2006
Porque las tenemos ante nuestros ojos
abril de 2006


Porque las tenemos ante nuestros ojos

Aplicar cinco principios al estudio de las Escrituras puede ayudarles no sólo a saber más del Salvador, sino a ser más como Él.

Durante los últimos 20 años, la hermana Bednar y yo nos hemos reunido con decenas de miles de jóvenes Santos de los Últimos Días para analizar las doctrinas del Evangelio restaurado y considerar las bendiciones del vivir a diario principios correctos. Al reunirnos con grupos, tanto grandes como pequeños, solíamos invitar a los jóvenes a hacernos preguntas y nos ha impresionado sobremanera la profundidad de su conocimiento del Evangelio y la calidad de sus preguntas.

Dos de las preguntas que se nos han planteado una y otra vez son: ¿Por qué es tan importante estudiar las Escrituras? ¿Qué puedo hacer para que mi estudio de las Escrituras sea más edificante y eficaz?

Preguntas tan excelentes como éstas merecen una seria consideración por parte de todos.

¿Por qué es tan importante estudiar las Escrituras?

El Señor ha declarado que Su obra y Su gloria consiste en “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). Él estableció Su Iglesia para contribuir a esta gran obra. En consecuencia, la gran misión de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es “invitar a todos a venir a Cristo” (D. y C. 20:59) y “[perfeccionarnos] en él” (Moroni 10:32). Así pues, todo lo que aprendemos, sabemos y hacemos como discípulos del Salvador y miembros de Su Iglesia tiene como finalidad ayudarnos a dar una respuesta afirmativa a esta invitación de los cielos.

Venir a Cristo no es un único acontecimiento con un inicio y un fin determinados; más bien, es un proceso que se desarrolla y profundiza durante toda la vida. Como paso inicial del proceso, ciertamente debemos obtener conocimiento y aprender sobre Jesús y Su vida, Sus enseñanzas y Su ministerio. Pero para venir a Cristo de verdad también se requiere una obediencia y un esfuerzo constantes por llegar a ser como Él en nuestros pensamientos, motivos, palabras y hechos. A medida que seguimos adelante (véase 2 Nefi 31:20) por el camino del discipulado, nos allegamos al Salvador con la esperanza de que Él se allegue a nosotros; podemos buscarlo diligentemente con la esperanza de hallarlo; podemos pedir confiando en que recibiremos; y podemos llamar esperando que la puerta se abra para dejarnos entrar (véase D. y C. 86:63).

Una de las mejores maneras de allegarse al Señor Jesucristo y al mismo tiempo aprender más sobre Él y llegar a ser más como Él es mediante el estudio constante de las Santas Escrituras, del “[deleitarse] en las palabras de Cristo” a diario (2 Nefi 32:3).

Fíjense en que empleé la palabra estudio y no lectura. Estudiar y deleitarse sugieren un enfoque y una intensidad que van más allá de la lectura casual o del examen rápido. Estudiar y deleitarse, seguido de una oración sincera y una tenaz aplicación de las verdades y los principios que aprendamos, resultan en una resolución personal, un compromiso espiritual y la brillante luz del testimonio. Estudiar, aprender, orar y aplicar en forma adecuada las verdades del Evangelio son todos elementos clave del proceso de allegarse al Salvador.

Las Escrituras tienen una importancia vital para mí al continuar viniendo a Cristo. Con frecuencia mi mente y mi corazón reciben la intensa admonición de mi bendición patriarcal, que me insta a “estudiar las Escrituras siempre que tenga ocasión”. Durante décadas, esa simple frase me ha brindado guía para mi estudio del Evangelio, y las bendiciones prometidas de inspiración e instrucción relacionadas con esa admonición se han cumplido repetidas veces en mi vida.

Además, el presidente Harold B. Lee (1899–1973) ha influido enormemente en mi estudio y uso de las Escrituras. Durante aquella primera capacitación misional en Salt Lake City en 1971, cerca de 300 élderes y hermanas fuimos bendecidos con la instrucción impartida por el presidente Lee en el cuarto de asambleas del Templo de Salt Lake. Ser instruido por uno de los testigos especiales del Señor y un miembro de la Primera Presidencia en semejante lugar sagrado fue una experiencia inolvidable para mí.

El formato de la instrucción fue bastante sencillo: el presidente Lee nos invitó a hacerle preguntas sobre cualquier tema del Evangelio. ¡Jamás olvidaré lo que sentí al observar al presidente Lee responder a cada pregunta con las Escrituras! Sabía que yo jamás tendría un conocimiento de las Escrituras tan grande como él, pero en aquel momento en el Templo de Salt Lake, tomé la decisión de estudiarlas y emplearlas en mi enseñanza y de seguir el ejemplo del profeta. Aquel compromiso que adquirí siendo un misionero de 19 años, nuevo y sin experiencia, ha bendecido mi vida de maneras que no se pueden contar ni describir adecuadamente.

Busquen en las siguientes palabras el papel central que desempeñan las Escrituras en el proceso de conocer a Dios y de confiar en Él:

“Escudriñen las Escrituras; escudriñen las revelaciones que publicamos y pidan a nuestro Padre Celestial, en el nombre de Su Hijo Jesucristo, que les manifieste la verdad; y si lo hacen con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios, sin ninguna duda, Él les responderá por el poder de Su Santo Espíritu. Entonces podrán saber por ustedes mismos y no por otra persona: No tendrán entonces que depender del hombre para saber de Dios, ni habrá lugar para la especulación. No; porque cuando los hombres reciben su instrucción de Aquel que los hizo, saben cómo los salvará”1.

Por el poder del Espíritu Santo, cada uno de nosotros puede recibir un testimonio espiritual independiente de cualquier otra persona y “saber por ustedes mismos” que Jesús es el Salvador y nuestro Redentor.

En esencia, las Escrituras son una “grabación” escrita de la voz del Señor, una voz que podemos sentir en el corazón más que oírla con los oídos; y al estudiar el contenido de la palabra escrita de Dios y sentir su espíritu, aprendemos a oír Su voz en las palabras que leemos y a entender la forma en que el Espíritu Santo nos comunica esas palabras. Así se explica en Doctrina y Convenios 18:34–36:

“Estas palabras no son de hombres, ni de hombre, sino mías; por tanto, testificaréis que son de mí, y no del hombre

“Porque es mi voz la que os las declara; porque os son dadas por mi Espíritu, y por mi poder las podéis leer los unos a los otros; y si no fuera por mi poder, no podríais tenerlas.

“Por tanto, podéis testificar que habéis oído mi voz y que conocéis mis palabras”.

¡Qué importante es que cada uno acuda repetidas veces a las Santas Escrituras y así obtenga experiencia y confianza al oír y sentir Su voz. Al estudiar las Santas Escrituras con regularidad, “he aquí, las palabras de Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer” (2 Nefi 32:3).

Durante nuestro proceso de venir a Cristo, resulta esencial oír y sentir la voz del Señor, así como conocer Sus palabras. El Salvador enseñó: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (Juan 10:27; cursiva agregada). Así pues, oír Su voz es el paso previo para seguirle adecuadamente, “porque [mis escogidos] escuchan mi voz y no endurecen su corazón” (D. y C. 29:7). Verdaderamente, podemos recibir instrucción de Él y seguirle. Todo miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días goza de la capacidad espiritual de oír, sentir y seguir, la cual se ve fortalecida por medio del estudio diligente de las Escrituras.

¿Por qué es tan importante estudiar las Escrituras? El estudio sincero de las Escrituras nos ayuda a progresar en el proceso de venir a Cristo y de llegar a ser más como Él. Por medio de ese deleite diario, podemos obtener un testimonio de las verdades del Evangelio por nosotros mismos y aprender a oír y seguir la voz del Señor.

¿Qué puedo hacer para que mi estudio de las Escrituras sea más edificante y eficaz?

El comprender y aplicar cinco principios básicos puede hacer que nuestro estudio personal de las Escrituras sea más edificante y eficaz.

Principio 1: Oren para recibir entendimiento y soliciten la ayuda del Espíritu Santo. Las cosas del Espíritu se aprenden únicamente mediante la influencia del Espíritu. Cada vez que comenzamos una sesión de estudio sincero de las Escrituras, el ofrecer una oración ferviente y humilde en la que pidamos a nuestro Padre Celestial, en el nombre de Su Hijo, la ayuda del Espíritu Santo, mejorará enormemente nuestro aprendizaje, nuestra comprensión y nuestra memoria. No sólo resulta útil orar al principio, sino que también lo es pedir entendimiento mientras se estudia. Además, a mí me ayuda expresar gratitud al final de mi estudio por todo lo que he aprendido.

Principio 2: Trabajen. El conocimiento y la comprensión del Evangelio son fruto del estudio diligente de las Escrituras bajo la tutela del Espíritu Santo. La combinación que abre la puerta de la caja fuerte que guarda los tesoros de las Escrituras incluye una gran cantidad de trabajo, trabajo simple, arduo y tradicional. Un granjero no puede esperar cosechar nada en otoño si no planta con esmero en primavera y trabaja duro durante el verano para desherbar, fertilizar y cultivar. Del mismo modo, no podemos esperar una gran cosecha de las Escrituras a menos que paguemos el precio de estudiarlas regular y diligentemente. Los tesoros de las Escrituras que buscamos en nuestra vida no se pueden tomar prestados ni tampoco se pueden adquirir de segunda mano. Cada uno de nosotros debe aprender a abrir la puerta de esa caja fuerte mediante el principio del trabajo.

Principio 3: Sean constantes. Dado el ajetreado ritmo de la vida, no basta con tener buenas intenciones y simplemente “esperar” encontrar el tiempo para un serio estudio de las Escrituras. La experiencia me dice que el programar un horario específico cada día para el estudio, el dedicar todo el tiempo posible a ello y el tener un lugar determinado para hacerlo contribuye enormemente a la eficacia de nuestro estudio de las Escrituras.

Principio 4: Mediten. La palabra meditar significa considerar, contemplar, reflexionar o pensar en algo. Por lo tanto, meditar en las Escrituras es reflexionar reverentemente en las verdades, las experiencias y las lecciones que contienen las obras canónicas. El proceso de meditar requiere tiempo y no se puede forzar ni acelerar.

El profeta José Smith nos dio una pauta importante para reflexionar y meditar en las Escrituras cuando enseñó: “Tengo una llave por medio de la cual entiendo las Escrituras. Pregunto: ¿Qué fue la pregunta que ocasionó la respuesta, o que causó que Jesús relatara la parábola?”2. El esforzarse por comprender la pregunta previa a una determinada revelación, parábola o episodio puede ayudarnos a obtener un entendimiento más profundo de las Escrituras.

El presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) recalcó un método similar para estudiar y meditar en las Santas Escrituras en general y en el Libro de Mormón en particular:

“Si [los autores del Libro de Mormón] vieron nuestros días y eligieron aquellas cosas que serían de máximo valor para nosotros, ¿no es eso suficiente razón para estudiar el Libro de Mormón? Constantemente deberíamos preguntarnos: ‘¿Por qué inspiró el Señor a Mormón (o a Moroni o a Alma) para que incluyera esto en su registro? ¿Qué lección puedo aprender de esto que me ayude a vivir en esta época?’”3.

La enseñanza del presidente Benson nos ayuda a seguir el consejo de Nefi respecto a “[aplicar] todas las Escrituras a nosotros mismos para nuestro provecho e instrucción” (1 Nefi 19:23). Así vemos que, al plantearnos preguntas y meditar en lo que hayamos estudiado en las Escrituras, invitamos a la inspiración y a la ayuda del Espíritu Santo.

Principio 5: Anoten sus impresiones, pensamientos y sentimientos. El élder Richard G. Scott, del Quórum de los Doce Apóstoles, recalca con frecuencia la importancia de anotar las impresiones y los pensamientos espirituales:

“Descubrirás que al anotar tus preciadas impresiones, a menudo se te ocurrirán más. Además, el conocimiento que obtengas estará a tu disposición por el resto de tu vida. Esfuérzate siempre para reconocer y seguir la dirección del Espíritu, sea de día o de noche, dondequiera que estés y sin importar lo que estés haciendo. Expresa gratitud por la ayuda recibida y obedécela. Esa práctica afirmará tu capacidad de aprender por el Espíritu y permitirá que el Señor guíe tu vida y te ayude a utilizar de manera más provechosa cualquier otra capacidad latente en ti”4.

El anotar lo que aprendamos, lo que pensemos y sintamos al estudiar las Escrituras es otra forma de meditar y una invitación poderosa que extendemos al Espíritu Santo para que continúe dándonos instrucción.

Somos bendecidos al vivir en una época en la que las Santas Escrituras están tan fácilmente a nuestro alcance. Ruego que jamás las pasemos por alto ni las tratemos ligeramente. Debemos recordar las Santas Escrituras y aplicar a todas ellas las enseñanzas que el rey Benjamín impartió a sus hijos:

“Os digo, hijos míos, que si no fuera por estas cosas [las Escrituras], las cuales se han guardado y preservado por la mano de Dios para que nosotros pudiéramos leer y entender acerca de sus misterios, y siempre tener sus mandamientos ante nuestros ojos, aun nuestros padres habrían degenerado en la incredulidad…

“¡Oh hijos míos, quisiera que recordaseis que estas palabras son verdaderas, y también que estos anales son verdaderos!… y podemos saber de su certeza porque las tenemos ante nuestros ojos.

“Y ahora bien, hijos míos, quisiera que os acordaseis de escudriñarlas diligentemente, para que en esto os beneficiéis; y quisiera que guardaseis los mandamientos de Dios para que prosperéis en la tierra, de acuerdo con las promesas que el Señor hizo a nuestros padres” (Mosíah 1:5–7; cursiva agregada).

Testifico y afirmo que las Santas Escrituras son verdaderas y que contienen la palabra de Dios. Al proseguir con nuestro proceso de venir al Salvador, seremos fortalecidos y prosperaremos al “[deleitarnos] en las palabras de Cristo” constante y diligentemente. De hecho, somos bendecidos porque las tenemos ante nuestros ojos.

Notas

  1. “To the Honorable Men of the World”, The Evening and the Morning Star, agosto de 1832, pág. 22; cursiva agregada.

  2. History of the Church, tomo 5, pág. 261.

  3. “El Libro de Mormón: la clave de nuestra religión”, Liahona, enero de 1987, pág. 3.

  4. “Cómo adquirir conocimiento y la entereza para utilizarlo con sabiduría”, Liahona, agosto de 2002, págs. 12–14.