El ancla de mi vida y mi fe
Cuanto más leía el Libro de Mormón, más creía que es la palabra de Dios.
No era nada feliz de adolescente, pero las cosas cambiaron cuando dos estadounidenses llamaron a mi puerta.
A mis 14 años, sentí curiosidad por esos dos estadounidenses que hablaban japonés y que se presentaron como misioneros. Después de que se fueron, mi padre me dio un libro que le acababan de dar llamado el Libro de Mormón. Empecé a leerlo y sentí algo especial, pero no sabía qué era. Un mes después, lo terminé y lo dejé en mi estantería.
Tres años más tarde, me encontré a dos misioneros en una estación de tren en Tokio; me invitaron a escuchar su mensaje. Llevé mi Libro de Mormón a nuestra siguiente reunión.
Empezaron la conversación diciendo: “Nos gustaría compartir un libro importante con usted”.
Saqué el Libro de Mormón de mi mochila y pregunté: “¿Es este libro? Ya lo leí”.
Se quedaron asombrados. Con el tiempo, me enseñaron el Evangelio y los misioneros me animaron a preguntar a Dios con un corazón sincero si el Libro de Mormón es verdadero (véase Moroni 10:4–5).
Una noche pensé en Dios, la Iglesia, el Libro de Mormón y en cómo podía ser feliz, y tuve un sentimiento cálido en mi interior. Entonces decidí bautizarme.
Después de unirme a la Iglesia, continué leyendo el Libro de Mormón. Un día, mientras leía, recibí un pensamiento claro sobre la medicación para la presión alta de mi padre. Investigué más y descubrí que un efecto secundario podría causar depresión severa. A sugerencia mía, mi padre le pidió a su médico que le cambiara la medicina. No ha vuelto a tener depresión desde entonces.
Cuanto más leía, más creía que el Libro de Mormón es la palabra de Dios. Me volví más feliz y quería compartir la verdad con los demás.
Mis padres se opusieron a que fuera a una misión y finalmente me echaron de casa, pero yo estaba decidido. Serví en Tennessee, EE. UU. Como misionero Santo de los Últimos Días de un país budista que servía en el Cinturón Bíblico de los Estados Unidos [estados mayormente evangélicos], a menudo me preguntaban cómo podía creer en el Libro de Mormón. Testificaba que había orado sobre su veracidad y había recibido la respuesta de que es verdad.
Después de mi misión, terminé mis estudios y me uní a una gran empresa en Japón que me trasladó a varios lugares del mundo, entre ellos, Myanmar, Inglaterra e Irlanda. Dondequiera que iba, compartía mi testimonio del Libro de Mormón con la mayor cantidad de personas posible, desde el taxista hasta al ministro de estado.
El Libro de Mormón ha sido y siempre será el ancla de mi vida y mi fe en Jesucristo. Siempre que me siento abrumado por la adversidad, leo el Libro de Mormón y supero mis dificultades con el apoyo espiritual del Padre Celestial y nuestro Salvador. El Libro de Mormón me bendice todos los días de mi vida.