Los fundamentos de fe
Mi ruego es que hagamos los sacrificios y tengamos la humildad necesaria para fortalecer los fundamentos de nuestra fe en el Señor Jesucristo.
Esta ha sido una magnífica conferencia general. Ciertamente, hemos sido edificados. Si hay un objetivo preeminente en las conferencias generales, este consiste en edificar la fe en Dios el Padre y en nuestro Salvador, Jesucristo.
Mi mensaje trata sobre los fundamentos de esa fe.
Las bases o los fundamentos de una persona, tal como sucede con otros objetivos dignos, por lo general se construyen lentamente, capa por capa, experiencia por experiencia; un desafío, un fracaso o un éxito a la vez. Una de las experiencias físicas que más atesoramos es cuando un niño da sus primeros pasos; es algo magnífico de contemplar. La expresión de su rostro —una mezcla de determinación, gozo, sorpresa y logro— indica que se trata de un acontecimiento trascendental.
En nuestra familia destacamos un acontecimiento de naturaleza similar. Cuando nuestro hijo menor tenía unos cuatro años, entró en la casa y anunció a la familia con gran regocijo y orgullo: “Ya sé hacer todo. Sé atar, sé conducir y sé subir la cremallera [cierre]”. Entendimos que se refería a que ya podía atarse los zapatos, conducir su triciclo de ruedas grandes y podía cerrar la cremallera de su abrigo. Nos dio risa, pero comprendimos que, para él, estas cosas eran logros monumentales. Él pensaba que realmente se había convertido en una persona adulta.
El desarrollo físico, mental y espiritual de una persona tienen mucho en común. El desarrollo físico es bastante fácil de percibir. Comenzamos con pequeños pasos de bebé y progresamos día tras día, año tras año, creciendo y desarrollándonos hasta alcanzar nuestra estatura física definitiva; El desarrollo es diferente para cada persona.
Cuando vemos la actuación de un gran atleta o de un músico virtuoso, usualmente decimos que esa persona es muy talentosa, lo cual suele ser cierto, pero su actuación es producto de muchos años de preparación y práctica. Un autor muy conocido, Malcolm Gladwell, lo ha denominado: la regla de las 10,000-horas. Los investigadores han determinado que es necesario practicar esa cantidad de tiempo en los deportes, la música, el mundo académico, las profesiones especializadas, la medicina, el derecho, etc. Uno de esos expertos afirma “que se requieren diez mil horas de práctica para alcanzar el nivel de maestría que permite otorgar reconocimiento mundial como experto en cualquier campo”.
La mayoría de las personas entienden que tal preparación y práctica es esencial para alcanzar un rendimiento óptimo en lo físico y lo mental.
Lamentablemente, en un mundo cada vez más secular se pone menos énfasis en la cantidad de preparación espiritual necesaria para llegar a ser más como Cristo y para establecer los fundamentos que conducen a una fe duradera. Nosotros tendemos a realzar los momentos sublimes en los que hemos recibido entendimiento espiritual. Esas son ocasiones preciadas en las que sabemos que el Espíritu Santo nos ha confirmado verdades espirituales especiales al corazón y a la mente. Nos regocijamos en esas ocasiones, y no debemos restarles importancia de ninguna manera, pero para tener una fe duradera y la compañía constante del Espíritu, no hay nada que reemplace el desarrollo religioso personal, el cual es comparable al desarrollo físico y mental. Debemos edificar sobre esas experiencias que, a veces, se asemejan a los pasos iniciales de un bebé. Eso lo logramos al comprometernos sagradamente a asistir a las reuniones sacramentales, a estudiar las Escrituras, a orar y a servir según se nos haya llamado. En una esquela fúnebre reciente acerca de un padre de 13 hijos, se informaba que su “lealtad hacia la oración diaria y el estudio de las Escrituras influyeron profundamente en sus hijos, otorgándoles un fundamento inquebrantable de fe en el Señor Jesucristo”.
Tuve una experiencia a los 15 años que fue fundamental para mí. Mi fiel madre se había esforzado valientemente por ayudarme a establecer los fundamentos de fe en mi vida. Yo asistía a las reuniones sacramentales, la Primaria, los Hombres Jóvenes y Seminario. Había leído el Libro de Mormón y siempre había orado personalmente. En aquel entonces, pasamos por una experiencia intensa como familia, cuando mi hermano mayor estaba considerando la posibilidad de servir en una misión. Mi maravilloso padre, que era un miembro menos activo de la Iglesia, quería que él prosiguiera con sus estudios y no sirviera en una misión. Ese asunto se convirtió en un tema de contención.
En una memorable conversación que tuvimos con mi hermano, que era cinco años mayor que yo y que dirigió esa conversación, concluimos que la decisión de servir en una misión dependía de tres asuntos: (1) ¿Era Jesús un ser divino? (2) ¿Era verdadero el Libro de Mormón? (3) ¿Era José Smith el Profeta de la Restauración?
Esa noche, al orar sinceramente, el Espíritu me confirmó la veracidad de las tres preguntas. Llegué también a entender que casi todas las decisiones que tomaría el resto de mi vida se basarían en las respuestas a esas tres preguntas. En particular, comprendí que la fe en el Señor Jesucristo era esencial. Al mirar atrás, reconozco que, gracias a mi madre, principalmente, conté con los fundamentos en mi vida para recibir una confirmación espiritual aquella noche. Mi hermano, que ya tenía un testimonio, tomó la decisión de servir en una misión y, finalmente, obtuvo el apoyo de nuestro padre.
La guía espiritual se recibe cuando se necesita, en el tiempo del Señor y de acuerdo con Su voluntad. El Libro de Mormón: Otro Testamento de Jesucristo es un ejemplo excelente. Hace poco contemplé un ejemplar de la primera edición de El Libro de Mormón. José Smith había terminado la traducción cuando tenía 23 años. Sabemos algunas cosas sobre el proceso y los instrumentos que utilizó en esa traducción. En esa primera impresión de 1830, José incluyó un breve prefacio, y declaró simple y claramente que fue traducido “por el don y el poder de Dios”. ¿Y qué hay de las ayudas para traducir: el Urim y Tumim y las piedras de vidente? ¿Eran imprescindibles o sirvieron de apoyo, como las ruedas laterales de una bicicleta infantil, hasta que José pudo ejercer la fe necesaria para recibir revelación más directamente?.
Tal como la repetición y el esfuerzo constante son necesarios para aumentar la capacidad física o mental, lo mismo ocurre con los asuntos espirituales. Recuerden que el profeta José recibió cuatro veces al mismo visitante, Moroni, quien traía exactamente el mismo mensaje, como preparación para recibir las planchas. Creo que la participación semanal en las sagradas reuniones sacramentales tiene implicaciones espirituales que no entendemos plenamente. El meditar en las Escrituras en forma regular, en lugar de leerlas de vez en cuando, puede reemplazar nuestra comprensión superficial por un aumento sublime de nuestra fe que cambiará nuestra vida.
La fe es un principio de poder. Permítanme dar un ejemplo: Cuando era un joven misionero, un gran presidente de misión me guió para estudiar a fondo el relato de las Escrituras que se encuentra en Lucas 8 acerca de la mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía 12 años y había gastado en médicos todo lo que tenía, sin que pudieran curarla. Hasta el día de hoy, este sigue siendo uno de mis pasajes favoritos.
Recordarán que ella tenía fe en que sanaría si lograba tan solo tocar el borde del manto del Salvador. Cuando lo hizo, fue sanada de inmediato. El Salvador, que caminaba junto a Sus discípulos, dijo: “¿Quién es el que me ha tocado?”.
Pedro respondió, diciendo que todos ellos, al caminar juntos, le oprimían.
“Y Jesús dijo: Alguien me ha tocado, porque yo he percibido que ha salido poder de mí”.
En inglés, dice virtud, palabra cuya raíz puede interpretarse fácilmente como “poder”. En español y portugués, se tradujo como “poder”. Sin embargo, el Salvador no había visto a la mujer; Él no se había centrado en su necesidad. Mas la fe de ella fue tal, que con solo tocar el borde del manto, hizo uso del poder sanador del Hijo de Dios.
Y el Salvador le dijo: “Hija, tu fe te ha sanado; ve en paz”.
He meditado en ese relato durante toda mi vida de adulto. Me doy cuenta de que las oraciones y súplicas personales a nuestro amoroso Padre Celestial, hechas en el nombre de Jesucristo, pueden traer bendiciones a nuestras vidas más allá de lo que podamos comprender. Los fundamentos de fe, de la clase de fe que demostró esta mujer, deben constituir el gran deseo de nuestros corazones.
Por otra parte, los fundamentos iniciales de fe, incluso acompañados de confirmación espiritual, no significan que no enfrentaremos desafíos. La conversión al Evangelio no implica que todos nuestros problemas se solucionarán.
La historia de los primeros años de la Iglesia y las revelaciones registradas en Doctrina y Convenios contienen ejemplos excelentes de cómo establecer fundamentos de fe, al tiempo que enfrentamos las vicisitudes y los desafíos que todos tenemos.
La construcción del Templo de Kirtland fue un acontecimiento fundamental para toda la Iglesia. Estuvo acompañada de manifestaciones espirituales, revelaciones doctrinales y la restauración de llaves esenciales para continuar con el establecimiento de la Iglesia. Al igual que los Apóstoles de la antigüedad en el día de Pentecostés, muchos miembros tuvieron maravillosas experiencias espirituales en relación con la dedicación del Templo de Kirtland. Pero, al igual que ocurre en nuestras vidas, eso no significó que ellos no iban a enfrentar desafíos y adversidades al seguir adelante. Esos primeros miembros no sabían que enfrentarían una crisis financiera de los Estados Unidos —el pánico de 1837— que pondría a prueba sus mismas almas.
Un ejemplo de los desafíos que se derivaron de esa crisis financiera lo vivió el élder Parley P. Pratt, uno de los grandes líderes de la Restauración. Él era un miembro original del Cuórum de los Doce Apóstoles. A comienzos de 1837, su amada esposa, Thankful, falleció mientras daba a luz a su primer hijo. Parley y Thankful habían estado casados casi diez años, y el fallecimiento de ella lo dejó desolado.
Pocos meses después, el élder Pratt se encontraba en una de las circunstancias más difíciles que la Iglesia había experimentado. En plena crisis nacional, los problemas financieros locales, entre ellos, la especulación con los terrenos y las dificultades de una institución financiera fundada por José Smith y otros miembros de la Iglesia, generaron discordia y contención en Kirtland. Los líderes de la Iglesia no siempre tomaron decisiones financieras prudentes en sus propias vidas. Parley sufrió considerables pérdidas económicas, y por un tiempo se resintió con el profeta José. Le escribió duras críticas a José y se expresó en su contra desde el púlpito. Mientras tanto, Parley decía que continuaba creyendo en el Libro de Mormón y en Doctrina y Convenios.
El élder Pratt había perdido a su esposa, sus tierras y su casa. Sin informarle a José, Parley se marchó a Misuri. Inesperadamente, se encontró por el camino con los apóstoles Thomas B. Marsh y David Patten, quienes regresaban a Kirtland. Ellos sentían la gran necesidad de restaurar la armonía en el Cuórum, y persuadieron a Parley a que regresara con ellos. Él llegó a comprender que nadie había perdido más que José Smith y su familia.
Parley acudió al Profeta, lloró y confesó que lo que había hecho estaba mal. En los meses posteriores a la muerte de su esposa, Thankful, Parley había estado “bajo un oscuro nubarrón” y lo habían vencido los temores y las frustraciones. José, que conocía bien lo que era luchar contra la oposición y las tentaciones, “perdonó francamente” a Parley, oró por él y lo bendijo. Parley y otros que permanecieron fieles se fortalecieron en medio de los desafíos de Kirtland, crecieron en sabiduría y se volvieron más nobles y virtuosos. La experiencia llegó a formar parte de sus fundamentos de fe.
No se debe considerar la adversidad como desaprobación del Señor o retención de Sus bendiciones. La oposición en todas las cosas forma parte del fuego purificador que nos prepara para un destino celestial eterno. Cuando el profeta José estuvo en la cárcel de Liberty, las palabras que le dijo el Señor describían todo tipo de desafíos, incluyendo las tribulaciones y las falsas acusaciones, y concluye diciendo:
“Si las puertas mismas del infierno se abren de par en par para tragarte, entiende, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien.
“El Hijo del Hombre ha descendido debajo de todo ello. ¿Eres tú mayor que él?”.
En esta instrucción a José Smith, el Señor también le aclaró que sus días eran conocidos y no serían acortados. El Señor finalizó diciendo: “No temas, pues, lo que pueda hacer el hombre, porque Dios estará contigo para siempre jamás”.
Entonces, ¿cuáles son las bendiciones de la fe? ¿Qué logra la fe? La lista casi no tiene fin:
Al tener fe en Cristo, nuestros pecados pueden ser perdonados.
Los que tienen fe, gozan de comunión con el Santo Espíritu.
La salvación viene por medio de la fe en el nombre de Cristo.
Recibimos fortaleza según nuestra fe en Cristo.
Nadie entra en el reposo del Señor, sino aquellos que han lavado sus vestidos en la sangre de Cristo mediante su fe.
Las oraciones se contestan según la fe.
Si no hay fe entre los hombres, Dios no puede hacer ningún milagro entre ellos.
A fin de cuentas, nuestra fe en Jesucristo es el fundamento esencial para nuestra salvación y exaltación. Tal como Helamán enseñó a sus hijos: “Y ahora bien, recordad, hijos míos, recordad que es sobre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios, donde debéis establecer vuestro fundamento… que es un fundamento seguro, un fundamento sobre el cual, si los hombres edifican, no caerán”.
Estoy agradecido por el fortalecimiento de los fundamentos de fe que hemos recibido en esta conferencia. Mi ruego es que hagamos los sacrificios y tengamos la humildad necesaria para fortalecer los fundamentos de nuestra fe en el Señor Jesucristo. De Él doy mi firme testimonio, en el nombre de Jesucristo. Amén.