Una Vida Equilibrada
Adaptado de un discurso pronunciado en el LDS Business College el 1 de marzo de 2006.
Supongo que casi todo el mundo desea llevar un tipo de vida que le brinde felicidad eterna, algo que, en mi opinión, se consigue al trazar un curso que nos conduzca a la vida eterna. Este hecho se puede acelerar y alcanzar cuando damos oído a las impresiones del Espíritu y logramos el equilibrio adecuado.
Cuando digo equilibrio, me estoy refiriendo a factores espirituales, intelectuales, físicos, sociales y económicos. Equilibrio se define como entereza mental y emocional; equilibrar es disponer algo en armonía o proporción.
El reto de lograr el equilibrio
Como bien saben, asumir los retos de la vida cotidiana puede llegar a alterar el equilibrio y la armonía que anhelamos. Muchos nos sentimos abrumados en nuestra búsqueda por lograr y conservar cierto equilibrio en nuestra vida. Tomé los ejemplos siguientes de un discurso del élder M. Russell Ballard, del Quórum de los Doce Apóstoles1.
Un estudiante soltero comentó: “Sé que las Escrituras y los líderes actuales de la Iglesia declaran que no debemos posponer innecesariamente el matrimonio y la formación de una familia, pero tengo 26 años, aún no he terminado mis estudios y no tengo un empleo que me permita mantener a una familia. ¿Sería posible exonerarme de contraer matrimonio por el momento?”.
Otra persona dijo: “Soy mujer y nadie me ha pedido en matrimonio. ¿Cómo voy a observar el mandamiento de casarme?”.
Una joven madre indicó: “Mi vida se consume entre terminar mis estudios y cuidar a mis hijos. Apenas dispongo de tiempo para pensar en nada más. A veces creo que el mundo y la Iglesia esperan demasiado de mí. No importa cuán arduamente trabaje, jamás estaré a la altura de las expectativas de nadie. Me debato entre tener confianza y sentirme culpable y desalentada por no hacer todo lo que debemos para merecer el reino celestial”.
Otro estudiante soltero indicó: “Debo trabajar para costearme los estudios y no dispongo de tiempo suficiente para las tareas y servir en la Iglesia. ¿Cómo se espera que lleve una vida equilibrada?”.
He oído a muchas personas decir: “Nadie más que yo sabe lo importante que es que hagamos ejercicio, pero no dispongo del tiempo”.
Se oyó a una hermana decir: “¿Cómo puede hoy en día el esposo y la esposa proveer para su familia si la esposa no trabaja fuera de casa? Si no lo hace, no hay dinero suficiente para todos los gastos”.
Un joven padre agregó: “Mi negocio requiere una dedicación completa. Me doy cuenta de que estoy desatendiendo a mi esposa, a mis hijos y los llamamientos de la Iglesia, pero si tan sólo aguantamos este año, ganaré suficiente dinero y al final todo saldrá bien”.
¡Vaya, soñador! La vida no es así de sencilla; al contrario, se complica cada vez más. No sueñen con que el mañana les conceda más tiempo y menos responsabilidades. Prepárense para encarar el futuro practicando hoy, cualesquiera sean sus circunstancias, lo que necesiten hacer para entonces.
¿Debiéramos cesar en nuestro esfuerzo por obtener una educación superior o dejar de desarrollarnos y de fortalecernos? ¿Debiéramos abandonar nuestra lucha por alcanzar el matrimonio y la familia? ¿Debiéramos dejar de prepararnos para proveer para nuestras familias y para nosotros mismos? ¿Debiéramos olvidarnos de servir en la Iglesia?
La respuesta a cada una de estas preguntas es, evidentemente, no. Aunque resulta imposible responder desde estas páginas a todas las frustraciones que he indicado, les ruego que reflexionen en las ideas siguientes.
El equilibrio es una necesidad
El profeta José Smith enseñó: “Uno de los sublimes principios fundamentales del ‘mormonismo’ es recibir la verdad, sea cual fuere su origen”2. Además, reveló que “la gloria de Dios es la inteligencia (D. y C. 93:36) y que “cualquier principio de inteligencia que logremos en esta vida se levantará con nosotros en la resurrección” (D. y C. 130:18).
El presidente Gordon B. Hinckley ha declarado: “Les suplico que tengan una vida equilibrada. No se obsesionen con lo que podríamos llamar ‘un Evangelio de pasatiempo’. Una buena comida incluye más que un plato. Por supuesto que se deben destacar en su… especialidad, pero les advierto en contra de hacer de ella su único interés…
“…Cuídense de la obsesión, de la estrechez de miras. Permitan que sus intereses procedan de una variedad de campos buenos a la vez que trabajan con un mayor ahínco en la especialidad de su profesión”3.
El presidente Hinckley también nos ha enseñado que tenemos una responsabilidad cuatripartita: para con nuestra familia, nuestros empleadores, el Señor y nosotros mismos. Además, nos ha aconsejado que “dediquemos tiempo a meditar un poco y a hacer algo de ejercicio”4.
Al desplazarme en avión, me he fijado en que durante la fase de despegue una azafata o un sobrecargo se pone de pie y, entre otras cosas, dice: “Si perdiéramos presión en la cabina, descenderá sobre sus cabezas una mascarilla de oxígeno. Si están sentados al lado de un niño pequeño o de alguien discapacitado, asegúrense de ponerse su propia mascarilla antes de tratar de ayudar a otras personas”. ¿Por qué diría eso el auxiliar de vuelo? Evidentemente, si uno está inconsciente, no puede ayudar a nadie. Pues lo mismo sucede con nuestro servicio al género humano y a la Iglesia, y con nuestros empleos. Si no nos fortalecemos a nosotros mismos, jamás estaremos en condiciones de fortalecer a nuestro prójimo.
El presidente James E. Faust (1920–2007), Segundo Consejero de la Primera Presidencia, también ha recalcado que “resulta mucho más fácil someterse ‘al influjo del Espíritu Santo’ (Mosíah 3:19) para aquellos que tienen un equilibrio justo; por lo que podemos dejar atrás los atributos del hombre y la mujer naturales…
“En gran medida, el equilibrio consiste en saber qué cosas se pueden cambiar, en ponerlas en la perspectiva apropiada y en reconocer aquellas que no van a cambiar”5.
Tres experiencias personales
Me crié en Panguitch, Utah, un pueblecito de unos 1.500 habitantes. Allí, yo era una especie de pez gordo. Al graduarme de secundaria, obtuve una beca para asistir a la Universidad Brigham Young. Al llegar allí, descubrí que no era sino uno de tantos, y me desanimé. No dejaba de pensar: “Quiero irme de aquí”. Comencé a ir a casa durante los fines de semana; asistía a la Iglesia en casa, no en el campus. Los resultados escolares no fueron lo que deberían haber sido. No me relacionaba con la gente y al término del año me dije: “No voy a volver. Eso no es para mí”.
Ese verano me fui a casa y a mediados de agosto descubrí que deseaba volver a la universidad. Y así lo hice. Esta vez me uní de inmediato a una hermandad social y a una organización de servicio. Me trasladé a la residencia estudiantil y comencé a asistir a las reuniones en el campus, en vez de irme a casa durante los fines de semana. Los resultados académicos mejoraron y empecé a darme cuenta de que la vida universitaria era buena y que me sentía feliz de estar allí.
Más adelante, asistí a la facultad de Derecho. El primer año fue difícil porque estaba estudiando una disciplina diferente a la de mis estudios anteriores, por lo que los resultados no fueron tan buenos como debieron haberlo sido. El segundo año trabajé a media jornada para un bufete mientras seguía estudiando. Los resultados académicos mejoraron. Al término del segundo año me casé con mi esposa, Joy, y aún con las responsabilidades adicionales, todo iba bien. Los resultados académicos fueron mejor de lo que jamás había recibido.
La última experiencia que deseo compartir tuvo lugar al aprobar el examen del colegio de abogados. Un abogado de mucha experiencia se me acercó y me dijo: “Bob, no puedes ser un abogado eficaz y de éxito y ser a la vez miembro activo de la Iglesia SUD”. Pensé en otras personas que habían ejercido la abogacía con éxito y eran activos en la Iglesia, y tomé la determinación de permanecer activo en la Iglesia. Mi decisión no afectó mi éxito como abogado; de hecho, lo realzó porque había equilibrado mi vida. Dado que intentaba hacer lo que el Señor me había pedido, Él me dio más fortaleza, comprensión y ayuda.
La guía del Espíritu
Las respuestas a las decisiones más importantes de la vida tenderán a generar equilibrio y felicidad si llegan a través de las impresiones del Espíritu. ¿Cómo obtenemos el Espíritu y las respuestas que buscamos?
En primer lugar, permítanme sugerir que debemos asistir a la reunión sacramental cada semana y que debemos participar de la Santa Cena. Al hacerlo, recordamos a Cristo y Sus padecimientos por nosotros. Hacemos un convenio, tal y como sucedió en el bautismo, de que tomaremos Su nombre sobre nosotros, y lo renovamos al observar los mandamientos. ¿Por qué hacemos todo esto? La última frase de la oración sacramental responde a este interrogante: “Para que siempre puedan tener su Espíritu consigo” (D. y C. 20:77).
Allí yace la clave para disfrutar de la compañía del Espíritu Santo, el cual nos ayudará a responder las preguntas vitales que encaremos. Además, debemos arrodillarnos y orar con regularidad; debemos estar dispuestos a servir a nuestro prójimo; debemos tender una mano de amor y no temer (véase 1 Juan 4:18).
Si le pedimos al Señor que nos conceda el Espíritu y hacemos lo que sea necesario para tener Su influencia con nosotros, el Espíritu nos enseñará todas las cosas, nos ayudará con nuestros estudios, nos ayudará a tomar decisiones sobre los derroteros de nuestra vida y nos brindará paz y sentimientos de calma.
Una parábola sobre la oración
Concluyo con un pasaje de Lucas 18:1–8:
“También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar,
“diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre.
“Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario.
“Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre,
“sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia.
“Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto.
“¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles?
“Os digo que pronto les hará justicia”.
El Señor escucha y contesta nuestras oraciones. A veces tenemos la tendencia de darnos por vencidos demasiado pronto cuando le oramos a Él; es necesario perseverar.
En calidad de testigo especial de Jesucristo, llamado a dar testimonio a las naciones del mundo (véase D. y C. 107: 25), testifico que Él vive y que es nuestro Salvador. Él les conoce a ustedes y me conoce a mí. Él sabe lo que hay en nuestra mente y en nuestro corazón. Él será nuestro abogado ante el Padre si observamos los convenios que hacemos al participar de la Santa Cena cada semana.
Podemos vencer al mundo si aspiramos a tener un equilibrio en nuestra vida. Seremos bendecidos cuando deseemos tener el Espíritu con nosotros en todo momento y seamos fieles al responder a Sus impresiones.