Nuestro hogar, nuestra familia
Dedicar tiempo a hablar y a escuchar
De un discurso pronunciado en la transmisión de una conferencia de estaca de Salt Lake City, el 24 de octubre de 2010.
Nuestro esfuerzo voluntario por comunicarnos mejor hoy bendecirá a nuestra familia eternamente.
En un mundo perfecto, todo niño regresaría a casa de la escuela para ser recibido con un plato de galletas de chocolate recién horneadas, un vaso grande de leche fresca y una mamá lista para dedicar tiempo a hablar y a escuchar acerca de cómo fue el día de su hijo. No vivimos en un mundo perfecto, así que pueden olvidar las galletas y la leche, si lo desean, pero no olviden “dedicar tiempo a hablar y a escuchar”.
Hace veintinueve años, el presidente James E. Faust (1920–2007), Segundo Consejero de la Primera Presidencia, se lamentó de que las familias pasaran tan poco tiempo juntas. Piensen en eso, hace veintinueve años, dijo en la conferencia general: “Uno de los problemas principales que hoy día tienen las familias es que cada vez pasan menos tiempo juntos… El tiempo que los miembros de la familia pasan juntos es precioso, tiempo que se necesita para hablar, escuchar, dar ánimo y para mostrar cómo hacer cosas”1.
Al pasar tiempo juntos y hablar con nuestros hijos, llegamos a conocerlos y ellos llegan a conocernos a nosotros. Nuestras prioridades, los verdaderos sentimientos de nuestro corazón, llegarán a ser parte de nuestra conversación con cada hijo.
¿Cuál es el mensaje principal proveniente del corazón que compartirían con un hijo?
El profeta Moisés nos enseña en Deuteronomio:
“Y amarás a Jehová tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
“Y estas palabras que yo te mando hoy estarán sobre tu corazón;
“y se las repetirás a tus hijos y les hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y cuando te acuestes y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:5–7; cursiva agregada).
Y yo añado una más: “Y cuando se sienten a la mesa para cenar juntos”.
Si queremos que nuestra familia esté junta para siempre, tenemos que comenzar el proceso hoy. Pasar tiempo hablando con nuestros hijos es invertir en nuestra familia eterna conforme caminamos juntos la senda hacia la vida eterna.
Una madre de Illinois, EE.UU., habló sobre cómo encontró tiempo para hablar con sus hijos:
“Cuando nuestros hijos eran pequeños, adquirí el hábito de mirar algunos de mis programas favoritos de televisión… Lamentablemente, los programas se emitían a la misma hora en que los niños se iban a dormir.
“ …En cierto momento me di cuenta de que en mi lista de prioridades había colocado los programas primero y a mis hijos bastante más abajo. Por un tiempo traté de leerles cuentos antes de dormir con el televisor encendido, pero en mi corazón sabía que eso no era lo mejor. Al reflexionar sobre los días y semanas que había perdido por mi hábito de mirar televisión, comencé a sentirme culpable y decidí cambiar. Me llevó un tiempo convencerme de que en verdad podía apagar el televisor.
“Tras unas dos semanas de dejar el televisor apagado, sentí como si se me hubiese quitado una carga de encima. Me di cuenta de que me sentía mejor, incluso en cierto modo más limpia, y supe que había tomado la decisión correcta”2.
La hora de ir a dormir es el momento perfecto para hablar.
Helamán dijo sobre los guerreros jóvenes: “Y me repitieron las palabras de sus madres, diciendo: No dudamos que nuestras madres lo sabían” (Alma 56:48).
Lo que les enseñó fueron “las palabras de sus madres”. Al hablar con sus hijos, esas madres enseñaban la palabra de Dios.
Mantener la comunicación personal
Conversar produce mucho bien y el adversario conoce el poder de la palabra hablada. A él le encantaría disminuir el Espíritu que viene a nuestro hogar cuando hablamos, escuchamos, nos alentamos mutuamente y hacemos cosas juntos.
Satanás inútilmente trató de impedir la restauración del evangelio de Jesucristo en esta dispensación cuando trató de detener una conversación crucial entre José Smith y Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo.
Como dijo José: “Apenas lo hube hecho, cuando súbitamente se apoderó de mí una fuerza que me dominó por completo, y surtió tan asombrosa influencia en mí, que se me trabó la lengua, de modo que no pude hablar” (José Smith—Historia 1:15).
Al adversario le encantaría trabarnos la lengua o hacer lo que sea para impedir que expresemos en forma verbal los sentimientos del corazón cara a cara. Él se deleita en la distancia y la distracción; se deleita en el ruido; se deleita en la comunicación impersonal y en cualquier cosa que nos aparte de la calidez de una voz y del sentimiento personal proveniente de la conversación frente a frente.
Escuchar el corazón de nuestros hijos
Escuchar es tan importante como hablar. El élder Jeffrey R. Holland, del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo: “Si escuchamos con amor, no habrá necesidad de preguntarnos qué decir; pues nos será dado por el Espíritu”3.
Cuando escuchamos, vemos lo que hay dentro del corazón de quienes nos rodean. Nuestro Padre Celestial tiene un plan para cada uno de Sus hijos. Imaginen si pudiéramos echar una mirada al plan individual para cada uno de nuestros hijos. ¿Y si pudiéramos saber cómo aumentar sus dones espirituales? ¿O cómo motivar a un hijo para que logre su potencial? ¿Y si pudiéramos saber cómo ayudar a cada hijo en la transición de tener la fe de un niño a tener un testimonio?
¿Cómo podemos saber?
Podemos comenzar a saber al escuchar.
Un padre Santo de los Últimos Días dijo: “Logro mucho más cuando escucho a mis hijos que cuando les hablo… He aprendido gradualmente que mis hijos no quieren mis respuestas confeccionadas, comprobadas por el tiempo y llenas de sabiduría… Para ellos, el poder hacer preguntas y hablar de sus problemas es más importante que recibir mis respuestas. Por lo general, cuando terminan de hablar, si yo he escuchado suficiente tiempo y lo suficientemente bien, en realidad no necesitan mi respuesta; ellos mismos la han encontrado”4.
Centrarse en las cosas más importantes requiere tiempo. Hablar, escuchar y animar no ocurre con rapidez; no se pueden apresurar ni programar, ya que se hacen mejor como parte de un proceso. Suceden cuando hacemos cosas juntos: cuando trabajamos juntos, cuando creamos y jugamos juntos. Suceden cuando desconectamos los medios de comunicación, eliminamos las distracciones del mundo y nos concentramos los unos en los otros.
Ahora bien, eso es algo difícil de lograr. Si nos detenemos y desconectamos todo, tenemos que estar preparados para lo que sucede a continuación. Al principio, el silencio puede ser sofocante; puede que sobrevenga una incómoda sensación de pérdida. Sean pacientes, esperen unos segundos y luego disfruten. Dediquen toda su atención a quienes los rodeen al preguntarles algo sobre ellos, y luego escuchen. Padres, hablen sobre algo que le interese a su hijo. Ríanse del pasado y sueñen con el futuro. A veces, las conversaciones sin importancia pueden conducir a charlas significativas.
Dar prioridad a nuestro propósito eterno
La primavera pasada, mientras visitaba una clase de jovencitas, la maestra nos pidió que anotáramos nuestras diez prioridades. En seguida empecé a escribir. Debo admitir que lo primero que pensé fue: “Número 1: limpiar el cajón de los lápices de la cocina”. Cuando terminamos las listas, la líder de las Mujeres Jóvenes nos pidió que compartiéramos lo que habíamos escrito. Abby, que acababa de cumplir doce años, estaba sentada junto a mí. Ésta era la lista de Abby:
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Ir a la universidad.
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Ser diseñadora de interiores.
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Servir en una misión en la India.
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Casarme en el templo con un ex misionero.
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Tener cinco hijos y un hogar.
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Mandar a mis hijos a la misión y a la universidad.
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Ser una abuelita “que regala galletitas”.
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Malcriar a los nietos.
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Aprender más sobre el Evangelio y disfrutar de la vida.
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Regresar a vivir con mi Padre Celestial.
Yo le digo: “Gracias, Abby. Me has enseñado en cuanto a tener una visión del plan que nuestro Padre Celestial tiene para todos nosotros. Cuando sabes que transitas una senda, a pesar de las desviaciones que puedan ocurrir, estarás bien. Si tu senda se centra en el objetivo supremo, el de la exaltación y de regresar a nuestro Padre Celestial, llegarás allí”.
¿Dónde obtuvo Abby ese sentido de propósito eterno? Comienza en nuestro hogar; comienza en nuestra familia. Le pregunté: “¿Qué haces con tu familia para establecer esas prioridades?”.
Su respuesta fue: “Además de leer las Escrituras, estamos estudiando Predicad Mi Evangelio”. Luego añadió: “Hablamos mucho; en la noche de hogar, mientras cenamos juntos y en el automóvil cuando viajamos”.
Nefi escribió: “Y hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo”. ¿Por qué? “Para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados” (2 Nefi 25:26).
Hablar, escuchar y alentarnos unos a otros, así como hacer cosas juntos en familia nos acercará a nuestro Salvador, quien nos ama. Nuestro esfuerzo voluntario para comunicarnos mejor hoy, este día, bendecirá a nuestras familias eternamente. Testifico que cuando hablamos de Cristo, también nos regocijamos en Cristo y en la dádiva de la Expiación. Nuestros hijos sabrán “a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados”.