¿Volveré a hablar?
Llevaba varios meses sirviendo como misionero en mi país, Perú, cuando conocí a Santiago. Asistía a una clase de Escuela Dominical para miembros nuevos, pero aún no se había bautizado ni había recibido las charlas misionales. Me enteré de que padecía algún trastorno del habla que le hacía sentirse inseguro, ya que le costaba comunicarse.
Durante la mayor parte de su vida, Santiago había podido hablar con claridad y había sido bendecido con una hermosa voz para cantar. Pero entonces sufrió un derrame cerebral y, tras pasar mucho tiempo en un centro de rehabilitación, aprendió a caminar de nuevo, pero aún tenía dificultades para hablar.
Nos sentimos contentísimos cuando Santiago decidió reunirse con nosotros. Intentó hablar durante la primera visita y nosotros tratamos de entenderle. En especial le gustaba leer el Libro de Mormón en voz alta. Nosotros lo amábamos y lo admirábamos.
Cierto día, mientras conversábamos sobre las ordenanzas del Evangelio, Santiago dijo que se sentía preparado para recibir el bautismo y la confirmación. Al término de la charla, se puso de pie y con los ojos brillantes y con gran dificultad preguntó: “Élderes, después de bautizarme, ¿volveré a hablar normalmente?”.
Por un momento no supe qué decirle; al principio no sabía qué contestarle, pero respondiendo a la influencia del Espíritu, le dije con confianza: “Sí. Si tiene la fe suficiente, el Señor le concederá su deseo”.
El día de su bautismo, cuando se le solicitó que expresara su testimonio, recordé la pregunta de Santiago. Sabiendo que algunas promesas del Señor no se cumplen prontamente, me preguntaba si Santiago se sentiría decepcionado si su capacidad para hablar no mejoraba de inmediato. En los días posteriores aún tenía dificultades para hablar, pero no parecía importarle.
Al poco tiempo me trasladaron y no volví a ver a Santiago sino hasta el final de mi misión, cuando pasé a despedirme antes de regresar a casa. Mi compañero y yo no lo hallamos en casa y empezamos a irnos, cuando en ese instante oímos una voz fuerte que nos llamaba. ¡Era Santiago!
Entramos en su casa y nos habló de lo feliz que se sentía desde que era miembro de la Iglesia. Transcurridos unos minutos, caí en la cuenta de que hablaba casi a la perfección. Sorprendido le dije: “Santiago, ¡qué bien habla ahora!”.
Nos dijo que sabía que el Señor le concedería su deseo, así que demostró su fe e hizo su parte leyendo en voz alta el Libro de Mormón y realizando los ejercicios que le había recomendado su médico. “El Señor ha visto mis esfuerzos y me ha devuelto la voz”, dijo. “Y no tardará mucho en bendecirme con la capacidad para cantar de nuevo”.
No pude contener las lágrimas. Aquel día Santiago me enseñó una gran lección: Las promesas del Señor no siempre se cumplen de manera instantánea, pero siempre terminan por cumplirse.