Todos son hijos de Dios
La autora vive en Utah, EE. UU.
“Es un templo budista”, dijo la mamá. “Es la religión de Yéyé”.
“Reclamamos el derecho de adorar a Dios Todopoderoso conforme a los dictados de nuestra propia conciencia, y concedemos a todos los hombres el mismo privilegio: que adoren cómo, dónde o lo que deseen” (Artículos de Fe 1:11).
Iren se estaba divirtiendo en su visita a Taiwán. Su abuelo, su Yéyé, los llevó a él y a su hermanita, Ila, al zoológico y en un viaje en ferry a una pequeña isla. Estuvieron en hermosos jardines llenos de árboles de mango y orquídeas, y visitaron una montaña, ¡donde los monos trataron de robarles la comida! Los monos pusieron nerviosa a Ila, pero Iren pensó que eran asombrosos.
Yéyé quería enseñarles a Iren y a Ila acerca de dónde provenía su familia. Los llevó a conocer a todos sus familiares y a restaurantes para que probaran nuevos alimentos. Iren había estado practicando con los palillos chinos. Se estaba volviendo muy bueno con ellos.
Un día, Yéyé llevó a Iren, a Ila y a sus padres a un lugar especial. Era un gran edificio con grandes puertas abiertas y pisos de madera brillante. Antes de entrar, Iren y su familia se quitaron los zapatos. “Este es un lugar donde debes ser reverente”, dijo la mamá. “Igual que en nuestra Iglesia”.
“¿Esta es una iglesia?”, preguntó Iren. En verdad no se parecía a ninguna iglesia que él hubiera visto. El colorido tejado del edificio tenía bordes curvados. Había personas vestidas con ropa azul oscuro que atravesaban las puertas en silencio.
“Algo así”, dijo su mamá. “Es un templo budista, pero las personas no se casan ni se sellan aquí, como en nuestros templos. Es una iglesia de la religión de Yéyé. Él viene aquí para aprender las enseñanzas de Buda y para ayudar a las personas”.
El papá agregó: “¿Recuerdas el terremoto en Taiwán que vimos en las noticias hace un mes? Yéyé y los otros voluntarios de este templo ayudaron después de que pasó el terremoto”.
“¿Qué hicieron?”, preguntó Ila.
“Creo que le llevaron agua a la gente y limpiaron los escombros”, dijo el papá. “También ayudaron a las personas que habían perdido sus hogares a encontrar un lugar donde quedarse”.
“¡Guau!”, dijo Iren. Le sonrió a Yéyé. “¡Suena como que fue un montón de trabajo!”.
Cuando entraron en el templo, Iren notó lo tranquilo y apacible que era. Miró a su alrededor y vio una gran estatua de madera. Ila e Iren se detuvieron y la observaron.
¿Es ese Buda?”, preguntó Ila.
La mamá asintió.
Yéyé le dijo algo al papá en chino, colocó juntas las palmas de las manos y se inclinó tres veces frente a la estatua de Buda.
“Yéyé nos está enseñando cómo muestra respeto por Buda”, dijo el papá, su voz apenas un poco más fuerte que un susurro.
Iren frunció el ceño. “¿No es eso…?”. Trató de recordar algo que había escuchado antes. “¿No es eso adorar ídolos?”.
“Los budistas no adoran a Buda, en realidad”, dijo el papá. “Buda fue un gran maestro, y ellos visitan su estatua para recordar lo que él enseñó”.
“Cuando las personas se inclinan aquí, están mostrando respeto; algo así como estrecharse las manos”, susurró la mamá. Yéyé se inclina para mostrar respeto por Buda y las cosas que enseñó”.
La mamá colocó sus brazos alrededor de Iren e Ila. “¿Y saben qué?”.
“¿Qué?”, preguntó Ila.
“Estos son todos hijos de Dios. Él los ama. Él ama lo que hacen para ayudarse unos a otros”.
Iren miró a Yéyé y a todas las demás personas sentadas en silencio. Sintió calidez y felicidad en su interior y supo que lo que la mamá decía era verdad. Iren pronunció una pequeña oración a nuestro Padre Celestial: “Gracias por ayudarme a conocer a más de Tus hijos”.