Liahona fue mi guía
En 1988 dejé mi hogar en Mozambique, un país al sudeste de África, para buscar una educación académica y oportunidades de trabajo en lo que por entonces era la República Democrática de Alemania. Estando en una tienda conocí a dos misioneros que me preguntaron si alguna vez había oído hablar de Jesucristo. Les dije que había oído de Él, pero que en realidad no sabía quién era. De hecho, hasta entonces no había creído en Dios. Los misioneros me dieron un Libro de Mormón en alemán y me pidieron que lo leyera y que orara sobre él. Entonces, como nunca había visto orar a nadie con anterioridad, ellos me explicaron cómo hacerlo.
Después de su visita leí y oré como me habían sugerido, y mi corazón albergó una hermosa sensación de paz. “¿Qué es esto?”, me preguntaba.
Cuando los misioneros volvieron a visitarme, me explicaron que aquella paz en mi corazón era la respuesta a mi súplica. En ese momento supe que el Libro de Mormón es de Dios. A pesar de ello, tenía miedo a bautizarme porque creía que mi padre dejaría de aceptarme como su hijo.
Cuando mi contrato de trabajo finalizó en 1991, regresé a mi hogar en Mozambique. Mi país estaba en guerra y la Iglesia aún no se había establecido allí. Aún así era feliz con la esperanza de que algún día la Iglesia llegara a mi país y pudiera bautizarme. Siempre que las personas me invitaban a asistir a una iglesia, yo les decía que ya tenía una.
“¿Cuál?”, me preguntaban.
“No la hay aquí”, les respondía. “Pero llegará”. Estaba seguro de ello.
Pasaron ocho años antes de volver yo a encontrar la Iglesia, pero durante todo ese tiempo tuve una guía. Cuando partí de Alemania, el presidente de la rama me suscribió a la revista Liahona (en portugués). Cada mes, durante ocho años, recibía Liahona, y cada mes de esos ocho años me dio ánimo y esperanza. Siempre que la leía, me sentía como si estuviera con otros Santos de los Últimos Días. La revista me orientaba, me llenaba de emoción, me inspiraba palabras humildes y nutría mi Espíritu. Con frecuencia, en la sección “Preguntas y respuestas”, encontraba respuestas a mis propias preguntas. Durante ocho años, Liahona fue mi guía.
Entonces, un día de 1999, los misioneros regulares entraron en la oficina de correos donde trabaja mi hermano, la misma oficina donde llega mi ejemplar de la revista Liahona. Cuando mi hermano vio la plaqueta identificativa del élder Patrick Tedjamulia, reconoció el nombre de la Iglesia de mis revistas y le preguntó al misionero quién era él. Mi hermano le dijo que tenía un familiar que era miembro de la misma Iglesia, y el élder Tedjamulia pidió conocerme.
Cuando mi hermano me dijo que había conocido a los misioneros, me quedé asombrado. ¿Era posible que la Iglesia estuviera en Mozambique?
Pronto descubrí que así era. Nuestro gobierno había reconocido la Iglesia en 1996.
Fue maravilloso volver a reunirme con los misioneros. Recordé lo que los élderes me habían enseñado en Alemania y sentí nuevamente aquella paz en mi corazón.
Pude bautizarme en enero de 2000 como miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, lo cual fue una gran bendición para mí. Percibo el Espíritu del Señor en toda la obra de la Iglesia.
Cuán agradecido me siento por la revista Liahona y porque mi Padre Celestial me facilitara una guía para seguir creyendo y tener esperanza hasta que encontrase nuevamente Su Iglesia.
Filipe S. Zavale es miembro de la Rama Maputo, Misión Sudáfrica Johannesburgo.