Mensaje de los líderes del Área
El ministerio del Salvador y nosotros
En Navidad, celebramos el nacimiento del Salvador, pensamos en Él, le veneramos, le adoramos y meditamos sobre lo que hizo por nosotros. Luego, cuando llega la Pascua, le recordamos de nuevo, sentimos gratitud eterna por Su expiación, y con gozo y reverencia celebramos Su resurrección.
Mientras reflexionamos en los acontecimientos de la vida del Salvador, ¿cómo podemos centrarnos más profundamente en lo que sucedió entre los dos eventos más sagrados, Su nacimiento y Su muerte? ¿Cómo podemos conmemorar Su vida, día tras día, además de celebrar los acontecimientos que marcaron el comienzo y el final de Su misión sagrada en la tierra?
En Su sermón a los nefitas, enseñó: “… vosotros sabéis las cosas que debéis hacer… pues las obras que me habéis visto hacer, esas también las haréis”1.
La única manera de alabar a Cristo es emular Su ministerio, día tras día, no solo durante la Navidad o la Pascua.
Al aprender más sobre el ministerio del Salvador y tratar de emularlo, he descubierto que los tres elementos más importantes de Su ministerio son: cómo amó, cómo sirvió y cómo perseveró.
Amar a los demás es el comienzo de nuestro ministerio, tal como lo fue el del Salvador. Él vino porque nos amaba a nosotros y al Padre más que a sí mismo. Por lo tanto, mostramos nuestro amor por el Salvador y celebramos Su ministerio cuando ministramos a todos los hijos de Dios con amor, no porque hayamos recibido una asignación como hermanos y hermanas ministrantes, sino porque amamos sinceramente a nuestro prójimo, como lo hizo Él. No ministramos por asignación, sino por amor.
Servir en el reino es un elemento esencial de nuestro ministerio para establecer la Iglesia, administrar las ordenanzas del Evangelio y ayudar a que todos los hijos de Dios regresen con Él. El Salvador sirvió incansablemente en el reino que Él mismo organizó por medio de la autoridad del sacerdocio, ejemplificando la importancia de servir en la Iglesia. Servir es la parte central de nuestro ministerio, tal como lo fue del Salvador. Él comenzó con la ordenanza del bautismo por medio de la autoridad correspondiente, y después llamó a Sus discípulos al ministerio para servir incansablemente hasta el fin, para establecer el Reino de Dios en la tierra.
Perseverar hasta el fin es el elemento de nuestro ministerio que, en última instancia, muestra nuestra verdadera fe. El Señor nunca se rindió, nunca se detuvo, nunca se apartó y jamás se negó a servir. Por supuesto, incluso el Salvador tuvo momentos difíciles cuando se sintió solo o abandonado por todos los que le rodeaban. Fue tentado, pero resistió. Se convirtió en una persona impopular, se burlaron de Él, pero nunca dejó de centrarse en Su eterna misión y jamás pidió que lo relevaran de Su asignación sagrada. Entregó al Padre la verdadera señal de Su fe perseverando hasta el fin. Solo entonces pudo decir: “¡Consumado es!”2.
¿Cómo vamos a mostrar nuestra fe cuando seamos tentados, estemos agotados o se burlen de nosotros? Cuando las influencias del mundo hagan temblar nuestra vida, cuando nos enfrentemos a las tormentas de la enfermedad, a las dificultades emocionales o económicas, ¿se mantendrá firme nuestra fe? ¿Seremos capaces de perseverar como el Salvador?
El presidente Russell M. Nelson dijo: “La determinación de perseverar hasta el fin significa que no pediremos ser relevados de un llamamiento en la Iglesia; significa que perseveraremos en nuestro esfuerzo por lograr una meta digna; significa que nunca nos daremos por vencidos con un ser querido que se haya desviado; y significa que siempre valoraremos nuestras relaciones familiares eternas, aun a lo largo de los días penosos de enfermedad, discapacidad o muerte”3.
Si intentamos emular el ministerio del Salvador, hallaremos poder para el diario vivir. Si amamos, servimos y perseveramos hasta el fin como lo hizo Él, invocaremos el poder del Salvador mismo en nuestra vida.
Si ministramos como lo hizo Él, Su nacimiento, muerte y resurrección cobrarán sentido para nosotros. Llegaremos a darnos cuenta de que la Navidad y la Pascua no son una conmemoración de un solo día, sino que constituyen una celebración diaria de la vida del Salvador.
Cada día experimentaremos un nuevo nacimiento espiritual; de hecho, habrá una nueva resurrección espiritual, porque morirá nuestro hombre natural para nacer y vivir de nuevo en Cristo.
Que celebremos la Navidad siguiéndole en Su sagrado ministerio para ser más y más como Él, cada día de nuestra vida, día tras día.