Paz en el hogar
Mi hermano y yo discutíamos sobre nuestras creencias religiosas. Al final aprendí a mostrar mi desacuerdo sin ser desagradable.
Cuando tenía doce años, ni me imaginaba que tendría que defender mi fe en la Iglesia. Después de todo, vivíamos en una comunidad donde la mayoría de las personas eran Santos de los Últimos Días y casi todas las personas a las que conocía creían en lo mismo que yo. No me esperaba la acalorada conversación que mantuve con mi hermano mientras se hallaba con permiso de sus deberes militares. No estaba preparada para hacer frente a esa situación y terminé por salir del cuarto llorando.
Desde entonces he aprendido mucho sobre cómo llevarme bien con aquellos familiares que no comparten mis creencias. Éstas son algunas de las cosas que me han ayudado a mantener la paz sin comprometer aquello en lo que creo:
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1. Acuérdate de ser cortés. No importa cuál sea la postura de ellos sobre cuestiones religiosas, es importante que trates a cada miembro de tu familia con amabilidad y amor. Sírveles, comunícate con ellos e inclúyelos en las conversaciones y decisiones familiares.
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2. Incluye a los miembros de tu familia en todas las actividades familiares, aun cuando sean actividades relacionadas con la Iglesia. Durante muchos años, mi hermano se negó a participar en cualquiera de nuestras actividades religiosas, pero ahora quiere que le inviten a las bodas, las bendiciones de los bebés, etc. Las personas con otras creencias desean sentirse bienvenidos aun cuando no acepten la invitación.
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3. Aprovecha las preguntas que constituyen un desafío para edificar tu testimonio. A pesar de lo difícil que me resultaba contestar las preguntas de mi hermano sobre la Iglesia, estaba decidida a saber de seguro que lo que se me había enseñado era cierto. Estudié las Escrituras e hice muchas preguntas a mis padres y a los líderes de la Iglesia, hasta que obtuve un testimonio firme del Evangelio.
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4. No evites los temas de religión. Debido a que la Iglesia forma parte tan integral de la vida de cualquier Santo de los Últimos Días, el evitar el tema de la religión puede contribuir a que tu familia piense que les ocultas algo. En tus conversaciones, incluye experiencias personales relacionadas con la Iglesia.
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5. Trata de entender el punto de vista de los demás. Yo solía pensar que mi hermano siempre estaba equivocado, pero cuando empecé a ver las cosas desde su punto de vista, me quedé sorprendida. ¿Cómo me sentiría si no pudiera ir a la boda de mi hermana menor? ¿Cómo me sentiría si no entendiera algunas de las palabras que mi familia usara con frecuencia? Si yo fuera él, quizá también reaccionaría negativamente de vez en cuando ante tales cosas.
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6. Hazte responsable de tus errores. Solía discutir con mi hermano y atacar sus creencias, pero cuando por fin maduré lo suficiente para darme cuenta de que estaba mal actuar de ese modo, me disculpé y la relación que tengo con él es mejor que nunca. Jamás te disculpes por tus creencias, sólo por aquellos hechos que no estén en armonía con el Evangelio.
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7. Evita la contención. El Espíritu no permanecerá donde haya contención. Si el Espíritu se aleja, también lo hacen las oportunidades para aprender y crecer.
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8. Apoya en sus actividades religiosas a las personas que tengan otras creencias. Aunque creemos que nuestra Iglesia tiene la plenitud del Evangelio, en las demás iglesias se enseñan muchas verdades. Si discrepamos en nuestros puntos de vista, aún así es necesario respetar la postura religiosa de los demás. Da tu apoyo a las actividades religiosas rectas y sanas de los miembros de tu familia, del mismo modo que quieres que ellos lo hagan con las tuyas.
La importancia del ejemplo
“Nuestra fidelidad a esas normas divinas no tiene por qué disgustar a los que nos rodean. Tampoco tenemos por qué discutir con ellos; al contrario, si seguimos firmes en la fe, nuestro ejemplo será el argumento más convincente que pudiéramos dar en cuanto a las virtudes de la causa a la cual estamos afiliados”.
Presidente Gordon B. Hinckley, “No discutáis con los demás, sino seguid firmes en la fe”, Liahona, noviembre de 1989, pág. 4.