Mensaje de los Líderes del Área
Amistad con Cristo
Poco antes de que el Salvador terminara su ministerio terrenal, se reunió con sus apóstoles. Sabía que estaba a punto de llevar a cabo lo que sería su mayor regalo para toda la humanidad. Sabía que eso implicaría el sufrimiento en Getsemaní y la muerte cruel en la cruz. También sabía que después del sufrimiento, muerte y resurrección, sus discípulos tendrían que seguir adelante con su misión. Sabía que no bastaría con proporcionar el precioso don de la Expiación, sino que era igual de importante que la humanidad aceptara ese don. Por lo tanto, sus enseñanzas se centraron principalmente en la manera en que nosotros, como discípulos suyos, podemos aprovechar al máximo ese don.
Algo que explicó el Salvador fue la importancia de permanecer cerca de Él. Dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer”1. Luego dejó claro cómo podemos permanecer cerca de Él haciendo hincapié en lo siguiente: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis, y os será hecho […]. Estas cosas os he hablado para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea completo. Este es mi mandamiento: Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis las cosas que yo os mando”2.
Cristo compartió una fórmula sencilla sobre cómo podemos acceder a las bendiciones de su expiación en nuestra vida diaria y disfrutar de su ayuda y amistad, haciendo solamente tres cosas: creer en Él y en palabras, amarnos los unos a los otros, y guardar sus mandamientos.
Sus
Hoy querría hacer hincapié en lo primero: creer en Él y en Sus palabras. Cuando nos enfrentamos a desafíos personales en la vida, y las cosas se vuelven difíciles, ¿realmente creemos en Él? ¿Creemos que Sus enseñanzas se aplican a nosotros de una manera muy personal? Él dijo: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí”3. Isaías compartió este pensamiento reconfortante: “… enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros”4.
Joseph M. Scriven (1819–1896) era un hombre de veinticinco años, enamorado y a punto de casarse. El día antes de su boda, su prometida se ahogó en un trágico accidente. Con el corazón roto, Joseph zarpó de su tierra natal para comenzar una nueva vida en Canadá. Mientras estaba allí, trabajando de maestro, se enamoró nuevamente y se comprometió con Eliza Roche, pariente de uno de sus alumnos.
Una vez más, las esperanzas y los sueños de Joseph se hicieron añicos cuando Eliza se enfermó y murió antes de la boda. Aunque podemos imaginarnos la angustia interna de este joven, la historia nos dice que su fe en Dios lo sostuvo.
Nunca llegó a casarse, pero pasó el resto de su vida dando todo su tiempo, dinero e incluso su ropa para ayudar a los menos afortunados. Dedicó su vida a difundir el amor y la compasión de su fe cristiana por donde quiera que iba.
En la misma época en que murió Eliza, Joseph recibió noticias de Irlanda de que su madre estaba enferma. No podía partir para estar con ella, así que le escribió una carta de consuelo, y adjuntó uno de sus poemas titulado: “¡Oh, qué amigo nos es Cristo!”.
¡Oh, qué amigo nos es Cristo! (con la melodía de “Israel, Jesús os llama”)
¡Oh, qué amigo nos es Cristo, nuestras culpas Él llevó!
Qué privilegio es llevarlo todo a Dios en oración.
Vive el hombre desprovisto de paz, gozo y amor.
Esto es porque no llevamos todo a Dios en oración.
¿Tienes pruebas y problemas? ¿Luchas con la tentación?
No te rindas al desánimo, dilo a Cristo en oración.
Él es nuestro amigo eterno, comparte nuestro dolor;
conoce nuestras flaquezas, háblale en oración.
¿Te hallas débil y oprimido por cuidados y temor?
A Jesús, refugio eterno, dile todo en oración.
¿Te desprecian tus amigos? Cuéntaselo en oración.
En sus brazos de amor tierno, paz tendrá tu corazón.
Señor, nos has prometido cargar con la aflicción.
Ojalá siempre podamos compartirla en oración.
Pronto en la gloria celeste, ya no tendremos que orar;
y en tu presencia podremos adorarte sin cesar.
Oro para que durante esta época de la Pascua de Resurrección lleguemos a saber de una manera muy personal que Jesucristo es nuestro amigo, y que está listo para consolarnos, ayudarnos y sanarnos, si tan solo creemos en Él y en sus palabras.