¡Saca a los niños del agua!
Era un agradable día de junio de 2003. Llevé a mis cinco hijos desde nuestro hogar en Logan, Utah, al lago Bear, a visitar a la familia de mi hermana. La casa de ellos queda a escasa distancia del lago, así que después de charlar un rato, decidí llevar a mis hijos y a sus dos primos, Kami y Erin, a la playa a jugar.
El agua próxima a la orilla estaba templada y una agradable brisa refrescaba el aire mientras yo permanecía sentada en una silla, leyendo y descansando. Dirigí la vista hacia el lago y vi que Kami estaba a unos 46 metros de la orilla, flotando sobre su gruesa tabla de espuma. Puesto que el lago alcanzaba una gran profundidad a no mucha distancia de la orilla, le hice señas y la llamé para que se acercara, pero no lograba oírme desde donde estaba.
Para entonces comencé a sentirme un tanto incómoda y oí al Espíritu, que me susurraba que los niños te-nían que salir del agua. Los llamé para que se acercaran más a la orilla y, aunque algo reacios, obedecieron. De repente el Espíritu me dijo con una voz alta y clara: “¡Saca a los niños del agua!”. Me volví hacia las montañas que estaban a mi espalda y vi cómo se formaban unas nubes muy oscuras. El brillo de un rayo iluminó el cielo.
“Salgan del agua”, exclamé. “¡Se acerca una tormenta!”. Me apresuré a llegar hasta Kami, que ahora se hallaba flotando a unos 70 metros de distancia. En ese momento nos alcanzó una ráfaga de viento. Dallin, mi hijo de ocho años, intentaba sacar otra tabla de espuma del agua, pero el viento la azotó como si fuera una vela, tirando al niño al suelo.
Intenté llegar hasta Kami lo más rápidamente posible, pero el viento la alejaba cada vez más. No soy una buena nadadora, pero a pesar de las olas que se formaban a mi alrededor, seguí adentrándome en el lago. Podía ver cómo la niña movía los pies con todas sus fuerzas mientras se apoyaba sobre un lado de la tabla, pero de nada servía contra aquel feroz viento que aún la llevaba lago a dentro.
Según avanzaba, el agua era cada vez más profunda, hasta que me llegó a los hombros. Entonces los pies llegaron a una brusca caída hacia el fondo del lago y allí tuve que detenerme cuando aún me separaban unos 18 metros de Kami. Abrí la boca para llamarla, pero para mi sorpresa, no pude emitir sonido alguno. Cuando por fin logré hacerlo, sólo pude articular varios sonidos incongruentes. Fue entonces cuando me di cuenta de lo fría que estaba el agua a esa distancia y de que estaba comenzando a padecer hipotermia. Tampoco iba a ser capaz de regresar; las dos íbamos a perecer ahogadas.
En ese momento, y haciendo acopio de todas las fuerzas que me quedaban, grité para que Kami me oyera y supiera que estaba orando: “Padre Celestial, ayúdanos a tener fuerzas para lograrlo”. En ese instante una sensación de calidez embargó mi cuerpo y recuperé las fuerzas. Mi voz se volvió clara y fuerte y le dije a Kami: “¡Kami, avanza remando con las manos!”. En el agua delante de la tabla, los bracitos de aquel cuerpo de 10 años se movían muy lentamente; ella no tenía la fuerza suficiente para hacer frente a aquel viento tan fuerte, pero era como si una mano gigante detrás de ella la estuviese impulsando suavemente hacia mi mano extendida. Seguí alentándola hasta que nuestros dedos se tocaron y en ese instante supe que, como mi Padre Celestial la había traído hasta mí, las dos íbamos a salvarnos.
En la orilla Dallin lloraba mientras el viento y la arena lo golpeaban sin piedad. Hice acopio de todas mis fuerzas para meterle a él, a los demás niños, los juguetes y las tablas de espuma en el auto. A lo lejos, el triste aullido de una fuerte sirena llenó el aire, anunciando un incendio provocado por los rayos en los cerros. El sonido pareció incrementar lo traumático del momento, pero sabíamos que habíamos sido preservados mediante la ayuda divina.
Les conté a los niños lo que había sucedido en el agua, y en cuanto llegamos a casa, dimos gracias en oración al Señor por habernos salvado la vida. Mientras lo hacíamos, sentí el gran amor de nuestro Padre Celestial. Sé que Él es consciente de Sus hijos y me siento muy agradecida de que estuviera con nosotros aquel día.