Dar una mano, un lápiz a la vez
Todo comenzó cuando mi estaca organizó un proyecto para ayudar a los refugiados. Realmente me gustó el proyecto, así que le pedí a mi mamá que le hablara de él a mi maestra de la escuela, y mi maestra quiso hacer algo con el cuarto grado. Para dar el ejemplo en el proyecto, mi hermana Maddie y yo fuimos de puerta en puerta pidiendo donaciones.
Llegó el día de presentar el proyecto frente a la clase de cuarto grado. Yo estaba un poco nervioso. En realidad, estaba superasustado, pero lo hice lo mejor que pude. Les dije a todos los alumnos de cuarto grado lo que necesitábamos para los kits escolares para los refugiados. Les conté que fuimos de puerta en puerta, y los desafié a tratar de recaudar dinero mejor que yo. ¡Hicimos más de 100 kits juntos! Pusimos cuadernos, lápices y otros útiles escolares. También le agregamos una nota que decía: “Bienvenido a Alemania”.
Mi mamá y yo llevamos los kits al campo de refugiados. No voy a decir que el campo era bonito, pero había un patio de recreo y un área para la educación escolar. Al lado del campo había un tren que hacía mucho ruido, y los niños me dijeron que sonaba igual que los aviones que volaban por Siria y otros lugares como ese. Quizás para los niños sonaba como las bombas que habían escuchado en sus países de origen.
Conocí a algunos chicos de mi edad en el campo, entre ellos a Daniel, un increíble jugador de ajedrez. No tuve la oportunidad de jugar al ajedrez contra él, lo cual es una pena porque me encanta el ajedrez, pero me invitaron a jugar al futbolín y al ping-pong. Los chicos me dijeron que extrañaban su hogar y que realmente querían irse del campo y volver a la escuela.
Después de jugar al futbolín y al ping-pong, entregamos los kits. Me siento bien porque pude hacer algo amable por los niños que vivían en los campos.