2006
Fe bajo el paso elevado
Octubre de 2006


Fe bajo el paso elevado

Me crié en una pequeña población de las afueras de Seattle, Washington. Se encontraba relativamente cerca de una gran ciudad, pero la zona era lo suficientemente rural como para que las oportunidades de ganar dinero para la misión fueran extremadamente limitadas. Sin embargo, había un gran número de granjeros en esa región que empleaban trabajadores, así que mi hermano y yo decidimos transportar alfalfa de las grandes granjas de la zona este del estado, situadas en las montañas Cascade, a las pequeñas granjas de nuestra población. Reparamos una vieja y destartalada camioneta y la preparamos para transportar hasta 9.000 kg de alfalfa. Hicimos el viaje varias veces con éxito junto con nuestro padre, a fin de aprender todo lo necesario antes de dejar que lo hiciésemos por nuestra cuenta.

Mi hermano y yo salimos temprano una mañana en nuestro primer viaje solos. Atravesamos las montañas pero tuvimos dificultad para cargar la alfalfa; por fin logramos regresar y atravesar las montañas de nuevo con una carga completa.

En el viaje de regreso no tuvimos ningún incidente, hasta que nos dimos cuenta de que estaba comenzando a lloviznar. De inmediato, justo cuando las gotas se transformaron en lluvia copiosa, encontramos un paso elevado en la autopista y nos estacionamos debajo del mismo. Aún no habíamos podido comprar una lona para cubrir la alfalfa, y si se ésta se mojaba, ningún animal la podría comer, ya que se llenaría de moho y se pudriría con mucha rapidez. Sabíamos que si perdíamos ese cargamento, el negocio que habíamos emprendido probablemente fracasaría.

Estuvimos debajo de aquel paso elevado durante mucho tiempo, esperando a que dejara de llover, hasta que por fin caímos en la cuenta de que el Señor nos ayudaría si orábamos. Mi hermano ofreció una oración y esperamos; la lluvia no disminuyó. Decidimos que quizá yo, el hermano mayor, debería ofrecer una oración, pero la lluvia arreció. Estuvimos allí durante lo que nos pareció una eternidad. Sabíamos que una vez que abandonáramos el amparo del paso elevado, el siguiente refugio quedaría a una hora de distancia, y todavía nos faltaría una hora más de viaje a partir de ahí para llegar a casa.

Finalmente, uno de nosotros recordó la admonición de que la fe precede al milagro, y nos dimos cuenta de que debíamos ejercer la fe. Confiamos en el Señor y dejamos la cubierta protectora del paso elevado. Hasta el día de hoy recuerdo cada gota de lluvia que vi caer en el capó de la camioneta mientras salíamos lentamente de aquel lugar. Fue una gran prueba de nuestra fe, pero para cuando la cabina de la camioneta salió por completo, la lluvia se había detenido. Durante las dos horas siguientes no dejamos de orar y de dar gracias.

Llegamos a casa con el cargamento en buen estado, y mientras metíamos la camioneta en el granero, los cielos soltaron la fuerte lluvia que habían retenido. Nuestro negocio sobrevivió y ambos pudimos ganar suficiente dinero para costear nuestro servicio misional.

No todas mis oraciones se han contestado de esa manera, pero estoy muy agradecido por la lección de fe que mi hermano y yo aprendimos mientras estábamos sentados bajo el paso elevado de la autopista durante la lluvia.