Convenios, ordenanzas y bendiciones
Tomado del discurso “Covenants—Accepting God’s Offered Blessings”, pronunciado en un devocional de la Universidad Brigham Young–Idaho el 22 de septiembre de 2020.
Escogemos aceptar las bendiciones que Dios nos ofrece cuando ejercemos nuestro albedrío moral para recibir las ordenanzas y guardar los convenios correspondientes.
Durante mi primer semestre en la facultad de Derecho, mi clase de contratos la enseñaba un distinguido profesor, que era muy amable y cortés, siempre que no estuviera en el aula. En clase, era un experto en enseñar con el método socrático, un método de enseñanza que consiste en formular preguntas detalladas con la intención de desarrollar el pensamiento crítico.
Para casi todas las clases, nos asignaba leer tres sentencias o casos legales. Durante una clase, pidió a un alumno que resumiera los hechos del caso y describiera después los principios legales de derecho contractual que aparecían en el caso. Después, el desafortunado alumno quedaba a merced de las preguntas detalladas y retorcidas del profesor. Esa era casi siempre una experiencia de humildad.
La primera vez que me llamó, los casos trataban sobre un principio del derecho contractual denominado aceptación unilateral. A raíz de ello, nunca he olvidado ese principio.
Oferta y aceptación
Entre otras cosas, para establecer un contrato vinculante en virtud de las leyes del hombre, debe haber una oferta y una aceptación. Por lo general, se constituye un contrato cuando una de las partes hace una oferta y la otra parte la acepta.
En algunos acuerdos, como un contrato para comprar bienes raíces, la ley requiere que la oferta y la aceptación se efectúen por escrito. En otras situaciones, las partes solo necesitan ponerse de acuerdo verbalmente. Sin embargo, en algunos acuerdos, la aceptación de una oferta se lleva a cabo simplemente por realizar una acción. Esto se llama aceptación unilateral.
Por ejemplo, yo podría decirles a ustedes: “Si me traen una docena de plátanos, les pagaré 100 dólares”. Para aceptar mi generosa oferta, no tienen que firmar un acuerdo, ni siquiera decirme que me entregarán los plátanos. Simplemente, tienen que ir a la tienda o al mercado, comprar una docena de plátanos y dármelos. En algunos lugares del mundo, ustedes mismos podrían cosechar los plátanos. De cualquier modo, si me dan una docena de plátanos, estoy obligado contractualmente a pagarles 100 dólares. ¿Por qué? Porque ustedes aceptaron mi oferta por medio de su acción.
Debemos actuar
Los convenios con nuestro Padre Celestial funcionan de la misma manera. Para recibir las generosas bendiciones que Él ofrece, debemos actuar para aceptarlas. No hay una negociación seguida de una aceptación firmada. En vez de eso, por medio de nuestras expresiones afirmativas y al actuar de acuerdo con Su voluntad, incluso al recibir ordenanzas esenciales, mostramos nuestro deseo y disposición de concertar convenios con Él. Entonces, al guardar los convenios por medio de lo que hacemos, nos hacemos merecedores de las abundantes bendiciones que Él nos ha prometido.
En Doctrina y Convenios aprendemos lo siguiente:
“Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan;
“y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa” (Doctrina y Convenios 130:20–21).
Jesús enseñó: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).
En otras palabras, aceptamos la bendición que ofrece nuestro Padre Celestial de la vida eterna en el Reino de los cielos, no solo por lo que decimos, sino también por lo que hacemos. Además, cuando hacemos convenio con Él, nos asegura: “Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo”. También dejó claro que si no hacemos Su voluntad, si no aceptamos Su oferta, entonces no tenemos ningún acuerdo: “… cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis” (Doctrina y Convenios 82:10; cursiva agregada).
Las ordenanzas de salvación y exaltación
Concertamos esos convenios necesarios para la salvación y la exaltación al recibir ordenanzas sagradas. Como se indica en el Manual General: “Los miembros hacen convenios con Dios al recibir las ordenanzas de salvación y exaltación […]. Todos los que perseveren hasta el fin honrando sus convenios recibirán la vida eterna”1.
Las ordenanzas de salvación y exaltación son el bautismo, la confirmación y el don del Espíritu Santo, el conferir el Sacerdocio de Melquisedec y la ordenación a un oficio en el caso de los hombres y las ordenanzas de la investidura y el sellamiento del templo2. Cada una de esas cinco ordenanzas se efectúa de manera vicaria en el templo por antepasados fallecidos, ya que esas ordenanzas son esenciales para todos los hijos de Dios.
El registro de Alma cuando enseña en las aguas de Mormón ilustra la relación que existe entre los convenios, las ordenanzas y las bendiciones. Observen de qué manera Dios, por medio de Su profeta, establece las condiciones, describe las bendiciones prometidas y declara cómo podemos recibir esas bendiciones.
A los que se congregaron en las aguas de Mormón y que expresaron el deseo de entrar en el redil de Dios —el deseo es el primer paso importante (véase Alma 32:27)— Alma les enseñó lo que se esperaba de ellos. Tenían que estar “dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros […], a llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan de consuelo, y ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar […], aun hasta la muerte” (Mosíah 18:8, 9).
Luego, Alma describió las bendiciones prometidas: “… para que seáis redimidos por Dios, y seáis contados con los de la primera resurrección, para que tengáis vida eterna” y para que el “Señor […] derrame su Espíritu más abundantemente sobre vosotros” (Mosíah 18: 9, 10).
¿Qué tuvieron que hacer las personas para aceptar esas extraordinarias bendiciones? En palabras de Alma: “… [debéis] ser bautizados en el nombre del Señor, como testimonio ante él de que habéis concertado un convenio con él de que lo serviréis y guardaréis sus mandamientos” (Mosíah 18:10; cursiva agregada). Observen que la ordenanza del bautismo, un acto sagrado que la mayoría de nosotros recordamos con claridad, sirve como testigo o evidencia de que hemos concertado un convenio con Dios.
El pueblo estaba tan deseoso de hacerlo que “batieron sus manos de gozo y exclamaron: Ese es el deseo de nuestros corazones” (Mosíah 18:11). De manera libre, desearon concertar un convenio al entrar en las aguas del bautismo.
Del mismo modo, al recibir cada una de las demás ordenanzas de salvación y exaltación, obtenemos otras promesas de grandes bendiciones. Los convenios que efectuamos son sagrados y vinculantes para nosotros y para Dios. Elegimos aceptar las bendiciones que Él nos ofrece cuando ejercemos nuestro albedrío moral para recibir las ordenanzas y honrar los convenios correspondientes.
La Santa Cena
En la ordenanza de la Santa Cena se nos invita a recordar al Salvador y nuestros convenios. Cuando Jesucristo instituyó la Santa Cena entre los nefitas, dio el poder del sacerdocio a Sus discípulos y les mandó “partir pan y bendecirlo y darlo a los de mi iglesia, a todos los que crean y se bauticen en mi nombre” (3 Nefi 18:5).
Con frecuencia pensamos en tomar la Santa Cena para renovar nuestros convenios bautismales. Aunque eso sea correcto, fíjense en las palabras que utilizó el Salvador. Cuando ordenó a Sus seguidores que participaran del pan, les dijo: “Y haréis esto en memoria de mi cuerpo que os he mostrado. Y será un testimonio al Padre de que siempre os acordáis de mí” (3 Nefi 18:7; cursiva agregada).
Cuando bebieron del vino, Él dijo: “… esto cumple mis mandamientos, y esto testifica al Padre que estáis dispuestos a hacer lo que os he mandado” (3 Nefi 18:10; cursiva agregada).
En otras palabras, cuando tomamos la Santa Cena cada semana, testificamos y atestiguamos de nuevo que recordaremos siempre a Jesucristo y que estamos dispuestos a guardar Sus mandamientos. Si lo recordamos siempre y guardamos Sus mandamientos, Su Espíritu estará con nosotros (véase 3 Nefi 18:7, 11).
Bendiciones que recibimos
Al reflexionar en las bendiciones que recibimos al tomar la Santa Cena, el presidente Dallin H. Oaks, Primer Consejero de la Primera Presidencia, observó: “Como se ha partido y desgarrado, cada pedazo es único, así como las personas que participan de él son únicas. Todos tenemos diferentes pecados de qué arrepentirnos; todos necesitamos ser fortalecidos en diferentes circunstancias mediante la expiación del Señor Jesucristo, a quien recordamos en esta ordenanza”3.
A mí me ha resultado útil meditar en los versículos 10, 12 y 14 de 3 Nefi 18. En cada uno de esos versículos, el Salvador dice a quienes participan de la Santa Cena: “Benditos sois”, pero no especifica cuál será la bendición. Tal vez debido a que cada persona que participa de esta sagrada ordenanza sea tan diferente como la forma de cada pedazo de pan, cada uno de nosotros necesita bendiciones diferentes. Aunque nuestros desafíos, circunstancias y necesidades difieran, el Salvador ha prometido a cada uno de nosotros que guardamos el convenio de la Santa Cena: “Benditos sois”.
Amor y misericordia
Destaco ahora una importante distinción entre las leyes de Dios y las leyes del hombre, la función del amor y de la misericordia en el plan de redención de Dios para Sus hijos. Como se indicó, en muchos casos invitamos las bendiciones que Él nos ofrece por medio de nuestras acciones. Como lo hacen los padres amorosos, el Padre Celestial considera con misericordia tanto el deseo del corazón como nuestras obras (véase Doctrina y Convenios 137:9). Él se da cuenta de que, a veces, la oportunidad de actuar podría estar limitada por circunstancias que están fuera de nuestro control. Una muerte prematura, una discapacidad grave, la simple falta de conocimiento u oportunidad, o cualquier otra injusticia que ocurra en un mundo caído, parece que bloquea nuestro progreso y el recibir las bendiciones prometidas que deseamos.
Por ello, la parte fundamental del gran plan de felicidad es un Salvador, Jesucristo, quien compensa la diferencia, vence la injusticia y permite que todos— los que en verdad tienen el deseo y hacen todo lo que pueden— finalmente acepten y reciban las bendiciones prometidas de un amoroso Padre Celestial.
El Padre Celestial desea que regresemos a Su presencia, pero desea que volvamos porque deseamos hacerlo. El élder Dale G. Renlund, del Cuórum de los Doce Apóstoles, ha enseñado: “La meta de nuestro Padre Celestial en la crianza de los hijos no es hacer que Sus hijos hagan lo correcto, sino que elijan hacer lo correcto y finalmente lleguen a ser como Él. Si simplemente quisiera que fuéramos obedientes, usaría recompensas y castigos inmediatos para influir en nuestros comportamientos”4.
El Padre Celestial requiere un corazón dispuesto, así como un esfuerzo de nuestra parte. Muchas de las recompensas por escoger lo correcto llegan en el futuro, y son mucho más de lo que merecemos, motivo por el cual se dice que algunos galardones son dones (véase 1 Nefi 10:17; Doctrina y Convenios 14:7). Como padre generoso y misericordioso que es el Padre Celestial, Él nos da mucho, sobrepasando todo lo que merecemos. Por lo tanto, la exaltación no se gana, sino que se debe escoger, aceptar y recibir con gratitud.
Ruego que, en todo momento y circunstancia, cada uno de nosotros actúe con fe, obediencia, diligencia y gratitud, a fin de prepararse para recibir “todo lo que [nuestro] Padre tiene” (Doctrina y Convenios 84:38; véase también Alma 34:32).
Un pueblo justo y del convenio
Vivimos en una época maravillosa en la que las bendiciones del Evangelio están fácilmente al alcance de quienes las acepten. El presidente Russell M. Nelson ha enseñado:
“Estamos sentados en primera fila para presenciar en vivo lo que el profeta Nefi vio solo en visión, que el ‘poder del Cordero’ de Dios descendería ‘sobre el pueblo del convenio del Señor, que se hallaban dispersados sobre toda la superficie de la tierra; y tenían por armas su rectitud y el poder de Dios en gran gloria’ [1 Nefi 14:14].
“Ustedes, mis hermanos y hermanas, se hallan entre esos hombres, mujeres y niños que Nefi vio. ¡Piensen en ello!”5.
Nuestro Padre Celestial nos ama y realmente desea bendecirnos. Por medio de la expiación infinita de Su Hijo Jesucristo, todas las personas pueden ser sanadas. A medida que confiemos en Dios y actuemos con fe para concertar y honrar convenios sagrados con Él, ¡cuán grande será nuestro gozo ahora y por toda la eternidad!