2017
Volverse al Señor
Noviembre de 2017


Volverse al Señor

No podemos controlar todo lo que nos sucede, pero tenemos el control absoluto de cómo respondemos a los cambios en nuestra vida.

En la primavera de 1998, Carol y yo pudimos combinar un viaje de negocios con unas vacaciones familiares y llevar a nuestros cuatro hijos, junto con mi suegra que recién había enviudado, a Hawái por unos días.

La noche anterior a nuestro vuelo a Hawái, a nuestro hijo de cuatro meses, Jonathon, se le diagnosticó infección en ambos oídos y se nos dijo que no podría viajar por lo menos en tres o cuatro días. Se tomó la decisión de que Carol se quedaría en casa con Jonathon, mientras que yo haría el viaje con el resto de la familia.

Mi primera indicación de que ese no era el viaje que yo había imaginado ocurrió poco después de nuestra llegada. Mientras caminábamos por un sendero iluminado por la luna y bordeado de palmeras, con una vista del océano frente a nosotros, me volví para comentar sobre la belleza de la isla, y en ese momento romántico, en lugar de ver a Carol, me encontré mirando a los ojos de mi suegra… a quien, puedo agregar, le tengo un gran cariño. Simplemente no era lo que había anticipado. Tampoco Carol esperaba pasar sus vacaciones sola en casa con nuestro hijito enfermo.

Habrá momentos en nuestras vidas en los que nos encontraremos en un camino inesperado, enfrentando circunstancias mucho más graves que unas vacaciones desorganizadas. ¿Cómo respondemos cuando los acontecimientos, a menudo fuera de nuestro control, alteran la vida que habíamos planeado o esperado?

Hyrum Smith Shumway

El 6 de junio de 1944, Hyrum Shumway, un joven subteniente del ejército de los EE. UU., desembarcó en la playa Omaha como parte de la invasión del día D. Realizó el desembarco sin ningún percance, pero el 27 de julio, como parte del avance de los Aliados, resultó gravemente herido por una mina antitanque que explotó. En un instante, su vida y su futura carrera médica se habían visto afectadas de forma dramática. Después de varias cirugías, que le ayudaron a recuperarse de la mayoría de sus graves heridas, el hermano Shumway nunca recobró la vista. ¿Cómo iba a responder?

Después de pasar tres años en un hospital de rehabilitación, regresó a su hogar en Lovell, Wyoming. Sabía que su sueño de convertirse en médico ya no era posible, pero estaba decidido a seguir adelante, casarse y mantener a una familia.

Finalmente consiguió trabajo en Baltimore, Maryland, como consejero de rehabilitación y especialista en empleo para ciegos. En su propio proceso de rehabilitación había aprendido que los ciegos son capaces de hacer muchas más cosas de lo que él había pensado, y durante sus ocho años en ese cargo colocó en empleos a más personas ciegas que cualquier otro consejero del país.

Shumway family

Ahora confiado en su capacidad de proveer para una familia, Hyrum le propuso matrimonio a su novia, diciéndole: “Si tú lees el correo, organizas los calcetines y conduces el auto, yo puedo hacer el resto”. Al poco tiempo se sellaron en el Templo de Salt Lake y finalmente fueron bendecidos con ocho hijos.

En 1954, los Shumway regresaron a Wyoming, donde el hermano Shumway trabajó durante 32 años como Director de Educación para Sordos y Ciegos del Estado. Durante ese tiempo, prestó servicio siete años como obispo del Barrio Cheyenne 1 y, luego, 17 años como patriarca de estaca. Después de su jubilación, el hermano y la hermana Shumway sirvieron también como matrimonio misionero en la Misión Inglaterra Londres Sur.

Hyrum Shumway falleció en marzo de 2011, dejando atrás un legado de fe y confianza en el Señor, aun bajo condiciones difíciles, a su gran posteridad de hijos, nietos y bisnietos1.

La vida de Hyrum Shumway quizás haya cambiado a causa de la guerra, pero nunca dudó de su naturaleza divina y de su potencial eterno. Al igual que él, somos hijos e hijas de Dios procreados en espíritu y “[aceptamos] Su plan por medio del cual [podríamos] obtener un cuerpo físico y ganar experiencia terrenal para progresar hacia la perfección y finalmente lograr [nuestro] destino divino como herederos de la vida eterna”2. Ninguna cantidad de pruebas, cambio u oposición puede alterar ese curso eterno; solo nuestras elecciones al ejercer nuestro albedrío.

Los cambios, y los desafíos que resultan de ellos, que encontramos en la vida mortal vienen en diferentes formas y tamaños, y afectan a cada uno de nosotros de manera única. Al igual que ustedes, he sido testigo de los desafíos que enfrentan amigos y familiares a causa de:

  • La muerte de un ser querido.

  • Un amargo divorcio.

  • Tal vez nunca haber tenido la oportunidad de casarse.

  • Una enfermedad o lesión grave.

  • E incluso desastres naturales, como hemos visto recientemente en el mundo.

Y la lista continúa. Aunque cada “cambio” puede ser exclusivo de nuestras circunstancias individuales, existe un elemento común en la prueba o desafío resultante: la esperanza y la paz están siempre disponibles a través del sacrificio expiatorio de Jesucristo. La expiación de Jesucristo proporciona las medidas correctivas y de sanación definitivas para todo cuerpo herido, espíritu dañado y corazón roto.

Él sabe, de una manera que nadie más puede entender, qué es lo que necesitamos, de manera individual, para poder avanzar en medio del cambio. A diferencia de amigos y seres queridos, el Salvador no solo se compadece de nosotros, sino que puede tener empatía perfecta, porque ha estado donde nosotros estamos. Además de pagar el precio de nuestros pecados y sufrir por ellos, Jesucristo también caminó por toda senda, encaró todo desafío, enfrentó todo dolor, físico, emocional o espiritual, que nosotros alguna vez podamos encontrar en la vida mortal.

El presidente Boyd K. Packer enseñó: “La misericordia y la gracia de Jesucristo no se limitan a los que cometen pecados… sino que abarcan la promesa de paz sempiterna para todos los que lo acepten y lo sigan… Su misericordia es un gran sanador, aun para las víctimas inocentes”3.

En esta experiencia mortal, no podemos controlar todo lo que nos sucede, pero tenemos el control absoluto de cómo respondemos a los cambios en nuestra vida. Eso no implica que los desafíos y las pruebas que enfrentemos no tengan consecuencias ni que sean fáciles de encarar o enfrentar. No implica que estaremos libres del dolor o de la angustia; sino que significa que hay un motivo para tener esperanza y que gracias a la expiación de Jesucristo, podemos seguir adelante y encontrar días mejores, incluso días llenos de gozo, luz y felicidad…

En Mosíah leemos el relato de Alma, el ex sacerdote del rey Noé, y de su pueblo, quienes, “habiendo sido [advertidos] por el Señor… salieron para el desierto, seguidos por las tropas del rey Noé”. Después de ocho días, “llegaron a… una tierra muy hermosa y placentera” en la que “plantaron sus tiendas, y empezaron a labrar la tierra y comenzaron a construir edificios”4.

Su situación parecía prometedora; habían aceptado el evangelio de Jesucristo; se habían bautizado, como convenio de que servirían al Señor y guardarían Sus mandamientos, y “se multiplicaron y prosperaron en sumo grado en la tierra”5.

Sin embargo, sus circunstancias cambiarían muy pronto. “Un ejército lamanita se hallaba en las fronteras de la tierra”6. Al poco tiempo, Alma y su pueblo fueron puestos bajo servidumbre, y “fueron tan grandes sus aflicciones, que empezaron a clamar fervorosamente a Dios”. Además, sus captores incluso les mandaron que dejaran de orar, de lo contrario, “al que descubriesen invocando a Dios fuese muerto”7. Alma y su pueblo no habían hecho nada para merecer su nueva condición. ¿Cómo iban a responder?

En lugar de culpar a Dios, se volvieron a Él y “le derramaron sus corazones”. En contestación a su fe y oraciones en silencio, el Señor respondió: “Animaos…aliviaré las cargas que pongan sobre vuestros hombros, de manera que no podréis sentirlas sobre vuestras espaldas”. Poco después, “el Señor los fortaleció de modo que pudieron soportar sus cargas con facilidad, y se sometieron alegre y pacientemente a toda la voluntad del Señor”8. Aunque todavía no habían sido liberados de la servidumbre, al volverse al Señor, y no alejarse de Él, fueron bendecidos según sus necesidades y según la sabiduría del Señor.

Como el élder Dallin H. Oaks enseñó: “Las bendiciones para sanar vienen de muchas maneras, cada una adaptada a nuestras necesidades individuales, que son conocidas para Él, quien más nos ama. A veces ‘la curación’ sana nuestras enfermedades o levanta nuestras cargas; pero otras veces se nos ‘sana’ al otorgársenos fortaleza, comprensión o paciencia para soportar las cargas que llevamos”9.

Finalmente, “era tan grande su fe y su paciencia” que Alma y su pueblo fueron liberados por el Señor, como lo seremos nosotros, y “dieron gracias… porque estaban en servidumbre, y nadie podía librarlos sino el Señor su Dios”10.

La triste ironía es que, con demasiada frecuencia, las personas más necesitadas se alejan de su única fuente perfecta de ayuda: nuestro Salvador, Jesucristo. Un relato familiar de las Escrituras sobre la serpiente de bronce nos enseña que cuando nos enfrentamos a desafíos tenemos una opción. Después de que muchos de los hijos de Israel fueron mordidos por “serpientes ardientes voladoras”11, “fue levantado un símbolo… para que quien mirara… viviera; [pero fue una elección,] y muchos miraron y vivieron.

“Mas hubo muchos que fueron tan obstinados que no quisieron mirar; por tanto, perecieron”12.

Al igual que los antiguos israelitas, también se nos invita y alienta a que miremos al Salvador y vivamos, porque Su yugo es fácil y ligera Su carga, incluso cuando la nuestra sea pesada.

Alma, hijo, enseñó esta verdad sagrada cuando dijo: “… sé que quienes pongan su confianza en Dios serán sostenidos en sus tribulaciones, y sus dificultades y aflicciones, y serán enaltecidos en el postrer día”13.

En estos últimos días, el Señor nos ha proporcionado numerosos recursos, nuestras “serpientes de bronce”, todos ellos diseñados para ayudarnos a mirar a Cristo y poner nuestra confianza en Él. Enfrentar los desafíos de la vida no tiene que ver con ignorar la realidad sino con dónde decidimos centrarnos y sobre qué fundamento elegimos edificar.

Esos recursos incluyen, pero no se limitan a:

  • El estudio regular de las Escrituras y de las enseñanzas de los profetas vivientes.

  • La oración y el ayuno frecuentes y sinceros.

  • El participar dignamente de la Santa Cena.

  • La asistencia regular al templo.

  • Las bendiciones del sacerdocio.

  • El sabio asesoramiento por medio de profesionales capacitados.

  • E incluso la medicación, debidamente recetada y utilizada como se ha autorizado.

Cualquiera sea el cambio que afrontemos en las circunstancias de la vida, y cualquiera sea el sendero inesperado que tengamos que recorrer, la manera en la que respondamos es una elección. Volvernos al Salvador y asirnos a Su brazo extendido es siempre nuestra mejor opción.

El élder Richard G. Scott enseñó esta verdad eterna: “La felicidad real y duradera, acompañada de la fortaleza, el valor y la capacidad de sobreponerse a las peores dificultades, se obtiene concentrando la vida en Jesucristo… No hay garantía de resultados inmediatos sino la absoluta seguridad de que, cuando el Señor lo disponga, aparecerá la solución, la paz prevalecerá y el vacío se llenará”14.

De estas verdades comparto mi testimonio. En el nombre de Jesucristo. Amén.