Sacar más provecho de la conferencia general
Si bien al final de la última sesión de la conferencia general decimos “amén”, no es necesario que el festín espiritual termine allí; puede continuar al estudiar y poner en práctica las enseñanzas de esa conferencia. A lo largo de los años, los profetas nos han animado a hacer exactamente eso. Por ejemplo, en 1946, el presidente Harold B. Lee (1899–1973) instó a los miembros a que dejaran que los discursos de la conferencia “guiaran sus pasos y sus palabras en los próximos seis meses”. Él explicó: “Éstos son los asuntos importantes que el Señor considera oportuno revelar a este pueblo este día”1.
En 1988, el presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) volvió a dar ese consejo cuando enseñó: “En los próximos seis meses, el ejemplar de la revista Liahona en el que se publican los discursos de la conferencia debe estar junto con los libros canónicos… para que lo consulten frecuentemente”2.
Al concluir la conferencia general de octubre de 2008, el presidente Thomas S. Monson reafirmó la importancia de estudiar los discursos de la conferencia. Él dijo: “Que recordemos por mucho tiempo lo que hemos escuchado en esta conferencia general. Cada uno de los mensajes se imprimirá en las revistas Ensign y Liahona del mes entrante. Los insto a estudiarlos y a meditar las enseñanzas que contienen”3.
¿Qué pueden hacer a fin de que los mensajes de la conferencia sean más relevantes para su vida al estudiarlos y meditarlos? Éstas son algunas sugerencias que les ayudarán a prepararse para los mensajes inspirados, a recibirlos y a ponerlos en práctica:
Prepararse para recibir inspiración. Ya sea que vean, escuchen o lean los discursos de la conferencia, deben abrir su corazón y mente a la inspiración divina. El élder David A. Bednar, del Quórum de los Doce Apóstoles, enseñó que no importa cuán eficiente sea un orador, “el contenido de un mensaje y el testimonio del Espíritu Santo penetran el corazón sólo si el receptor lo permite”. Él dijo que recibir inspiración “requiere un esfuerzo espiritual, mental y físico, y no sólo recibirlos en forma pasiva”4.
Las siguientes ideas los ayudarán a prepararse para que el Espíritu les enseñe:
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Aparten tiempo y establezcan un ambiente libre de distracciones en el que puedan recibir las impresiones del Espíritu.
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Busquen la guía divina por medio de la oración.
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Hagan una lista de preguntas o inquietudes para las cuales estén buscando respuestas.
Comprender los mensajes. Los profetas y apóstoles vivientes enseñan, exponen, exhortan, advierten y testifican. Analizar detenidamente sus discursos los ayudará a entender mejor los mensajes. Éstos son algunos métodos de estudio eficaces:
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Hacer preguntas. Por ejemplo: ¿Qué quiere el Señor que yo aprenda de este mensaje? ¿Cómo aumenta este mensaje mi comprensión de un principio del Evangelio o de un versículo de las Escrituras? ¿Qué historias se utilizaron para ilustrar los principios del Evangelio y qué aprendí de ellas?
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Escribir un breve resumen. Presten atención a lo que parece ser la idea general del orador. Dividan el discurso en secciones y escriban una reseña que explique la idea principal de cada sección.
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Determinar los diferentes elementos dentro del discurso. Tomen nota de cosas como doctrinas, pasajes de Escrituras, historias, advertencias, listas, testimonios, invitaciones a actuar y bendiciones prometidas por obedecer los consejos.
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Estudiar el discurso más de una vez. Hace falta estudiar las verdades del Evangelio más de una vez para comprender su pleno significado e importancia. Cada vez que estudien, anoten los conceptos nuevos que aprendan.
Poner en práctica lo que se aprende. Si estudian los discursos con espíritu de oración, verán cómo los mensajes se aplican a su vida. Sabrán cómo hacer cambios importantes si hacen preguntas tales como: ¿Qué quiere el Señor que haga con lo que he aprendido?, y ¿qué he aprendido que me ayudará en mi familia, trabajo y llamamiento en la Iglesia? Escriban las impresiones que reciban para que no las olviden; al hacerlo, serán inspirados a vivir las enseñanzas y recibirán las bendiciones prometidas.
La conferencia general es el momento en que el Señor les revela Su voluntad por medio de Sus siervos. El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) enseñó, en cuanto a los discursos de la conferencia, que: “No existe ningún otro texto o libro, aparte de los libros canónicos, que pueda tener más importancia en sus bibliotecas personales, no por su excelencia retórica o lo persuasivo de su contenido, sino por los conceptos que señalan el camino a la vida eterna”5.