2008
El milagro de mi historia familiar
Febrero de 2008


El milagro de mi historia familiar

“Adán declaró esta profecía al ser inspirado por el Espíritu Santo, y se guardaba una genealogía de los hijos de Dios” (Moisés 6:8).

Papá había estado muy ocupado con la obra de historia familiar; me encantaba oír acerca de mis antepasados que habían sido pioneros, de los que habían peleado en la Guerra de Independencia, y de los que habían sido reyes y caballeros en Europa.

“¿Te gustaría ir conmigo a la Biblioteca de Historia Familiar el sábado?, me preguntó papá un día.

“¡Claro que sí!” Me moría de ganas de ver por mí mismo escritos en nuestro árbol genealógico los nombres de la realeza.

Llegamos a Salt Lake City y disfrutamos del brillo del sol de la mañana de verano al caminar hacia la biblioteca. La emoción que sentía se hacía cada vez más grande al ir acercándonos; adentro de ese gran edificio se encontraban los nombres y las historias de mi propia familia: pioneros, soldados, caballeros y demás.

Al llegar, papá colocó dos sillas frente a la computadora; nos sentamos, y él empezó a navegar por las bases de datos para mostrarme el punto donde los lazos de nuestra familia se conectaban con una línea de la realeza.

“Hmmm”. Frunciendo el entrecejo, dijo: “Por alguna razón hoy no la encuentro”.

Yo me sentí muy decepcionado. El resto de la mañana lo pasamos repasando los libros en los que había historias en cuanto a mis antepasados pioneros. Me gustó hacerlo, pero aún deseaba saber en cuanto a mis otros antepasados.

“No te preocupes”, dijo papá, “volveremos el próximo fin de semana”.

La semana se pasó volando, y no tardamos en estar sentados de nuevo frente a la computadora en la Biblioteca de Historia Familiar. Esta vez, papá dijo: “¡Ajá!”, lo encontré”.

Se desplazó a través de nombres de reyes y reinas de toda Europa que se encontraban registrados en mi historia familiar. Había tantos nombres y fechas que tomaría muchos días ingresarlos todos en nuestra historia familiar. “Tendremos que regresar muchas veces para conseguir toda la información que necesitamos”, dije.

Una mujer que estaba sentada frente a una computadora al lado de nosotros echó una mirada y vio lo que estábamos haciendo. “Yo también estoy emparentada con esa línea”, dijo. “He estado trabajando aquí todos los días para conseguir información sobre esos antepasados”. En unos minutos, ella copió en un disco toda la información que tenía y se la entregó a papá.

Cuando regresábamos al auto, pensé seriamente. “Nuestro Padre Celestial en verdad desea que encontremos a nuestros antepasados, ¿no es así, papá?”

Él sonrió. “Creo que tienes razón. Si hubiéramos encontrado a los antepasados que buscábamos la semana pasada, tal vez hoy no hubiéramos conocido a nuestra nueva amiga, y si no la hubiéramos conocido, no habríamos podido encontrar tan rápido a tantos antepasados”.

Sabía que nuestro Padre Celestial nos había ayudado a descubrir en una mañana casi el equivalente de mil años de trabajo de historia familiar. Él ama a nuestros antepasados tanto como nos ama a nosotros. Era necesario que los ayudáramos al igual que Él nos había ayudado a nosotros, y para ello debíamos indagar sus nombres, saber en cuanto a su vida, y asegurarnos de que se efectuara la obra por ellos en el templo. Algún día los conoceremos y podremos ser una familia eterna.