Algo más que otro negocio
Aunque mi esposo y yo procedíamos de familias con principios religiosos y morales, no estábamos satisfechos con el progreso espiritual de nuestra familia. Yo asistía a la misma iglesia en la que me había criado, acompañada de mis tres hijos, Beverly, Janice y Ralph. Raúl, mi esposo, no iba a la iglesia porque creía que todas las iglesias eran un negocio; creía que estaban altamente comercializadas y que muchos de sus líderes se aprovechaban de las donaciones de los miembros. También creía que la literatura religiosa no se debía vender sino dar gratuitamente a la gente que tuviera interés en ella.
Por casualidad, en febrero de 1986 mi esposo tuvo la ocasión de ver a dos misioneros Santos de los Últimos Días que pasaban por nuestra casa y les indicó que quería hablar con ellos. Él quería saber si la Iglesia a la que representaban tendría interés en adquirir un terreno para construir un centro de reuniones. Mi esposo está en el negocio inmobiliario y vio aquel encuentro como una venta potencial.
Los misioneros no pudieron informarle al respecto, pero no desaprovecharon la oportunidad de fijar una cita para conversar sobre el Evangelio restaurado. Mi esposo estaba convencido de que ésta era una iglesia como las demás con las que había tenido algún contacto, por lo que les pidió que regresaran al día siguiente. Quería demostrarles que su iglesia simplemente utilizaba a Dios para hacer negocios.
Al día siguiente recibimos a los misioneros con cierta desconfianza, pero al hablarnos sobre la Iglesia y su historia, comenzamos a sentir algo muy especial en el corazón. Al marcharse, nos dieron unos ejemplares del Libro de Mormón; mi esposo les preguntó cuánto costaban, pero para su sorpresa, los libros eran gratuitos. Su sorpresa fue aún mayor cuando se dio cuenta de que esta Iglesia no era un negocio, por lo que se interesó y comenzó a hacer todo tipo de preguntas a los misioneros.
A partir de entonces, fuimos a las reuniones de la Iglesia cada domingo y para el 15 de julio de 1987, toda la familia se había convertido. Nos bautizamos y luego nos sellamos como familia por la eternidad en el templo. Nuestro hijo, Ralph, sirvió como misionero de tiempo completo y posteriormente se casó en el templo. Nuestras dos hijas se han casado en el templo con ex misioneros y ahora tenemos nueve nietos hermosos y sanos.
Mi esposo y yo hemos servido en muchos llamamientos en la Iglesia y hemos seguido creciendo espiritualmente y ayudando a que el Evangelio crezca en nuestra rama, situada en el sur de nuestra hermosa y encantadora isla, Puerto Rico. Mi marido ha sido presidente de la Rama Salinas en dos ocasiones. La obra ha sido dura, pero sabemos que nuestro ejemplo como rama ha esparcido muchas semillas por nuestra pequeña ciudad.
¿Qué más se podía pedir de nuestro Padre Celestial? Nuestra gratitud es eterna. Lo que empezó como una simple conversación sobre una venta y un esfuerzo por demostrar que la Iglesia era un negocio, se convirtió en la transacción celestial más grande posible para nuestra familia: la oportunidad de estar unidos los unos a los otros, a nuestro Salvador Jesucristo y a nuestro Padre Celestial.
Yolanda Zayas es miembro de la Rama Salinas, Distrito Guayama, Puerto Rico.