Lo eterno de cada día
La humildad en cuanto a quiénes somos y el propósito que Dios tiene para nosotros es esencial.
Desde que presté servicio en la Misión Británica cuando era joven, he disfrutado el humor británico. A veces se caracteriza por una visión autocrítica, modesta y humilde de la vida. Un ejemplo de ello es la forma en que se representa el verano. Los veranos en Inglaterra son relativamente cortos e impredecibles. Tal como un escritor dijo de modo discreto: “Me encanta el verano británico, es mi día favorito del año”1. Uno de mis personajes favoritos de caricaturas británicas aparecía levantándose tarde de su cama una mañana y diciendo a sus perros: “¡Santo cielo! Creo que nos quedamos dormidos y nos hemos perdido el verano”2.
En este tipo de humor se encierra una analogía con nuestra vida en esta hermosa tierra. Las Escrituras indican claramente que nuestra preciada existencia mortal es un tiempo muy breve. Podría decirse que, desde una perspectiva eterna, nuestro tiempo en la tierra es tan fugaz como un verano británico3.
En ocasiones, el propósito y la existencia misma del hombre también se describen de forma muy humilde. El profeta Moisés creció en lo que en la actualidad algunos llamarían un ambiente privilegiado. Como se menciona en la Perla de Gran Precio, el Señor, preparando a Moisés para su asignación profética, le mostró fugazmente el mundo y todos los hijos de los hombres que son y fueron creados4. La reacción algo sorpresiva de Moisés fue: “… ahora sé que el hombre no es nada, cosa que yo nunca me había imaginado”5.
Posteriormente, en lo que equivale a una refutación de cualquier sentimiento de insignificancia que Moisés pudo haber sentido, Dios proclamó Su verdadero propósito: “Porque, he aquí, esta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”6.
Todos somos iguales ante Dios; Su doctrina es clara; en el Libro de Mormón leemos: “… todos son iguales ante Dios”, entre ellos los que son “… negros o blancos, esclavos o libres, varones o mujeres…”7. Por consiguiente, a todos se les invita a venir al Señor8.
Cualquiera que sostenga que es superior en el plan de Dios debido a características como la raza, el sexo, la nacionalidad, el idioma o las circunstancias económicas está moralmente equivocado y no comprende el verdadero propósito del Señor para todos los hijos de nuestro Padre9.
Por desgracia, casi en cada segmento de la sociedad actual, vemos que se hace alarde de la presunción y la arrogancia, mientras que la humildad y la responsabilidad ante Dios se ven menospreciadas. Gran parte de la sociedad ha perdido el sentido de lo que es correcto y no comprende por qué estamos en esta tierra. La verdadera humildad, la cual es esencial para lograr el propósito que el Señor tiene para nosotros, rara vez es evidente10.
Es importante comprender la magnitud de la humildad, la rectitud, el carácter y la inteligencia de Cristo según se ve ejemplificado en las Escrituras. Es insensato subestimar la necesidad de esforzarnos continuamente, día a día, por desarrollar estas cualidades y atributos cristianos, en particular la humildad11.
Las Escrituras indican con claridad que aunque esta vida es relativamente corta, es increíblemente significativa. Amulek, quien fue compañero misional de Alma en el Libro de Mormón, dijo: “… esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios; sí, el día de esta vida es el día en que el hombre debe ejecutar su obra”12. No queremos, como el personaje de caricatura, que se nos pase la vida durmiendo.
El ejemplo del Salvador de humildad y de sacrificio por toda la humanidad es el acontecimiento más profundo de la historia. El Salvador, aun siendo miembro de la Trinidad, estuvo dispuesto a venir a la tierra como un humilde bebé y comenzar una existencia que incluía enseñar y sanar a Sus hermanos y hermanas, y finalmente sufrir un dolor indescriptible en Getsemaní y en la cruz a fin de perfeccionar Su expiación. Ese acto de amor y humildad de parte de Cristo se conoce como Su condescendencia13. Él lo hizo por cada hombre y mujer que Dios ha creado o creará.
Nuestro Padre Celestial no desea que Sus hijos se sientan descorazonados ni se den por vencidos en su búsqueda de la gloria celestial. Cuando realmente contemplamos a Dios el Padre y a Cristo el Hijo, quiénes son y qué han hecho por nosotros, eso nos llena de reverencia, asombro, gratitud y humildad.
La humildad es esencial para ayudar al Señor a establecer Su Iglesia
Alma hizo una pregunta en su época que es relevante hoy en día: “… si habéis experimentado un cambio en el corazón, y si habéis sentido el deseo de cantar la canción del amor que redime, quisiera preguntaros: ¿Podéis sentir esto ahora?”14. Alma continúa: “… Si os tocase morir en este momento, ¿podríais decir… que habéis sido suficientemente humildes?”15.
Cada vez que leo sobre la ocasión en que Alma, hijo, renunció a su cargo de jefe de estado para predicar la palabra de Dios16, me siento impresionado. Es evidente que Alma tenía un profundo testimonio de Dios el Padre y Jesucristo, y se sentía completamente responsable ante Ellos, sin reserva alguna. Tenía las prioridades correctas y la humildad para abandonar su estatus y posición porque comprendía que servir al Señor era más importante.
El tener suficiente humildad en nuestra vida para ayudar a establecer la Iglesia es particularmente valioso. Hay un ejemplo en la historia de la Iglesia que es revelador. En junio de 1837, mientras se encontraba en el Templo de Kirtland, el profeta José recibió la inspiración de llamar al apóstol Heber C. Kimball a llevar el evangelio de Jesucristo a “Inglaterra… y abrir la puerta de la salvación a esa nación”17. El apóstol Orson Hyde y algunos otros recibieron la asignación de acompañarlo. La respuesta del élder Kimball fue excepcional. “La idea de que se me designara una misión tan importante era casi más de lo que podía soportar… Estaba casi a punto de hundirme bajo la carga que se me había dado”18. No obstante, él emprendió la misión con absoluta fe, compromiso y humildad.
A veces la humildad es aceptar llamamientos cuando no nos sentimos capaces. A veces la humildad es servir fielmente cuando nos sentimos aptos para tener una asignación más importante. Hay líderes humildes que han demostrado con sus palabras y con su ejemplo que no importa dónde sirvamos, sino lo fielmente que servimos19. A veces la humildad es superar los resentimientos cuando sentimos que los líderes u otras personas nos han tratado mal.
El 23 de julio de 1837, el profeta José se reunió con el élder Thomas B. Marsh, Presidente del Cuórum de los Doce. Aparentemente, el élder Marsh estaba frustrado porque el Profeta había llamado a dos miembros de su cuórum a ir a Inglaterra sin consultarle. Cuando José se reunió con el élder Marsh, cualquier resentimiento quedó a un lado, y el Profeta recibió una revelación extraordinaria. Ahora es la sección 112 de Doctrina y Convenios20. Representa una increíble guía de los cielos con respecto a la humildad y a la obra misional. El versículo 10 dice: “Sé humilde; y el Señor tu Dios te llevará de la mano y dará respuesta a tus oraciones”21.
Esta revelación tuvo lugar exactamente el mismo día en que los élderes Kimball, Hyde y John Goodson, llenos de humildad, declaraban la restauración del evangelio de Jesucristo en la capilla de Vauxhall en Preston, Inglaterra22. Era la primera vez que los misioneros habían proclamado el Evangelio restaurado fuera de Norteamérica en esta dispensación. Sus esfuerzos misionales dieron como resultado, casi de inmediato, bautismos de conversos, y como resultado hubo muchos miembros fieles23.
Algunas partes subsiguientes de la revelación guían los esfuerzos misionales en nuestros días. En parte, dicen: “… quienesquiera que envíes en mi nombre…tendrán el poder para abrir la puerta de mi reino en cualquier nación… si se humillan delante de mí, permanecen en mi palabra y dan oído a la voz de mi Espíritu”24.
La humildad que fundamentaba ese increíble esfuerzo misional permitió que el Señor estableciera Su Iglesia de un modo sorprendente.
Afortunadamente, hoy en día vemos esto en la Iglesia de forma constante. Los miembros, incluso los de la nueva generación, dan de su tiempo y posponen sus estudios y empleo para servir misiones. Muchos miembros mayores abandonan sus empleos y hacen otros sacrificios a fin de servir a Dios en cualquier cargo al que se les llame. No dejamos que los asuntos personales nos distraigan o nos impidan lograr Sus propósitos25. El servicio en la Iglesia requiere humildad. Servimos humildemente en el cargo al que somos llamados con toda nuestra alma, mente y fuerza. En cada nivel de la Iglesia, es importante comprender el atributo cristiano de la humildad.
La humildad constante es esencial para ayudar a preparar a las personas para comparecer ante Dios
El objetivo de honrar al Señor y someternos a Su voluntad26 no se valora tanto en la sociedad actual como en el pasado. Algunos líderes cristianos de otras religiones creen que vivimos en un mundo poscristiano27.
A través de las generaciones, la virtud de la humildad basada en principios religiosos y las virtudes sociales de la modestia y la finura han sido la norma predominante.
En el mundo actual se hace más hincapié en el orgullo, el engrandecimiento propio y la supuesta “autenticidad”, lo cual a veces conduce a la falta de verdadera humildad. Algunos sugieren que los valores morales que conducen a la felicidad en la actualidad incluyen “ser auténtico, ser fuerte, ser productivo y, lo que es más importante, no depender de otras personas… porque tu destino está… en tus propias manos”28.
Las Escrituras proponen un enfoque diferente; sugieren que debemos ser verdaderos discípulos de Jesucristo. Eso implica establecer un poderoso sentimiento de responsabilidad ante Dios y una humilde visión de la vida. El rey Benjamín enseñó que el hombre natural es enemigo de Dios y aconsejó que debemos someternos “al influjo del Santo Espíritu”. Él explicó, entre otras cosas, que eso requiere que uno llegue a ser “sumiso, manso, humilde, paciente [y] lleno de amor”29.
Algunos hacen mal uso de la autenticidad como una celebración del hombre natural y de cualidades que son opuestas a la humildad, la bondad, la misericordia, el perdón y la cortesía. Podemos celebrar nuestra singularidad individual como hijos de Dios sin usar la autenticidad como excusa de una conducta poco cristiana.
En nuestra búsqueda de la humildad, la internet moderna genera desafíos para evitar el orgullo. Dos ejemplos son la actitud frívola de “mírenme a mí” y el atacar a otras personas criticándolas en las redes sociales. Otro ejemplo es la falsa modestia. Se define como “una declaración [o fotografía] aparentemente modesta o autocrítica cuyo verdadero propósito es llamar la atención hacia algo que a uno lo enorgullece”30. Los profetas siempre han advertido acerca del orgullo y de hacer hincapié en las cosas vanas del mundo31.
El deterioro generalizado del diálogo cortés también es una preocupación. El principio eterno del albedrío requiere que respetemos muchas decisiones con las que no estamos de acuerdo. El conflicto y la contienda a menudo traspasan “los límites de la decencia”32. Necesitamos más modestia y humildad.
Alma advierte en contra de “[inflarse] con el orgullo de vuestros corazones”, al “suponer que unos sois mejores que otros” y al perseguir a los humildes que “caminan según el santo orden de Dios”33.
He hallado una bondad genuina en las personas, de todas las religiones, que son humildes y se sienten responsables ante Dios. Muchas de ellas están de acuerdo con Miqueas, el profeta del Antiguo Testamento, quien declaró: “… lo que pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar la misericordia y humillarte para andar con tu Dios”34.
Cuando somos verdaderamente humildes, oramos para obtener el perdón y perdonamos a los demás. Como leemos en Mosíah, Alma enseñó que cuantas veces nos arrepintamos, el Señor perdonará nuestras transgresiones35. Por otro lado, como se indica en el Padrenuestro36, cuando no perdonamos las ofensas de los demás, traemos la condenación sobre nosotros mismos37. Gracias a la expiación de Jesucristo, mediante el arrepentimiento nuestros pecados son perdonados. Cuando no perdonamos a quienes nos ofenden, estamos, en efecto, rechazando la expiación del Salvador. Guardar rencor, negarnos a perdonar y negarnos a relacionarnos humildemente de una manera cristiana es lo que de verdad nos pone bajo condenación. El guardar rencor es veneno para nuestra alma38.
Permítanme asimismo advertirles sobre cualquier tipo de arrogancia. El Señor, mediante el profeta Moroni, establece un drástico contraste entre el arrogante y el humilde: “… Los insensatos hacen burla, mas se lamentarán; y mi gracia es suficiente para los mansos…” El Señor además declaró: “Doy a los hombres debilidad para que sean humildes; y basta mi gracia a todos los hombres que se humillan ante mí; porque si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos”39.
La humildad también incluye ser agradecidos por nuestras abundantes bendiciones y ayuda divina. La humildad no es un gran logro identificable ni tampoco superar algún gran desafío. Es una señal de fortaleza espiritual; es tener la serena confianza de que, día a día y hora tras hora, podemos confiar en el Señor, servirle y lograr Sus propósitos. Ruego que en este mundo lleno de disputas nos esforcemos constantemente por lograr la verdadera humildad cada día. Uno de mis poemas favoritos lo expresa de la siguiente manera:
La prueba de la grandeza es la manera
en que encontramos lo eterno de cada día40.
Les doy mi firme testimonio del Salvador y Su expiación, y de la enorme importancia de servirle con humildad cada día. En el nombre de Jesucristo. Amén.