Hasta la próxima
Segura en mi familia de barrio
Cuando a los 12 años comencé a asistir sola a la iglesia, me di cuenta de que el Padre Celestial me había bendecido con una maravillosa red de seguridad ya establecida.
Uno de los recuerdos más queridos de mi niñez es el sonido de los tacones de mi madre en el piso de madera de la cocina cuando ella preparaba a la familia para ir a la capilla. Ella participaba mucho en nuestro barrio y sirvió por años como presidenta de la Sociedad de Socorro. Nunca me imaginé que algo cambiaría.
Cuando yo tenía alrededor de 12 años y ella y yo vivíamos solas, mi madre dejó la Iglesia por razones que yo no entendí. Aunque mi mamá —mi modelo de conducta— había decidido tomar un camino diferente, yo sabía que el Evangelio era verdadero y continué asistiendo a la Iglesia. Aunque no estaba de acuerdo con mi decisión, cada semana mamá me llevaba a la capilla y me venía a buscar.
A menudo, era emocionalmente difícil asistir a la capilla, sobre todo a la reunión sacramental donde, al sentarme cerca de la última fila, podía ver claramente a todas las madres, los padres y los hijos que se sentaban juntos. Muchas veces me sentaba con la familia de una amiga. Siempre estaré agradecida por mi “familia mormona” y por otras personas del barrio que se preocuparon de manera especial por incluirme durante esa época difícil.
Mis maestros orientadores, por ejemplo, eran fieles aun cuando yo era la única a la que enseñaban y vivía más lejos que la mayoría de los miembros del barrio. Yo esperaba con gusto la oportunidad de hablar sobre el Evangelio y sentir la fortaleza del sacerdocio y del Espíritu en mi hogar.
Muchos miembros del barrio eran personas a las que había conocido toda mi vida. Con sus rostros familiares, sonrisas de bienvenida y conversaciones amistosas, se convirtieron en mis madres, padres, hermanos y hermanas del barrio. Sentirme incluida y amada calmó el dolor de asistir a la capilla sin mi familia.
Sé que no soy la única en estas circunstancias. Muchos jóvenes asisten a la capilla sin uno o ambos padres. Pero por medio del ejemplo, la amistad y los llamamientos, todos podemos extender la mano a estos hijos e hijas del Padre Celestial y ayudarlos a sentirse bienvenidos, enseñarles los principios del Evangelio y animarlos a ser una parte activa de las reuniones y las actividades.
“El Padre Celestial planeó que naciéramos en una familia, el grupo más básico, más sagrado y más poderoso de la tierra”, dijo Virginia H. Pearce, en ese entonces consejera de la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes. “Y es en la familia donde ocurre parte del aprendizaje más importante que adquiriremos. Además de ese grupo familiar, el Señor también ha proporcionado la familia de barrio o de rama… Los barrios no están designados para que reemplacen el núcleo familiar, sino para apoyar a la familia y sus enseñanzas rectas. Un barrio es otro lugar donde hay suficiente dedicación y energía para crear un tipo de familia que es una ‘red de seguridad’ para cada uno de nosotros cuando nuestras familias no pueden proporcionarnos o no nos proporcionan toda la enseñanza y las experiencias edificantes que necesitamos para regresar al Padre Celestial. Debemos apreciar más el poder de la familia de barrio y renovar nuestro compromiso de participar de manera positiva en esa comunidad de santos”1.
Cuán agradecida estoy por aquellos que se convirtieron en mi red de seguridad e infundieron en mí el deseo de hacer lo mismo por otras personas.