Mensaje de la Primera Presidencia
“No temáis”
Cuando pensamos en el profeta José Smith, nos damos cuenta de que fue un hombre que poseía muchos atributos extraordinarios. Ciertamente, el valor era uno de esos atributos. Aun a la tierna edad de siete años, no permitió que el temor influyera en sus decisiones. Contrajo un tifus que degeneró en una llaga supurante que se le alojó en la pierna izquierda. Para salvarle la pierna, los médicos realizaron una incisión profunda y le extirparon varios fragmentos del hueso afectado. Por aquel entonces no había anestesia, pero ya despuntaban los brotes de la grandeza mientras el joven José soportaba esa dolorosísima operación, con tan sólo el consuelo que recibía mientras su padre lo sostenía entre sus brazos.
Miedo Al Dolor
Puedo entender la experiencia del profeta José porque me sucedió algo parecido. Cuando era niño, me gustaba mucho caminar por los campos y los prados, y nadar en los arroyos y en los estanques. Mi padre me enseñó a cazar y a pescar. Un verano, mi familia se fue de excursión a Wanship, Utah. Acampamos en unas tiendas entre los árboles que crecían en las orillas del río. Nos acompañaban otras familias, amigos de nuestros padres, las que acamparon cerca de nosotros. Una tarde, unos de mis jóvenes amigos y yo nos fuimos a cazar alimañas, a las que se consideraba una plaga, pues se comían los brotes que servían de pasto para las ovejas. Teníamos rifles del calibre 22 y yo recibí un disparo accidental en la pierna, por encima de la rodilla, casi a bocajarro. Cuando la bala me atravesó la pierna, sentí como si un atizador al rojo vivo me atravesara la carne. A continuación sentí la sangre cálida manar del agujero en la pierna, por donde había pasado la bala. Llamé a mi padre para mostrarle lo sucedido, y tanto él como otros hombres me administraron los primeros auxilios para detener la hemorragia, y luego me metieron en nuestro auto para llevarme al médico más cercano, que estaba en Coalville.
Luego de depositarme sobre la mesa de operaciones y examinar la herida con detenimiento, el médico decidió que lo primero que debía hacer era esterilizar el agujero que la bala había causado en la pierna. Cuando vi cómo iba a hacerlo, tuve miedo de dos cosas: tuve miedo del dolor y también de echarme a llorar. No quería llorar porque deseaba que mi padre supiera que ya no era un niño. En mi corazón, ofrecí una oración para que mi Padre Celestial me ayudara a no llorar, sin importar lo mucho que me doliera aquello.
El médico tomó una varilla como las que se usan para limpiar los cañones de las armas. En el extremo de la varilla había un hueco al que sujetó una gasa que impregnó de solución esterilizante. Entonces tomó la varilla y la pasó por el agujero de la pierna. Cuando salió del otro extremo, cambió la gasa, puso más antiséptico y la extrajo nuevamente por el agujero, operación que repitió tres o cuatro veces más. Dolía bastante, especialmente cuando pasaba cerca del hueso, pero mi padre me tomó de la mano y yo apretaba los dientes y cerraba los ojos, mientras intentaba mantenerme inmóvil. Mi Padre Celestial había escuchado mi callada oración, pues parecía no dolerme tanto como yo me había esperado, y no lloré. La herida sanó rápidamente y por completo; la pierna no volvió a molestarme jamás, ni siquiera cuando hacía deporte en la secundaria y en la universidad. Desde entonces he desarrollado cierta empatía hacia el profeta José, pues sabía que también él había padecido una terrible herida en la pierna, que ésta se había curado y que más tarde se le describió como un hombre fuerte y sano.
El Temor No Tiene Por Qué Dominarnos
Aunque desde entonces he tenido problemas y dificultades en la vida, he intentado hacerles frente de la mejor manera posible, confiando más en la ayuda de nuestro Padre Celestial que en el consuelo de las lágrimas. Aprendí la lección que dice que, si no permitimos que la pena y el dolor nos paralicen con un estupor de inactividad, las cargas de la vida no parecen ser tan grandes. Como hijos de nuestro Padre Celestial, debemos aprender a ser felices, a confiar en Él y a no tener miedo.
Los Estados Unidos de América y muchos otros países han caído en un estado de temor a causa de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Esto no es nada nuevo en la historia del mundo. En la historia de los nefitas, el terror y el asesinato desempeñaban un papel fundamental en la estrategia de los ladrones de Gadiantón. El terror desencadenado en este nuevo milenio ha sido hábilmente ideado para asustarnos, pero el temor no tiene por qué dominarnos. La consiguiente amenaza del ántrax se contempla como un daño de carácter más psicológico, pues es menos obvio que el choque de un avión. Sin embargo, hacemos frente a riesgos mucho más comunes, como las infecciones bacteriológicas, que se suceden a diario. Tenemos una mayor disposición para aceptar riesgos con los que estamos familiarizados, como manejar un auto o incluso cruzar la calle.
Satanás es nuestro mayor enemigo y trabaja noche y día para destruirnos. Sin embargo, el temor al poder de Satanás no tiene por qué paralizarnos, puesto que no puede tener poder sobre nosotros a menos que se lo permitamos. En realidad él es un cobarde y si nos mantenemos firmes, se retirará.
En la obra clásica infantil El jardín secreto, la escritora Frances Hodgson Burnett relata la historia de una huérfana, Mary Lennox, que es llevada a la casa de su tío, donde conoce a su primo, Colin, que lleva una vida de reclusión. Aunque no le sucede nada malo, le paraliza el temor de convertirse en un jorobado si sigue viviendo y se ha convencido de que morirá pronto.
Mary Lennox es una niña solitaria que ha decidido no tener interés por nada. Un día, mientras camina por la hacienda de su tío, tropieza con la llave para entrar a un jardín circundado por un muro elevado. Una vez que entra en el jardín, tiene lugar una transformación. Al trabajar por devolver al jardín su esplendor pasado, ella experimenta un rejuvenecimiento de ánimo. Se persuade a Colin para que abandone su sombrío cuarto y vaya al jardín, y la autora escribe este comentario:
“Mientras Colin se encerraba en su cuarto y pensaba sólo en sus temores y debilidades, en cuánto detestaba a la gente que le miraba, y reflexionaba a cada hora en jorobas y en una muerte temprana, se convertía en un pequeño hipocondríaco histérico y medio loco que no sabía nada de la luz del sol ni de la primavera, y que tampoco sabía que podía curarse y ponerse de pie si tan sólo lo intentaba. Cuando los pensamientos nuevos y hermosos comenzaron a reemplazar a los espantosos anteriores, empezó a gozar de la vida, la sangre manó saludablemente por entre sus venas y la fortaleza se derramó sobre él como un diluvio… Pueden acontecerle cosas mucho más sorprendentes a cualquiera que, teniendo un pensamiento desagradable o desanimado, tenga la sensatez de recordar a tiempo el poder expulsarlo y sustituirlo por uno agradable y valeroso. No puede haber dos cosas en un mismo lugar.
“‘Donde se plantan rosas, querido amigo,
no crecen cardos’”1.
Nuestro Padre Celestial Nos Consolará
Recordemos que el Señor ha dicho: “Pues aun vuestros cabellos están todos contados” para el Padre. “Así que, no temáis” (Mateo 10:30–31). Él nos conoce, nos ama y conoce nuestras necesidades; nos consolará si tan sólo confiamos en Él, en Su bondad y sabiduría.
Hay muchas cosas que no podemos cambiar. Todos tenemos dificultades y padecemos decepciones, pero éstas se convierten con frecuencia en oportunidades. El Señor puede medir nuestra fortaleza según cómo resolvamos las dificultades que surjan en la vida. Él dijo al profeta José Smith: “…entiende, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien” (D. y C. 122:7).
En ocasiones el Señor permite que tengamos pruebas a fin de que nos transformemos en siervos productivos. En nuestro afán por tener éxito, a menudo no nos damos cuenta de que el Señor está intentando alejarnos del falso orgullo y de la vana ambición para poder instruirnos en el discipulado. Su ojo que todo lo ve está sobre nosotros y siempre nos observa, ya que Él es nuestro Padre Celestial Eterno. Cuando vengan las pruebas —y de seguro que todos tendremos pruebas durante nuestra vida terrenal— no nos hundamos en el abismo de la auto conmiseración, sino recordemos quién está al timón; recordemos que Él está ahí para guiarnos por entre las tormentas de la vida.
No Permitamos Que el Temor Influya En Nuestras Decisiones
Se cuenta la historia de un barco que pasaba por dificultades durante una fuerte tormenta cerca de las costas de Holanda:
“Partieron varios hombres en un bote de remos para rescatar a la tripulación de la barca pesquera. Las olas eran enormes y cada uno de esos hombres tenía que hacer un tremendo esfuerzo con los remos a fin de llegar hasta los desafortunados marineros en medio de la oscuridad de la noche y la furia de los elementos.
“Finalmente llegaron hasta ellos, pero resultó que el bote era demasiado pequeño para acomodar a todos los náufragos y, debido a que simplemente no había lugar para él, uno de los hombres tuvo que quedarse a bordo de la barca pesquera; de otro modo habría sido demasiado grande el riesgo de hundirse en el mar. Cuando los salvadores llegaron a la playa, había muchas personas esperando ansiosas con antorchas para alumbrar la negra noche. Los mismos hombres no podían regresar a buscar al náufrago, pues se encontraban exhaustos por haber luchado contra los vientos violentos, las olas y la lluvia arrolladora.
“Entonces, el capitán de guardacostas pidió voluntarios para hacer un segundo viaje; entre los que dieron un paso al frente sin vacilar había un joven de diecinueve años llamado Hans; éste, vestido con ropas impermeables, estaba allí acompañado por su madre, viendo las operaciones de rescate.
“Cuando el joven se adelantó, la madre, aterrada, le rogó: ‘Hans, te lo suplico, no vayas. Tu padre murió en el mar cuando tenías cuatro años y tu hermano mayor Pete lleva más de tres meses desaparecido. ¡Eres el único hijo que me queda!’
“Pero Hans le respondió: ‘Madre, siento que debo hacerlo. Es mi deber’. Su madre se echó a llorar y cuando Hans subió al bote, tomó los remos y desapareció en la noche; ella, inquieta, empezó a caminar de arriba para abajo en la playa.
“Tras una ardua lucha con aquella mar embravecida, una lucha que duró más de una hora (que para la afligida madre de Hans debe de haber sido como una eternidad), el bote apareció ante la vista. Cuando los rescatadores llegaron lo bastante cerca de la playa para escucharlo, el capitán de guardacostas hizo bocina con las manos y preguntó, gritando con todas sus fuerzas para hacerse oír a través de la tormenta: ‘¿Lo salvaron?’.
“La gente que iluminaba el mar con sus antorchas vio a Hans levantarse de su asiento de remero y gritar con todas sus fuerzas: ‘¡Sí! ¡Y dígale a mi madre que es mi hermano Pete!’”2.
En otra ocasión, en otro mar, los Apóstoles de la antigüedad estaban en una barca “azotada por las olas; porque el viento era contrario.
“Mas a la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando sobre el mar.
“Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo.
“Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” (Mateo 14:24–27).
No permitamos que el temor influya en nuestras decisiones y recordemos siempre ser de buen ánimo, depositar nuestra fe en Dios y vivir dignos de Su dirección. Cada uno de nosotros tiene derecho a recibir inspiración personal para guiarnos a lo largo de nuestro período de prueba aquí en la tierra. Ruego que vivamos así, para que nuestro corazón esté siempre receptivo en todo momento a los susurros y al consuelo del Espíritu.
Ideas Para los Maestros Orientadores
A continuación se indican algunos ejemplos de la forma en que se podría compartir este mensaje:
-
Invite a los integrantes de la familia a que describan a una persona valiente. Haga que se turnen para leer en voz alta la historia del profeta José Smith y del presidente Faust cuando ambos eran niños.
-
Muestre una planta a los miembros de la familia e invíteles a contar lo que sepan sobre el tener éxito como jardinero. ¿Cómo se puede aplicar el dicho “Donde se plantan rosas, no crecen cardos” al superar los temores?
-
Muestre a la familia la lámina de la página 7 de este ejemplar y pídales que se imaginen cómo habría sido si hubieran estado en esa barca. Lean Mateo 14:22–27 y después hable de una ocasión en la que el depositar su fe en Dios le haya ayudado a ser de buen ánimo. Los miembros de la familia también pueden compartir experiencias semejantes.