Como Nefi
“Consulta al Señor en todos tus hechos, y él te dirigirá para bien” (Alma 37:37).
Me asomé por la ventana de mi dormitorio y vi una horrible telaraña; ésa era una de las cosas que no echaría de menos de esa casa: las arañas. Tal vez no habría arañas en nuestra nueva casa; quizás, después de todo, no echaría de menos ese destartalado lugar.
“Lo dudo”, rezongué, acostándome y tapándome la cara con las cobijas. ¿No echar de menos esta casa, este vecindario, a mis compañeros de la escuela, a mis mejores amigas? Estaría dispuesta a enfrentar una casa llena de arañas, antes que estar dispuesta a cambiar de casa.
“¿Tanya?”, llamó la tía Carrie por fuera de la puerta del dormitorio; ella nos estaba cuidando a mis hermanos y a mí.
Me asomé por encima de las cobijas. “¿Sí?”
“¿Puedo entrar para darte las buenas noches?”, preguntó.
“Si quieres”, dije entre dientes. Si hubiera sido cualquier otra persona, tal vez habría dicho que no, pero la tía Carrie era mi tía favorita: Ella dejaba que me pusiera su maquillaje para los ojos, nos daba chocolate caliente antes de acostarnos, y me leía relatos del diario que escribió cuando tenía once años, como yo.
Entró en la habitación y se sentó al pie de la cama. “Has estado muy callada esta noche, Tanya. ¿Estás preocupada por la mudanza?”
Refunfuñando, contesté: “Todas mis amigas viven aquí; ¿con quién voy a caminar a la escuela? ¿Con quién me sentaré a la hora del almuerzo? Iba a empezar a ir a las Mujeres Jóvenes aquí y el próximo verano iría de campamento, y ahora no voy a conocer a nadie. Tendré que volver a empezar”.
La voz se me apagó al mismo tiempo que los ojos se me llenaban de lágrimas. La tía Carrie me dio un pañuelo desechable. “No ha de ser fácil, dejar a todas las personas a las que amas y empezar de nuevo en otro lugar donde no conoces a nadie”, dijo.
Le dije que no con la cabeza; no era nada fácil.
La tía Carrie dijo también: “¿Sabes?, Tanya, cuando pienso en cambiar de casa, pienso en Nefi”.
“¿Por qué en Nefi?”, pregunté.
“Porque probablemente él no era mucho mayor que tú cuando su padre le dijo a la familia que se iban a cambiar”.
Siempre me imaginé a Nefi como una persona adulta. “¿Cuándo fue Nefi de mi edad?”, pregunté.
La tía Carrie tomó mi Libro de Mormón de mi mesa de noche; lo abrió en 1 Nefi y empezó a explicar: “¿Recuerdas el relato de Lehi, verdad?”.
Asentí con la cabeza; sabía que la familia de Lehi había obedecido al Señor y que habían abandonado su hogar.
La tía Carrie leyó del libro abierto que tenía en el regazo. “En 1 Nefi 2:4 dice esto: ‘Y ocurrió que [Lehi] salió para el desierto; y abandonó su casa, y la tierra de su herencia, y su oro, su plata y sus objetos preciosos, y no llevó nada consigo, salvo a su familia, y provisiones y tiendas, y se dirigió al desierto’”.
“¿Dijiste que Nefi era de mi edad?”, interrumpí.
La tía Carrie sonrió. “No sé exactamente la edad que tenía, pero en el versículo 16 dice que era ‘muy joven’. Aunque pudiera haber sido mayor que tú, no creo que le haya resultado fácil abandonar su hogar. Te aseguro que no conocía ni a una sola persona en el desierto, ¡y probablemente no había ni una sola persona a quien conocer!”
Sonreí; al menos cuando nos cambiáramos, tendríamos vecinos. “¿Y, qué hizo Nefi?”, pregunté. “Nunca se quejó. Lamán y Lemuel dijeron: ‘¿Por qué tenemos que salir de Jerusalén? ¿Por qué tenemos que dejar nuestras riquezas, nuestra casa y nuestros amigos?’Pero Nefi nunca se quejó. ¿Por qué no?”
Los ojos de la tía Carrie brillaban, como si hubiese estado esperando que yo hiciera la pregunta. “No sé todas las respuestas, pero Nefi nos da una idea en el versículo 16: ‘…clamé… al Señor; y he aquí que él me visitó y enterneció mi corazón, de modo que creí todas las palabras que mi padre había hablado; así que no me rebelé en contra de él como lo habían hecho mis hermanos’”.
Se quedó observándome, mirándome a los ojos para ver si yo había comprendido.
“Así que él oró”, dije.
“Sí”. La voz de la tía Carrie se suavizó, y me apretó la mano. “Tanya”, dijo, “tienes que decidir: puedes quejarte por la mudanza, al igual que Lamán y Lemuel, o puedes darle a conocer tus problemas a nuestro Padre Celestial en oración. Si se lo pides, Él te dará fortaleza como lo hizo con Nefi”.
Miré a la tía Carrie y sentí algo cálido por todo el cuerpo. Me incorporé y la abracé fuertemente. “Gracias, tía Carrie”, le susurré.
“Te quiero, Tanya. Buenas noches”.
Después de que apagó la luz y cerró la puerta, salí calladamente de la cama y me arrodillé. Tal vez con la ayuda de mi Padre Celestial podría sobrellevar esa mudanza.