2006
Lo que deseo que todo miembro nuevo sepa y que todo miembro experimentado recuerde
Octubre de 2006


Lo que deseo que todo miembro nuevo sepa y que todo miembro experimentado recuerde

Cuando los hombres, las mujeres y los niños se bautizan en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, inician un maravilloso trayecto repleto (en sentido figurado) de montañas majestuosas, valles fértiles y hermosos paisajes. En ocasiones es un trayecto extenuante, pero al mismo tiempo es absolutamente esencial, ya que es el que nos llevará de regreso a nuestro Padre Celestial. Afortunadamente, el mismo Señor Jesucristo ha prometido guiarnos por ese camino de regreso:

“De cierto, de cierto os digo, sois niños pequeños, y todavía no habéis entendido cuán grandes bendiciones el Padre tiene en sus propias manos y ha preparado para vosotros;

“…sed de buen ánimo, porque yo os guiaré. De vosotros son el reino y sus bendiciones, y las riquezas de la eternidad son vuestras”1.

Como miembros de la Iglesia, nos hallamos en ese trayecto. Nuestra edad y experiencia siempre serán diferentes, al igual que nuestras lenguas, culturas y grados de conocimiento del Evangelio; pero cualesquiera sean sus circunstancias, son bienvenidos. Tal y como dijo el apóstol Pablo: “…sois… conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios”2, lo cual significa que todos nos esforzamos por lograr el mismo fin.

Hay ciertas cosas que deseo que ustedes y todo miembro sepa, cosas que brindarán fortaleza espiritual para el camino futuro. Es importante recordar que precisamos tener éxito; no basta con simplemente acabar la carrera3, sino “[acabarla] con gozo”4. A fin de obtener una recompensa celestial, es absolutamente esencial que nos mantengamos fieles hasta el fin. En la Iglesia no hay nada orientado hacia el reino telestial ni el terrestre. Todo lo que hacemos tiene por objeto una meta celestial, por lo que no debemos desalentarnos ni detenernos a la mitad del camino. Cristo mismo declaró:

“…cualquiera que se arrepienta y se bautice en mi nombre… si persevera hasta el fin, he aquí, yo lo tendré por inocente ante mi Padre el día en que me presente para juzgar al mundo…

“… nada entra en su reposo, sino aquellos que han lavado sus vestidos en mi sangre, mediante su fe, y el arrepentimiento de todos sus pecados y su fidelidad hasta el fin”5.

El camino del convenio

Este camino que cada uno de nosotros ha escogido, el camino por el que nos socorre nuestro Salvador, es el camino del convenio. Comenzando con nuestro bautismo, hacemos convenios conforme seguimos ese sendero que conduce a la vida eterna y nos mantenemos en el camino al observar dichos convenios. Su luz es una de las recompensas que se reciben al observar los convenios. “…Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”6, aseguró Jesús.

En Su luz vivimos espiritualmente y cada día somos más capaces de discernir esa luz y recibirla más abundantemente. Es más, recibimos el don del Espíritu Santo en el momento de la confirmación, el primero de los muchos dones reservados para los miembros de la Iglesia verdadera. Las impresiones del Espíritu Santo bastarán siempre para nuestras necesidades si observamos los convenios que hemos hecho. La mayoría de los días es un camino cuesta arriba, pero la ayuda que recibimos para el ascenso es, literalmente, divina. Contamos con la ayuda de los tres miembros de la Trinidad —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— debido a los convenios que hemos concertado.

Cada semana participamos de la Santa Cena para recordarnos esos convenios. En la oración que se ofrece durante la bendición del pan “[testificamos] ante ti, oh Dios, Padre Eterno, que [estamos] dispuestos a tomar sobre [nosotros] el nombre de tu Hijo, y a recordarle siempre, y a guardar sus mandamientos que él [nos] ha dado, para que siempre [podamos] tener su Espíritu [con nosotros]”7.

La santidad del servicio

Prestar servicio es uno de los convenios que hacemos al ser bautizados. El servicio amoroso y el ocuparse de las necesidades de los demás tal vez fue la característica principal de la vida terrenal del Salvador y siempre caracterizará a los discípulos del Maestro. En las aguas de Mormón, un pequeño grupo de creyentes batieron las manos de gozo cuando se les invitó a hacer convenio por medio del bautismo de que llevarían las cargas los unos de los otros y de que consolarían a los que necesitaban consuelo8.

El Salvador mismo ha aconsejado en nuestra época: “…Todos los que se humillen ante Dios, y deseen bautizarse, y vengan con corazones quebrantados y con espíritus contritos, y… [estén] dispuestos a tomar sobre sí el nombre de Jesucristo, con la determinación de servirle hasta el fin, y verdaderamente manifiesten por sus obras que han recibido del Espíritu de Cristo para la remisión de sus pecados, serán recibidos en su iglesia por el bautismo”9.

Tenemos el deber de servir, aunque es más que un deber: Es una oportunidad de ser como Cristo. Él llevó nuestras cargas, y al llevar las cargas de otras personas, verdaderamente llegamos a ser más como Él. El prestar servicio en la Iglesia puede suponer cierta clase de carga, pero es una carga “ligera”10 gracias a que trabajamos hombro a hombro con el Salvador del mundo.

El santo templo

Si el sendero de nuestros convenios cuenta con un símbolo terrenal de un destino eterno, es la casa del Señor, el santo templo. Allí hacemos convenios que pueden unirnos a Dios y a nuestros seres queridos por toda la eternidad. Fuera del templo hablamos muy poco de esos convenios, pero en su interior, el Espíritu Santo testifica de ellos sin restricciones al puro de corazón. La bendición de recibir esa guía dulce y afirmante del Espíritu al ir a la casa del Señor una y otra vez es una bendición que deseo que reciba todo miembro adulto.

Para el que en este momento es un miembro nuevo, ir al templo puede parecer una meta lejana y demasiado difícil de alcanzar, pero en verdad no es así. No es necesario terminar todos nuestros preparativos para entrar en el templo en un solo momento. Todo acto de fe, todo paso hacia el arrepentimiento, toda pequeña victoria en la observancia de los mandamientos nos acerca más al templo cada mes, cada semana, cada día y cada hora. “…no os canséis de hacer lo bueno”, dijo el Señor, “porque… de las cosas pequeñas proceden las grandes”11.

En realidad, el sendero que conduce al templo será más fácil de lo que pudiera parecer en un principio, pues hallarán felicidad mientras se preparan para entrar en él, y también recibirán ayuda para ese trayecto. Aquellos de nosotros que conocemos las bendiciones del templo, con mucho gusto —¡y llenos de emoción!— les acompañaremos, a medida que se preparen para tener allí su propia experiencia.

Tal vez los miembros de sus barrios o ramas den el primer paso y les tiendan una mano de apoyo del mismo modo que alguien les tendió la mano para apoyarlos a ellos, pero no permitan que ellos sean los únicos que se pongan en acción. Ustedes mismos pueden entablar amistad con los demás miembros. Recuerden: También ustedes han hecho el convenio de servir y pueden ser fuente de bendición para otras personas, aun desde los primeros momentos en que ustedes llegaron a ser miembros de la Iglesia.

Aún mejor que contar con ayuda terrenal, pueden contar con la generosa asistencia del cielo. Ciertamente, no hay nada que Dios o Sus ángeles estén más deseosos de hacer que ayudar a cada uno de nosotros a concertar convenios sagrados y a observarlos. En la sección 76 de Doctrina y Convenios se nos dice:

“…Yo, el Señor, soy misericordioso y benigno para con los que me temen, y me deleito en honrar a los que me sirven en rectitud y en verdad hasta el fin…

“Y su sabiduría será grande, y su conocimiento llegará hasta el cielo; y ante ellos perecerá la sabiduría de los sabios y se desvanecerá el entendimiento del prudente.

“Porque por mi Espíritu los iluminaré, y por mi poder les revelaré los secretos de mi voluntad; sí, cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han llegado siquiera al corazón del hombre.”12

Esta promesa es tan válida para ustedes como para cualquier otro miembro de la Iglesia. No es exclusiva de los que cuentan con un amplio legado pionero. Esta promesa es para todo miembro fiel y obediente, independientemente de donde viva o del poco tiempo que lleve en el rebaño.

Dejemos atrás el pasado

Ahora que han entrado en el sendero iluminado por nuestro Redentor y que cuentan con la ayuda de los ángeles, eviten volver la vista atrás hacia la oscuridad y los remordimientos del pasado13. El verdadero arrepentimiento les permite alejarse de esas tinieblas. Uno de los pasajes de las Escrituras más alentadores que conozco dice: “…debéis seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza”14. Así que, sigan adelante; dejen el pasado en el pasado. El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985), duodécimo Presidente de la Iglesia, enseñó: “El Salvador nos instó a poner la mano en el arado y no mirar atrás. Con ese espíritu, se nos pide que seamos humildes y tengamos una fe profunda y firme en Él, que sigamos hacia adelante confiando en Él, que rehusemos ser desviados de nuestro curso por las costumbres del mundo o por sus halagos15, o, cabe decir, por las experiencias pasadas que se hayan tenido en el mundo.

No se extrañen si la tentación de volver al pasado es grande. Puede tener que ver con antiguas amistades y viejos hábitos; hábitos fuertes que hayan estado profundamente arraigados en su comportamiento, tales como la adicción al tabaco, al alcohol, a las drogas, la pornografía, el juego, la transgresión sexual o la falta de honradez, siendo éstos tan sólo unos cuantos. Esas cosas les separaron en aquel entonces de la influencia del Espíritu Santo y ahora podrían resultar aún más dañinas si ustedes vuelven nuevamente a ellas. Pero el poder de sus convenios es mayor que el poder de la tentación. No permitan que el temor por las transgresiones pasadas debilite su determinación de arrepentirse y abandonarlas. ¡Recuerden! Dios ha prometido salvarles “de mano del enemigo, y… [rescatarles] de mano del adversario”16.

Tal vez se sientan totalmente incapaces de superar las adicciones o los problemas del pasado por ustedes mismos, pero no tienen por qué enfrentarlos solos. Dios ha concedido a todo miembro un líder del sacerdocio con llaves, o sea, con autoridad, para ayudarle en el proceso del arrepentimiento y para cobrar nuevos bríos. Busquen esa ayuda. Acudan a esos líderes del sacerdocio —por lo general un obispo o presidente de rama, para atender cuestiones relacionadas con el arrepentimiento o problemas espirituales— y ellos les pondrán en el camino que conduce a la curación, una curación que, a la larga, proviene del Salvador. Para los asuntos que no precisan de confesión, hay otras personas que pueden ayudarles —un amigo, un ser querido, un maestro orientador, una maestra visitante, un profesional competente o un miembro fuerte—, dependiendo de la naturaleza del asunto. Nuevamente, hago hincapié en que nos encontramos juntos en este trayecto y “…que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan”17.

Al ejercer toda su fuerza espiritual para vencer la debilidad, al buscar con rectitud la ayuda de nuestro Salvador y de los líderes del sacerdocio, el Espíritu Santo puede ayudarles a sentir de nuevo la certeza espiritual que tuvieron en el momento de su bautismo. Él puede llenar su corazón una vez más con el conocimiento de que el curso que han elegido es el que nuestro Padre Celestial desea para ustedes en esta vida y en la eternidad.

¿Se preguntan si el Espíritu Santo realmente les hablará a ustedes? Sepan con toda certeza que ya lo ha hecho, y muchas veces. Puede que aún nos falte algo de experiencia para reconocer esa guía, pero todo miembro de la Iglesia tiene el don del Espíritu Santo y ha recibido numerosas impresiones y ayuda como resultado de ese don, aun cuando no lo solicitara de manera consciente. Dios es nuestro Padre, y los padres hacen todo lo que esté dentro de sus posibilidades, en rectitud, para ayudar a sus hijos, incluidos (y a veces particularmente) los hijos desobedientes. Esas ayudas del cielo que se reciben por conducto del Espíritu Santo vendrán la mayoría de las veces en forma de sentimientos y no tanto como algo perceptible a través de los sentidos.

El presidente Boyd K. Packer, Presidente en Funciones del Quórum de los Doce Apóstoles, lo describió de este modo: “El Espíritu Santo se comunica con nuestro espíritu por medio de la mente más bien que por los sentidos físicos. La guía llega en forma de pensamientos, sentimientos, impresiones e inspiración. No siempre resulta fácil describir la inspiración. Las Escrituras nos enseñan que ‘percibiremos’ las palabras de comunicación espiritual más de lo que las oiremos, y veremos más con los ojos espirituales que con los físicos”18.

Victorias cotidianas

En este camino cuesta arriba y, en ocasiones, peligroso, cada uno de nosotros tiene su ración de dificultades diarias. Si no tenemos cuidado, al mirar a través del lente estrecho del egoísmo, es posible que pensemos que la vida nos da más pruebas de las que nos corresponden, y que, de alguna manera, los demás parecen tener menos dificultades.

Pero las pruebas de la vida están hechas a nuestra medida, para beneficio nuestro, y todas las personas afrontarán las cargas que mejor se adapten a su propia experiencia terrenal. Al final nos daremos cuenta de que Dios es tanto misericordioso como justo, y de que todas las reglas son justas. Podemos estar seguros de que nuestras pruebas son las que necesitamos y de que el conquistarlas nos brindará bendiciones que no habríamos podido recibir de ninguna otra manera.

Si en nuestro sendero terrenal constantemente nos centramos sólo en las piedras, de seguro no veremos la hermosa flor o el fresco arroyo que nos brinda el amoroso Padre Celestial que proyectó nuestra jornada. Cada día puede traernos más gozo que pesar si nuestros ojos físicos y espirituales permanecen abiertos a la bondad de Dios. En el Evangelio, el gozo no es algo que comienza sólo en la vida venidera; es un privilegio que tenemos ahora mismo, hoy. Jamás dejemos que las cargas nos impidan ver las bendiciones. Siempre habrá más bendiciones que cargas, aunque haya días en los que parezca que no es así. Jesús dijo: “…yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”19. Disfruten ahora mismo de esas bendiciones. Son suyas, y siempre lo serán.

Permítanme resumir sólo algunas de esas bendiciones, aunque hay muchísimas más.

Conocimiento de la verdad. En un mundo dubitativo, que especula y va a la deriva, podemos saber con certeza quién es nuestro Padre, quiénes somos nosotros y cuál es nuestro destino, si seguimos el sendero que se nos ha señalado. Podemos disfrutar de la más selecta educación superior: El aprendizaje, tanto en cuestiones espirituales como temporales, que se obtiene cuando el espíritu y la mente reaccionan a esa luz que el cielo derrama sobre los fieles.

Paz en el diario vivir. Podemos seguir nuestro camino día a día con consuelo, esperanza y orientación a pesar de los problemas y los obstáculos que se nos presenten. Estas bendiciones están a nuestro alcance gracias a la fuente de nuestra fortaleza: Aquel que descendió “debajo de” todas las cosas20 y superó todas las pruebas. Cuando centramos nuestra fe en Él, nos beneficiamos de Su fuerza y recibimos como recompensa, entre otras cosas, “paz en este mundo”21.

Fortaleza en la virtud y confianza en la integridad. Tal vez el mundo se pregunte cuál es la norma de comportamiento moral, y sigue aquí y allí las falsas ideas de lo que el mundo acepta como correcto o las frívolas modas del momento, mas nosotros tenemos una roca firme22 sobre la cual edificar y a la que podemos aferrarnos, un ancla absoluta de la certeza de nuestro juicio moral. Dejemos “que la virtud engalane [nuestros] pensamientos incesantemente”, se nos instruye, y el Espíritu Santo será nuestro compañero constante. Cuando nuestra mente se concentre en ese objetivo y conduzcamos nuestra vida de ese modo, “entonces [nuestra] confianza se fortalecerá en la presencia de Dios”23.

La confraternidad con personas buenas. Ciertamente, uno de los puntos fuertes, así como un motivo para regocijarse del ser miembro de la Iglesia, es la hermandad que se disfruta con hombres y mujeres buenos, con nuevos amigos con los que tanto tenemos en común. La Iglesia es una comunidad, una comunidad de creyentes, de personas que se esfuerzan por ser fieles, una comunidad de santos. El relacionarnos con personas que comparten nuestras esperanzas nos brinda fuerza para el trayecto y nos deleita por el camino. “En todo tiempo ama el amigo”24, dice el autor de Proverbios, y muchos de nuestros más queridos amigos inevitablemente serán miembros de la Iglesia.

Únanse a nosotros. Quédense con nosotros. Necesitamos su compañía y su fuerza singular. Les damos la bienvenida a una confraternidad basada en convenios, con “una determinación que es fija, inalterable e inmutable”. Prometemos ser sus amigos, sus hermanos o sus hermanas “por la gracia de Dios en los lazos de amor… [y] andar conforme a todos los mandamientos de Dios, irreprensible, con acción de gracias, para siempre jamás”25.

Bienvenidos a la Iglesia, a las bendiciones, al trayecto celestial. Ármense de valor y de esperanza. Cuentan con ayuda celestial y terrenal. Así como el Señor dijo a los misioneros (incluidos los misioneros que les enseñaron a ustedes), también nos prometió a todos: “…iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros”26.

Y recuerden: la señal más importante de su progreso en esta jornada no es tanto a qué altura de la misma se encuentran por el momento, sino la dirección en la que avanzan. Cuando lleguen al fin de su estancia en esta vida, aún no habrán completado el proceso de la perfección —nadie lo habrá hecho—, pero si han amado y servido, si se han sacrificado y mantenido fieles hasta el fin, oirán estas gloriosas palabras: “…Bien, buen siervo y fiel… entra en el gozo de tu Señor”27. Entonces, su trayecto proseguirá con una gloria indescriptible en compañía de los seres queridos que les hayan precedido y de los mismísimos ángeles del cielo. Bienvenidos al “camino, y la verdad, y la vida”28.

Notas

  1. D. y C. 78:17–18.

  2. Efesios 2:19.

  3. Véase 2 Timoteo 4:7.

  4. Hechos 20:24.

  5. 3 Nefi 27:16, 19.

  6. Juan 8:12.

  7. D. y C. 20:77.

  8. Véase Mosíah 18:8–11.

  9. D. y C. 20:37; cursiva agregada.

  10. Mateo 11:30; véanse además los versículos 28–29.

  11. D. y C. 64:33.

  12. D. y C. 76:5, 9–10.

  13. Véase Lucas 9:62.

  14. 2 Nefi 31:20; cursiva agregada.

  15. Véase “No nos cansemos de hacer el bien”, Liahona, julio de 1980, pág. 135.

  16. Salmos 106:10.

  17. 1 Corintios 12:26.

  18. “La revelación en un mundo inconstante”, Liahona, enero de 1990, pág. 14; véase además 1 Nefi 17:45.

  19. Juan 10:10.

  20. D. y C. 122:8.

  21. D. y C. 59:23.

  22. Véase Helamán 5:12; 3 Nefi 11:39–40.

  23. D. y C. 121:45, véase además el versículo 46.

  24. Proverbios 17:17.

  25. D. y C. 88:133.

  26. D. y C. 84:88.

  27. Mateo 25:21, 23.

  28. Juan 14:6.