2017
Tres hermanas
Noviembre de 2017


Tres hermanas

Somos responsables de nuestro propio discipulado, y eso tiene poco, o nada, que ver con cómo nos tratan los demás.

Queridas hermanas, queridas amigas, empezar la conferencia general con una sesión mundial de hermanas es significativo y maravilloso. Imagínense, hermanas de todas las edades, todos los orígenes, nacionalidades e idiomas, unidas por fe y amor por el Señor Jesucristo.

Al reunirnos recientemente con nuestro querido profeta, el presidente Thomas S. Monson, él nos expresó cuánto ama al Señor; y sé que el presidente Monson está sumamente agradecido por su amor, sus oraciones y su devoción al Señor.

Hace mucho tiempo, en una tierra lejana, vivía una familia de tres hermanas.

La primera era una persona triste. Nada de su aspecto le parecía suficientemente bueno, desde la nariz a la barbilla, ni desde la piel a la punta de los dedos de los pies. Cuando hablaba, las palabras a veces le salían atropelladas y la gente se reía. Cuando alguien la criticaba o se “olvidaba” de invitarla a algo, ella se sonrojaba, se marchaba y buscaba un lugar secreto para suspirar con tristeza mientras se preguntaba por qué la vida se había vuelto tan vacía y sombría.

La segunda hermana era una mujer irascible. Se creía muy lista, pero siempre había alguien que obtenía mejores resultados que ella en los exámenes de la escuela. Se consideraba divertida, guapa, elegante y fascinante; pero siempre parecía haber alguien más divertida, guapa, elegante o más fascinante que ella.

Nunca era la primera en nada y no lo soportaba. ¡Se suponía que la vida no tenía que ser así!

A veces se enfadaba con otras personas y parecía que siempre estaba a punto de estallar por cualquier cosa.

Obviamente, esto no hacía que fuese más apreciada ni popular. A veces rechinaba los dientes, apretaba los puños y pensaba: “¡Qué injusta es la vida!”.

Y así llegamos a la tercera hermana. A diferencia de la triste y la irascible, esta era, pues, alegre; y no porque fuera más lista, más bella ni más capaz que sus hermanas. No, a veces la gente también la eludía o la ignoraba y se reían de cómo se vestía o de lo que decía. A veces le decían cosas desagradables, pero ella no dejaba que nada de eso la molestara demasiado.

A esta hermana le gustaba mucho cantar. No tenía una gran voz y las personas se reían de ella, pero eso no la detenía. Solía decirse: “¿Voy a dejar que las personas y sus opiniones hagan que deje de cantar?”.

El hecho mismo de que siguiera cantando hacía que la primera hermana se entristeciera y la segunda se enojara.

Pasaron los años y, con el tiempo, cada hermana llegó al final de su paso por la tierra.

La primera hermana, que una y otra vez descubrió que en la vida las decepciones no eran pocas, murió triste.

La segunda, que cada día encontraba algo nuevo que le desagradaba, murió furiosa.

La tercera hermana, que se pasó la vida entonando su canción con todas sus fuerzas y con una sonrisa de satisfacción en el rostro, murió alegre.

Por supuesto que la vida nunca es tan simple ni las personas tan unidimensionales como las tres hermanas del relato, pero incluso ejemplos extremos como estos nos enseñan algo de nosotros mismos. Si ustedes son como la mayoría de nosotros, tal vez hayan reconocido una parte de sí mismas en una, dos o tal vez en las tres hermanas. Examinemos con detenimiento a cada una.

La víctima

La primera hermana se veía como una víctima, como alguien sobre quien se actuaba1. Parecía que todo lo que le sucedía era para hacerla infeliz. Con este enfoque de la vida, le estaba entregando a los demás el control sobre sus sentimientos y su conducta. Cuando hacemos esto nos dejamos llevar por cualquier opinión pasajera; y en esta época de omnipresentes redes sociales las opiniones soplan con la intensidad de un huracán.

Queridas hermanas, ¿por qué entregar su felicidad a una persona o grupo que apenas se preocupa por ustedes o por su felicidad?

Si descubren que les preocupa lo que los demás digan de ustedes, permítanme sugerir un antídoto: recuerden quiénes son. Recuerden que son de la casa real del reino de Dios, hijas de Padres Celestiales que reinan en todo el universo.

Ustedes tienen el ADN espiritual de Dios. Tienen dones únicos que surgieron cuando fueron creadas espiritualmente y desarrollaron durante la vasta inmensidad de la vida premortal. Ustedes son hijas de nuestro Padre Celestial misericordioso y sempiterno, el Señor de los Ejércitos, que creó el universo, ubicó las estrellas en la vasta expansión del espacio y colocó los planetas en sus órbitas señaladas.

Ustedes están en Sus manos.

Unas manos buenas.

Unas manos amorosas.

Unas manos cariñosas.

Nada de lo que nadie les diga jamás puede cambiarlo. Las palabras de los demás palidecen al lado de lo que Dios ha dicho de ustedes.

Ustedes son Sus hijas preciadas.

Él las ama.

Aun si tropiezan, aun si se alejan de Él, Dios las ama. Cuando se sientan perdidas, abandonadas u olvidadas, no teman. El Buen Pastor las encontrará, las pondrá sobre Sus hombros y las llevará a casa2.

Mis queridas hermanas, dejen que estas verdades divinas penetren profundamente en sus corazones y descubrirán que hay muchas razones para no estar tristes, pues tienen un destino eterno que cumplir.

El amado Salvador del mundo dio Su vida para que ustedes puedan escoger convertir ese destino en realidad. Ustedes han tomado Su nombre sobre sí; son Sus discípulas; y gracias a Él, pueden vestirse de gloria eterna.

La que odiaba

La segunda hermana estaba enojada con el mundo. Al igual que la hermana triste, ella consideraba que los problemas de la vida eran culpa de los demás. Culpaba a su familia, a sus amigos, a su jefe y compañeros de trabajo, a la policía, a sus vecinos, a los líderes de la Iglesia, a las modas actuales, a la intensidad de las erupciones solares y a la mala suerte; y reaccionaba con enojo contra todo ello.

No se consideraba una mala persona. Todo lo contrario, solo pensaba que se estaba defendiendo. Creía que a todos los demás les motivaba el egoísmo, la mezquindad y el odio. A ella, por el contrario, la motivaban las buenas intenciones: la justicia, la integridad y el amor.

Lamentablemente, la forma de pensar de la hermana irascible es demasiado habitual, lo cual quedó de manifiesto en un estudio reciente que explora el conflicto entre grupos rivales. Como parte del estudio, los investigadores entrevistaron a palestinos e israelíes en Oriente Medio y a republicanos y demócratas en los Estados Unidos. Descubrieron que “cada bando consideraba que a su grupo lo motivaba el amor más que el odio, pero cuando se les preguntaba por qué el grupo rival formaba parte del conflicto, señalaban que el odio era la motivación del bando contrario”3.

En otras palabras, cada grupo se veía como “los buenos”: justos, amables y sinceros. En contrapartida, veían a los rivales como “los malos”: desinformados, falsos y hasta malvados.

Cuando yo nací, el mundo se hallaba inmerso en una guerra terrible que trajo consigo un dolor agonizante y un pesar desgarrador. Aquella guerra la causó mi propia nación, un grupo de personas que consideraban que otros grupos eran malvados, y fomentaron el odio contra ellos.

Silenciaron a los que no les gustaban. Los avergonzaron y estigmatizaron. Los consideraron inferiores, incluso menos que humanos. Una vez que se degrada a un grupo de personas, se tiende a justificar las palabras y los actos violentos contra ellas.

Me estremezco cuando pienso en lo que sucedió en la Alemania del siglo XX.

Cuando alguien se nos opone o no está de acuerdo con nosotros, resulta tentador asumir que los demás tienen que estar equivocados; y de ahí a atribuir los peores motivos a sus palabras y hechos solo hay un pequeño paso.

Claro que siempre debemos defender lo correcto y en ocasiones debemos hacer oír nuestras voces por esa causa. Sin embargo, cuando lo hacemos con ira u odio en el corazón —cuando atacamos verbalmente a las personas para hacerles daño, avergonzarlas o silenciarlas—, lo más probable es que no lo estemos haciendo en rectitud.

¿Qué es lo que enseñó el Salvador?

“Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen;

“para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos”4.

Esa es la manera del Salvador. Es el primer paso para derribar los muros que tanta ira, odio, división y violencia generan en el mundo.

“Sí”, podrían decir ustedes, “estaría dispuesta a amar a mis enemigos, si tan solo ellos estuvieran dispuestos a hacer lo mismo”.

Pero eso no importa, ¿cierto? Somos responsables de nuestro propio discipulado, y eso tiene poco, o nada, que ver con cómo nos tratan los demás. Obviamente, a cambio esperamos que sean comprensivos y caritativos, pero nuestro amor por ellos es independiente de lo que sientan por nosotros.

Tal vez el intento de amar a nuestros enemigos ablande sus corazones e influya positivamente en ellos, o tal vez no; pero eso no cambia nuestro compromiso de seguir a Jesucristo.

Por lo tanto, como miembros de la Iglesia de Jesucristo, amaremos a nuestros enemigos.

Superaremos la ira o el odio.

Llenaremos nuestro corazón de amor por todos los hijos de Dios.

Tenderemos la mano para bendecir a los demás y ministrarlos, incluso a aquellos que tal vez nos ultrajen y nos persigan5.

La auténtica discípula

La tercera hermana representa a la auténtica discípula de Jesucristo. Ella hizo algo que puede resultar extremadamente difícil: confió en Dios a pesar del ridículo y de la adversidad. De algún modo mantuvo su fe y esperanza a pesar del desdén y del cinismo que la rodeaban. Vivió con gozo, no porque sus circunstancias fueran gozosas, sino porque ella lo era.

Nadie pasa por esta vida sin oposición. Con tantas fuerzas intentando atraernos, ¿cómo hacemos para mantener la visión centrada en la gloriosa felicidad que se les promete a los fieles?

Considero que la respuesta se halla en un sueño que tuvo un profeta hace miles de años. Su nombre era Lehi y dicho sueño está registrado en el preciado y maravilloso Libro de Mormón.

En este sueño, Lehi vio un campo grande con un árbol maravilloso de una belleza imposible de describir. También vio a numerosos grupos de personas que se dirigían al árbol para probar su fruto glorioso, pues creían que les brindaría una gran felicidad y una paz duradera, y confiaban en que así sería.

Había un sendero estrecho que conducía hasta el árbol, y al lado una barra de hierro que les permitía mantenerse en el camino; pero también había un vapor de tinieblas que les nublaba la vista del sendero y el árbol. Tal vez lo más peligroso fuera el sonido de las risotadas y el ridículo que procedía de un edificio grande y espacioso cercano. Sorprendentemente, las burlas surtieron efecto en algunos que habían llegado al árbol y probado el fruto maravilloso, al grado que comenzaron a avergonzarse y a perderse6.

Tal vez comenzaron a dudar de que el árbol fuera realmente tan bello como habían pensado. Quizás empezaron a cuestionarse la realidad de lo que habían experimentado.

Puede que incluso pensaran que la vida sería más fácil si se distanciaban del árbol. Tal vez cesarían el ridículo y las risotadas.

Después de todo, las personas que se mofaban de ellas parecían felices y daban la impresión de estar pasándoselo bien. Si tal vez abandonaban el árbol serían recibidas en la congregación del edificio grande y espacioso, y se les felicitaría por su sensatez, inteligencia y sofisticación.

Manténganse en la senda

Queridas hermanas, queridas amigas, si les cuesta aferrarse a la barra de hierro y caminar con firmeza hacia la salvación; si las risas y la ridiculización de quienes parecen estar seguros les hace vacilar; si les preocupan las preguntas sin respuesta o las doctrinas que todavía no entienden; si les entristecen las decepciones, las insto a recordar el sueño de Lehi.

¡Manténganse en la senda!

¡Nunca suelten la barra de hierro: la palabra de Dios!

Y cuando alguien intente avergonzarlas por participar del amor de Dios, ignórenlo.

Nunca olviden que son hijas de Dios; les aguardan ricas bendiciones; ¡si aprenden a hacer Su voluntad, vivirán nuevamente con Él!7

Las promesas de alabanza y aceptación por parte del mundo son poco fiables, falsas e insatisfactorias. Las promesas de Dios son ciertas, verdaderas y gozosas, hoy y siempre.

Las invito a considerar la religión y la fe desde una perspectiva más elevada. Nada de lo que ofrece el edificio grande y espacioso puede compararse al fruto de vivir el evangelio de Jesucristo.

Ciertamente, “cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman”8.

He aprendido por mí mismo que la senda del discipulado en el evangelio de Jesucristo conduce al gozo. Es el camino hacia la paz y seguridad. Es el camino a la verdad.

Testifico que por el don y poder del Espíritu Santo pueden aprender esto por sí mismas.

Mientras tanto, si la senda se torna difícil, espero que encuentren refugio y fuerzas en las maravillosas organizaciones de la Iglesia: la Primaria, las Mujeres Jóvenes y la Sociedad de Socorro. Son como puntos de referencia en la senda donde pueden renovar su confianza y fe en el camino que queda por delante. Son un hogar seguro donde pueden tener la sensación de pertenencia y recibir aliento de sus hermanas y condiscípulos.

Lo que se aprende en la Primaria las prepara para las verdades adicionales que aprenden de jovencitas. La senda del discipulado que recorren en las clases de las Mujeres Jóvenes conduce a la fraternidad y hermandad de la Sociedad de Socorro. Con cada paso que dan se les brindan oportunidades adicionales para demostrar su amor por los demás a través de actos de fe, compasión, caridad, virtud y servicio.

Elegir esta senda del discipulado las conducirá a una felicidad y una realización incalculables de la naturaleza divina que ustedes tienen.

No será fácil. Requerirá lo mejor que tengan: toda su inteligencia, creatividad, fe, integridad, entereza, determinación y amor; pero un día volverán la vista hacia sus esfuerzos y, oh, cuán agradecidas estarán por haberse mantenido firmes, por haber creído y por no haberse apartado de la senda.

Sigan adelante

Puede que haya muchas cosas que escapen a su control, pero al final tienen el poder para escoger tanto su destino como muchas de las experiencias que hay por el camino. Lo que marca la diferencia en esta vida no son tanto sus habilidades como las decisiones que tomen9.

No permitan que las circunstancias las entristezcan.

No permitan que las enfurezcan.

Pueden regocijarse en ser hijas de Dios. Pueden hallar gozo y felicidad en la gracia de Dios y el amor de Jesucristo.

Ustedes pueden ser felices.

Las insto a llenar el corazón de gratitud por la abundante e ilimitada bondad de Dios. Mis amadas hermanas, ¡ustedes pueden hacerlo! Ruego con toda la fuerza de mi alma que tomen la decisión de avanzar hacia el árbol de la vida. Ruego que decidan alzar la voz y hacer de sus vidas una gloriosa sinfonía de alabanza, regocijándose en lo que el amor de Dios, las maravillas de Su Iglesia y el evangelio de Jesucristo pueden llevar al mundo.

A algunos la canción del verdadero discipulado les parecerá desafinada o incluso un poco alta. Ha sido así desde el principio de los tiempos.

Pero para nuestro Padre Celestial y para quienes le aman y honran, es una canción sumamente preciada y bella, la canción sublime y santificadora del amor redentor y del servicio a Dios y al prójimo10.

Les dejo mi bendición como apóstol del Señor de que hallarán la fortaleza y el valor para florecer gozosamente como hijas de Dios mientras caminan alegres cada día por la gloriosa senda del discipulado. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Véase 2 Nefi 2:14, 26.

  2. Véase Lucas 15:4–6.

  3. Traducción libre de: Boston College “Study Finds Intractable Conflicts Stem from Misunderstanding of Motivation”, Science Daily, 4 de noviembre de 2014, sciencedaily.com.

  4. Mateo 5:44–45.

  5. Véase Mateo 5:44.

  6. Véase 1 Nefi 8.

  7. Véase “Soy un hijo de Dios”, Canciones para los niños, págs. 2–3.

  8. 1 Corintios 2:9.

  9. Véase “The Most Inspirational Book Quotes of All Time”, pegasuspublishers.com/blog.

  10. Véase Alma 5:26.