Confronté a mis compañeros de trabajo
Kenneth Hurst, Alabama, EE. UU.
Una mañana en el trabajo, los jefes de la fábrica nos dijeron a todos los empleados que, además de nuestra remuneración por hora, comenzaríamos a recibir un pago incentivo por la cantidad de piezas hechas. Cuanto más produjéramos, más ganaríamos. Eso sucedió cuatro meses antes de que partiera a la misión, así que ahora podría ganar más dinero para contribuir a pagarla.
La producción aumentó considerablemente, y lo mismo ocurrió con nuestra paga. Yo trabajaba en una prensa de vulcanización que operaban tres personas, y cada vez que veía salir un molde de la incubadora y se accionaba el contador automático, imaginaba que aumentaba el saldo de mi cuenta bancaria.
Sin embargo, la nueva bonificación fue un incentivo para hacer trampa. Un compañero de trabajo con frecuencia se escurría junto al contador automático, le daba algunos tirones adicionales a la palanca del contador, y regresaba a su puesto de trabajo. Cuando veía que sucedía eso, yo sonreía, sacudía la cabeza y seguía con mi trabajo; pensaba que mientras yo no me entrometiera con el contador, mi integridad aún seguía intacta.
Pero al poco tiempo me di cuenta de que debido a que se me pagaba lo mismo que a los otros hombres de mi equipo, en realidad no importaba quién adelantara el contador. Yo era tan culpable de robarle a la empresa como lo eran los demás. ¿Iba a financiar mi misión con dinero hurtado?
Me atormentaba lo que debía hacer. El dinero adicional de nuestros cheques de pago no era mucho. Muchas personas dirían que no valía la pena preocuparse por ello, pero yo estaba preocupado. Sabía que debía confrontar a mis compañeros de trabajo.
“¿Estás bromeando?”, preguntó Bob (los nombres se han cambiado), quien era el miembro de mayor jerarquía del equipo. “Todos hacen trampa, incluso la gerencia; es algo que esperan que se haga”.
Él no vio la necesidad de cambiar. ¿Qué más podía hacer yo? Aun sin recargar nuestras cifras de producción, nuestra prensa era la más productiva del turno. A veces oía a los obreros de otras prensas decir que deseaban trabajar en nuestro equipo.
“Yo podría intercambiar puestos con Jack en la otra prensa”, le sugerí a Bob.
“Creo que eres un tonto, pero puedo trabajar con Jack”, me dijo.
Después de que Jack y yo intercambiamos equipos, Bob solía recordarme cuánto dinero ganaba más que yo. Acudió a mi mente la letra de “Qué firmes cimientos”: “Pues ya no temáis, y escudo seré”. Esas palabras me ayudaron a no hacer caso a las burlas de Bob.
Poco después, Bob se me acercó; dijo que el arreglo con Jack no estaba dando resultado y que mi equipo quería que regresara. Me sorprendió; le dije que regresaría pero que no toleraría ninguna trampa, lo cual aceptó. Mi antiguo equipo me recibió calurosamente y se terminaron las trampas.
Esperaba tener pruebas antes de salir a la misión, pero no tenía idea de que se probarían mi honradez y valor; estoy agradecido de que cuando necesité la fortaleza para hacer lo correcto, el Señor siempre me guardó “con grande amor”1.