La decisión de Jane
La autora vive en Texas, EE. UU.
Connecticut, 1842
“Jehová es mi Pastor…”. La música giraba alrededor de Jane Elizabeth Manning, pero ella no podía concentrarse en las palabras. Estaba mirando sus manos, inmersa en sus pensamientos.
Ella se había unido a la iglesia Presbiteriana hacía un año, pero todavía sentía que algo faltaba. “Estoy buscando algo más”, pensó. ¿Pero qué podía ser ese algo?
Después de que terminó la reunión de la iglesia, Jane salió lentamente con el resto de la congregación. Las hojas estaban comenzando a ponerse de colores rojos y dorados. La luz del sol se reflejaba en el cercano río Norwalk.
“Un misionero viajante ha llegado al pueblo”, estaba diciendo un hombre. “Es mormón, y dice que Dios habla a profetas nuevamente”.
Jane se detuvo a escuchar. ¿Podría ser eso lo que ella buscaba?
“¿Profetas?”, se burló otro hombre. “¿Como los de la Biblia? ¿Quién iría a escuchar tal mensaje?”
“¡Yo lo haría!”, exclamó Jane. Algunas personas se volvieron para mirarla, entre ellas el pastor. Jane sintió que las mejilla se le ponían calientes.
El pastor frunció el ceño. “No creo que debas ir a escucharlo. Son tonterías; eso es lo que son. ¿Entiendes?”. Cuando ella no dijo nada, él asintió con la cabeza y se volvió para hablar con alguien más. Jane lo vio alejarse y luego se apuró para llegar a su casa.
Su casa no era donde vivían la Mamá y sus hermanos y hermanas. Quedaba en la granja de los Fitch. Ella había ido a vivir allí como sirvienta cuando tenía tan solo seis años. Todos los días trabajaba arduamente, ayudando a la señora Fitch con el lavado, el planchado y la cocina. Por lo general se levantaba antes de que saliera el sol. Ella prendía el fuego, amasaba el pan y batía la mantequilla. Cada vez que podía, iba a visitar a su propia familia.
Pocos días después, Jane seguía pensando en el misionero mientras colgaba las camisas del señor Fitch para que se secaran. La ropa se agitaba en la fresca brisa.
El pastor le había dicho que no fuera y, sin embargo… ella debía hacerlo. Necesitaba ir a ver si ese mormón podía ayudarle a encontrar la verdad que ella estaba buscando. Para cuando terminó de colgar la ropa, había tomado una decisión. Iría a la reunión, sin importar lo que otros dijeran.
El domingo, Jane se despertó al amanecer, se puso su mejor vestido y caminó sola hasta el salón de reuniones. Se sentó en silencio en un banco de madera en el fondo del salón. Jane sonrió cuando vio cuántas personas había allí. ¡Parecía que no era la única que estaba buscando algo más!
Se hizo silencio en el salón cuando el élder Wandell se puso de pie. La siguiente hora pasó rápidamente mientras él hablaba acerca del Libro de Mormón y de un profeta llamado José. Dijo que las personas podían bautizarse por inmersión, así como Cristo lo había hecho. También habló acerca de que los santos se estaban congregando en una ciudad lejana llamada Nauvoo. Al final de la reunión, Jane estaba tan feliz que apenas podía respirar.
Esa noche, Jane visitó a su familia.
“¿Y qué pensaste del mensaje del misionero?”, le preguntó su madre cuando Jane le explicó cómo había pasado su domingo.
“Estoy completamente convencida de que presentó el Evangelio verdadero”, dijo Jane. “Debo aceptarlo. Voy a bautizarme el próximo domingo”.
“¿Bautizarte? ¿Vas a unirte a otra iglesia?”, preguntó su hermano Isaac, acercando una silla.
“¡Sí! Es lo que he estado buscando. Es verdadera”.
Isaac se dio cuenta de que hablaba en serio. “Entonces, ¿qué pasa después?”, preguntó suavemente. “¿Qué harás después de bautizarte?”
“Me reuniré con los santos”, dijo Jane. “Iré a Nauvoo”.
Continuará…