2006
Solteros y casados: Juntos en la fe
abril de 2006


Solteros y casados: Juntos en la fe

Juan Fortunato, de Buenos Aires, Argentina, enseña una clase de inglés a los miembros de su barrio que tienen interés en aprender esa lengua. “He sido bendecido con una gran amistad con cada miembro de la clase”, dice. “Todos tenemos algo que compartir con los demás”.

Cuando Shirley Sun, de Taipei, Taiwán, se trasladó a un barrio nuevo, su obispo la llamó para enseñar la clase de Introducción al Evangelio de la Escuela Dominical. “Tuve innumerables oportunidades de hablar con los miembros de la clase y conocerlos mejor”.

Susan Buckles se instaló en Hilton Head, Carolina del Sur, y acudió a la biblioteca local de historia familiar. La bibliotecaria le preguntó a Susan si le gustaría servir allí como voluntaria, y ella aceptó. “No es posible medir el crecimiento a menos que tomemos parte activa”, dice Susan. “Seamos útiles. Los demás se fijarán en nosotros y querrán que les ayudemos”.

De estas tres personas, ¿quién era soltera? ¿Quién estaba casada? En realidad, no importa. Lo que sí importa es la dicha que se recibe cuando el hermanamiento y el amor de Cristo van de la mano.

El presidente Gordon B. Hinckley tiene presentes a todos los santos. Él les ha dicho a los miembros solteros: “Me inquieta la tendencia en la Iglesia de dividir a los miembros en distintas clases y grupos… Ustedes son hombres y mujeres, poseedores del sacerdocio y trabajadoras de la Sociedad de Socorro; todos tienen una importancia tremenda en esta obra y la Iglesia es mucho más fuerte gracias a ustedes”1.

Todos podemos sentir el amor puro de Cristo, independientemente de nuestra edad, estado civil, riqueza, pobreza o incluso la celebridad. El poder de ese amor puede transformar la vida para que “ya no [seamos] extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19).

Trabajando juntos como santos

Si los miembros del barrio o de la rama trabajan juntos y demuestran amor cristiano los unos a los otros, entre ellos hay cada vez mayor unidad.

A las clases de instituto de Hsin Chu, Taiwán, asisten tanto personas casadas como solteras. En instituto, dice Jianbang Lee, “tengo la oportunidad de socializar con miembros de la Iglesia al margen de las reuniones dominicales. Es una ocasión magnífica para que los miembros se conozcan, compartan ideas y hagan amigos”.

Antes, al hermano Lee le parecía difícil trabar amistad con otros miembros del barrio. “Pero cuando empecé a darme cuenta de que había muchas personas que se preocupaban por mí y me amaban, el mundo entero pareció cambiar”, dice. “Comencé a amar al barrio y a sus miembros; empecé a dar más en vez de quedarme esperando a recibir el servicio, el amor y la amistad de los demás”.

Kristine Amosin Cazon, de Manila, Filipinas, fue a su nuevo barrio con una amiga. Una hermana amable les presentó a otros jóvenes adultos solteros, a la presidenta de la Sociedad de Socorro y al obispo. Se pidió a Kristine y a su amiga que se pusieran de pie durante la reunión sacramental, algo que les hizo sentirse bienvenidas.

“La primera vez que me dieron la bienvenida a la rama, me sorprendió lo amoroso y bondadoso que era todo el mundo”, dice Natassa Cokl, de Celje, Eslovenia. “No estaba acostumbrada a conocer a alguien por primera vez y que a la siguiente me dijeran que me amaban. Me recibieron con los brazos abiertos”.

Carla Martínez, una joven adulta de Buenos Aires, Argentina, se sentía invisible en su nuevo barrio porque no conocía a los miembros. Carla se había mudado en numerosas ocasiones con su familia y la vida no siempre les había sonreído. Pero una hermana del barrio empezó a hacerse amiga suya.

“Aldana me hizo un pastel (torta) de cumpleaños y decoró la humilde habitación donde vivía con mis padres”, dice Carla. “Me dio el mejor regalo de todos: su amor sincero”.

Una joven miembro ayudó a Juan Fortunato a conocer a otros miembros de su nuevo barrio, facilitándole la transición. “Literalmente, ella me presentó a cada joven de la estaca”, dice el hermano Fortunato. “Me ayudó a sentirme parte del grupo, como si tuviera una familia nueva. Resulta que ahora ella es mi esposa”.

Allanando el camino a los solteros

Joyce Baggerly, soltera de Provo, Utah, se considera un miembro del reino del Señor en la tierra. “Ser soltera en una iglesia en la que la mayoría de las personas está casada nunca ha supuesto ser un problema para mí”, dice. “Preferiría estar casada, pero no es así; por lo que doy lo mejor de mí misma con lo que tengo”.

Cuando se muda a un barrio nuevo, busca al secretario ejecutivo y solicita una cita con el obispo, y también se asegura de que el secretario responsable de los registros pida su cédula de miembro.

“Me presento a la presidenta de la Sociedad de Socorro y solicito una asignación como maestra visitante. El primer domingo de ayuno comparto mi testimonio de Jesucristo y expreso lo mucho que amo al Salvador. Además, asisto a cada actividad del barrio”, dice. “En las raras ocasiones en las que regreso a casa de una reunión donde pienso que me pasan por alto, ofrezco una oración para poder volver con el rostro alegre que suelo tener los domingos y seguir sonriendo hasta ser aceptada”.

Julie Gill, de San Antonio, Texas, se esfuerza por trabar amistad con las hermanas solteras y casadas. “El Evangelio es una gran fuerza unificadora”, dice, “pero a veces las personas casadas se olvidan de que no todos los solteros encajan en el mismo molde, o suponen que sólo pueden ser amigos de otros solteros. Una hermana me dijo: ‘Eres tan joven’, y ella era de mi misma edad, con dos hijos. Es algo que comúnmente se da por sentado, pero debemos aceptar nuestras diferencias para ayudarnos unos a otros”.

Llamados a servir

Courtney McGregor se trasladó a Salt Lake City tras la repentina muerte de su esposa. A fin de participar más plenamente, decidió caminar la segunda milla. “Siempre hay oportunidades de servir sin ser llamados a una asignación concreta”, dice. “Me ofrecí de voluntario para ayudar con la Santa Cena, lo cual me sirvió para entablar conversación con personas que tal vez no hubiera conocido tan pronto. También me ofrecí como voluntario para limpiar el templo. Mi experiencia, estando casado o soltero, ha sido siempre la misma: los amigos se encuentran en todas partes”.

Katrina Young, de San Antonio, Texas, comparte una perspectiva similar: “Tengo el deseo de sentirme incluida, así que participo en las lecciones, acepto llamamientos, sirvo como maestra visitante, me ofrezco para limpiar el centro de reuniones, llevo en auto a los miembros del barrio, asisto a las actividades y cada semana trato de aprender el nombre de una familia o de una persona. He descubierto que soy yo la que recibe el servicio”.

El cuidado de nuestros miembros mayores

Annelise Scott acababa de mudarse a su nuevo barrio en Irvine, California, al igual que algunas otras mujeres mayores que habían enviudado recientemente. No se conocían entre sí, hasta que dos hermanas del barrio decidieron celebrar un almuerzo para las demás. Desde ese día esas hermanas han sido amigas; se sientan juntas en las reuniones de la Iglesia, celebran sus cumpleaños, viajan juntas a las actividades y se ayudan las unas a las otras cada vez que haya la necesidad de hacerlo.

“Estamos atentas a las hermanas mayores que vienen por primera vez a la Sociedad de Socorro. Les pedimos su nombre y su número de teléfono para poder mantenerlas activas y que disfruten de nuestro pequeño grupo”, dice la hermana Scott.

Para los que no son sociables

Así como hay miembros sociables, hay otros que no lo son. El hablar con el obispo o el presidente de rama podría servir para que los solteros participaran más en el barrio o la rama.

“Si están dispuesto a intentar algo nuevo y tomar la iniciativa a la hora de hacer amigos entre los solteros y los casados de la Iglesia, incluso con los niños de la Primaria, descubrirán que la gente les amará y les apreciará”, dice Shuwen Yang, de Kaohsiung, Taiwán.

Susan Buckles asistió a una reunión con unos hermanos hispanos y se dio cuenta de su peculiar manera de bailar. “Si alguien no tenía pareja, lo incluían en su baile tomándose de las manos y bailando todos juntos formando un círculo”, dice. “Hacían desaparecer las diferencias para que todos se sintieran incluidos”.

Volvámonos al Salvador

¿Qué es lo que une a los santos?

“El amor puro de Cristo nos hace miembros de la familia de Dios”, dice Yingling Huang, de Hsin Chu, Taiwán. Al seguir el ejemplo del Salvador, podemos llegar a ser uno.

“Lo que une a los solteros a sus barrios o ramas es lo mismo que une a los demás miembros: nuestro testimonio de Jesucristo”, dice Roger Borg, de Costa Mesa, California. “El Salvador invita a todos a venir a Él. Todo miembro soltero y digno puede recibir las bendiciones del Evangelio, entre ellas las bendiciones del templo, y esperar recibir las bendiciones del matrimonio eterno, las cuales aún no han podido recibir en esta vida”.

Cuando la amistad y el amor van de la mano, tanto las personas solteras como las casadas de cualquier edad se sirven mutuamente, se cuidan unas a otras y tienen “entrelazados sus corazones con unidad y amor el uno para con el otro” (Mosíah 18:21). El resultado es que todos son bendecidos.

Kathleen Lubeck Peterson es miembro del Barrio Foothill, Estaca Salt Lake Norte, Utah.

¿Qué nos une? nuestro testimonio

Durante mi adolescencia me crucé muchas veces con misioneros, pero no fue sino hasta los 34 años de edad que tuve la bendición de ver, reconocer y saber la verdad.

Durante los años he sido demasiado orgullosa como para creerme la historia de un niño, de una visión y de las planchas de oro. Ahora sé, porque así me lo ha confirmado el Espíritu Santo, que José Smith es un profeta escogido por Dios. Gracias a su inocencia y grandes deseos, pudo restaurarse la verdadera Iglesia de nuestro Salvador viviente. Sé que al venir a Cristo podremos regresar junto a nuestros amorosos padres celestiales.

Marianne Lipps, de Sydney, Australia

Incluida en el evangelio

Me encantan las actividades de los adultos solteros. La Iglesia nos ofrece muchas oportunidades de hacer amigos, de salir con personas del sexo opuesto y, finalmente, casarnos. Sé que los líderes de la Iglesia constantemente tienen presente a este grupo y me siento agradecida por su amor. Sé que no se nos excluye por ser jóvenes o no estar casados, sino que se nos incluye en cada aspecto del Evangelio.

Holly Smith, de Victoria, Columbia Británica, Canadá

Notas

  1. Teachings of Gordon B. Hinckley, 1997, pág. 605.