un agente con porra y pistola abrió la puerta.

—¿Por qué está aquí? —le preguntó el oficial.

Karl-Heinz dijo que no lo sabía.

El agente le golpeó en la cara con su llavero. “¿Ahora lo sabe?”, le gritó.

—No señor —respondió Karl-Heinz, aterrado—. Quiero decir, ¡sí señor!

El oficial le golpeó de nuevo, y esta vez Karl-Heinz cedió al dolor. “Supuestamente escuché una retransmisión del enemigo”, dijo19.

Aquella noche Karl-Heinz esperaba conseguir paz y tranquilidad, pero los agentes no dejaban de abrir abruptamente la puerta, encender las luces y obligarle a correr hacia la pared y recitar su nombre. Cuando finalmente lo dejaron en la oscuridad, sus ojos ardían de cansancio. Pero no lograba conciliar el sueño. Pensó en sus padres y en lo preocupados que debían de estar. ¿Tenían idea de que ahora era un prisionero?

Cansado en cuerpo y alma, Karl-Heinz hundió la cara en su almohada y lloró20.


En febrero de 1942, Amy Brown Lyman se sentó ante un micrófono en el tenuemente iluminado Tabernáculo de Salt Lake, preparándose para grabar un mensaje especial para el centenario de la Sociedad de Socorro. Solo un puñado de personas estaba allí para presenciar su grabación, y sus treinta años como líder de la Sociedad de Socorro le habían dado muchas oportunidades de hablar en público. Pero esta era una experiencia nueva y estaba nerviosa21.

Amy había sido apartada como Presidenta General de la Sociedad de Socorro el 1 de enero de 1940, apenas unas semanas antes de que Heber J. Grant sufriera un ataque al corazón. Desde entonces, la salud del presidente Grant había estado mejorando continuamente22. Sin embargo, la seguridad y el bienestar de las personas de todo el mundo nunca habían sido tan precarios. La guerra se había extendido prácticamente a todas las partes del globo mientras el Reino Unido, Estados Unidos, la Unión Soviética, China y sus aliados luchaban contra las fuerzas de Alemania, Italia, Japón y sus aliados23.

Mientras los soldados estadounidenses se preparaban para combatir en el extranjero, el gobierno de EE. UU. pidió a los ciudadanos que estaban en el país que se sacrificaran en apoyo al esfuerzo bélico. En enero, la Primera Presidencia anunció que las organizaciones de la Iglesia como la Sociedad de Socorro debían cancelar todas las convenciones de estaca en Canadá, México y Estados Unidos para reducir gastos y ahorrar combustible24.

Por esta razón, Amy estaba grabando su mensaje en lugar de decirlo en persona. Originalmente, ella y otras líderes de la Sociedad de Socorro habían esperado hacer una gran celebración del centenario en marzo de 1942, aniversario de la primera Sociedad de Socorro en Nauvoo. La Sociedad de Socorro también había planeado celebrar una conferencia de tres días en abril, patrocinar nueve representaciones de un espectáculo llamado El Siglo de la luz de la mujer [Woman’s Century of Light], y organizar un concierto con 1500 “madres cantantes” en el Tabernáculo25.

Luego de la cancelación de esos eventos, la mesa general de la Sociedad de Socorro animó a los barrios y a las ramas a llevar a cabo sus propias reuniones pequeñas y a considerar la posibilidad de plantar un “árbol del centenario” como forma de conmemorar la ocasión26.

La mesa también había decidido enviar un disco fonográfico de 30 cm con las palabras de Amy, así como un breve mensaje del presidente Grant, a todas las Sociedades de Socorro de Estados Unidos, México y Canadá. Aunque la guerra dificultó el envío de estas grabaciones a mujeres de otras naciones, la Sociedad de Socorro planeó enviarles discos una vez que las condiciones mejoraran27.

Cuando llegó el momento de dar su discurso, Amy habló claramente hacia el micrófono. “Aunque las sombras de la guerra gravitan pesadamente sobre muchos lugares —dijo—, este centenario no se olvida”. A continuación, habló de la inmensa labor de la Sociedad de Socorro, de su historial de servicio y fe, y de los retos de ese momento.

—En 1942, al comenzar un nuevo siglo de la Sociedad de Socorro —dijo—, hallamos que el mundo está lleno de tumultos y problemas. Es evidente que la gente de todo el mundo tendrá que hacer sacrificios; sacrificios de una naturaleza y un tamaño como pocos jamás habrán imaginado.

—En estos tiempos difíciles, no se encontrará a las mujeres de la Sociedad de Socorro carentes de preparación —continuó— y ellas nunca dudarán de que, finalmente, el conocimiento y la paz triunfarán sobre la ignorancia y la guerra28.

Después de terminar su discurso, Amy se sintió agradecida por haber podido comunicarse con mujeres que vivían a miles de kilómetros de distancia, mujeres que no podrían haber asistido a las conferencias y desfiles de Salt Lake City, incluso en tiempos de paz.

Amy había esperado que 1942 fuera un año de regocijo en la Iglesia para la Sociedad de Socorro. En cambio, era seguro que sería un año de sacrificios, sufrimientos y aceptación de nuevas responsabilidades. Con todo, al transmitir su mensaje a las mujeres de la Sociedad de Socorro, las instó a confiar en el Señor y a trabajar en Su causa.

—Volvamos a dedicarnos este día a nuestra propia obra y misión especiales —dijo—, y al avance del evangelio de nuestro Señor y Maestro, Jesucristo29.


Mientras tanto, en Tilsit, Alemania, Helga Meiszus, de veintiún años, apoyaba la situación bélica llevando pasteles típicos [streusel] a los soldados y visitando, los domingos entre las reuniones de la Iglesia, a los hombres que habían sido heridos. Un día, mientras visitaba un hospital cercano, conoció a un soldado herido, que era Santo de los Últimos Días, y se llamaba Gerhard Birth. Pronto comenzó a recibir cartas de él, una tras de la otra.

Aunque solo se habían visto una vez, Gerhard invitó a Helga a venir a su ciudad natal y pasar la Navidad con su familia. Al principio, pensó que no debía aceptar la invitación. Pero entonces, su hermano Siegfried, que trabajaba con ella en una tienda de lentes local, le hizo cambiar de opinión. “Son miembros de la Iglesia y te han invitado —le dijo—, ¿por qué no vas?”30.

Así que Helga fue y disfrutó de la oportunidad de conocer a Gerhard y a su numerosa familia. El joven estaba claramente enamorado de ella, pero a ella no le parecía que su relación pudiera llegar a convertirse en algo más31. Enfrentados al desafío de la guerra y ante un futuro incierto, los jóvenes solían precipitarse al matrimonio. Si Helga hacía lo mismo, probablemente ella y Gerhard pasarían poco tiempo juntos antes de que lo enviaran de vuelta al frente. Y la guerra no iba bien para Alemania. Hitler había invadido la Unión Soviética en junio de 1941, pero unas semanas antes de Navidad, el ejército soviético y el crudo invierno ruso habían logrado rechazar a los nazis en Moscú32.

Poco después de que Helga regresara a Tilsit, recibió una carta de Gerhard, esta vez proponiéndole matrimonio. Ella le respondió, tomando en broma su propuesta. Pero en su siguiente carta, él le aseguró que su sentimiento era sincero. “Comprometámonos”, le escribió.

Helga se mostró reacia al principio, pero finalmente aceptó su oferta. Le gustaba y admiraba a Gerhard. Era el mayor de once hijos y estaba totalmente dedicado a sus padres y a la Iglesia. También tenía una muy buena educación, mucha ambición y una excelente voz para cantar. Podía imaginárselos compartiendo una buena vida juntos.

Un domingo, poco después, Helga volvió a casa de una reunión de la Iglesia y encontró un telegrama de Gerhard en su buzón. Lo habían llamado para que volviera al frente, y su tren curiosamente iba a pasar por Tilsit de camino a la Unión Soviética. Gerhard quería encontrarse con ella en la estación de tren y que, luego, se casaran en la ciudad.

La idea de ir sola a la estación para encontrarse con un soldado avergonzaba a Helga, así que le pidió a una amiga llamada Waltraut que la acompañara. El día señalado, encontraron a Gerhard en la estación con un grupo de soldados. Parecía feliz de verla, pero ella lo saludó con un simple apretón de manos. Helga se dirigió entonces a Waltraut, quizá con la esperanza de que facilitara el incómodo reencuentro, pero Waltraut había desaparecido, dejándolos solos.

Gerhard recibió permiso para permanecer en Tilsit unos días mientras su unidad se dirigía al frente. El 11 de febrero de 1942, él y Helga fueron al juzgado para casarse. Hacía frío, pero era también un hermoso día y, mientras caminaban, podían oír el crujido de la nieve bajo sus pies. En el juzgado, familiares y amigos de la rama se unieron a ellos en la ceremonia.

El domingo siguiente, Gerhard cantó un solo en la capilla. La rama de Tilsit era mucho más pequeña ahora, que muchos de los hombres habían sido reclutados para el ejército. El propio padre de Helga había sido reclutado poco después de la invasión de Polonia, aunque después había vuelto a casa. Sin embargo, su hermano Siegfried ya era lo suficientemente mayor para ir a luchar, y pronto su hermano Henry también lo sería.

Al escuchar cantar a Gerhard, Helga se conmovió. “Los placeres de la vida pronto pasarán —recordaba la letra del himno a la pequeña rama—. Sus alegrías, en el mejor de los casos, pocas son”.

Luego de la reunión, Helga llevó a su esposo a la estación de tren y se despidieron. Gerhard le escribió casi todos los días durante un mes y medio. Más tarde, unas semanas después de que sus cartas cesaran de llegar, ella recibió la noticia de que él había muerto en combate33.


Ese mes de abril, el presidente J. Reuben Clark se puso de pie ante una pequeña audiencia de la conferencia general en el Salón de Asambleas de la Manzana del Templo. Debido a las restricciones de viaje, solo las Autoridades Generales y las presidencias de estaca asistieron a la reunión en persona. Los santos que vivían en Utah y sus alrededores podían escucharla en la radio, mientras que los que vivían más lejos tenían que esperar a que los discursos se publicaran y distribuyeran en el informe de la conferencia de la Iglesia. Por su parte, los santos que vivían en algunas naciones devastadas por la guerra no tendrían acceso alguno a los discursos. Aun así, el presidente Clark sintió que su mensaje, pronunciado en nombre de la Primera Presidencia, debía dirigirse directamente a todos los Santos de los Últimos Días, sin importar dónde vivieran.

—En la presente guerra, hombres justos de la Iglesia de ambos bandos han muerto, algunos con gran heroísmo, por el bien de su propio país —declaró34. Su yerno, Mervyn Bennion, era uno de los que había perdido la vida durante el ataque japonés en Pearl Harbor apenas cuatro meses antes. El presidente Clark quería a Mervyn como a uno de sus hijos, y su muerte lo había estremecido profundamente. Pero a pesar de lo difícil que había sido la muerte de Mervyn, el presidente Clark había sido consolado por el Espíritu en su dolor, y sabía que no podía sucumbir a sentimientos de ira, malicia o venganza35.

—Ay de aquellos que siembran el odio en el corazón de los jóvenes y del pueblo —dijo—. El odio nace de Satanás; el amor procede de Dios. Debemos expulsar el odio de nuestros corazones, cada uno de nosotros, y no permitir que vuelva a entrar.

A continuación, citó la sección 98 de Doctrina y Convenios: “Por tanto, renunciad a la guerra y proclamad la paz”. Los conflictos entre naciones deben resolverse de forma pacífica; él declaró: “La Iglesia está y debe estar en contra de la guerra”36.

El conflicto había causado dolor y sufrimiento en las vidas de los santos de todo el mundo y había impedido el crecimiento de la Iglesia. Los santos en Europa y los misioneros que sirvieron entre ellos habían pasado las dos décadas desde la última guerra proclamando el Evangelio y edificando la Iglesia. Ahora, muchas ramas luchaban por mantenerse unidas.

Los santos de Estados Unidos también tuvieron problemas, aunque no en el mismo grado. El racionamiento gubernamental de la gasolina y el caucho restringió la frecuencia con la que los santos podían reunirse. Todos los hombres de entre dieciocho y sesenta y cuatro años de edad debían inscribirse para realizar el servicio militar. Pronto hubo muchos menos jóvenes disponibles para el servicio misional y los líderes de la Iglesia limitaron la obra misional a tiempo completo a América del Norte y del Sur y a las islas de Hawái37.

Por mucho que la Primera Presidencia se opusiera a la guerra, también entendía que los Santos de los Últimos Días tenían el deber de defender los países donde vivían. Y a pesar de la dolorosa pérdida de su yerno a causa de un repentino ataque enemigo, el presidente Clark subrayó que los santos de ambos bandos de la guerra estaban justificados al responder a la llamada de sus respectivas naciones.

—Esta Iglesia es una Iglesia mundial. Sus devotos miembros se encuentran en ambos bandos —dijo—. En cada bando creen que luchan por su hogar, patria y libertad. En cada bando, nuestros hermanos oran al mismo Dios, en el mismo nombre, por la victoria. Ninguna de las dos partes puede estar completamente en lo correcto, tal vez ninguna esté sin error”.

—Dios resolverá en Su debido tiempo y en Su propia forma soberana la justicia y el derecho del conflicto —declaró—. Dios está a la cabeza”38.

  1. Schnibbe, The Price, págs. 20, 24; Holmes y Keele, When Truth Was Treason, pág. 29; Dewey, Hübener vs Hitler, págs. 44–47. Tema: Helmuth Hübener

  2. Schnibbe, The Price, pág. 25; Holmes y Keele, When Truth Was Treason, pág. 30; Dewey, Hübener vs Hitler, págs. 86–87; Nelson, Moroni and the Swastika, pág. 296.

  3. Holmes y Keele, When Truth Was Treason, pág. 29; Gellately, Backing Hitler, pág. 184–186; Nelson, Moroni and the Swastika, pág. 296.

  4. Holmes y Keele, When Truth Was Treason, pág. 30; Schnibbe, The Price, págs. 25–26.

  5. Schnibbe, The Price, págs. 20–23, 26–27.

  6. Ikegami, “Brief History of the Japanese Members of the Church”, págs. 3, 5; Ikegami, “We Had Good Examples among the Members”, pág. 229; Britsch, Moramona, pág. 284; Japanese Mission President’s 1940 Annual Report, 17 de febrero de 1941; Jay C. Jensen a the First Presidency, 16 de diciembre de 1941, First Presidency Mission Files, BHI; Jay C. Jensen, “L.D.S. Japanese Aid U.S. Soldiers”, Deseret News, 28 de noviembre de 1942, Church section, pág. [1]. Véase el tema: Escuela Dominical

  7. Jay C. Jensen, Journal, 7 de diciembre de 1941; Britsch, Moramona, págs. 284, 286; Jay C. Jensen, “L.D.S. Japanese Aid U.S. Soldiers”, Deseret News, 28 de noviembre de 1942, Church section, pág. [1]. La cita se ha modificado para una mayor legibilidad; “Japón estaba atacando Pearl Harbor” del original cambiado a “Japón está atacando Pearl Harbor”.

  8. Ikegami, “We Had Good Examples among the Members”, pág. 228; Tosa Maru listado de pasajeros, en “Washington, Seattle, Passenger Lists, 1890–1957”; censo de los EEUU de 1940, Honolulu, Oahu, Hawaii Territory, pág. 970; Jay C. Jensen, “L.D.S. Japanese Aid U.S. Soldiers”, Deseret News, 28 de noviembre de 1942, Church section, pág. [1]. Temas: Hawái; Japón; Segunda Guerra Mundial

  9. Jay C. Jensen, “L.D.S. Japanese Aid U.S. Soldiers”, Deseret News, 28 de noviembre de 1942, Church section, pág. [1]; Jay C. Jensen, Journal, 7 de diciembre de 1941.

  10. Israel, “Military Justice in Hawaii”, págs. 243–267; “Schools, Now Closed, Being Used for Defense Purposes”, Honolulu Star-Bulletin, 8 de diciembre de 1941, pág. 7; Scheiber y Scheiber, “Constitutional Liberty in World War II”, págs. 347, 354; Allen, Hawaii’s War Years, págs. 90–91, 112–113, 360–361; “8 P.M. Curfew in Effect for Pedestrians”, Honolulu Advertiser, 4 de febrero de 1942, pág. 2; Wyatt Olson, “Exhibit Details Martial Law in Hawaii Following Pearl Harbor Attack”, Stars and Stripes, 11 de enero de 2017, https://www.stripes.com; Kimura, Issei, pág. 225.

  11. “Family Air Raid Shelter”, Honolulu Advertiser, 21 de enero de 1942, pág. [1]; Yukino N. Fukabori, “Neighbors Pool Efforts, Build Air Raid Shelter”, Hilo (HI) Tribune Herald, 26 de enero de 1942, pág. [1]; Ikegami, Journal, 11 al 25 de diciembre de 1941. La primera cita se ha editado para una mayor legibilidad; “Me gustaría que haya de nuevo escuela” del original cambiado a “Me gustaría que hubiera de nuevo escuela”.

  12. Central Pacific Mission, General Minutes, 7 de diciembre de 1941, pág. 67.

  13. Dewey, Hübener vs Hitler, págs. 158–159.

  14. Holmes y Keele, When Truth Was Treason, págs. 33–39, 191.

  15. Schnibbe, The Price, págs. 27–37; Holmes y Keele, When Truth Was Treason, pág. 13, 49.

  16. Schnibbe, The Price, pág. 39; Holmes y Keele, When Truth Was Treason, pág. 49; Doctrina y Convenios 134:5; Artículos de fe 1:12.

  17. Schnibbe, The Price, págs. 39–40; Holmes y Keele, When Truth Was Treason, págs. 38, 50, Gestapo, págs. 57–58.

  18. Schnibbe, The Price, pág. 41; Holmes y Keele, When Truth Was Treason, pág. 50. Cita editada para mayor legibilidad; la fuente original dice “Me dijeron que si mentía, me darían una gran paliza”.

  19. Holmes y Keele, When Truth Was Treason, págs. 51–52; Schnibbe, The Price, págs. 41, 43–44.

  20. Schnibbe, The Price, pág. 44.

  21. Amy Brown Lyman, “In Retrospect”, Relief Society Magazine, diciembre de 1942, tomo XXIX, pág. 840; Hall, Faded Legacy, págs. 126, 144.

  22. Derr, Cannon y Beecher, Women of Covenant, pág. 277; Heber J. Grant a Dessie Grant Boyle, 21 de abril de 1941, Letterpress Copybook, tomo LXXIX, pág. 969; Heber J. Grant a Frank W. Simmonds, 31 de diciembre de 1941, Letterpress Copybook, tomo LXXX, pág. 709, Heber J. Grant Collection, BHI.

  23. Dickinson, World in the Long Twentieth Century, págs. 163, 168–170, 175. Tema: Amy Brown Lyman.

  24. “Notice to Church Officers”, Deseret News, 17 de enero de 1942, pág. 1; “Bulletin No. 24”, 19 de febrero de 1942, págs. 1–2, Relief Society Bulletins, BHI.

  25. Amy Brown Lyman, “In Retrospect”, Relief Society Magazine, diciembre de 1942, tomo XXIX, pág. 840; Hall, Faded Legacy, págs. 158–159; Derr, Cannon y Beecher, Women of Covenant, pág. 283. Véase también el tema: Sociedad de Socorro; Sociedad de Socorro Femenina de Nauvoo

  26. “Bulletin No. 24”, 19 de febrero de 1942, págs. 5–6, Relief Society Bulletins, BHI.

  27. Relief Society General Board, Minutes, 25 de febrero de 1942, págs. 27–28; Vera White Pohlman, “Relief Society Celebrates Its Centennial”, Relief Society Magazine, abril de 1942, tomo XXIX, pág. 229.

  28. Relief Society Centennial Radio Broadcast”, Relief Society Magazine, abril de 1942, tomo XXIX, págs. 248–250.

  29. Amy Brown Lyman, “In Retrospect”, Relief Society Magazine, diciembre de 1942, tomo XXIX, págs. 838–840; “Relief Society Centennial Radio Broadcast”, Relief Society Magazine, abril de 1942, tomo XXIX, pág. 250.

  30. Meyer y Galli, Under a Leafless Tree, págs. 63–65, 78–80.

  31. Minert, In Harm’s Way, págs. 399, 407; Meyer y Galli, Under a Leafless Tree, págs. 81–84.

  32. Overy, Third Reich, págs. 248–250, 259–260; Meyer y Galli, Under a Leafless Tree, págs. 84–85; Winter, Great War and the British People, págs. 250–253; Pavalko y Elder, “World War II and Divorce”, págs. 1214–1215.

  33. Meyer y Galli, Under a Leafless Tree, págs. 63, 71, 84–91; 86, nota 1; Minert, In Harm’s Way, págs. 410–411.

  34. J. Reuben Clark Jr., en One Hundred Twelfth Annual Conference, 94; First Presidency, “Notice to Church Officers”, 17 de enero de 1942; First Presidency a Stake Presidents, 14 de marzo de 1942, First Presidency Letterpress Copybooks, tomo CXVII; Quinn, Elder Statesman, pág. 97.

  35. J. Reuben Clark Jr. a Henry B. Armes, 24 de diciembre de 1941; J. Reuben Clark Jr. a Gordon S. Rentschler, 2 de enero de 1942; J. Reuben Clark Jr. a Gordon Clark, 5 de enero de 1942, J. Reuben Clark Jr. Papers, BHI.

  36. J. Reuben Clark Jr., en One Hundred Twelfth Annual Conference, 91, 94.

  37. First Presidency a Mission Presidents, 14 de enero de 1942; First Presidency, “Notice to Church Officers”, 17 de enero de 1942; First Presidency a Stake Presidencies, Ward Bishoprics, Presidents of Branches, y Presidents of Missions, 23 de marzo de 1942, First Presidency Letterpress Copybooks, tomo CXVII; Mount Graham Stake, Confidential Minutes, tomo II, 28 de diciembre de 1941 y 8 de febrero de 1942; Cowan, Church in the Twentieth Century, pág. 182.

  38. J. Reuben Clark Jr., en One Hundred Twelfth Annual Conference, 93, 95; Fox, J. Reuben Clark, págs. xiii–xv, 293–295.