2002
Unidad en el matrimonio
octubre de 2002


Clásicos de Liahona

Unidad en el matrimonio

No se logran la felicidad ni un buen matrimonio con el solo hecho de efectuar una ceremonia. Esto requiere olvidarse de uno mismo, un cortejo continuo y el ser obedientes a los mandamientos del Señor.

Un matrimonio honorable, feliz y próspero es la meta principal de toda persona normal. El matrimonio es quizás la más vital de todas las decisiones, la que tiene efectos de más alcance, ya que tiene que ver no sólo con la felicidad inmediata, sino también con el gozo eterno. Afecta no solamente a los cónyuges sino también a su familia, y particularmente a sus hijos y a los hijos de éstos a través de las muchas generaciones.

La Unión de La Mente y del Corazón

Cuando se elige un compañero para esta vida y para la eternidad, se debe efectuar la más cuidadosa preparación, meditación, oración y ayuno para asegurarse de que, entre todas las que se tomen, ésta no sea una decisión equivocada. En un verdadero matrimonio debe existir una unión de la mente así como del corazón. Las emociones no deben determinar las decisiones por completo, sino que la mente y el corazón, fortalecidos mediante el ayuno, la oración y una consideración seria, nos proporcionarán la mejor oportunidad para la felicidad marital, lo que conlleva la necesidad de sacrificarse, de compartir y de actuar con gran desinterés.

Muchas novelas y programas de televisión terminan en matrimonio: “Y vivieron muy felices…”. Hemos llegado a la conclusión de que no se logran la felicidad ni un buen matrimonio con el solo hecho de efectuar una ceremonia. La felicidad no se adquiere apretando un botón, como sucede con la luz eléctrica; la felicidad es un estado de ánimo y proviene de nuestro interior; se debe ganar; no se puede comprar con dinero; no se logra a menos que se dé algo a cambio.

Algunos consideran la felicidad como una vida fascinante de ocio, lujos y emociones constantes; pero un verdadero matrimonio se basa en una felicidad que es más que eso, una que se logra al dar, servir, compartir, sacrificarse y en la que se destaca el desinterés.

Un Corazón Comprensivo

Dos personas que proceden de diferentes hogares, después de la ceremonia se dan cuenta de que es necesario hacer frente a la realidad. Atrás queda una vida de fantasía, de ensueño; debemos bajar de las nubes y poner los pies bien en la tierra. Se deben asumir responsabilidades y aceptar nuevos deberes; tendrán que abandonar algunas libertades personales y efectuar muchos ajustes desinteresados.

Después de la ceremonia, uno empieza a descubrir muy pronto que el cónyuge tiene debilidades que antes no se habían advertido o descubierto. Las virtudes que constantemente se realzaban durante el cortejo parecen hacerse más pequeñas, mientras que las debilidades que antes parecían tan pequeñas e insignificantes, alcanzan ahora proporciones considerables. Es el momento de tener un corazón comprensivo, evaluarse uno mismo, tener sentido común, razonar y planear. Es ahora cuando afloran los hábitos adquiridos con los años; nuestro cónyuge puede ser tacaño o despilfarrador, vago o trabajador, devoto o irreligioso; puede que sea amable y cooperador, o petulante y enfadadizo; exigente o desprendido, egoísta o modesto. El problema de la relación con los suegros se hace aparente y la relación de nuestro cónyuge con ellos vuelve a agrandarse.

Con frecuencia hace falta la disposición para serenarse y asumir las pesadas responsabilidades que se presentan de inmediato; la economía es reacia a reemplazar una vida de abundancia y la joven pareja parece estar demasiado dispuesta a “no ser menos que los demás”. Frecuentemente falta la voluntad para hacer los ajustes económicos necesarios; algunas esposas jóvenes exigen que los lujos de los que disfrutaban en los prósperos hogares de sus exitosos padres estén presentes en los suyos. Algunas incluso están más que dispuestas a contribuir a esa vida de abundancia y siguen trabajando una vez casadas; consecuentemente, salen del hogar, en donde yace su deber, para ir en busca de logros profesionales o empresariales. Con ello, se acostumbran a esa situación económica, con lo que se hace muy difícil ceñirse a una vida familiar normal. Cuando ambos cónyuges trabajan, muchas veces entra en la familia la competencia en vez de la cooperación. Dos trabajadores exhaustos regresan a la casa con los nervios crispados, más orgullo individual, más deseo de independencia, y como consecuencia surgen las dificultades. Las pequeñas fricciones crecen hasta convertirse en descomunales.

Una Fórmula Infalible

Aunque la vida matrimonial es difícil, y es común encontrar en ella parejas discordantes y frustradas, la felicidad duradera es posible y el matrimonio puede resultar un éxtasis más exultante de lo que la mente humana pueda imaginar. Esto está al alcance de toda pareja, de toda persona. La idea de “almas gemelas” es una quimera, una ilusión, y aunque la mayoría de nuestros jóvenes tratan con toda diligencia y devoción de encontrar una persona con la cual la vida pueda ser más compatible y hermosa, también es cierto que casi todo buen hombre y toda buena mujer podrían tener felicidad y éxito en el matrimonio si ambos estuvieran dispuestos a pagar el precio.

Existe una fórmula infalible, la cual garantiza a toda pareja un matrimonio feliz y eterno; pero al igual que en todas las fórmulas, no se deben eliminar, reducir ni limitar los ingredientes principales. La selección antes del cortejo y la expresión constante de afecto después de la ceremonia matrimonial son de igual importancia, pero no son más importantes que el matrimonio mismo. Su éxito depende de ambos cónyuges, no sólo de uno, sino de los dos.

En el matrimonio iniciado y fundamentado sobre normas razonables como las ya mencionadas, no hay combinaciones de poder que puedan destruirlo, excepto el poder que existe en cada uno de los cónyuges o en el de ambos; generalmente, ambos deben asumir la responsabilidad. Puede haber otras personas o elementos que influyan para bien o para mal; puede parecer que el aspecto económico, social y político, así como otras situaciones, tengan cierta influencia; pero el matrimonio se basa pura y exclusivamente en ambos cónyuges, quienes siempre podrán lograr éxito y felicidad en su matrimonio si se lo proponen, son desinteresados y rectos.

La fórmula es sencilla; los ingredientes son pocos, aunque existen numerosos ejemplos de cada uno.

Primero, debe existir una actitud adecuada hacia el matrimonio. La persona debe tratar de seleccionar el cónyuge que alcance, hasta donde sea posible, el pináculo de la perfección en todos los aspectos que tengan importancia para ella como persona. Luego, ambas partes deben llegar al altar del templo dándose cuenta de que deben trabajar arduamente para tener éxito en la vida en común.

Segundo, debe abundar la generosidad, olvidándose del “yo”, dirigiendo toda la vida familiar y lo que a ella corresponde hacia aquello que sea de beneficio para la misma, y subyugando así el egoísmo.

Tercero, el cortejo y las expresiones de afecto, amabilidad y consideración deben continuar a fin de que el amor se mantenga vivo y crezca.

Cuarto, se deben vivir plenamente los mandamientos del Señor, tal como se encuentran definidos en el Evangelio de Jesucristo.

Mezclando estos ingredientes de forma adecuada y manteniéndolos en funcionamiento constante, es casi imposible que surja la desdicha, que continúen los malos entendimientos o que haya desavenencias. Los abogados especializados en divorcios tendrían que especializarse en otros campos y los tribunales dedicados a las separaciones terminarían por cerrar.

Del “yo” Al “nosotros”

Dos personas que estén considerando el matrimonio deben darse cuenta de que ese estado legal no garantiza automáticamente la felicidad que tanto esperan, sino que ese convenio significa sacrificarse, compartir y aun renunciar a ciertas libertades personales; significa una larga y ardua frugalidad; significa hijos que traen consigo cargas económicas, de servicio, de cuidado y preocupación; pero también significa la más profunda y dulce de todas las emociones.

Antes del matrimonio, cada uno de los cónyuges tiene la libertad de hacer lo que le plazca, de organizar y planear su vida de la manera que crea conveniente, de tomar toda decisión siendo la persona misma la única consideración. Antes de tomar los votos matrimoniales, los novios deben darse cuenta de que es necesario que cada uno acepte, literal y plenamente, que el bienestar de la nueva familia debe anteponerse siempre al bienestar propio. En toda decisión se debe considerar el hecho de que habrá dos o más personas que se verán afectadas por la misma. Ahora, al tener que tomar decisiones importantes, la esposa tendrá en cuenta la manera en que éstas afectarán a los padres, los hijos, el hogar y su vida espiritual. La ocupación del marido, su vida social, sus amistades, sus intereses personales, deben considerarse ahora bajo el prisma de que él es sólo una parte de una familia, o sea, que para todas las cosas se debe tener en cuenta al grupo familiar.

Quizás un matrimonio no siempre sea equitativo ni transcurra sin dificultades, pero puede disfrutar de gran paz. La pareja podrá tener pobreza, enfermedad, desalientos, fracasos y hasta muerte en la familia, pero todo eso no tiene por qué robarles la paz. El matrimonio puede tener éxito siempre que el egoísmo no forme parte de él. Si existe una abnegación total, los problemas y las dificultades unirán a los padres con lazos inquebrantables. Durante la depresión de la década de 1930 [en Estados Unidos], hubo una marcada disminución de divorcios; la pobreza, los fracasos y el desánimo unían a los padres. La adversidad puede estrechar relaciones que la prosperidad puede destruir.

Contribuir con Felicidad

El matrimonio que se basa en el egoísmo está condenado a fracasar. El que se casa para obtener riquezas, prestigio o un estatus social, ciertamente quedará decepcionado. El que se casa para satisfacer la vanidad y el orgullo, o para fastidiar o herir a otra persona, se engaña a sí mismo. Mas para el que se casa para dar felicidad así como para recibirla, para prestar servicio y recibirlo, y que vela por los intereses de la pareja y luego de la familia, habrá buenas posibilidades de que su matrimonio sea feliz.

El amor es como una flor y, al igual que el cuerpo, precisa de alimento constante. Si no se le alimentara con frecuencia, dentro de poco el cuerpo terrenal se consumiría y moriría. La tierna flor se marchitaría y moriría sin agua y alimento. Así también, no se puede esperar que el amor dure eternamente a menos que se le alimente de continuo con porciones de amor, manifestaciones de aprecio y admiración, expresiones de gratitud y la consideración que proviene del desinterés.

El altruismo total es otro factor que contribuirá a lograr un matrimonio feliz; si se buscan constantemente los intereses, la comodidad y la felicidad del cónyuge, el amor que se descubre durante el cortejo y se afirma en el matrimonio crecerá en dimensiones inconmensurables. Muchas parejas permiten que su matrimonio se estanque y que el amor se enfríe como el pan duro, los chistes viejos y la comida fría. Los nutrientes más importantes para el amor son: la consideración, la amabilidad, la cortesía, la preocupación, las expresiones de afecto, los abrazos que denotan aprecio, la admiración, la satisfacción, el compañerismo, la confianza, la fe, el esfuerzo mutuo, la igualdad y la interdependencia.

El Pináculo de la Felicidad

A fin de ser realmente felices en el matrimonio debemos observar fiel y continuamente los mandamientos del Señor; nadie, ya sea soltero o casado, ha logrado ser feliz a menos que haya sido justo. Hay satisfacciones momentáneas y situaciones engañosas, pero la felicidad total y permanente sólo se obtiene mediante la limpieza y la dignidad. La persona que haya llevado siempre una vida basada en profundas convicciones religiosas jamás será feliz llevando una vida de inactividad. Su conciencia le afligirá, a menos que haga caso omiso de ella por completo, en cuyo caso el matrimonio ya corre serio peligro. El remordernos la conciencia puede hacer que la vida resulte insoportable. La inactividad es destructiva para el matrimonio, especialmente si los cónyuges varían en lo que concierne a su inactividad.

Las diferencias religiosas se cuentan entre las más duras e insalvables de todas.

El matrimonio es ordenado por Dios; no es simplemente una costumbre social; sin un matrimonio adecuado y dichoso, nunca podremos ser exaltados. Si leen las palabras del Señor, verán que afirma que lo correcto y apropiado es casarse.

Siendo así, el Santo de los Últimos Días reflexivo e inteligente planeará su vida con detenimiento para asegurarse de que no haya impedimento alguno en el camino. Al cometer tan sólo un error serio, uno puede poner en el camino obstáculos que jamás pueda retirar y que pueden interrumpir su progreso hacia la vida eterna y la divinidad, nuestro destino final. Si dos personas aman al Señor más que a su propia vida, y luego se aman mutuamente más que a su propia vida, seguramente gozarán de esta gran felicidad trabajando juntos en una armonía total, con el programa del Evangelio como estructura básica. Cuando con frecuencia los cónyuges asisten juntos al santo templo, se arrodillan en el hogar para orar con su familia, asisten a sus reuniones religiosas, mantienen su vida moralmente casta —mental y físicamente— a fin de que todos sus pensamientos, deseos y amor estén centrados en su compañero, y ambos colaboran para edificar el reino de Dios, entonces gozan de la felicidad en todo su esplendor.

“A Ninguna Otra”

En ocasiones, en el matrimonio hay distracciones, a pesar de que el Señor ha dicho: “Amarás a tu esposa con todo tu corazón, y te allegarás a ella y a ninguna otra” (D. y C. 42:22).

Eso significa igualmente que “amarás a tu esposo con todo tu corazón, y te allegarás a él y a ningún otro”. Frecuentemente, las personas continúan allegándose a su madre, a su padre y a sus amigos. En ocasiones, las madres no ceden la influencia que han tenido sobre sus hijos, y el esposo, así como la esposa, regresan a sus padres para obtener consejo y confiarles sus problemas. En cambio, deben acercarse a su cónyuge en la mayoría de las cosas y nunca hablar de sus intimidades a los demás.

Los matrimonios hacen bien al adquirir de inmediato su propia vivienda, separada de las de sus familiares por ambas partes. Puede que ese hogar sea modesto y humilde, pero aun así es un domicilio independiente. Su vida matrimonial debe ser independiente de la de sus padres; ámenlos más que nunca; atesoren su consejo; aprecien la relación que tienen con ustedes; pero vivan su vida, gobiérnense por sus decisiones, después de orar al respecto y recibir el consejo de aquellos que lo deben brindar. Allegarse no significa simplemente ocupar la misma casa; significa unirse estrechamente, andar juntos:

“Por tanto, es lícito que… los dos [sean] una sola carne, y todo esto para que la tierra cumpla el objeto de su creación;

“y para que sea llena con la medida del hombre, conforme a la creación de éste antes que el mundo fuera hecho” (D. y C. 49:16–17).

Hermanos y hermanas, quisiera decirles que ésta es la palabra del Señor; es de suma importancia y no hay nadie que deba argumentar con Él. Él creó la tierra; Él creó la humanidad; Él conoce las condiciones; Él estableció el programa, y nosotros no somos lo suficientemente inteligentes ni listos para ser capaces de discutir con Él respecto a estas cosas tan importantes. Él sabe lo que es correcto y verdadero.

Les suplicamos que mediten en estas cosas; asegúrense de que su matrimonio marche en la forma debida; asegúrense de que su vida esté en orden, de que cumplen con su parte en el matrimonio de manera apropiada.

Adaptado de un discurso pronunciado en la Universidad Brigham Young el 7 de septiembre de 1976.