Tres recursos para edificar un hogar sagrado
Las actividades cotidianas que realizamos en nuestros hogares nos brindan oportunidades de rendir amor, servicio, obediencia y cooperación.
Para los pioneros, cuidar de sus hogares requería trabajo arduo y protección frente al duro entorno. Consideren el relato de Ann Howell Burt, una mujer que emigró de Gales, se casó y vivió en un hogar excavado en la tierra en el norte de Utah durante el verano de 1863. Era una madre joven que tuvo que trabajar duramente para mantener el orden en su hogar y velar por las necesidades de su familia. Esto es lo que anotó en su diario:
“Hace unos días, maté una serpiente de cascabel con el rodillo de amasar al verla arrastrarse por las escaleras. Me hallaba preparando la cena y el bebé estaba en el suelo o, para ser más exactos, en la tierra que es nuestro suelo… Estaba terriblemente asustada…
“…Hace unos días, mientras espantaba las moscas del rostro de nuestro bebé que dormía… descubrí… una enorme tarántula que avanzaba lentamente hacia él. Agarré la escoba, apunté con el mango a la tarántula y cuando ésta se subió… me apresuré a echarla al fuego”1.
Si bien muchos de nosotros no tenemos que preocuparnos de que las tarántulas ni las serpientes invadan nuestro hogar, padecemos la amenaza de influencias aún más peligrosas. Nuestras tarántulas y serpientes son de índole moral, y extremadamente sutiles. Hablo del aborto, del desprecio por las labores del hogar, de la dificultad para comer en familia, del cambio del papel de los padres y las madres, y de la erosión del matrimonio por causa del divorcio, la cohabitación o el matrimonio entre personas del mismo sexo. Sería magnífico poder derrotar a estos invasores con útiles del hogar, pero hemos perdido muchos de los rodillos de amasar y las escobas.
El declive de la vida familiar
En la actualidad es habitual oír a las jóvenes hablar de sus metas en términos de entusiastas planes profesionales. Es muy probable que también les guste ser esposas y madres, pero hoy día es más adecuado anunciar primero los planes profesionales. Si bien valoramos el que la mujer tenga acceso a estas oportunidades, el ser madre y el cuidar del hogar casi han desaparecido de la sociedad moderna como opciones naturales y apreciadas por la mujer.
En su lugar, el mensaje suele ser que si las madres tienen acceso a comodidades o entidades modernas que puedan atender sus hogares y a su familia, entonces deberían ser libres para buscar su realización personal. El hogar frecuentemente se considera, de manera equivocada, un lugar del que la mujer necesita liberarse. Hay ideologías que proponen incluso que la mujer considere que las labores del hogar limitan su pleno potencial, y el hombre y la mujer se ven tentados a hacer caso omiso de los aspectos importantes y cotidianos de la vida familiar, y de ahí la pérdida de los rodillos de amasar y las escobas.
Si bien ciertas comodidades modernas nos han liberado de determinadas labores relacionadas con el cuidado del hogar, también han supuesto el declive de la vida familiar. Tendemos a menospreciar el valor de actividades familiares cotidianas como el comer todos juntos, y durante ese proceso perdemos ocasiones importantes para el crecimiento personal y familiar. La escritora Cheryl Mendelson explica: “A medida que la gente acude cada vez más a instituciones externas para satisfacer sus necesidades [cotidianas]… [nuestras] habilidades y expectativas… decrecen, disminuyendo por ende la posibilidad de que el hogar las satisfaga”2.
El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) nos advirtió en una conferencia general: “Muchas de las restricciones sociales que en el pasado ayudaron a reforzar y apuntalar a la familia están diluyéndose y desapareciendo. Llegará un momento en que sólo aquellos que crean profunda y activamente en la familia podrán preservar a la suya en medio de las iniquidades que nos rodean”3.
Protejamos nuestro hogar y a nuestra familia
¿Cómo podemos defender con éxito nuestros hogares de estas “iniquidades que nos rodean” y progresar al mismo tiempo hacia nuestras metas eternas?
Primero, debemos redescubrir y preservar la naturaleza sagrada del hogar y su finalidad. En el “Bible Dictionary”, [Diccionario Bíblico] leemos: “Sólo el hogar puede equipararse al carácter sagrado del templo”4. Si el hogar se equipara a un templo, ¿qué es lo que hace del hogar un lugar sagrado? Un diccionario define el término sagrado de la siguiente manera: “Perteneciente o dedicado a Dios; digno de reverencia; dedicado a una persona, objeto o finalidad; aquello que no debe ser violado ni menospreciado; debidamente inmune a actos violentos y a intromisiones”5.
Apliquen este concepto de sagrado a actividades cotidianas que tienen lugar en su hogar, como la hora de comer, oír música, celebrar actividades recreativas, lavar la ropa o cuidar de la casa y del jardín. Las actividades rutinarias pueden esconder un propósito más elevado y no deben infravalorarse, pues nos conceden la oportunidad de cultivar y de poner en práctica buenos modales y un comportamiento ético. A través de esas actividades cotidianas, podemos aprender ciertas verdades morales y ejercer la honradez, la paciencia, la caridad y la bondad fraternal. El trabajo cotidiano y las actividades recreativas en el hogar son un campo fértil para que pequeños y adultos tomen decisiones y aprendan de ellas. Por ejemplo, un hijo, un cónyuge o hasta un compañero de cuarto puede elegir realizar una aportación al hogar al darse cuenta de lo que haga falta hacer y después hacerlo con una sonrisa. O puede optar por aguardar a que se le pida hacer algo y luego quejarse por la molestia.
Los sucesos diarios que tienen lugar en nuestro hogar pueden parecernos tan simples que pasamos por alto su importancia, como cuando los hijos de Israel fueron afligidos por una plaga de serpientes. Para curarse sólo tenían que mirar a una serpiente de bronce puesta sobre un asta (véase Números 21:8–9), pero como era algo tan sencillo, muchos de ellos no lo hicieron. “…por causa de la sencillez de la manera, o por ser tan fácil, hubo muchos que perecieron” (1 Nefi 17:41). Las actividades cotidianas de nuestro hogar tal vez parezcan sencillas, pero gracias a que son sencillas, frecuentes y repetidas, nos ofrecen importantes oportunidades de edificar a las personas y a las familias.
Segundo, es necesario que la hora de comer en familia sea algo diario. A muchas personas les resulta más fácil picar algo en la cocina, cenar en el automóvil o ir al restaurante más cercano a comer algo rápido que preparar una comida y sentarse juntos en familia.
¿Qué nos estamos perdiendo? Las comidas familiares tienen muchísimos efectos beneficiosos. Hay estudios que indican que esa práctica es de ayuda ya que los hijos se alimentan mejor6, tienen menos problemas psicológicos y adoptan menos conductas dañinas o autodestructivas7. Las comidas familiares en un entorno positivo desempeñan una importante función a la hora de prevenir prácticas poco saludables de control de peso8.
El simple hecho de preparar una comida y disfrutarla juntos fortalece la unión familiar. La comida en sí no tiene que ser muy elegante a fin de proporcionarnos un tiempo para relacionarnos y saber cómo nos ha ido el día. Las distracciones externas pueden gestionarse de manera tal que todo el peso recaiga en servirse la comida, conversar y relacionarse unos con otros. Los niños aprenden a compartir la comida que se ha preparado para la familia en vez de pedir un plato individual, como sucede en los restaurantes. Las comidas familiares que se llevan a cabo hacen que los hijos se sientan seguros porque saben qué es lo que va a suceder al final de cada día. Además, también constituyen un momento para expresar gratitud a Dios en oración por los alimentos y por otras bendiciones. Tal vez lo más importante sea que la rutina de las comidas familiares inviten a tener conversaciones informales sobre el Evangelio.
Tercero, es preciso reconocer que las actividades familiares surten efectos temporales y espirituales. Dios sólo nos ha dado mandamientos espirituales; ninguno de ellos es temporal (véase D. y C. 29:35). Temporal significa que dura sólo durante esta vida terrenal. Sus mandamientos son sempiternos y eso es algo que podemos aplicar a nuestro hogar al percatarnos de que nuestros actos en esta vida tienen consecuencias eternas. Nuestras acciones dan forma a la persona que somos y a la que seremos en la vida venidera. Por ejemplo, cuando los cónyuges “[se aman y se cuidan] el uno al otro, y también a sus hijos”9, están fomentando el desarrollo de cualidades que les permiten, a ellos y a sus hijos, progresar durante toda la eternidad.
En el hogar se aprenden lecciones que contribuyen a fortalecer nuestro carácter. Enola Aird, que investiga asuntos relacionados con la familia, nos recuerda que es en el hogar donde se aprende a trabajar y a gobernarse a uno mismo, se aprenden modales y principios morales, se aprende a ser autosuficientes… o no10. “Sin la labor educativa de los padres, los hijos pueden salir bastante listos, muy cultos y tener cierto éxito, pero ser a la vez tan egoístas, egocéntricos e indiferentes que estén, en el fondo, poco civilizados y sean incapaces de tener una buena relación con los demás”11.
Al percatarnos del valor que tiene la vida cotidiana, podemos ver que hasta el niño más pequeño puede sentirse una persona valorada a través de algo tan rutinario como doblar la ropa limpia. Los niños pequeños pueden emparejar calcetines y medias, agrupar la ropa por colores, doblar toallas y recibir reconocimiento por sus logros. Con el paso de los años, al aumentar el grado de complejidad de las tareas, los hijos ganan confianza en su capacidad para elegir y hacer cosas que valgan la pena.
Iluminemos nuestro hogar
Las responsabilidades familiares son oportunidades de llevar a la práctica el recibir luz y verdad mediante la obediencia. Jesucristo es la Luz del mundo; y al seguirle y guardar Sus mandamientos, estamos caminando en Su luz. Cuanto mayor sea nuestro acercamiento, mayor será la luz y la verdad que recibimos. Podemos ser un ejemplo de obediencia para nuestros hijos por el mero hecho de prestar atención a nuestras responsabilidades. Por ejemplo, al aprender a hacer las tareas y labores con regularidad, los padres y los hijos aprenden a ser obedientes y exactos en cosas pequeñas, las que tienen consecuencias menos graves. Así estarán mejor preparados para guardar los mandamientos y hacer convenios sagrados.
Entre las instrucciones importantes y básicas que recibió la Iglesia en el momento de su organización, se encuentra el consejo de “cumplir con todos los deberes familiares” (D. y C. 20:47, 51). Tres años después, algunos hermanos, líderes de la Iglesia, fueron reprendidos por desatender sus deberes familiares (véase D. y C. 93:41–50). En la actualidad, la proclamación sobre la familia vuelve a recordarnos nuestras sagradas responsabilidades familiares.
Al hablar de responsabilidades familiares, solemos pensar sólo en cuanto a lo que concierne a la oración familiar, la noche de hogar o la lectura de las Escrituras, pero debemos recordar que actividades como proveernos de alimentos o de ropa nos permiten ejercer el amor, el servicio, la obediencia y la cooperación. Esas rutinas cotidianas y sencillas ejercen un gran poder en nuestra vida.
¿Es posible acercarnos más al Señor a través del diario vivir, mediante las comidas familiares y las actividades recreativas sanas? Por supuesto. ¿Cuánta luz deseamos? El Señor prometió: “…el que recibe luz y persevera en Dios, recibe más luz” (D. y C. 50:24) y “[daré] a los fieles línea sobre línea, precepto tras precepto; y en esto os pondré a prueba y os probaré” (D. y C. 98:12).
Seamos probados fieles en las cosas pequeñas y las grandes serán añadidas. Las oportunidades que se nos presentan en el hogar para aprender y practicar son sagradas; son momentos para crecer espiritualmente y acercarnos más al Salvador. Ese proceso de crecimiento es una tarea para toda la vida, y nuestro entorno familiar nos brinda ocasiones repetidas y continuas de practicar la forma de ser repetidas y familias más semejantes a Dios.
Tomado de un discurso pronunciado en la Universidad Brigham Young el 5 de abril de 2005.