Mensaje de Área
¡La savia de nuestra Iglesia!
Hace un tiempo atrás, al regresar de una asignación de un fin de semana, me encontraba sentado en el asiento del vuelo que me llevaría de regreso a casa. Me percaté que en el mismo vuelo venía una comitiva importante en número y jerarquía de otra iglesia, la cual había participado de una festividad en esa ciudad. Junto a mí se sentó un ministro de aquella comitiva y mi curiosidad me llevó a preguntarle la razón de su visita, ya que además noté por el acento que venía de otro país.
Al comienzo de nuestra conversación, compartí con él que yo también me encontraba ahí por motivo de mi Iglesia y que había asistido a una conferencia que reunía a los miembros que vivían en esa ciudad. Pensé cual sería mi respuesta a las preguntas que él haría de vuelta y cómo le enseñaría algunos principios del Evangelio. Asumí que él, como ministro religioso, vería en nuestro diálogo que comenzaba una buena oportunidad para enseñarme de su iglesia y la razón de su viaje o de la festividad a la que había asistido. Grande fue mi sorpresa cuando noté que prácticamente no tuvo interés en explicarme de su iglesia o hablar de ella. Es más, reclinó su asiento, acomodó su sombrero y cerró sus ojos, terminando con eso cualquier intento de seguir conversando.
Quedé meditando en cómo este ministro, teniendo frente a él a alguien que quería saber de su iglesia, o saber aspectos de ella, no mostró mayor interés en enseñar. Por otro lado, también mi deseo de hablar del Evangelio se truncó con su nulo interés de charlar. Al finalizar el vuelo, y ya listos para desembarcar del avión, solo intercambiamos unas rápidas palabras y le deseé lo mejor para el resto de su viaje.
Vinieron a mi mente las palabras del presidente Gordon B. Hinckley, quien dijo: “La obra misional es la savia de la Iglesia…”1. Mi deseo de compartir esta verdad ha estado ahí desde que abracé el Evangelio y creo que es así en cada uno de los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Soy muy consciente que experiencias como la indicada anteriormente no serán cosa de cada día, ni tampoco quiere decir que son de mayor importancia que otras. Es más, pienso que cada día tenemos oportunidades de compartir con otros las verdades del Evangelio, las cuales pueden llegar a ser respuestas a oraciones o inquietudes.
¡Ministrar a todos!
Gracias a las enseñanzas de los profetas actuales, hoy tenemos la bendición de recibir guía para ayudarnos a entender la mejor manera de compartir el Evangelio y hacerlo a la manera del Salvador, quien es el ejemplo perfecto y modelo para imitar. Nunca olvidemos que Su principal motivación para enseñar es el inmenso amor que tiene por nosotros. Él enseñaba el Evangelio no solo con palabras, sino también con sus acciones. Muchas de sus grandes instrucciones registradas en las Escrituras comenzaban al servir a otros. Basta recordar cuando sanó a la hija de Jairo2, cuando levantó a Lázaro de la muerte3, o cuando enseñó a una mujer samaritana junto al pozo de agua4… Su ministración previa preparó el corazón de muchos para recibir sus enseñanzas… ¿Por qué? porque su principal motivo era el amor por cada uno de los hijos de nuestro Padre Celestial. Si entendemos este concepto nos daremos cuenta de que ministrar a otros significa que estamos haciendo la obra misional y que compartir el Evangelio tiene que ver más con nuestros actos que con nuestras palabras.
Si vemos la obra misional a través de los “lentes” de la ministración, podremos enfocarnos en el ejemplo perfecto del Salvador y demostrar amor por nuestro prójimo al cuidar y preocuparnos de ellos, más que solo compartir un mensaje. Seguiremos amándolos aun cuando no quieran escuchar un mensaje en ese momento y podremos acercarnos más a ellos, preparando el camino para que el Espíritu Santo haga su trabajo en el momento adecuado.
Mi deseo de compartir el Evangelio no ha cambiado a través de los años; sin embargo, el enfoque de la ministración que hemos recibido recientemente me ha ayudado a seguir el modelo del Salvador y darme cuenta de que, al amar a mi prójimo, demostrándolo a través de mis acciones al invitar, servir y ayudar por el ejemplo, estoy ministrando a aquellos que no son miembros de la iglesia, es decir, estoy compartiendo el amor de Cristo y Su evangelio.
Mi deseo es ser cada día más como Jesucristo, adquirir Sus atributos, seguir Sus enseñanzas, Su ejemplo y recordar que además de Sus maravillosos sermones “… anduvo haciendo bienes…”5 para dar a conocer la verdad a todos.