2020
Valladolid estrecha relaciones con otras confesiones de la ciudad
Abril de 2020


Sección Doctrinal

Arrepentirse, levantarse y seguir adelante

Después de comer la Pascua y de instituir la Santa Cena, el Señor sorprendió a Sus discípulos, diciéndoles que todos se iban a escandalizar de Él esa noche. Pedro, queriendo mostrar que él era distinto de los demás, dijo que, aunque todos se escandalizaran, él no lo haría. El Señor, entonces, mirándolo tiernamente, le dijo que esa noche, antes de que el gallo cantara, él le negaría tres veces. Pedro, nervioso de que se pusiera en duda su valor, exclamó despechado que no solo no lo negaría, sino que estaba dispuesto a morir con Él si fuera necesario.

Cuando Judas se presentó con una compañía de soldados para tomar preso a Jesús, Pedro sacó la espada para enfrentarse a los intrusos, hiriendo al siervo del sumo sacerdote. Pero Jesús le dijo que guardara la espada, porque todo aquello era parte del plan del Padre. Y aquel Pedro, que estaba dispuesto a todo, cuando llegó el momento de demostrar esa valentía, negó conocer a Jesús y ser uno de Sus discípulos. Y, como le dijo Jesús en medio de sus quejas, lo hizo tres veces. Después de cantar el gallo, dice Lucas, “… se volvió el Señor y miró a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho […]. Y […], saliendo […] lloró amargamente” (Lucas 22: 61−62).

Me pregunto qué habría en la mirada del Señor en ese momento de máxima angustia de Pedro. ¿Recriminación, diciendo, “¿no te lo había dicho, Pedro? ¡Quedas relevado!”?

Yo creo que en aquella mirada había mucha comprensión, y también el deseo de animarlo a seguir adelante, a pesar de todo. Y cuando después de resucitado se apareció a Sus discípulos junto al mar de Tiberias, el Señor hizo a Pedro tres preguntas, el mismo número de veces que este lo había negado. Y en las tres le recordó su deber de apacentar al rebaño. Y Pedro cumplió fielmente con su deber, dando su vida por su amado Maestro.

Mateo cuenta que, cuando Judas supo que habían condenado a Jesús, “devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente […]. Entonces, arrojando las treinta piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó” (Mateo 27:3−5).

Yo me pregunto si las cosas habrían sido diferentes para Judas si hubiera mostrado su arrepentimiento “llorando amargamente” y, en lugar de quitarse la vida, la hubiera entregado al Señor para corregir su error. En todo caso, no es lo mismo caerse y levantarse, que caerse y abandonar todo deseo de seguir luchando para corregir los errores que cometamos en nuestra vida. No debemos darnos por vencidos nunca, porque la mirada del Señor después de nuestros pecados es siempre de misericordia y de ánimo para que nos arrepintamos y cambiemos.