Inclusión
Incluir a todos
¿Qué podemos hacer para que el trayecto a las puertas de la capilla produzca menos ansiedad en los demás y sea menos solitario para ellos?
Como discípulos de Cristo, muchos de nosotros escogemos, en un sentido muy literal, “esta[r] en lugares santos” cada semana cuando asistimos a las reuniones dominicales (Doctrina y Convenios 45:32). Al ir a compartir el Espíritu y el espacio unos con otros, muchos buscan conexión, aceptación y un sentimiento de pertenencia. Todos llevamos la esperanza de que “ya no so[mo]s extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos con los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19).
Sin embargo, para algunos, el trayecto a las puertas de la capilla incluye sentimientos de vulnerabilidad, ansiedad y soledad. Sus experiencias, la realidad de su situación familiar o las circunstancias quizá no reflejen el “ideal” que se imaginaron; a menudo eso lleva a que sientan que solo son observadores, aun cuando ese “ideal” no sea la realidad de ninguno de nosotros.
Nuestra valía ante Dios no se ve afectada por nuestras circunstancias y, en muchos casos, esas circunstancias, que quizá no sean las ideales, nos empujan a crecer y a aprender. No obstante, a causa de ellas, hay muchos que consideran que es difícil encajar en el grupo o que se les comprenda completamente. ¿Qué podemos hacer para abrir las puertas que impiden que los demás sientan que pertenecen con nosotros, incluso cuando nosotros mismos quizá luchemos con sentimientos similares?
El llamado a incluir a todos
El crear un sentimiento de pertenencia para todos es parte de guardar nuestros convenios. Al bautizarnos, prometemos que no dejaremos que nadie sufra solo, sino que lloraremos con ellos, los consolaremos y llevaremos sus cargas (véase Mosíah 18:18–10).
El crear un sentimiento de pertenencia es parte de nuestra Iglesia. Hemos de incluir a todos en nuestra adoración, tal como el Salvador recibe a todos para que participen de Su salvación (véanse 2 Nefi 26:24–28, 33; 3 Nefi 18:22–23).
El crear el sentido de pertenencia es un elemento esencial de nuestra travesía para llegar a ser como el Salvador. Amar a los demás y abrir nuestros círculos para incluir a los que son diferentes a nosotros es parte de llegar a ser perfectos (véase Mateo 5:43–47).
Finalmente, para ser de Él, debemos ser uno con los demás (véase Doctrina y Convenios 38:27).
Ninguna lucha se olvida
El amor de Dios por Sus hijos no es exclusivo, sino más bien inclusivo. Él nos invita a todos a “ven[ir] a él y particip[ar] de su bondad; y a nadie de los que a él vienen desecha” (2 Nefi 26:33).
Él conoce y valora:
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A la hermana recién divorciada que siente dolor cuando se habla en cuanto al matrimonio.
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Al joven adulto que lucha con preguntas y que suplica respuestas.
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A la hermana que sufre de ansiedad y que siente soledad y temor profundos.
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Al joven hermano de raza negra que se siente incómodo cuando en su clase se habla de conceptos incorrectos en cuanto a la raza y el sacerdocio.
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A la hermana que aún no se ha casado y que siente que eso significa que no tiene ningún valor.
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A la madre de un hijo que tiene discapacidades y que le preocupa que los movimientos involuntarios de él sean una distracción para los demás.
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Al hermano que siente atracción hacia personas del mismo sexo, que está contemplando dejar la Iglesia conforme lucha para entender su futuro.
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A la hermana que le preocupa cómo la juzgarán los demás mientras toma los primeros pasos vacilantes para regresar a la Iglesia.
No hay circunstancia, situación ni persona que se olvide. “[S]e acuerda […] y todos son iguales ante Dios” (2 Nefi 26:33) porque, al igual que Sus primeros discípulos, todos “so[mo]s de Cristo” (Marcos 9:41; véase también Mosíah 5:7).
Entonces, ¿qué podemos hacer?
¿Qué podemos hacer para crear conexiones y aceptar debilidades, así como percibir fortalezas?
Para comenzar, podríamos meditar en las siguientes preguntas:
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¿En qué forma puedo hacer un mayor esfuerzo para acercarme a los que no conozco en mi barrio o rama y llegar a conocerlos?
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¿Qué invitación puedo extender a alguien que quizá necesite un amigo?
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¿Cómo puedo ser un ejemplo de alguien que incluye y ama a los demás?
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¿A quién puedo acercarme con sinceridad y preguntarle por su bienestar?
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¿Qué acude a mi mente cuando suplico recibir inspiración para saber cómo ayudar a alguien?
Hay mucho que podemos aprender de los demás a medida que llegamos a conocerlos.
En los meses próximos, compartiremos relatos de hermanas y hermanos que han luchado para llegar a saber que pertenecen. Esperamos que esos relatos inspiren a cada uno de nosotros a seguir con más detenimiento los dos grandes mandamientos de Dios: el de amarle a Él y amar a todos Sus hijos.