Solo para versión digital
Súbete al bote: El modo de encontrar seguridad en la Iglesia
No seamos como aquellas personas que iban en el Titanic que se negaron a subir a un bote salvavidas porque pensaron que el Titanic no podía hundirse.
Cuando el Titanic zarpó en su viaje inaugural en 1912, la gente decía que era un barco que no podía hundirse. A diferencia de cualquier barco anterior, el navío se había construido en compartimentos para que, si uno tenía una perforación, solo ese se llenara de agua y la embarcación pudiera seguir a flote. Sin embargo, cuando el Titanic chocó contra un iceberg en el norte del océano Atlántico, el iceberg perforó muchos compartimentos y el barco comenzó a hundirse.
El capitán dijo a todos que se subieran a los botes salvavidas, pero muchos pasajeros estaban convencidos de que no existía un peligro real. Pensaron que el capitán estaba siendo demasiado precavido y que pronto anunciaría que el problema se había solucionado y que podían regresar a sus habitaciones. No vieron motivo para abandonar el barco que estaba iluminado con hermosas luces y en el que tocaba la orquesta. Entonces, el barco “que no podía hundirse” se inclinó peligrosamente hacia un lado y comenzó a hundirse, y todos quisieron subirse a un bote salvavidas.
Pero para entonces, ya era demasiado tarde1.
En 2019, algunas personas proclamaron: “Nada puede detener la economía mundial. Las tasas de desempleo en el mundo son las más bajas de la historia”. Entonces vino un virus tan pequeño que no podemos siquiera verlo, y lo cambió todo. No solo enfermaron millones de personas y murieron multitudes, muchas también perdieron sus empleos. Cundió el temor por todas partes. Al igual que el Titanic, el mundo se inclinó, pero los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días estaban a salvo y seguros en el bote salvavidas.
Entonces ocurrió algo interesante. Muchas personas dirigieron la mirada hacia nuestro bote salvavidas de la Iglesia. Las conferencias generales de abril y de octubre de 2020 las vieron más personas que nunca antes: millones de personas más. Durante la pandemia, muchas personas comenzaron a darse cuenta de que necesitaban lo que el bote salvavidas podía ofrecer: creencia en Dios, aprecio por la religión organizada y fe en Jesucristo.
Creencia en Dios
Un estudio internacional reciente indicó que más jóvenes que nunca se están declarando ateos. Esas personas piensan que creer en Dios no marca una diferencia cuando se trata de ser una persona buena, moral y ética2. Este es el desafío: Dios nos ha dado la libertad para creer o no creer en Él, pero no es correcto decir que eso no marca una diferencia. Nuestra creencia en Dios afecta cómo nos vemos a nosotros mismos y cómo vemos y tratamos a los demás.
Los estudios muestran que, en tiempos de dificultades y crisis, los creyentes sobrellevan mucho mejor las dificultades que los incrédulos3. Los creyentes son más felices y están más dispuestos a hacer donaciones a organizaciones benéficas4. Durante la pandemia, las personas tuvieron dificultades para encontrar paz y significado en un tiempo de gran aislamiento y confusión. Los creyentes sintieron esperanza y optimismo que otras personas no sintieron5.
Brett G. Scharffs es profesor de Derecho en la Universidad Brigham Young. Cuando algunos de sus colegas en otras universidades se enteran de que él es creyente devoto, en ocasiones preguntan: “Pero ¿qué pasa si estás equivocado y Dios no existe?”.
Él responde: “Estoy dispuesto a equivocarme de esta manera si eso significa creer y tratar a los demás como hijos de Dios, creados a Su imagen con el potencial de llegar a ser semejantes a un Dios perfecto y perfectamente amoroso. Preferiría cometer el error de atribuirle significado y amor a un universo que no tiene sentido y es indiferente que viceversa. Además, no creo que estemos equivocados”6.
Aprecio por la religión organizada
Muchas personas creen en Dios, pero no en la religión organizada. Dicen: “Soy espiritual, pero no religioso”. Generalmente, eso significa que reconocen la existencia de Dios, pero no quieren que Él les pida nada, que les dé mandamientos o que espere que hagan algún cambio.
El élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó que la espiritualidad —una experiencia individualizada— podría ser todo lo que necesitáramos si viviéramos solos en la cima de una montaña, pero vivimos en familias, comunidades, sociedades. Por eso necesitamos la religión —la práctica en grupo de la espiritualidad7.
Es fácil sentarse solo en la cima de una montaña y decir: “Amo a todos”. Trata de sentirte igual cuando llegues tarde al trabajo porque el conductor del vehículo que estaba enfrente a ti va muy lento. Quieres tocar la bocina y gritarle al conductor. En ese momento, necesitas las normas y los valores de la religión para ayudarte a traer ideales de la cima de la montaña, como el amor, a la realidad del momento en el que alguien es difícil de amar. Eso es lo que la religión nos ayuda a hacer.
Algunas personas no ven la necesidad de la religión organizada, y sin embargo, exigen escuelas, ciudades, tiendas, aeropuertos y hospitales organizados. Ven los beneficios de acudir a un hospital organizado, donde hay reglas o expectativas. Vemos los mismos beneficios en nuestra Iglesia organizada.
Ser parte de esta religión organizada nos bendice a nosotros y a quienes amamos en cada aspecto de nuestra vida. Debido a que la Iglesia está organizada, podemos cuidar juntos de los demás de manera más eficaz de lo que podríamos hacerlo individualmente. El élder Gerrit W. Gong, del Cuórum de los Doce Apóstoles, ha dicho que, a la mitad de la pandemia mundial de 2020, la Iglesia ya había participado en más de 1000 proyectos de ayuda humanitaria en más de 150 países. Proporcionamos alimento y otros artículos indispensables para atender a millones de personas necesitadas. Ninguno de nosotros habría podido hacerlo solo, pero lo hicimos juntos porque tenemos una religión organizada8.
Tener fe en Jesucristo
Algunas personas creen en Dios y pertenecen a religiones organizadas, pero no tienen fe en Jesucristo. El élder Neil L. Andersen, del Cuórum de los Doce Apóstoles, informó en la Conferencia General de la Iglesia de octubre de 2020 que se prevé que, en las próximas décadas, más personas abandonen el cristianismo que las que se unan a él9.
Es común ver publicaciones en las redes sociales que degradan a Cristo y a los cristianos. ¿Le daremos la espalda al Salvador porque seguirlo ya no es popular? ¿Nos negaremos a elevar la bandera del cristianismo porque nos convierte en el blanco? No lo creo.
Un estudio mostró que mientras la pandemia de COVID-19 se propagaba durante el verano de 2020, el 12 por ciento de las familias que no son Santos de los Últimos Días incrementaron sus prácticas religiosas familiares en comparación con el 62 por ciento de las familias Santos de los Últimos Días que incrementaron las suyas10. Esas familias saben que las opiniones de las personas no cambian la verdad. Jesucristo es el Salvador del mundo. Él es el Capitán del bote salvavidas. Él dijo: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo” (Mateo 5:11).
Ayudar a otras personas a encontrar el bote salvavidas
Cuando algunos pasajeros comenzaron a abordar los botes salvavidas en el Titanic, los demás pensaron que estaban locos. De hecho, los primeros botes salvavidas salieron solo llenos a la mitad. Sin embargo, cuando el Titanic se inclinó, las personas vieron la importancia del bote salvavidas. Cuando el mundo se inclina, algunas personas comienzan a pensar más en Dios, se dan cuenta del valor de la religión organizada e incrementan su fe en Jesucristo.
Este no es el momento de regresar de nuevo al Titanic. Es el tiempo de mantenerse en el bote salvavidas —la Iglesia de Jesucristo— y extender la mano para ayudar a los demás a encontrar lo que se han estado perdiendo.